La escalada de la violencia frena el reparto de ayuda
Los tumultos, tiroteos, saqueos y hasta un linchamiento en Puerto Pr¨ªncipe dificultan las labores de las organizaciones humanitarias
El terremoto ya mata en Hait¨ª con arma de fuego. A las 7.45, a la altura del n¨²mero 31 de la calle Delmas, camino del aeropuerto, un grupo de gente se arremolina alrededor de dos muchachos j¨®venes reci¨¦n asesinados, cada uno con un tiro certero en la nuca. A¨²n sangran. Cuando se pregunta qu¨¦ pas¨®, la respuesta es: "Ladrones". Y un gesto que quiere decir: "Ahora ya lo saben, l¨¢rguense de aqu¨ª".
La tarde anterior, otro joven fue ajusticiado por la polic¨ªa tras participar en uno de los saqueos que ya son la moneda que m¨¢s circula por Puerto Pr¨ªncipe. Luego fue apartado y quemado en el arc¨¦n, no sin antes quitarle lo que de valor llevaba en los bolsillos. No habr¨¢ autopsia. Un muerto m¨¢s achacable al terremoto.
En cuesti¨®n de 24 horas, la situaci¨®n ha cambiado radicalmente
"Esto est¨¢ a punto de explotar", asegura un 'casco azul' peruano
Decenas de personas intentan salir de la ciudad desesperadamente
Los soldados miran c¨®mo la gente se pelea por una bolsa de patatas fritas
En cuesti¨®n de 24 horas, la situaci¨®n ha cambiado radicalmente. La ausencia de ayuda humanitaria, el hambre y la sed m¨¢s rotunda han terminado por encender la llama y los saqueos se han generalizado en la ciudad. Varios cooperantes, atrincherados todav¨ªa en el aeropuerto con las cajas de ayuda sin abrir, reconocen: "No entraremos en la ciudad hasta que no lleguen los norteamericanos".
Ya est¨¢n llegando, pero tampoco ellos han traspasado todav¨ªa las puertas del aeropuerto. Estaba previsto que entre ayer y hoy fueran llegando a Hait¨ª unos 10.000 soldados. Entre ellos, unos 3.500 pertenecientes a la 82? Divisi¨®n Aerotransportada y 2.200 marines, adem¨¢s del portaaviones Carl Vinson con dos decenas de helic¨®pteros, un buque hospital y tres buques m¨¢s para el desembarco de veh¨ªculos anfibios.
Ser¨¢ un desembarco propio de una guerra para un pa¨ªs que acaba de sufrir la peor derrota imaginable a manos de un enemigo pertinaz llamado pobreza e infortunio. Ya todo el mundo tiene asumido aqu¨ª que, hasta que los estadounidenses no pongan orden, las cajas de antibi¨®ticos y analg¨¦sicos que tanto necesita la doctora Mar¨ªa Claudia Mallarino seguir¨¢n in¨²tilmente cerradas junto a las pistas del aeropuerto de Puerto Pr¨ªncipe.
Y lo que es peor: a menos de un kil¨®metro de donde la doctora llegada de Estados Unidos y un grupo m¨¢s de m¨¦dicos impotentes se desesperan ante el dolor que no pueden atajar. "D¨ªganlo, por favor. Necesitamos urgentemente antibi¨®ticos intravenosos, analg¨¦sicos... Y tambi¨¦n m¨¦dicos ortopedistas, anestesi¨®logos... Por favor, venga conmigo, f¨ªjese en qu¨¦ situaci¨®n estamos".
Lo que se ve a continuaci¨®n es que, dentro del acuartelamiento de la misi¨®n de Naciones Unidas para Hait¨ª, a menos de un kil¨®metro del aeropuerto, unos 40 haitianos heridos por el terremoto, algunos de ellos rescatados en las ¨²ltimas horas de las entra?as de sus casas, est¨¢n tirados por el suelo. Algunos, los m¨¢s afortunados, descansan sobre unos cartones, como si fueran vagabundos -o tal vez porque ya lo son-, quej¨¢ndose de dolor por la falta de calmantes, curados chapuceramente a la vista de todos, rodeados de suciedad y con el mismo olor a muerte que se trajeron de la tumba unas horas antes.
A la salida del cuartel general de Naciones Unidas, la situaci¨®n tambi¨¦n ha cambiado radicalmente. El s¨¢bado, un soldado con su arma en bandolera se bastaba para mantener la seguridad. Ayer, dos decenas de cascos azules peruanos se las ve¨ªan y deseaban ante una multitud desesperada en busca de algo que llevarse a la boca. Uno de los soldados intentaba convencer a un muchacho de que no est¨¢ en su mano. "Esto se est¨¢ poniendo muy feo", reflexiona, "incluso yo le dir¨ªa que esto est¨¢ a punto de explotar. Los negritos est¨¢n empezando a tener mucha hambre...".
En la calle, decenas de personas cargadas con maletas buscan desesperadamente el modo de salir de la ciudad. En cuanto tienen ocasi¨®n se suben en camionetas tan llenas de gente que apenas pueden arrancar. Se van huyendo del hambre, pero tambi¨¦n del clima de guerra que ya se cierne sobre Puerto Pr¨ªncipe.
S¨®lo hace falta acercarse al centro para comprobar que el soldado peruano dio de lleno en la diana. Un paseo por las cercan¨ªas de la catedral de Puerto Pr¨ªncipe, que el d¨ªa anterior se pod¨ªa hacer con relativa tranquilidad, se convierte en una encerrona. Decenas de personas, sin distinci¨®n de edad, atacan un supermercado en ruinas para, sin reparar en el peligro de derrumbe o consider¨¢ndolo menor que el de morir de hambre, arrebatar de los escombros sacos de arroz y de patatas, botellas de aceite, latas de refrescos, galletas, queso y, ya puestos, cajas de cosm¨¦ticos.
Un todoterreno con cascos azules aparece en escena, pero pasa de largo sin intervenir. Los soldados contemplan c¨®mo la gente se pelea entre s¨ª por un simple paquete de patatas fritas. Hay una mujer que placa por la espalda a un joven que ya estaba huyendo con una caja. Forcejean. Al rato, aparece una tanqueta blanca de Naciones Unidas pero tambi¨¦n prefiere hacer la vista gorda. De pronto, como si en esta ciudad sin gobierno a¨²n quedara un rescoldo de autoridad, aparecen varios polic¨ªas haitianos bien pertrechados. Lo primero que disparan son bombas lacrim¨®genas, pero enseguida ya empiezan a sonar los primeros disparos.
Un sonido que ya se va haciendo familiar en Puerto Pr¨ªncipe, junto al de los helic¨®pteros que sobrevuelan la ciudad, junto al de la palabra ayuda gritada en todos los idiomas, junto a los ni?os que siguen llorando toda la noche.
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