El arte de mecer
Hay una pr¨¢ctica extendida en Per¨², un deporte nacional. "Mecer" es mantener largo tiempo a una persona en la indefinici¨®n y en el enga?o, pero de una manera amable y hasta afectuosa
Esta ma?ana, a la hora del almuerzo, escuch¨¦ a mi hija Morgana contar los cuentos que les cuenta, a ella y a Stefan, su marido, la compa?¨ªa de Cable M¨¢gico para justificar su demora en instalarles el sistema de televisi¨®n por cable. Les juran que ir¨¢n esta tarde, ma?ana, ma?ana en la tarde, y nunca van. Hartos de tanto cuento, han decidido pasarse a la competencia, Direct TV, a ver si es m¨¢s puntual.
Lo ocurrido a Stefan y Morgana me ha tenido varias horas recordando la maravillosa historia de "Ventilaciones Rodr¨ªguez S.A." que viv¨ª y padec¨ª cerca de 12 meses, aqu¨ª en Lima, hace la broma de 30 a?os. Nos hab¨ªamos comprado una casa en el rinc¨®n de la ciudad que quer¨ªamos, frente al mar de Barranco, y un arquitecto amigo, Cartucho Mir¨® Quesada, me hab¨ªa dise?ado en toda la segunda planta el estudio de mis sue?os: estantes para libros, un escritorio largu¨ªsimo de tablero muy grueso, una escuadra de sillones para conversar con los amigos, y una chimenea junto a la cual habr¨ªa un confortable muy c¨®modo y una buena l¨¢mpara para leer.
"?Qu¨¦ cuento me va usted a contar hoy, se?orita?", la saludaba yo. Ella nunca se enojaba
Cuando la chimenea lleg¨® a la casa ya nos hab¨ªamos acostumbrado al hueco del techo
Las circunstancias har¨ªan que la pieza m¨¢s memorable del estudio fuera, con el tiempo y por imprevistas razones, la chimenea. Era de metal, a¨¦rea y cil¨ªndrica y Cartucho la hab¨ªa dise?ado ¨¦l mismo, como una escultura. ?Qui¨¦n la fabricar¨ªa? Alguien, tal vez el mismo Cartucho, me recomend¨® a esa indescriptible empresa de apelativo refrigerado: "Ventilaciones Rodr¨ªguez S.A.". Recuerdo perfectamente aquella tarde, a la hora del crep¨²sculo, en que su propietario y gerente, el ingeniero Rodr¨ªguez, compareci¨® en mi todav¨ªa inexistente estudio para firmar el contrato. Era joven, en¨¦rgico, hablador, ferozmente simp¨¢tico. Escuch¨® las explicaciones del arquitecto, auscult¨® los planos con ojos zahor¨ªes, coment¨® dos o tres detalles con la seguridad del experto y sentenci¨®: "La chimenea estar¨¢ lista en dos semanas".
Le explicamos que no deb¨ªa apurarse tanto. El estudio s¨®lo estar¨ªa terminado dentro de mes y medio. "?se es su problema", declar¨®, con un desplante taurino. "Yo la tendr¨¦ lista en quince d¨ªas. Ustedes podr¨¢n recogerla cuando quieran".
Parti¨® como una exhalaci¨®n y nunca m¨¢s lo volv¨ª a ver, hasta ahora. Pero juro que su nombre y su fantasma fueron la presencia m¨¢s constante y recurrente en todos los meses sucesivos a aquel ¨²nico encuentro, mientras el estudio se acababa de construir y se llenaba de libros, papeles, discos, m¨¢quinas de escribir, cuadros, muebles, alfombras, y el hueco del techo segu¨ªa all¨ª, mostrando el gris¨¢ceo cielo de Lima y esperando a la chimenea que nunca llegaba.
Mis contactos con "Ventilaciones Rodr¨ªguez S.A." fueron intensos, pero s¨®lo telef¨®nicos. En alg¨²n momento yo llegu¨¦ a contraer una pasi¨®n enfermiza por la secretaria del ingeniero Rodr¨ªguez, a quien tampoco nunca vi la cara ni conoc¨ª su nombre. Pero recuerdo su voz, sus zalamer¨ªas, sus pausas, sus inflexiones, su teatro cotidiano, como si la hubiera llamado hace media hora. Hablar con ella cada ma?ana, los cinco d¨ªas h¨¢biles de la semana, se convirti¨® en un rito irrompible de mi vida, como leer los peri¨®dicos, tomar desayuno y ducharme.
"?Qu¨¦ cuento me va usted a contar hoy d¨ªa, se?orita?", la saludaba yo.
Ella nunca se enojaba. Ten¨ªa la misma irresistible simpat¨ªa de su jefe y, risue?a y amable, se interesaba por mi salud y mi familia antes de desmoralizarme con el pretexto del d¨ªa. Confieso que yo esperaba ese instante con verdadera fascinaci¨®n. Jam¨¢s se repet¨ªa, ten¨ªa un repertorio infinito de explicaciones para justificar lo injustificable: que pasaban las semanas, los meses, los trimestres y la maldita chimenea nunca llegaba a mi casa. Ocurr¨ªan cosas banales, como que el se?or de la fundici¨®n ca¨ªa presa de una gripe con fiebres elevadas, o verdaderas cat¨¢strofes como incendios o fallecimientos. Todo val¨ªa. Un d¨ªa, que yo hab¨ªa perdido la paciencia y vociferaba en el tel¨¦fono como un energ¨²meno, la vers¨¢til secretaria me desarm¨® de esta manera:
"Ay, se?or Vargas Llosa, usted ri?¨¦ndome y amarg¨¢ndose la vida y yo desde aqu¨ª estoy viendo el cielo, le digo".
"?C¨®mo que viendo el cielo? ?Qu¨¦ quiere usted decir?".
"Que se nos ha ca¨ªdo el techo, le juro. Anoche, cuando no hab¨ªa nadie. Pero no es ese accidente lo que me da m¨¢s pena, sino haber quedado mal con usted. Ma?ana le llevamos su chimenea sin falta, palabra".
Un d¨ªa tuvo la extraordinaria sangre fr¨ªa de asegurarme lo siguiente:
"Ay, se?or Vargas Llosa, usted haci¨¦ndose tan mala sangre y yo viendo desde aqu¨ª su chimenea linda, nuevecita, partiendo en el cami¨®n que se la lleva a su casa".
Ment¨ªa tan maravillosamente bien, con tanto aplomo y dulzura, que era imposible no creerle. Al d¨ªa siguiente, cuando la llam¨¦ para decirle que no era posible que el cami¨®n que me tra¨ªa la chimenea se demorara m¨¢s de veinticuatro horas en llegar de la Avenida Colonial de Lima hasta Barranco (no m¨¢s de 10 kil¨®metros) se sobrepas¨® a s¨ª misma, asegur¨¢ndome en el acto, con acento afligido y casi lloroso:
"Ay, usted no se imagina la desgracia terrible que ocurri¨®: el cami¨®n con su chimenea choc¨® y ahora el chofer est¨¢ con conmoci¨®n cerebral en el Hospital Obrero. Felizmente, su chimenea no tuvo ni un rasgu?o".
La historia dur¨® m¨¢s de un a?o. Cuando la chimenea lleg¨® por fin a la casa de Barranco ya casi nos hab¨ªamos acostumbrado al hueco del techo por el que, un d¨ªa, una paloma distra¨ªda se extravi¨® y aterriz¨® en mi escritorio. Lo m¨¢s divertido -o tr¨¢gico- del final de este episodio fue que a la chimenea bendita s¨®lo pudimos usarla una sola vez. Con resultados desastrosos: el estudio se llen¨® de humo, todo se ensuci¨® y yo tuve un comienzo de asfixia. Nunca m¨¢s intentamos encenderla.
Aquella secretaria mitol¨®gica de "Ventilaciones Rodr¨ªguez S.A." era una cultora soberbia de una pr¨¢ctica tan extendida en el Per¨² que es poco menos que un deporte nacional: el arte de mecer. "Mecer" es un peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinici¨®n y en el enga?o, pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeci¨¦ndola, sumi¨¦ndola en una vaga confusi¨®n, dor¨¢ndole la p¨ªldora, cont¨¢ndole el cuento, mare¨¢ndola y aturdi¨¦ndola de tal manera que se crea que s¨ª, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar y desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La v¨ªctima, si ha sido "mecida" con talento, pese a darse cuenta en un momento dado que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo que han hecho con ella. "Mecer" es un quehacer dif¨ªcil, que requiere talento histri¨®nico, parla suasoria, gracia, desfachatez, simpat¨ªa y s¨®lo una pizca de cinismo.
Detr¨¢s del "meceo" hay, por supuesto, informalidad y una tabla de valores trastocada. Pero, tambi¨¦n, una filosof¨ªa fr¨ªvola, que considera la vida como una representaci¨®n en la que la verdad y la mentira son relativas y canjeables, en funci¨®n, no de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre las palabras y las cosas, sino de la capacidad de persuasi¨®n del que "mece" frente a quien es "mecido". En ¨²ltima instancia, la vida, para esta manera de actuar y esta moral, es teatro puro. El resultado pr¨¢ctico de vivir "meciendo" o siendo "mecido" es que todo se demora, anda mal, nada funciona y reina por doquier la confusi¨®n y la frustraci¨®n. Pero ¨¦sa es una consideraci¨®n mezquinamente pragm¨¢tica del arte de mecer. La generosa y art¨ªstica es que, gracias al meceo, la vida es pura diversi¨®n, farsa, astracanada, juego, mojiganga.
Si los peruanos invirtieran toda la fantas¨ªa y la destreza que ponen en "mecerse" unos a otros, en hacer bien las cosas y cumplir con sus compromisos, ¨¦ste ser¨ªa el pa¨ªs m¨¢s desarrollado del mundo. ?Pero qu¨¦ aburrido!
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Ediciones EL PA?S, SL, 2010 ? Mario Vargas Llosa, 2010
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.