Jubilar a Garz¨®n por investigar cr¨ªmenes
La sombra de la dictadura de Franco es alargada. No resulta f¨¢cil olvidar ese periodo prolongado de autoritarismo, sus miles de asesinatos, sus humillaciones, torturas y violaciones sistem¨¢ticas de los derechos humanos. Pero, precisamente por esas mismas razones, hay tambi¨¦n muchas personas que no quieren que se recuerde.
El proceso para suspender de sus funciones al juez Baltasar Garz¨®n es la ¨²ltima proyecci¨®n oscura que el franquismo nos lanza m¨¢s de 30 a?os despu¨¦s de su muerte oficial. Dicen que Garz¨®n tiene pocos amigos en el Consejo General del Poder Judicial, cuya Comisi¨®n Permanente es la que ha acordado por unanimidad iniciar los tr¨¢mites para esa suspensi¨®n; que algunos no le perdonan sacar a la luz los trapos sucios del caso G¨¹rtel; y que otros tienen con ¨¦l viejas disputas que saldar. Pero todo comenz¨®, record¨¦moslo, cuando en mayo del a?o pasado el Tribunal Supremo admiti¨® a tr¨¢mite una querella contra Garz¨®n por asumir la investigaci¨®n de los cr¨ªmenes del franquismo.
El proceso contra el juez es la ¨²ltima proyecci¨®n oscura que nos lanza el franquismo
La democracia espa?ola y sus principales instituciones tienen un serio problema con las historias y recuerdos que afloran de la Rep¨²blica, de la Guerra Civil y de la dictadura. Y todo se resume en un d¨¦ficit de educaci¨®n democr¨¢tica y, como consecuencia de ¨¦l, en la persistencia en el falseamiento de la historia, en no haber sabido poner en marcha pol¨ªticas p¨²blicas de memoria para aprender de ese pasado.
Aprender, por ejemplo, de la Segunda Rep¨²blica, un r¨¦gimen sobre el que se pueden hacer diferentes valoraciones, pero que, en cualquiera de los casos, y comparado con lo que sigui¨®, merece un puesto de honor en la historia de la pol¨ªtica del siglo XX espa?ol. Nunca lo creyeron as¨ª los pol¨ªticos de la Transici¨®n y nadie desde los poderes de la democracia actual se atreve a defenderla, pese a que Espa?a fue durante cinco a?os, el tiempo que los militares golpistas permitieron, una Rep¨²blica parlamentaria y constitucional, con elecciones libres, sufragio universal y gobiernos responsables ante las Cortes. Casi nadie recuerda a sus dirigentes, muertos la mayor¨ªa de ellos en el exilio, a quienes presidieron sus instituciones, hicieron sus leyes y dieron el voto a todos los ciudadanos, incluidas las mujeres.
Espa?a comenz¨® los a?os treinta con una Rep¨²blica y acab¨® la d¨¦cada sumida en una dictadura derechista y autoritaria. El discurso del orden, de la patria y de la religi¨®n, se impuso al de la democracia, la rep¨²blica y la revoluci¨®n. La larga dictadura de Franco, que mat¨®, encarcel¨®, tortur¨® y humill¨® hasta el final, durante cuatro d¨¦cadas, a los vencidos, resistentes y disidentes, culp¨® a la Rep¨²blica y a sus principales protagonistas de haber causado la guerra, manch¨® su memoria y con ese recuerdo negativo crecieron millones de espa?oles en las escuelas nacionales y cat¨®licas. Nada hizo la transici¨®n a la democracia por recuperar su lado m¨¢s positivo, el de sus leyes, reformas, sue?os y esperanzas, metiendo en un mismo saco a la Rep¨²blica, la guerra y la dictadura, un pasado tr¨¢gico que conven¨ªa olvidar.
Bastaron, sin embargo, tres a?os de guerra para que la sociedad espa?ola padeciera una oleada de violencia y desprecio por la vida del otro, por la deshumanizaci¨®n del contrario, sin precedentes. Por mucho que se hable de la violencia que precedi¨® a la Guerra Civil, para tratar de justificar su estallido, est¨¢ claro que en la historia del siglo XX espa?ol hubo un antes y un despu¨¦s del golpe de Estado de julio de 1936. Adem¨¢s, tras el final de la Guerra Civil en 1939, lo que se instal¨® en Espa?a durante mucho tiempo fue una historia de propaganda, mentiras, intimidaci¨®n y crimen.
El juez Baltasar Garz¨®n pidi¨® investigar las circunstancias de la muerte y el paradero de decenas de miles de v¨ªctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco, abandonadas muchas de ellas por sus asesinos en las cunetas de las carreteras, junto a las tapias de los cementerios, enterradas en fosas comunes, asesinadas sin procedimientos judiciales ni garant¨ªas previas. Como los poderes pol¨ªticos nunca tomaron en serio el reconocimiento jur¨ªdico y pol¨ªtico de esas v¨ªctimas, fue un juez quien tom¨® la iniciativa, el mismo, por cierto, que actu¨® contra los GAL, envi¨® a prisi¨®n a cientos de terroristas de ETA u orden¨® el arresto de Augusto Pinochet.
En vez de permitir que ese pasado de degradaci¨®n y asesinato pol¨ªtico se investigue, de intentar comprender y explicar por qu¨¦ ocurri¨®, condenarlo y aprender de ¨¦l, un sector de jueces, de pol¨ªticos y medios de comunicaci¨®n se muestran encantados con la idea de sentar en el banquillo a Baltasar Garz¨®n, inhabilitarlo durante el tiempo suficiente para darle la jubilaci¨®n.
La posible inhabilitaci¨®n de Garz¨®n no har¨¢ desaparecer el recuerdo, el verdadero rostro de esa dictadura asesina, porque nadie ha encontrado todav¨ªa la f¨®rmula para borrar los pasados de tortura y muerte, que vuelven una y otra vez. Servir¨¢ para demostrar, eso s¨ª, la indiferencia y desprecio que algunos poderes siguen mostrando desde la democracia hacia la causa de esas v¨ªctimas y de todos aquellos que quieren honrarlas.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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