Mundo Bauhaus
Antes de llegar por las escaleras mec¨¢nicas a la sexta planta del MOMA, donde est¨¢ la exposici¨®n dedicada a la Bauhaus, uno ya habita el mundo modelado por ella. El edificio mismo del museo, aun despu¨¦s de su ampliaci¨®n de hace unos a?os, con sus muros blancos y sus ¨¢ngulos rectos, con su ascetismo visual que se mantiene a pesar del cambio de escala, pertenece a una escuela de modernidad que viene en l¨ªnea recta de Weimar y Dessau: los espacios di¨¢fanos, el juego de la racionalidad y la transparencia; tambi¨¦n el prop¨®sito de integrar la arquitectura y las artes visuales en una ejemplaridad ilustrada, entre el utopismo y el sentido pr¨¢ctico. Unas plantas m¨¢s abajo, en la secci¨®n admirable dedicada al dise?o industrial, el ejemplo de la Bauhaus es todav¨ªa m¨¢s poderoso, en parte porque en ella hay un cierto n¨²mero de sus objetos m¨¢s celebrados, y sobre todo porque cuando se ve la secuencia de las formas cotidianas que han ido acompa?ando y facilitando la vida a lo largo del ¨²ltimo siglo se comprende hasta qu¨¦ punto la Bauhaus se ha infiltrado en el tejido mismo de las cosas, nos ha ense?ado a mirarlas y a juzgarlas. Los ojos se nos abren gracias a su ejemplo; las manos se nos vuelven expertas al palpar un teclado o la curvatura justa de un rotulador o de una taza; la tipograf¨ªa en el t¨ªtulo de un libro o en un cartel nos est¨¢n diciendo tanto como lo que significan las palabras; apreciamos una belleza que reside en la correspondencia justa entre la forma y su funci¨®n y muestra honradamente el material del que est¨¢n hechas las cosas; y recelamos de manera instintiva de lo decorativo y de lo muy vern¨¢culo.
La Bauhaus se ha infiltrado en el tejido mismo de las cosas, nos ha ense?ado a mirarlas y a juzgarlas
En ella est¨¢ ya el autoritarismo de una modernidad tan segura de s¨ª que ignora todo lo que no sean sus propios principios inmutables
A nosotros la est¨¦tica y la ¨¦tica de la Bauhaus nos dan una impresi¨®n de comienzo radical, un mundo entero surgiendo de la nada, con la asepsia de las formas puras, como los proyectos de edificios en el espacio en blanco de grandes hojas de cuadernos. Pero de donde viene tanta armon¨ªa un poco helada es del paisaje de matanza y ruinas de una guerra reci¨¦n terminada, de la derrota, el sobresalto y el caos provocados por una b¨¢rbara cultura de militarismo y nacionalismo, de borrachera de esencias germ¨¢nicas. S¨®lo vi¨¦ndolas en esta exposici¨®n me doy cuenta de que las tipograf¨ªas limpias de Herbert Bayer, tan familiares despu¨¦s de casi un siglo que casi no nos fijamos en ellas, son una negaci¨®n de la letra g¨®tica de los diplomas y de las proclamas imperiales, una rebeld¨ªa contra el tenebroso romanticismo de cuernos de caza y guardarrop¨ªas medievales y wagnerianas que hab¨ªa enfermado a un pa¨ªs entero alent¨¢ndolo a lanzarse al desastre. En nombre de glorias primigenias y de lealtades de terru?o y de sangre millones de hombres hab¨ªan muerto para nada en el coraz¨®n civilizado de Europa: en la apelaci¨®n de la Bauhaus a la racionalidad como valor supremo hay un saludable despojamiento de rasgos locales, una resuelta negativa a perpetuar tradiciones sofocantes.
En las fotos, los hombres y las mujeres que se reunieron en la escuela tienen el aire de pertenecer a un solo pa¨ªs, no del espacio sino del tiempo, el pa¨ªs abierto y a veces escandalosamente joven de la modernidad: los hombres con chaquetas y corbatas modernas, afeitados, con las manos en los bolsillos; las mujeres con las faldas cortas y las blusas sueltas de mil novecientos veintitantos, con pr¨¢cticos zapatos de tac¨®n, con el pelo corto, con cigarrillos en las manos. Pod¨ªan estar participando en una fiesta con m¨²sica de jazz y licor clandestino en una novela de Scott Fitzgerald. Vienen de muchos lugares de Europa pero a ninguno lo distingue un rasgo nacional. Paul Klee posa fumando un puro y tiene en los ojos un brillo de travesura infantil. Laszlo Moholy-Nagy se hace retratar no como un artista de la antigua escuela, sino como un ingeniero o el gerente de una f¨¢brica: el pelo revuelto a pesar de la brillantina, el mono bien planchado, las gafas de aplicar a las artes una mirada de escrutinio cient¨ªfico. Las viejas academias en las que pintores y escultores se formaban copiando las escayolas heredadas de un pasado decr¨¦pito ahora ser¨ªan talleres en los que se restablecer¨ªa la uni¨®n entre el trabajo manual y la educaci¨®n est¨¦tica, en los que el aprendizaje de las artes se sustentar¨ªa sobre el dominio de las herramientas y los materiales.
Despojado de hojarascas decorativas lo com¨²n revela su nobleza: un plato de barro, una l¨¢mpara, una silla, un pupitre, una p¨¢gina impresa, una tetera, una cuna de ni?o, una tela tejida con arreglo a patrones geom¨¦tricos que tal vez proceden de un dibujo de Paul Klee. Las casas burguesas del pasado son como pantanos de objetos pomposos e in¨²tiles, con cortinajes, con recovecos de polvo, con pomposos retratos de familia, con estampas religiosas y horrendas figurillas de porcelana: en las viviendas modelo inventadas en la Bauhaus lo inunda todo una claridad que entra por anchas ventanas rectangulares, y los muebles, en vez de gravitar sobre el suelo como torvos catafalcos, se adelgazan en paneles lisos, en tubos de metal cromado, en superficies f¨¢ciles de limpiar en las que nunca anidar¨¢ el polvo. Sentarse en una silla de Marcel Breuer es casi como sentarse en el aire. En vez de con atroces mu?ecas de ojos de porcelana y tirabuzones de estopa las ni?as, igual que los ni?os, jugar¨¢n con bloques de madera de colores elementales que les permiten construir un barco de vela, un tren, un autom¨®vil, un puente, una casa. Mujeres j¨®venes se recuestan en divanes dise?ados para adaptarse a la forma del cuerpo y leen revistas ilustradas bajo l¨¢mparas de cuello extensible, fumando cigarrillos.
Pero en tanta perfecci¨®n se va filtrando poco a poco un principio de antipat¨ªa, un sentimiento de amenaza ben¨¦vola. La proscripci¨®n de lo innecesario, de lo casual, de lo decorativo, ?no acaba imponiendo espacios con una antipat¨ªa de oficina o de cl¨ªnica? Una casa blanca aislada, una escuela de ventanales luminosos y grandes campos de deportes, nos atraen con su promesa racional de mejora del mundo y derecho personal a la felicidad: pero de pronto ve uno el dise?o de centenares de casas id¨¦nticas alej¨¢ndose en una perspectiva inflexible y comprende que algunos de los espantos del urbanismo de ahora proceden de aquellos repertorios de buenas intenciones. En la Bauhaus, sospecha uno, est¨¢ ya el autoritarismo de una modernidad tan segura de s¨ª que se considera autorizada a ignorar todo lo que no sean sus propios principios inmutables, lo mismo el paisaje natural que los testimonios del pasado, los saberes constructivos que no pod¨ªan declararse universalmente v¨¢lidos porque estaban adaptados a un cierto clima, a una manera peculiar de vivir, a la disponibilidad de los materiales.
Miro de nuevo la foto de Moholy-Nagy y ahora me alarma su arrogancia, que es la del experto que lo sabe todo y no tolera disidencia porque tiene de su parte la raz¨®n. Prefiero la cara de asombro y burla de Paul Klee, que de vez en cuando perd¨ªa el tiempo en la Bauhaus fabricando con cualquier cosa t¨ªteres de cachiporra para que jugaran sus hijos.
Bauhaus 1919-1933: Workshops for Modernity. MOMA. Nueva York. Hasta el 25 de enero. www.moma.org/.
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