El Cabanyal, naufragio de cemento
En la franja del litoral entre el Grao de Valencia y la Malvarrosa tienen asiento varios poblados marineros divididos desde el siglo XIX por las acequias del Turia, que vert¨ªan las aguas en el mar. La acequia del Riuet marcaba la frontera del Grao con el Canyamelar; la acequia de En Gasch separaba el Canyamelar del Cabanyal; la acequia de Los ?ngeles o de Pixavaques limitaba el Cabanyal de la Malvarrosa, que entonces se llamaba Cap de Fran?a, la cual a su vez ten¨ªa en la acequia de La Cadena la ¨²ltima marca de las playas de la ciudad de Valencia. De estos poblados, el del Cabanyal era el que pose¨ªa el alma m¨¢s fuerte, m¨¢s marinera, puesto que constitu¨ªa el centro de todo el ajetreo de la pesca. En su playa varaban en aquel tiempo, junto a Flor de Mayo, la barca que dio nombre a la primera novela de Blasco Ib¨¢?ez, otras cincuenta embarcaciones de cubierta, de entre 15 y 25 toneladas, que faenaban d¨ªa y noche en aguas del golfo. La id¨ªlica escena de los bueyes rubios tirando de ellas en medio de las olas para arrastrarla hacia la arena o botarlas en el agua ha servido de motivo para muchos cuadros de Sorolla y de Jos¨¦ Navarro, si bien por debajo de esa luz cegadora y aparente felicidad preternatural alentaban las pasiones y la miseria de los hombres de mar y de aquellas mujeres que esperaban en la orilla con un cesto en la cadera la llegada del pescado.
Si el Ayuntamiento fuera una empresa realmente ciudadana, estos poblados marineros ser¨ªan respetados
El espa?ol, conservador y retr¨®grado en ideas pol¨ªticas y religiosas, es pr¨®digo a la hora de destruir el patrimonio
Aunque parezca una batalla perdida, sus vecinos est¨¢n tambi¨¦n ahora dispuestos a batirse hasta el final
La novela Flor de Mayo, publicada por Blasco Ib¨¢?ez en 1895, es un drama borrascoso que narra la vida maldita de aquellos pescadores, pero ese relato de celos, venganzas y naufragios, le¨ªdo hoy, no es nada si se compara con la nueva borrasca de cemento, ladrillo y especulaci¨®n que est¨¢n ahora soportando los habitantes del Cabanyal y que les llega directamente por decreto desde el Ayuntamiento de Valencia mediante una avenida abierta con la piqueta, que parad¨®jicamente lleva el nombre del autor de la famosa novela y que pretende partir en dos el alma marinera del barrio y su recuerdo hist¨®rico imborrable.
A finales del siglo XIX, este poblado marinero estaba unido a las colonias veraniegas que los burgueses de Valencia hab¨ªan establecido en la playa, y en ellas los personajes de Arroz y tartana, menestrales felices del entorno del mercado central y los de Flor de Mayo, pescadores llenos de pasiones elementales, conviv¨ªan durante unos meses al a?o en un conglomerado donde se mezclaban casas de estilo colonial y modernista con miserables barracones. Aquel entramado de pescadores, marineros y burgueses de la capital proporcion¨® mucha materia a Escalante para sus sainetes valencianos y a Blasco Ib¨¢?ez para su drama naturalista, al estilo de su maestro Zola.
Hay que imaginar c¨®mo ser¨ªa la vida del Cabanyal en aquel tiempo. Al atardecer, antes de que se encendieran los faroles de gas, sonaban las fichas de domin¨® en los caf¨¦s; tal vez hab¨ªa una representaci¨®n en el teatro de la Marina o se o¨ªa la pianola de un baile que se celebraba en alguna villa mesocr¨¢tica con fachada de azulejos y mirador historiado; los veraneantes hac¨ªan tertulias en las puertas de casa tomando el fresco y por la calle de la Reina, la principal de la barriada, se paseaba con chaqueta de pijama a rayas Blasco Ib¨¢?ez, que entonces a¨²n viv¨ªa en la alquer¨ªa de San Juan, antes de construirse la mansi¨®n en la Malvarrosa, con cari¨¢tides en la terraza. El escritor conoc¨ªa a fondo aquel mundo, pero adem¨¢s de extraer de ¨¦l personajes de ficci¨®n, tambi¨¦n era un agitador pol¨ªtico y se mov¨ªa por el casino republicano del Cabanyal levantando pasiones populistas contra la monarqu¨ªa, el clero y el militarismo.
Casas de pescadores, balnearios de Las Arenas, termas Victoria, donde se establecieron despu¨¦s los salones de baile Casablanca; los establos de la casa de los bueyes de tiro de las barcas; barriadas de veraneantes burgueses, con casas art d¨¦co; el sanatorio de San Juan de Dios, que recog¨ªa a los ni?os lisiados pintados por Sorolla; merenderos de la explanada de Neptuno, y casetas de ba?os se alternaban en la playa desde el Grao hasta la Malvarrosa, que deb¨ªa el nombre a la f¨¢brica de esencias para perfumistas extra¨ªdas de las malvas ros¨¢ceas, propiedad del franc¨¦s Robillard.
Estamos en lo de siempre, si el Ayuntamiento de Valencia, en lugar de ser una empresa constructora al servicio de la codicia de los tiburones, hubiera sido una empresa realmente ciudadana estos poblados marineros habr¨ªan sido cuidados, respetados, restaurados y asumidos desde el principio como un verdadero tesoro urbano; si la ciudad se hubiera extendido de forma org¨¢nica, como lo ha hecho, por ejemplo, Londres, habr¨ªa asimilado los pueblos huertanos de alrededor respetando su alma, sin destruirlos ni aniquilarlos con autov¨ªas, avenidas impersonales y edificios vulgares como pretende hacerlo ahora con el Cabanyal. Pero este barrio tiene una personalidad muy fuerte, un alma muy definida, hecha a una lucha antigua contra los embates y las zozobras del mar. Aunque parezca una batalla perdida, sus vecinos est¨¢n dispuestos tambi¨¦n ahora a batirse hasta el final contra la otra amenaza de naufragio, que le viene esta vez desde el centro de la ciudad.
No se trata de literatura ni de nostalgias. El aura m¨¢s intensa de una ciudad, que envuelve sus calles, plazoletas, tiendas, caf¨¦s, teatros y peque?os jardines, la crean los artistas y los literatos que por all¨ª han pasado, no los pol¨ªticos y menos a¨²n las inmobiliarias. En este sentido, el Cabanyal ha dado lo mejor a Valencia. All¨ª alienta el esp¨ªritu de Blasco Ib¨¢?ez, de Sorolla, de Benlliure, de Jos¨¦ Navarro, de Mongrell, de Agust¨ª Centelles, de Cecilio Pla. Su memoria es la que va a ser destruida para siempre cuando esta avenida llegue al mar. La historia se habr¨¢ acabado y una vez m¨¢s se habr¨¢ repetido la vieja maldici¨®n, aplicable al resto de Espa?a. ?ste es un pueblo conservador y retr¨®grado en ideas pol¨ªticas y religiosas, pero absolutamente pr¨®digo a la hora de destruir el patrimonio que merece ser conservado. Se sigue rezando novenas a san Cucufate y se tiran a la basura los azulejos de una cocina del siglo XVII para sustituirlos por un z¨®calo de pl¨¢stico; un cura tridentino entrega a un chamarilero una talla rom¨¢nica a cambio de que le arregle una gotera en la abad¨ªa; un ayuntamiento de derechas destroza pueblos llenos de casas solariegas, casinos de labradores y jardincillos con templetes de m¨²sica, que son s¨ªmbolos de su ideolog¨ªa, para convertirlos en ciudades dormitorios de ladrillo visto; se cambian a pelo artesonados con vigas de madera noble del siglo XV por cubiertas imitando a m¨¢rmol.
El Cabanyal ha sido declarado conjunto hist¨®rico protegido, patrimonio de inter¨¦s cultural. Para destruirlo, el Ayuntamiento ha tramado un plan muy estudiado. Primero lo dej¨® abandonado a su aire; luego propici¨® que lo ocuparan tribus marginales; compr¨® viviendas a medida que las hac¨ªa inhabitables; las llen¨® de ratas y, finalmente, ha tentado con el se?uelo de la revalorizaci¨®n a sus habitantes m¨¢s d¨¦biles o desmoralizados mientras las palas y las hormigoneras avanzaban hacia el mar como si las guiara una fuerza l¨®gica, moderna e imparable, cuando s¨®lo se trata de codicia unida al mal gusto que es la gracia urban¨ªstica, herencia del franquismo. Un hotel de lujo hortera devor¨® el esp¨ªritu del balneario de Las Arenas; los chal¨¦s en ruinas de la calle de Eugenia Vives pronto ser¨¢n sustituidos por una fachada impersonal de muchas alturas y as¨ª sucesivamente va a caer bajo la piqueta un barrio que pudo haber sido un modelo de amor a la historia por parte de ediles cultos y conscientes de que la ciudad es una empresa de los ciudadanos y no de los especuladores. La plataforma creada para salvar el Cabanyal tiene todav¨ªa a?os de lucha legal por delante. Se trata de que esta vez no vuelva a naufragar la barca Flor de Mayo.
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