Antes y ahora
Ya pas¨®. Ahora ya ha sucedido lo que menos tem¨ªa, otra juventud ha ocupado el lugar de la nuestra. Mi cuento termina y otro empieza. Denme por muerto. Todo lo que soy capaz de recordar me hace da?o. La vida de antes se ha terminado, y esta es la vida de ahora. No es un problema, como pudiera parecer, seguramente es una buena soluci¨®n.
El d¨ªa que David Foster Wallace decidi¨® suicidarse saqu¨¦ de mi casa todos los taburetes y la ¨²nica soga que ten¨ªa, por aquello de las barbas del vecino. No pretendo compararme con Foster Wallace, somos escritores distintos, pero su camino y el m¨ªo en mi imaginaci¨®n se hab¨ªan cruzado. Su enfermedad, fuera la que fuera, ten¨ªa s¨ªntomas que conoc¨ªa bien, euforia, depresi¨®n, virulenta energ¨ªa y virulenta tristeza, algunos enterradores apuntan a esa cosa llamada esquizofrenia que se llev¨® por delante la vida de mi hermano mayor, en M¨¢laga y frente al mar. Conozco de primera mano los centros psiqui¨¢tricos, los electroshocks, la herida del alma que no se cura nunca. Tambi¨¦n tengo cierta experiencia en famas relativas y en la irritaci¨®n que producen alrededor, y en el profundo desconcierto que cultivan dentro. La vida y la muerte de Wallace me record¨® muchas cosas, por las que de una manera u otra hab¨ªa pasado. El s¨ªndrome de Hamelin era una de ellas. Aquellos significados en un momento dado como flautistas de una generaci¨®n saben que es un peso insensato e imposible de llevar y muy alejado no s¨®lo de nuestra capacidad, sino tambi¨¦n, y esto es lo m¨¢s importante, de nuestros verdaderos intereses.
"Comprender esa distancia y perdonarla puede consumir una vida"
Afortunadamente, todo termina. La juventud se acaba y el coraz¨®n contin¨²a. Hace apenas nada muri¨® Iv¨¢n Zulueta, otra de esas almas raras condenada por dios sabe qu¨¦ a tres actos diferentes. Un principio, un medio y un final, dif¨ªcilmente comprensibles desde la distancia, y seguramente muy razonables desde el centro de su propia historia.
Despu¨¦s y en seguida muri¨® Rohmer en el polo opuesto de una sensibilidad no tan distinta. Sus ojos alegres no eran los de Iv¨¢n, ni los de Wallace, pero su inteligencia no desmerec¨ªa frente a la de nadie. De tantas muertes guarda uno el dolor y la obligaci¨®n de seguir viviendo como sea, de otra manera y, sobre todo, ma?ana.
Pegarse a una parte de la propia vida es morir cada d¨ªa, ser capaz de recordar e imaginar en la misma medida es seguramente estar vivo.
Rohmer sab¨ªa que no hay que llevar ni a los ni?os ni a las ratas a ning¨²n sitio, que un hombre s¨®lo se representa en realidad a s¨ª mismo. Que la dignidad sujeta cosas importantes que la ambici¨®n se empe?a en derrumbar.
Que el arte es tambi¨¦n y entre otras muchas cosas un oficio de afortunados.
Antes y ahora son dos posiciones muy alejadas, comprender esa distancia y perdonarla puede consumir una vida, pero ni antes ni ahora tienen la culpa, porque se separaron naturalmente en el tiempo, la culpa es nuestra por no haber entendido lo m¨¢s brutal, lo m¨¢s sencillo.
Que antes ya no existe y que ahora es justamente esto.
Resulta formidable y es motivo de alegr¨ªa que otros roben el lugar de nuestro pasado para hacerse con el futuro. Cualquier padre o madre sabe que ver crecer es el mejor regalo, que uno se aparta d¨®cilmente para que la vida contin¨²e. El suicidio conlleva la impaciencia por morir, cuando en realidad morir es muy f¨¢cil, no hay m¨¢s que dejar que suceda y si puede ser, conseguir que nos pille entretenidos con nuestras cosas.
Con los ojos tan abiertos como los del viejo Rohmer.
Guardando a buen recaudo lo m¨¢s dulce del pasado, sabiendo que no hay disputa alguna entre ese antes y este ahora.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.