Borrador de un sue?o
En Lausana, en la habitaci¨®n del hospital en el que iba a morirse, entre el letargo de la fiebre y de las medicinas, Vlad¨ªmir Nabokov so?aba completa una novela y a veces cre¨ªa que ya hab¨ªa terminado de escribirla, y que se la le¨ªa en voz alta a un grupo de oyentes. Sus sue?os hab¨ªan sido siempre muy v¨ªvidos. El detallismo de su imaginaci¨®n visual se hace transparente en una escritura que elude con una especie de liviana maestr¨ªa la dificultad de las palabras para contar con precisi¨®n la realidad f¨ªsica, las vaguedades y las abstracciones del lenguaje. Seg¨²n su bi¨®grafo, Brian Boyd, Nabokov "visualizaba una novela en su mente, completa de principio a fin, antes de ponerse a escribirla". Pero en Lausana, en la primavera y a principios del verano de 1977, su imaginaci¨®n de novelista y de entom¨®logo era invadida por los malos sue?os que anticipaban la muerte, y en sus momentos de lucidez comprender¨ªa que la novela vislumbrada con tanta claridad ya no iba a llegar a existir. El cuerpo hinchado y dolorido por la enfermedad era su prisi¨®n. Hab¨ªa contra¨ªdo una infecci¨®n hospitalaria que le inflamaba los bronquios, que le provocaba dolores insoportables en los dedos de los pies.
Un a?o antes, despu¨¦s de una primera estancia en el hospital, hab¨ªa contado el sue?o de la lectura en voz alta de la novela completa: en el interior de un jard¨ªn de altos muros, para una audiencia que inclu¨ªa p¨¢jaros y gatos y a sus abuelos muertos hac¨ªa much¨ªsimos a?os. El despertar desbarataba la felicidad y el alivio de haber terminado de escribir. En la vida diurna, la novela era un mazo descabalado de fichas de cartulina, id¨¦nticas a las que hab¨ªa usado desde el comienzo de su vida de profesor en Estados Unidos: las fichas en las que se apuntaban notas y referencias bibliogr¨¢ficas, las que serv¨ªan para catalogarlo todo en una ¨¦poca muy anterior a la de las computadoras. A l¨¢piz, con su letra pulcra, inclinada y picuda, Nabokov subdivid¨ªa la escritura de cada una de sus novelas en el espacio breve y muy reglamentario de las fichas, y en cada una completaba un fragmento tan cerrado sobre s¨ª mismo como un poema. El tama?o de la cartulina, su tenue rayado, parecen excluir la posibilidad del arrebato y del abandono, de desarreglo efusivo y est¨¦tico que Nabokov tanto detestaba: en cada ficha hay un principio y un fin, y la provisionalidad de lo escrito a l¨¢piz a?ade un nuevo escr¨²pulo de control. Una palabra que no fuera justa podr¨ªa ser borrada sin rastro, sin el melodrama de las tachaduras de tinta sobre un papel m¨¢s fr¨¢gil que la cartulina y por lo tanto m¨¢s propicio a ser desgarrado o estrujado (estrujando hojas de papel y tir¨¢ndolas a la papelera despu¨¦s de arrancarlas de la m¨¢quina de escribir me imaginaba yo cuando era muy joven a los escritores).
Un t¨ªtulo, The Original of Laura , y ciento treinta y ocho fichas escritas a l¨¢piz era lo que qued¨® de la novela que Vlad¨ªmir Nabokov hab¨ªa so?ado y estuvo escribiendo hasta poco antes de morir. A su mujer, Vera, le hab¨ªa hecho prometerle que destruir¨ªa el manuscrito si a ¨¦l no le daba tiempo a terminarlo. Pero qui¨¦n borra voluntariamente un rastro de la persona amada despu¨¦s de haberla perdido. Vera Nabokov no se decidi¨® a cumplir la promesa hecha a su marido y cuando ella tambi¨¦n muri¨®, en 1991, las fichas estaban guardadas en la caja fuerte de un banco. El tiempo acentuaba la leyenda. Que en alguna parte estuviera preservada una novela in¨¦dita de Nabokov de la que nadie sab¨ªa nada confirmaba la duraci¨®n de su presencia despu¨¦s de la muerte. Lolita, Pnin, P¨¢lido fuego, Sebastian Knight, Habla, memoria habitan en la imaginaci¨®n de los lectores m¨¢s all¨¢ de la materialidad del estilo y de las p¨¢ginas escritas, en un reino propio que nos parece invulnerable al olvido, esper¨¢ndonos siempre con toda su intacta verdad en cuanto abrimos de nuevo uno de esos libros.
Y sin embargo cuando vi en las librer¨ªas har¨¢ unos dos meses un recio volumen con el nombre de Vlad¨ªmir Nabokov y el bello t¨ªtulo de la novela con la que segu¨ªa so?ando poco antes de morir no me sent¨ª tentado de hojearlo, ni le¨ª las rese?as que iban apareciendo. Me reten¨ªa algo que yo no sab¨ªa lo que era, un desagrado, una especie de pudor. El libro ha llegado a mi casa como un regalo, y ya no he tenido m¨¢s remedio que abrirlo. Los editores lo han titulado "una novela en fragmentos": es verdad que son fragmentos, pero no que sea una novela. M¨¢s de treinta a?os despu¨¦s de la muerte de su padre Dmitri Nabokov ha recuperado las fichas de la c¨¢mara acorazada del banco suizo en el que estaban guardadas, y uno comprende que permanecieran en un sitio as¨ª: el sitio del dinero, no el de la literatura. Cada p¨¢gina del libro contiene el facs¨ªmil de una de las fichas, y su transcripci¨®n. Para completar el aire de reliquia, las fichas pueden ser desprendidas de las p¨¢ginas, y organizadas en el orden que uno quiera darles, como tal vez habr¨ªa hecho Nabokov.
El efecto, entre obsceno y lujoso, es de tristeza. Dmitri Nabokov invoca ejemplos cl¨¢sicos de lo que llam¨® Milan Kundera testamentos traicionados: los herederos de Virgilio no quemando la Eneida, Max Brod preservando contra la voluntad expresa de Kafka los manuscritos de sus novelas in¨¦ditas. Pero en The Original of Laura s¨®lo hay ruinas, aunque de vez en cuando brille entre ellas el oro puro de un tesoro perdido. La hermosa novela ya construida en la imaginaci¨®n de Nabokov resulta ser una serie de r¨¢fagas inconexas, como los sue?os mal recordados despu¨¦s de una noche de fiebre. La reiteraci¨®n de lo familiar confirma la evidencia de un derrumbamiento. Hay una mujer de veinticuatro a?os tan delgada que su espalda parece la de un ni?o que se est¨¢ ba?ando, y sus pechos los de una ni?a de doce; hay un padrastro s¨®rdido que ronda a la ni?a cuando la madre no est¨¢: su nombre es Hubert H. Hubert; hay un hombre muy gordo que huele mal y es humillado sexualmente por esa mujer muy delgada que se llama Flora y sobre la que alguien escribir¨¢ una novela llam¨¢ndola Laura; hay unos hombros que emergen de un vestido sin tirantes y son tan blancos como el empeine revelado por unas babuchas de terciopelo negro. En una sola ficha cabe la horrenda tristeza de un encuentro sexual fracasado: la mujer muy joven sentada de espaldas sobre el regazo del marido gordo, mirando distra¨ªda hacia algo mientras salta r¨ªtmicamente sobre ¨¦l para acabar cuanto antes, sin que se encuentren nunca las miradas, "como sapos, como tortugas". Un hombre embotado y enfermo imagina la dulzura de morir o de ir borr¨¢ndose poco a poco a s¨ª mismo como se borra una figura sobre una pizarra. De pronto una sola l¨ªnea inconexa alude a un para¨ªso: Los toldos color naranja en los veranos del sur. Pero quiz¨¢s Nabokov ya no so?aba una novela sino el borrador de una pesadilla.
The Original of Laura. Vlad¨ªmir Nabokov. Prefacio de Dmitri Nabokov. Knopf. 2009.
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