Desesperaci¨®n bajo una colcha
100.000 personas malviven sin nada en los campamentos desorganizados que han surgido en Puerto Pr¨ªncipe
La se?ora sale de debajo de la colcha ensartada en cuatro ramas que le sirve de vivienda, ve al extranjero y dice: "Me llamo Shomy Paul, tengo 38 a?os, dos hijos vivos conmigo y otros dos muertos que junto con mi marido, tambi¨¦n muerto, a¨²n est¨¢n atrapados en la casa. Pero no encuentro a nadie que me ayude a sacarlos. Gracias". La se?ora se queda satisfecha y se vuelve a la sombra miserable de la colcha y se acurruca en una esquina, como si contar su desgracia a alguien extra?o e impotente le sirviera de algo.
En el campamento improvisado de tienduchas denominado Nancharles, en Puerto Pr¨ªncipe, cada uno de sus cerca de 6.000 habitantes posee una historia parecida o peor. La Cruz Roja calcula que cerca de 100.000 personas malviven ahora en alguno de estos asentamientos levantados de un d¨ªa para otro, poblados por gente sin casa y sin nada, repartidos en solares, mont¨ªculos sin nombre, f¨¢bricas abandonadas, plazas c¨¦ntricas o en los mismos jardines de miembros desaparecidos del Gobierno haitiano.
Mientras desbroza matojos sin fin, un hombre pregunta: "?Y la comida?"
En la entrada de Nancharles hay un tipo agarrado a un cuaderno de espiral. Anota a las familias que acuden: cada apellido, un rengl¨®n, especificando el n¨²mero de ni?os. Al lado, Casandra, una ni?a de 10 a?os, ense?a una especie de tique de metro que por una cara presenta un apellido pintado a l¨¢piz y por la otra dice en ingl¨¦s valid one: es el papelito que permitir¨¢ a su familia recibir la comida cuando llegue. Su madre le ha encargado que se coloque en la entrada para ser la primera en la cola. Para no perder la ayuda.
-?Tienes hermanos?
-Dos, m¨¢s peque?os.
-?Vas al colegio?
-Hace mucho que no.
-?Y tu padre?
-Se fue hace a?os.
-?Tienes casa?
-Se hundi¨® en el terremoto.
-?Qu¨¦ quieres ser de mayor?
-Doctora.
Dentro del campamento, se oyen sobre todo frases angustiadas y obsesivas relativas a la precaria burocracia de la ca¨®tica organizaci¨®n: "?Que no estoy en la lista! ?Que no tengo el tique!".
Una se?ora comprueba en el dichoso cuaderno que, efectivamente, est¨¢ apuntada y luego explica que tiene dos ni?os, que su marido sali¨® de casa el martes del terremoto sin decir ad¨®nde y que no ha regresado. Su casa se hundi¨®. El inventario de su tienda (de todo lo que tiene) es el siguiente: cuatro colchas que sirven de paredes, tres bolsas con ropa, dos cacerolas y tres garrafas de agua.
De pronto, aparecen miembros de la Cruz Roja haitiana y belga que piden que se forme una cola de un representante por familia, preferiblemente mujeres. Trabajosamente, cientos de haitianas forman en fila. Luego avanzan de una en una. "Pedimos que sean mujeres porque son m¨¢s responsables y velan por sus ni?os. Es una manera de garantizar que la ayuda llegar¨¢ a los m¨¢s d¨¦biles", explica Val¨¦rie Batselaere, de la Cruz Roja belga. "El que hagan cola responde a que debe haber un orden. El orden va antes que la entrega", a?ade.
La primera mujer agarra la primera caja y comprende r¨¢pido que no hay comida dentro: una manta, una carpa para protegerse de la lluvia, ¨²tiles de limpieza personal, un juego de cacerolas...
?Y la comida? Un hombre que limpia de matojos un esquinazo del campamento, que ha perdido su hijo y su casa, pregunta lo mismo sin parar de desbrozar: "?Y la comida?". "La comida llegar¨¢ pronto", asegura una responsable de la Cruz Roja haitiana.
Una se?ora cocina un arroz con jud¨ªas en una perola enorme. En un espacio de 40 metros cuadrados viven 71 personas de una misma familia. Hace mucho calor dentro. En una esquina, una mujer mayor se ducha con un cazo. Hay un limpiabotas que sale todos los d¨ªas a buscar trabajo y vuelve sin un centavo porque, evidentemente, nadie en Hait¨ª puede limpiarse el polvo. Hay un alba?il experto en tejados que se ha quedado sin trabajo en una ciudad llena de casas que parecen magdalenas aplastadas de un manotazo.
Nadie sabe ni ha calculado cu¨¢ntos d¨ªas o meses o a?os deber¨¢ permanecer ese ej¨¦rcito compuesto de gentes con la vida partida por la mitad pidiendo tiques y haciendo colas, viviendo de la caridad internacional.
Casandra sigue en la entrada. Una periodista joven aparece montada en una moto. La ni?a sonr¨ªe asombrada y pega un codazo admirativo a una amiga.
-?Por qu¨¦ sonr¨ªes?
-Porque es una mujer. Blanca.
-?Te gusta?
-S¨ª.
-?Por qu¨¦?
-Porque es guapa.
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