Ceronetti en persona
Entro en mi librer¨ªa habitual y un caballero que no conozco, un cliente que estaba ya enfilando la puerta de salida, retrasa su partida para preguntarme si me puede entregar Peque?o infierno turin¨¦s, de Guido Ceronetti. El nombre de la editorial, me dice, comenta su previsible fr¨¢gil paso por este mundo: Editorial D¨ªas Contados.
Ya en el autob¨²s, de regreso a casa, hojeo distra¨ªdamente el libro (traducci¨®n de Gonz¨¢lez Rovira) y no tarda en llegarme un primer latigazo de deslumbramiento ante el estilo audaz e incisivo del escritor. Peque?o infierno turin¨¦s, trabado por una serie de semblanzas, habla de una ciudad que ya no existe, de una ¨¦poca de Tur¨ªn en la que todav¨ªa pod¨ªa verse belleza. Sin embargo, las "portadoras de luz-en-el-rostro de entonces" ya son ahora viejas. Y las j¨®venes de hoy, dice Ceronetti, tienen rictus de tel¨¦fono m¨®vil, no se las comer¨ªa ni un perro.
En su escritura encuentro lo que el cr¨ªtico James Wood llama 'vividad': vida en el papel
Me adentro en una de las semblanzas, Un viejo turin¨¦s, y recorro la vida del padre del autor, due?o de una moral fundada sobre la interesante base de no molestar nunca a nadie: "Hay vidas que terminan sin dejar nada, ni destruido ni detenido, sin abrir ni congelar ning¨²n desorden, m¨ªnimas obras de arte de orden en el gran desequilibrio humano".
Voy imaginando el Tur¨ªn de otro tiempo a medida que leo a Ceronetti, experto en mundos borrados y creador cercano a Gadda, Manganelli y otros grandes raros de la escritura italiana del siglo pasado. En su escritura encuentro lo que el cr¨ªtico James Wood llama vividad: vida en el papel, vida tra¨ªda a una vida distinta por el arte m¨¢s elevado.
Ya en casa, sigo cruzando por donde cruza Ceronetti, escritor que a veces incluso parece que va a personarse ¨¦l mismo en alguna de sus intensas p¨¢ginas. Retrata a las turinesas de su ¨¦poca como mujeres castigadas por la soledad, pero muy capaces de soportarla, obsesionadas como andaban siempre por la sastromodistitis y por no ir desgre?adas. En la semblanza Boxeo en Tur¨ªn aparece el p¨²gil Bonaglia, terrible marrullero que siempre iba al grano y golpeaba en la nuca y en los ri?ones y acab¨® de torturador fascista, bonito empleo. Y en El peat¨®n de Tur¨ªn hay una moderna redefinici¨®n del fl?neur que, en tiempos de calles peligrosas, se ha transformado en "un metaf¨ªsico inerme, con curiosidad por el crimen, pero inclinado a evitarlo".
El conjunto es de una rara intensidad conmovida y parece pr¨®ximo a grandes libros sobre ciudades, como Lisboa, de Cardoso Pires, o La forme d'une ville, de Julien Gracq. Al investigar d¨®nde encontrar m¨¢s obras del sabio turin¨¦s, he tropezado en las im¨¢genes de Google con un Ceronetti que no me esperaba del todo: una mezcla de loco y de genio medieval. He decidido seguir ley¨¦ndolo, o investig¨¢ndolo. Nacido en el 27, es poeta, fil¨®sofo, traductor, eterno articulista de La Stampa, dramaturgo, fil¨®logo, marionetista.
En Acantilado han publicado su ensayo sobre El cantar de los cantares y un libro del que llevaba a?os oyendo hablar, El silencio del cuerpo, traducci¨®n de J. A. Gonz¨¢lez Sainz. Al cierre de esta edici¨®n, me cuentan que ese carnal y m¨ªtico libro es una obra tejida con reflexiones y lecturas sobre el cuerpo, con aforismos y fragmentos sencillamente formidables. Un amigo -supongo que para que salga disparado hacia mi librer¨ªa habitual- me env¨ªa uno de esos aforismos, id¨®neo para antitaurinos: "Protejo a la vaca e incluso a la ara?a. Pero ?y si te piden cuentas de los mosquitos? ?De los microbios que involuntariamente matas?". Y luego me env¨ªa tambi¨¦n este otro: "El arte est¨¢ acabado desde que los artistas ya no tienen enfermedades ven¨¦reas". Salgo disparado.
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