Las alas de ?caro
Brutalidad. Romanticismo. Pasi¨®n. Drama. Muerte. Destrucci¨®n. La carrera de Alexander McQueen se presta a los sustantivos de alto voltaje. Por eso, se considera que sus dise?os eran un fiel reflejo del estado de su torturada mente. Y muy pronto (?tal vez demasiado?) se le concedi¨® categor¨ªa de artista genial, con la dolorosa carga que ello conlleva.
Lo que es indiscutible es que desde su graduaci¨®n en la escuela Central Saint Martins en 1994, McQueen ha entregado algunas de las escenas m¨¢s emocionantes y po¨¦ticas de la moda contempor¨¢nea. Fue aprendiz de sastre en Savile Row, luego inventor de fantas¨ªas. En su trabajo se un¨ªa lo mejor de la t¨¦cnica y la agitada excitaci¨®n de la pulsi¨®n creativa. Mujeres luchando contra el viento en una estepa siberiana, convertidas en figuras de una estramb¨®tica partida de ajedrez, en aves heridas o alucin¨®genas, en damas victorianas, en bucaneras o en fren¨¦ticas bailarinas que buscan en el parqu¨¦ el consuelo a la depresi¨®n econ¨®mica. Fuera cual fuera la inspiraci¨®n, a partir de ella generaba extraordinarias e in¨¦ditas criaturas. Ten¨ªan un c¨®digo gen¨¦tico com¨²n, todas proced¨ªan de una galaxia tan lejana como insondable: su explosiva imaginaci¨®n.
En su trabajo se un¨ªa lo mejor de la t¨¦cnica y la excitaci¨®n de la pulsi¨®n creativa
Pas¨® por Espa?a en 2003 para recoger el Prix de la Mode de la revista Marie Claire y dej¨® en la memoria de los que pasaron con ¨¦l aquellos d¨ªas el rastro de un tipo complejo y extremo. Visit¨® el Museo del Prado para saciar su obsesi¨®n por Goya, Vel¨¢zquez y la pintura medieval. Y exprimi¨® al l¨ªmite la noche madrile?a para aliviar la presi¨®n que el ¨¦xito ejerc¨ªa sobre ¨¦l. Joana Bonet, directora de la publicaci¨®n, le recuerda como un tipo orgulloso de sus or¨ªgenes humildes y deseoso de marcar distancias entre los que, como ¨¦l, se hab¨ªan hecho a s¨ª mismos y los que siempre hab¨ªan vivido entre algodones.
Es cierto que cultiv¨® su rebeld¨ªa dentro y fuera de la pasarela, pero tambi¨¦n que no pudo escapar al sino de su generaci¨®n: convertir esa transgresi¨®n en un producto digerible y manejable que, adem¨¢s, reportara millones a los grandes conglomerados del lujo. Cuando sucedi¨® a John Galliano al frente de Givenchy en 1996, llen¨® los salones de alta costura de la tradicional firma francesa de seres mitol¨®gicos de doradas cornamentas. Persiguiendo la libertad, abandon¨® el seno de LVMH y se entreg¨® al grupo rival, Gucci, que en 2000 compr¨® su marca propia con la promesa de dejarle espacio para batir las alas. No es casualidad que los p¨¢jaros tuvieran una presencia tan constante en su carrera. ?l mismo quer¨ªa volar como ?caro, escapando de la intervenci¨®n, elev¨¢ndose sobre lo mundano.
No est¨¢ claro que sus nuevos patrones fueran la panacea que anhelaba. Pronto llegaron las exigencias de rentabilidad, las tiendas, los perfumes, las segundas l¨ªneas. McQueen pag¨® todos esos peajes, aunque sigui¨® ofreciendo apabullantes puestas en escena en sus desfiles. El ¨²ltimo de ellos, su obra p¨®stuma, pasar¨¢ a la historia como el primer -si bien titubeante- paso de una nueva era: la de la moda tecnol¨®gica. El colapso de la retransmisi¨®n en streaming de su colecci¨®n de primavera 2010, titulada La Atlantis de Plat¨®n, no hace sino subrayar el car¨¢cter visionario de su apuesta.
Se va tras acariciar una de las cimas de su creatividad. Pero a ?caro tambi¨¦n le advirtieron de que no quisiera volar demasiado alto. Y en los ¨²ltimos tiempos, la muerte le hab¨ªa rondado tal vez con demasiada intensidad. En 2007 enterr¨® a Isabella Blow, su descubridora, a cuya valiente excentricidad rindi¨® tributo en su trabajo para la primavera de 2008. Hace pocos d¨ªas falleci¨® su madre. Aunque el sentido tr¨¢gico de la vida no le era nuevo.
Al o¨ªr de su muerte cuesta no pensar en la colecci¨®n que present¨® hace apenas un a?o en Par¨ªs, la de oto?o-invierno 2009. Una gigantesca monta?a de basura enmarcaba a modelos de pasos fr¨¢giles embutidas en caricaturescas reproducciones de los grandes cl¨¢sicos de la alta costura. Entonces se le tild¨® de mis¨®gino y se critic¨® su falta de pragmatismo en un momento poco propicio para los fuegos artificiales. Pero esa imagen desesperada, la inexorable destrucci¨®n apoder¨¢ndose de su arte, es la que acude a la noticia de su adi¨®s.
Babelia
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