La golosina cultural
?Por fin, habr¨¢ f¨²tbol todos los d¨ªas! El sue?o hist¨®rico de las masas de aficionados o de los aficionados en masa ha llegado a realizarse justo en un momento que, como preconizaban las ¨¦lites, su capacidad de distracci¨®n amansar¨ªa oportunamente la agitaci¨®n social. Por fin las masas reciben lo que ansiaban y con ello cabr¨ªa esperar que se atontaran con su contento ocasional.
No ser¨ªa desde luego un contento verdadero pero la misma alineaci¨®n de las masas, seg¨²n el marxismo, les impedir¨ªa distinguir la ficci¨®n de la verdad, el salario de la plusval¨ªa y el empleo de la explotaci¨®n. Sin embargo, ?qu¨¦ ocurre ahora cuando uno de los t¨¦rminos de esa ecuaci¨®n desaparece? ?Qu¨¦ consecuencias se presentan cuando el trabajo tiende a cero y cuando el sentir actual de las masas no es ya un efecto de la eventual alineaci¨®n sino la sustancia de la sociedad misma?
?Qu¨¦ ocurre cuando la Wikipedia es el centro del saber y la sabidur¨ªa se desliza hacia la muchedumbre?
En el primer cap¨ªtulo de La rebeli¨®n de las masas, publicado en el diario El Sol (24 de octubre de 1929) el mismo d¨ªa en que estall¨® el crash del 29, Ortega certifica "el advenimiento de las masas al pleno poder¨ªo social" y a?ad¨ªa, oliendo acaso la larga y profunda depresi¨®n: "Como las masas, por definici¨®n, no deben ni pueden dirigir su propia existencia y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la m¨¢s grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer".
Ese supremo padecimiento cultural coincid¨ªa aquel 24 de octubre con el ascendente dominio de la multitud. Y hay m¨¢s coincidencias: el fin de la Gran Cultura se datar¨ªa, despu¨¦s, con el triunfo de esas masas.
Umberto Eco en Apocal¨ªpticos e integrados ante la cultura de masas no cre¨ªa, hace ahora 45 a?os, en la entidad e identidad de la cultura de masas. Este fen¨®meno ser¨ªa como un subproducto que fabricaba la cultura burguesa para anestesiar al burdo proletariado.
Tanto las novelas de amor como los modelos estelares del cine o de la televisi¨®n propon¨ªan situaciones humanas que, en opini¨®n de Eco, no ten¨ªan conexi¨®n alguna con las situaciones de la poblaci¨®n com¨²n. Las lavadoras despertaban ilusi¨®n donde a¨²n se lavaba a mano y los aspiradores encantaban a las amas de casa de cuyas viviendas era completamente imposible hacer desaparecer el polvo.
Todos los medios de comunicaci¨®n de masas desarrollaban la funci¨®n de hipnotizar a las masas. El f¨²tbol, evidentemente, tambi¨¦n.
Pero ?qu¨¦ ocurre, sin embargo, ahora cuando la Wikipedia es el centro del saber, la sabidur¨ªa se desliza hacia la muchedumbre (the wisdom of crowds, the power of many) y la innovaci¨®n procede de las fuentes abiertas en la Red?
Sucede que es vacuo pensar en un gabinete capaz de dise?ar las estrategias de alineaci¨®n popular para un momento cultural dado y que es ya la misma condici¨®n popular quien decide arrolladoramente el dise?o del producto. Los chats, las producciones cinematogr¨¢ficas, la programaci¨®n televisiva, los juegos de la Red, las webs sociales sean YouTube, Facebook o Twitter, sean los intercambios gigantescos, la m¨²sica, la literatura, el periodismo, el turismo, el porno, el deporte mundial, son fen¨®menos cuya magnitud imanta la materialidad de lo social.
Hace mucho tiempo que es impertinente hablar de una cultura aut¨¦ntica y de un suced¨¢neo de esa cultura. El ¨¢mbito tachado de suced¨¢neo ha ganado la categor¨ªa de paradigma y desde una exposici¨®n de Tiziano a la proyecci¨®n de Avatar, la longitud de la cola marca el vigor de su influencia.
?El f¨²tbol una subcultura? Nadie puede afirmarlo sin pasar por trasnochado. En esta nueva cultura de masas donde habitamos todos, se ofertan juntos men¨²s de muchas clases: hay platos calientes y helados de tres gustos. En cualquiera de los casos, la cultura ha dejado de ser un alimento sagrado para convertirse en una golosina cuyo noble fin, en medio de esta amarga crisis, es tratar de endulzar el paladar.
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