Historia de una escultura que Oteiza proyect¨® para Madrid
El guardi¨¢n ausente del VIPS - Un libro recupera el proyecto de la escultura que Oteiza iba a construir en el barrio de Salamanca
Generaciones de ni?os pijos han quedado en la puerta del VIPS de la calle de Ortega y Gasset, en el barrio de Salamanca. Un esquinazo donde darse besos, aparcar la moto, hacer botell¨®n, saltar con el patinete... "Un tont¨®dromo", resume el arquitecto Eduardo Delgado. "La peque?a plaza es un vac¨ªo urbano", dice, un espacio creado hace m¨¢s de 30 a?os para alojar una escultura de Jorge Oteiza que nunca lleg¨® a colocarse; el testigo de una ausencia.
Delgado es el conservador del Beatriz, el nombre oficial del edificio de Eleuterio Poblaci¨®n al que todos los madrile?os llaman el "VIPS del barrio de Salamanca". La propiedad (Vyosa) le encarg¨® "poner en valor" esta construcci¨®n setentera, "muy singular, pero muy desconocida". Rebuscando en el pasado del edificio, encontr¨® una historia fascinante: la punta de un ovillo que le llev¨® a un minotauro. La narra en el libro reci¨¦n publicado Artr¨®podos y omatidios, el proyecto de Jorge Oteiza para el edificio Beatriz, una historia inconclusa.
"El edificio tiene la belleza de las matem¨¢ticas", dice Eduardo Delgado
Nunca se erigi¨®, pero Oteiza lleg¨® a proyectar la escultura, aunque no lleg¨® a cobrar por ello. Hubiera sido la primera gran obra del genial escultor en la v¨ªa p¨²blica madrile?a.
En 1974, con la obra casi terminada, Eleuterio Poblaci¨®n convoc¨® por iniciativa propia un concurso restringido para adornar con una escultura la entrada de su edificio (que ser¨ªa la sede del Banco Popular). S¨®lo hab¨ªa dos participantes, Jorge Oteiza y N¨¦stor Basterrexea. Gan¨® el primero. Al escultor vasco le fascin¨® el Beatriz: "Me impresion¨® por su racionalismo y su sobriedad", escribi¨® en la memoria de la escultura.
"Tal vez no sea un edificio brillante", dice Delgado. "Pero la estructura es fuera de serie, tiene la belleza de las matem¨¢ticas". Y agrega: "Eleuterio Poblaci¨®n estaba obsesionado con la modulaci¨®n". Cre¨® una piel que repet¨ªa una misma pieza de hormig¨®n. La fachada, como el resto del edificio, est¨¢ "ritmada" con la serie Fibonacci (en la que cada n¨²mero es la suma de los dos anteriores: 0, 1, 1, 2, 3, 5, 8...).
"Todo el edificio no es m¨¢s que la expresi¨®n pl¨¢stica de una teor¨ªa de n¨²meros", dej¨® escrito el arquitecto. Oteiza acept¨® el juego. Tom¨® uno de los pilares del edificio, le encontr¨® la ra¨ªz de cinco, lo dividi¨® en dos bloques, desplaz¨® uno de ellos, le coloc¨® en la punta un cubo de Malevich... El resultado de tanta abstracci¨®n fue, seg¨²n el escultor, un "crust¨¢ceo con dos pinzas amenazantes", una escultura que "se asoma al exterior como un minot¨¢urico y simb¨®lico crust¨¢ceo de contenida agresividad que funciona como un habitante y un guardador del edificio". Pero el bicho prehist¨®rico que defend¨ªa la arquitectura contempor¨¢nea nunca lleg¨® a construirse.
"Los viejos del lugar recuerdan a un escultor iracundo", dice Delgado de lo que ocurri¨® despu¨¦s. En su libro narra la rocambolesca trama de "un fracaso anunciado". Por un lado, la construcci¨®n del edificio se estaba alargando demasiado (casi 10 a?os), el banco se impacientaba y aquella escultura, antojo del arquitecto, lo complicaba todo.
Por otro lado, se impacientaba Oteiza. "Era un cascarrabias, las ofensas le animaban", dice Delgado. Al escultor le iba la marcha. Pedro Manterola, presidente de la Fundaci¨®n Oteiza, describi¨® as¨ª al artista: "Las traiciones innumerables que recib¨ªa constantemente, a juzgar por sus quejas, le pon¨ªan de un magn¨ªfico humor de perros. Se mesaba la cabeza, levantaba la voz, ensayaba una mirada amenazadora y juraba venganza. En fin, que se divert¨ªa enormemente con su propio espect¨¢culo".
Viendo que la escultura del Beatriz no avanzaba, Oteiza, con el proyecto finiquitado, decidi¨® quemar sus naves. Empez¨® a mover hilos, a llamar a gente, a quejarse de c¨®mo le estaban tratando (de un modo que Delgado describe como "un mono con una escopeta de feria"). Revistas como Arquitectura y Nueva Forma publicaron cartas y art¨ªculos sobre la pol¨¦mica. Cuando le preguntaban sobre el asunto, Oteiza no se cortaba un pelo: "De concursos, exposiciones, de Espa?a, Madrid, arquitectos, arte, cr¨ªticos, centralismo, lentitud, irresponsabilidad, mentira, qued¨¦ harto", dec¨ªa desde su refugio del Pa¨ªs Vasco.
Sobre el Beatriz concret¨® ir¨®nico: "Pens¨¦ que era la ¨²ltima oportunidad para dejar algo en Madrid, pero 27 consejeros del Banco Popular mostraron su inter¨¦s en comprender y supervisar la escultura". El tiro le sali¨® por la culata, "tanta publicidad chocaba frontalmente con la cultura de discreci¨®n y anonimato que caracterizaba al Banco Popular", explica Delgado.
As¨ª las cosas, en 1975 el edificio se inaugur¨® sin la escultura. Oteiza sigui¨® reclamando, al menos, sus honorarios por el proyecto. El problema es que no ten¨ªa nada por escrito, no exist¨ªa un documento que avalase el encargo, el concurso se hab¨ªa resuelto por tel¨¦fono. Seg¨²n el escultor, con premeditaci¨®n de lo que a estas alturas ya tildaba p¨²blicamente como "una estafa".
Al final, Oteiza se aburri¨® del asunto. "Realmente no ten¨ªa tiempo que perder, ni inter¨¦s en ocuparse m¨¢s all¨¢ de un rato de sus enemigos", escribe Manterola sobre el escultor. Lo del Beatriz fue una ofensa m¨¢s que echarse a la espalda, gasolina para luchar con belleza contra un mundo que no estaba a la altura.
Eleuterio Poblaci¨®n opt¨® por no insistir ni meterse en m¨¢s l¨ªos y los propietarios del edificio guardaron toda la historia en el caj¨®n donde d¨¦cadas despu¨¦s la encontr¨® Eduardo Delgado. Su libro esconde una esperanza: que el minotauro se construya.
Ser¨ªa la primera gran obra del genial escultor en la v¨ªa p¨²blica madrile?a (s¨®lo hay un mural y algunas obras menores en espacios semip¨²blicos). "Tanto los propietarios del edificio como la Fundaci¨®n Oteiza creen que es una buena idea", dice Delgado. Pero de momento, es s¨®lo eso, una idea. Y ante la fachada del Beatriz un hueco en la acera sigue esperando a su guardi¨¢n.
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