C¨®mo materializar la solidaridad europea
Bruselas deber¨ªa flexibilizar temporalmente los criterios de Maastricht para Espa?a, Grecia y Portugal, como ya hizo con Alemania y Francia. Es pronto para volver a la ortodoxia liberal y retirar los est¨ªmulos fiscales
Joaqu¨ªn Almunia, comisario europeo de Asuntos Econ¨®micos y Monetarios, ha acabado diciendo en voz alta lo que se rumorea desde hace meses en Bruselas: que Espa?a y Portugal han sido nombrados, despu¨¦s de Grecia, los pa¨ªses m¨¢s preocupantes de la zona euro. Pero lo que no menciona el comisario es que la Comisi¨®n de Bruselas se comporta ahora como si no hubiera habido crisis, y quiere obligar a esos pa¨ªses a someterse a un pacto de estabilidad que Alemania, Francia y otros pa¨ªses violaron alegremente cuando les convino. A pesar de la crisis, se trata en definitiva de volver a la pol¨ªtica de estabilidad (sin crecimiento real) que impone Bruselas bajo la direcci¨®n del Banco Central a la zona euro. ?Surrealista! Incluso Dominique Strauss-Kahn, el director del FMI, ha repetido una y otra vez que es demasiado pronto para retirar los incentivos fiscales para la reactivaci¨®n, pero Bruselas, fiel partidaria del liberalismo, hace o¨ªdos sordos. Salvamos primero a los bancos, pero despu¨¦s exigimos de los Estados que hagan asumir las restricciones del pacto de estabilidad a las poblaciones. Y todo ello para permitir que el euro fuerte, versi¨®n moderna del marco alem¨¢n, siga favoreciendo a los pa¨ªses m¨¢s desarrollados de la Uni¨®n Europea.
Espa?a se ha desindustrializado y su especializaci¨®n en el sector servicios ha sido un error
China, India, Brasil, Alemania... Los pa¨ªses que mejor resisten a la crisis son los industriales
Los medios financieros est¨¢n preocupados por la situaci¨®n que vive Espa?a; la Comisi¨®n de Bruselas, que los escucha, exige reformas, respondiendo as¨ª a las ya viejas reivindicaciones de la patronal espa?ola de flexibilizar el mercado de trabajo. Pero focalizar los problemas de Espa?a, como tambi¨¦n los de los otros pa¨ªses afectados, en las reformas de pol¨ªticas p¨²blicas no sirve en realidad m¨¢s que para ocultar la verdadera cuesti¨®n de fondo: la que afecta a las desigualdades de desarrollo existentes desde la adhesi¨®n de Espa?a a la Uni¨®n, subestimadas en el momento de la entrada a la zona euro y propagadas e incluso ahondadas por la pol¨ªtica de competencia que preconiza Bruselas. Ahora bien, Europa no se ha librado de lo que ha actuado de revelador de la crisis, la cual ha subrayado una vez m¨¢s la importancia de la relaci¨®n estructural entre el tejido productivo y el instrumento monetario.
En efecto, si dejamos de lado a Estados Unidos, donde el valor de la moneda no est¨¢ determinado tanto por la riqueza del pa¨ªs como por el privilegio del d¨®lar impuesto al resto del mundo en los a?os setenta del siglo pasado, constatamos a modo de comparaci¨®n que la crisis ha puesto en evidencia fundamentalmente una cosa: que los pa¨ªses que mejor han resistido a la crisis financiera son los que est¨¢n dotados de una verdadera econom¨ªa industrial, en el seno de la cual la correlaci¨®n entre la moneda y el sistema productivo es consustancial. China, potencia industrial dotada de una moneda propia (d¨¦bil), India, Brasil, pa¨ªses industriales que tienen monedas indexadas a un d¨®lar d¨¦bil; Alemania, potencia industrial exportadora sobre todo dentro de la zona euro y que se beneficia a fondo del euro fuerte. Todos estos pa¨ªses han resistido bien a la explosi¨®n del sistema financiero. Es tambi¨¦n el caso de Francia, protegida tanto por la pol¨ªtica de pr¨¦stamos de sus bancos, que no han ca¨ªdo en la demagogia hipotecaria, como por su tradici¨®n estatista.
En cambio, los pa¨ªses que mayores da?os han sufrido son aquellos en los que existe una gran divergencia entre el valor de la moneda y el sistema productivo: es el caso, entre otros, de Espa?a, donde el ingreso a la zona euro ha actuado de se?uelo durante 10 a?os y no ha permitido subsanar las desigualdades estructurales respecto a los pa¨ªses m¨¢s avanzados de la zona euro, y donde se ha desarrollado (como en Irlanda) una econom¨ªa especulativa de casino ligada al sector inmobiliario, que ha hecho vivir el pa¨ªs por encima de sus posibilidades.
Espa?a, incluso, se ha desindustrializado y su especializaci¨®n en el sector de los servicios tampoco ha sido una elecci¨®n muy acertada. Y, contrariamente a lo previsto, el euro fuerte no ha funcionado como zona ¨®ptima, no ha subsanado los retrasos de los pa¨ªses que m¨¢s lo necesitaban.
El objetivo de convergencia de las econom¨ªas europeas est¨¢ todav¨ªa por alcanzar. Resultado: si es cierto que la pertenencia a la zona euro ha permitido encarar mejor la crisis, lo es tambi¨¦n que esto ha sido insuficiente y que las debilidades de la zona, ligadas a la gran desigualdad de desarrollo de sus miembros, se muestran ahora con toda su crudeza.
Algunos cuestionan incluso la permanencia de Grecia en la zona euro, pues los fundamentos de su econom¨ªa, como tambi¨¦n los de Espa?a y Portugal, seguir¨¢n divergiendo respecto al pacto de estabilidad por lo menos hasta 2013. Ser¨¢ imposible alcanzar los tres objetivos del pacto (3% de d¨¦ficit presupuestario, 60% de deuda p¨²blica, inflaci¨®n de menos del 1,5%), sin unas restricciones presupuestarias extremadamente severas e importantes reformas estructurales. El horizonte es m¨¢s bien de un 15% de desempleo, una deuda p¨²blica de alrededor del 74%, y un d¨¦ficit que tendr¨¢ muchas dificultades en pasar del 12,7% en 2009 al 3% en 2013.
Dicho de otro modo, Espa?a -tambi¨¦n Grecia, donde los datos son m¨¢s alarmantes- y Portugal deben empezar a pagar de verdad su entrada a la zona euro: los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht rigen para ellos como una aut¨¦ntica guillotina. Nada est¨¢ previsto para esta situaci¨®n: ni la posibilidad de salir de la zona euro para hacer una devaluaci¨®n competitiva y volver ni arreglos para ayudar a los pa¨ªses en dificultades.
Podemos, sin embargo, considerar al menos tres soluciones. La primera es simb¨®lica y pol¨ªticamente devastadora para el proyecto europeo: salir del euro. Queda excluida por mil motivos.
La segunda es poner a los pa¨ªses afectados bajo la tutela de Bruselas. Ya es el caso de Grecia. Las reformas impuestas son conocidas de todos: recorte de las pol¨ªticas p¨²blicas, desregularizaci¨®n del mercado de trabajo, reforma (necesaria) del r¨¦gimen de jubilaciones, etc¨¦tera. ??nimo al gobierno que tenga que asumir esa tutela!
La tercera soluci¨®n es pol¨ªtica. Puede conjugarse con la anterior y hacer m¨¢s llevaderas las reformas. Consiste en una flexibilizaci¨®n de los criterios de convergencia que permita a los pa¨ªses afectados jugar con los d¨¦ficits p¨²blicos y el endeudamiento dentro de un marco definido con Bruselas y por un periodo determinado. Puede hacerse sobre una base reglamentaria definida por consenso sin necesidad de cambiar la letra de los Tratados. Esta flexibilizaci¨®n fue de hecho concedida a Francia y Alemania en marzo de 2005 a t¨ªtulo excepcional y temporal para que emprendieran reformas escalonadas en el tiempo; fue reconducida al principio de la crisis para todos. Hoy es m¨¢s que necesaria para Espa?a y los dem¨¢s pa¨ªses en dificultades. Pero deber¨ªa convertirse en un derecho mientras no se haya alcanzado un cierto grado de convergencia entre las econom¨ªas implicadas en el euro. La solidaridad europea tendr¨ªa as¨ª un contenido real.
Espa?a, que preside la Uni¨®n hasta junio de 2010, podr¨ªa encontrar aliados de peso (Francia, Italia y otros m¨¢s) si adelantara una propuesta en ese sentido. Tendr¨ªamos entonces el embri¨®n de un gobierno de la zona euro, que podr¨ªa por fin corregir socialmente la pol¨ªtica monetarista de la Uni¨®n.
Nada indica, desgraciadamente, que Espa?a, no m¨¢s que Francia en el pasado, se atreva hoy a afrontar el no alem¨¢n a semejante gobierno econ¨®mico europeo. Est¨¢ escrito, por tanto, que Bruselas y el Banco Central, al ejercer una fuerte presi¨®n sobre Espa?a, Grecia y Portugal, contribuir¨¢n a hacer pagar la rigidez del pacto de estabilidad a poblaciones que son ya v¨ªctimas de la crisis.
Sami Na?r es profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Traducci¨®n de M. Sampons.
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