Nacidos libres
La desigualdad se perpet¨²a y se ceba con los j¨®venes de los guetos
Su normalidad es deliciosa. Arrastran los pies por los centros comerciales y miran escaparates sin comprar nada. Camisetas rosa y sandalias a juego. Calzoncillos asomando por los pantalones y deportivas de marca. Estudian o trabajan y se saben por ello privilegiados. Cuando Nelson Mandela fue liberado, hace 20 a?os, dejaban los pa?ales, empujaban un triciclo o acababan de nacer y la figura del gran hombre les ha acompa?ado toda su vida, tan cercana o m¨¢s que la de sus abuelos. El futuro es suyo y estos j¨®venes, blancos y negros, lo saben.
Pero esta normalidad, deliciosa por imposible hace s¨®lo dos d¨¦cadas, se acaba cuando se abandonan los centros urbanos y se llega a los guetos, donde el paro y la pobreza abortan los sue?os. El futuro es de otros y los j¨®venes lo saben. La liberaci¨®n de Mandela no ha supuesto ning¨²n cambio para ellos, dicen con frustraci¨®n. Una declaraci¨®n terrible, dolorosa para una generaci¨®n nacida libre, pero presa de la desigualdad econ¨®mica que se perpet¨²a en la Sur¨¢frica posapartheid.
En los barrios pobres de Ciudad del Cabo, la tasa de paro juvenil llega al 80%
En el centro comercial, Mike Ramathwala, de 21 a?os, habla de Tata Madiba (apodo de Mandela, pap¨¢ Madiba). "Estaremos para siempre en deuda con ¨¦l, con los que lucharon contra el apartheid. Soy el primero de mi familia en ir a la universidad", dice. Ramathwala va a ser m¨¦dico. Estudia en Ciudad del Cabo procedente del otro extremo del pa¨ªs, la provincia de Limpopo, rural, pobre. Sabe que queda mucho por hacer: "Gran parte de la econom¨ªa est¨¢ en manos de blancos y muchos todav¨ªa no se han arrepentido de lo que hicieron". Disculpa las corruptelas del Gobierno del Congreso Nacional Africano (ANC, en ingl¨¦s): "Ellos ven¨ªan del exilio o de la clandestinidad, no sab¨ªan de finanzas, de corrupci¨®n. Ser¨¢ nuestra generaci¨®n la que acabe con la corrupci¨®n".
Optimismo tambi¨¦n el de Ashren Goliath, que es cajera en un supermercado, "pero esto s¨®lo es para ahorrar y poder estudiar teatro". Es coloured y habla con el acento cantar¨ªn de los mulatos del Cabo. Tiene 20 a?os y nada del victimismo que se percibe en los guetos coloured: "No creo eso que se dice de que no ¨¦ramos lo suficientemente blancos durante el apartheid y no somos lo suficientemente negros ahora [para tener poder pol¨ªtico o econ¨®mico]. A¨²n hay algo de racismo, pero no como antes. Las cosas han mejorado y tenemos m¨¢s oportunidades". Ashren se queja del crimen, que domina los guetos de las ciudades, y de las drogas.
Convence tambi¨¦n el esp¨ªritu de Seth Brumer, de 22 a?os. Empez¨® su primer trabajo como cocinero ayer. Pero no se queda ah¨ª: "Me gustar¨ªa ser periodista". Como todos los veintea?eros, oy¨® hablar de Mandela en casa y lo estudi¨® en la escuela, donde compart¨ªa aulas con compa?eros negros. "Creo que nuestra generaci¨®n apoya m¨¢s los ideales de Mandela que nuestros padres".
Mike, Ashren o Seth son una minor¨ªa. Alrededor del 60% de los j¨®venes surafricanos de entre 15 y 24 a?os est¨¢ en el paro, una bomba de relojer¨ªa de consecuencias imprevisibles, seg¨²n muchos analistas. Y en los guetos el porcentaje puede dispararse hasta el 75% o el 80%. Phelo Makalani y Zukisani Biko tienen 20 y 25 a?os, respectivamente. Hablan en una chabola del gueto de Khayelitsha, el m¨¢s grande de Ciudad del Cabo, reconvertida en un museo del apartheid. Bajo el pu?o alzado de Mandela y un algo incongruente p¨®ster del Che Guevara, optimismo y energ¨ªa desaparecen, bienes sin demanda en los guetos.
Zukisani ya ha pasado tres veces por prisi¨®n: "S¨®lo he trabajado cuatro meses, empujando carritos en un supermercado". Dejaron la escuela a los 12 a?os. No pod¨ªan permit¨ªrsela. Los padres de Zukisani y el padre de Phelo han muerto. Nadie habla de las causas, pero el fantasma del sida planea en la chabola. Phelo vive con cuatro hermanos y con su madre, la ¨²nica que trabaja, 14 euros por d¨ªa como criada, tres d¨ªas a la semana. "Mi madre reza para que encuentre trabajo. Pero necesito dinero para el transporte a la ciudad, para buscar trabajo. Y no quiero robar. Lo hice antes. A los 15 a?os robaba en el gueto a las se?oras que iban a pagar la electricidad, los sueldos de la gente los viernes. Mi familia me da de lado por eso". Dependen de limosnas de familiares, de amigos, "durante el d¨ªa nos sentamos en una esquina, no hacemos nada".
Phelo querr¨ªa ser mec¨¢nico: "Trabaj¨¦ una vez, seis meses, como chapista". Le gust¨®. Son peque?os y delgados y cuesta imaginarlos en la c¨¢rcel o cometiendo un robo. Hablan quedo, observan mucho el suelo y vac¨ªan la mirada con frecuencia, acostumbrados a la nada. "S¨¦ de Mandela, en casa se habla de lo que hizo, pero no puedo decir que mi vida haya cambiado por ¨¦l", se lamenta Zukisani. "?Nacidos libres?", se pregunta Phelo, "las cosas siguen igual, no soy libre, no lo ser¨¦ hasta que tenga un trabajo y pueda mantenerme por m¨ª mismo".
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