Lo que sobra y lo que falta
Hace muchos a?os, en tiempos atroces e incorrectos, alguien dijo que "desde que se invent¨® la m¨¢quina de cortar jam¨®n y el bid¨¦, ni el jam¨®n sabe a jam¨®n ni... lo dem¨¢s sabe como debe de saber". A la constataci¨®n de esa decadencia podemos a?adir ahora que, desde que se inventaron las redes sociales de Internet, tampoco los etarras responden ya a la siniestra dignidad de su funci¨®n. Los ¨²ltimos detenidos estaban por lo visto m¨¢s interesados en alardear, propagar su imagen con camisetas infamantes y hacerse amiguetes a trav¨¦s de la red que en exterminar a sus conciudadanos hasta lograr la liberaci¨®n de Euskadi. Un aut¨¦ntico esc¨¢ndalo, ya no puede uno fiarse ni de ETA.
Puestas as¨ª las cosas, nada tiene de raro que la llamada izquierda abertzale, ese pintoresco ox¨ªmoron, ande buscando alg¨²n nicho pol¨ªtico legal que le permita en pr¨®ximos comicios volver a la respetabilidad y a las subvenciones. ETA y sus malos modos son una carga explosiva de la que deben desprenderse (con cuidado, porque es inestable y puede estallar de repente d¨¢ndoles un disgusto) de modo semejante a esos escaladores que, sorprendidos por una tormenta a medio camino de la cima, abandonan mochilas y otros impedimentos para regresar cuanto antes al campamento base donde espera el caldito caliente y la Cruz Roja.
En la fase terminal de ETA, las tropas j¨®venes de la banda se han convertido en una cuadrilla de 'hooligans'
Los nuevos etarras aspiran a competir con las genialidades de John Cobra
Mientras van descendiendo con las debidas precauciones, nada impide reflexionar un poco sobre ciertas desdichas de nuestra ¨¦poca. Para empezar, la constataci¨®n de que la mayor parte de las tropas etarras est¨¢ formada por chavales, que -sin saberlo- tienen m¨¢s ilusiones y caprichos en com¨²n con sus coet¨¢neos que con los torvos ide¨®logos que les han convertido en carne de sus ca?ones. Son chicos y chicas que han nacido y crecido en una democracia, gozando de todo tipo de libertades que ni conocen ni aprecian, porque nadie se ha molestado en explic¨¢rselas. Su rebeli¨®n produce horrores, pero no deja ya de ser trivial porque ha perdido hasta los ¨²ltimos atisbos de justificaci¨®n que pudo brindarles la pasada dictadura que no conocen ni de o¨ªdas. La desproporci¨®n flagrante entre los objetivos borrosos y absurdos que les han inculcado y los m¨¦todos criminales que les recomiendan sus capataces acaba por desembocar en una grotesca mascarada. Como falta el m¨ªnimo sustento ideol¨®gico para que sean revolucionarios, se han convertido espont¨¢neamente en hooligans. De ahora en adelante, cada vez m¨¢s fehacientemente, ya no son m¨¢s que las v¨ªctimas de quienes perversamente les han educado para verdugos.
En esta fase terminal -que desde luego sigue siendo irrefutablemente peligrosa para tantos, ay- los menos arriscados o m¨¢s oportunistas buscan una v¨ªa de escape que siga prometiendo rentabilidad pol¨ªtica a medio plazo. Re
-cientes declaraciones de varios dirigentes abertzales apuntan con vacilaciones y cautelas en esa direcci¨®n. Pero todav¨ªa guardan el resabio del mal que han propagado durante tantos a?os. Por ejemplo, en su entrevista a Berria, el acrisolado comisario Rufino Etxeberria habla ahora de un horizonte sin presencia de violencia, mencionando expl¨ªcitamente la de ETA, pero a?adiendo que tampoco debe estar presente la del Estado. O sea, ni para ti ni para m¨ª, ni terrorismo ni Estado de derecho, que tan culpables son los que ponen las bombas como los artificieros que con riesgo de su vida las desactivan.
Y ah¨ª est¨¢ realmente el problema, no en la condena m¨¢s o menos expl¨ªcita -que puede ser meramente formal- de la violencia terrorista. Soy de los que, con la debida repugnancia del caso, aceptan que puede darse al enemigo puente de plata. Pero, eso s¨ª, dejando claro que ese puente debe llevar inequ¨ªvocamente al triunfo del Estado democr¨¢tico -monopolio de la violencia leg¨ªtima incluido- que hemos defendido con tanto sufrimiento y esfuerzo contra quienes lo desafiaron, no a un limbo institucional configurable a gusto de los ahora interesadamente arrepentidos.
Lo que principalmente cuenta, sin embargo, es no dejar que se desdibuje el perfil simb¨®lico de cuanto pretendemos afirmar. Vamos, bien est¨¢ que los etarras se pasen a Facebook o aspiren a competir con las genialidades populares de John Cobra, pero ser¨¢ bueno que no todos descendamos al mismo nivel. De la trist¨ªsima ocasi¨®n del asesinato de Fernando Buesa, del que ahora se cumple una d¨¦cada, guardo dos recuerdos se?alados. El primero, naturalmente, es aquella inicial manifestaci¨®n donostiarra de Basta Ya, bajo un incesante aguacero, que fue el ¨²ltimo acto pol¨ªtico al que asisti¨® nuestro vicelehendakari, cuarenta y ocho horas antes del crimen. ?Por fin una demostraci¨®n de repudio expl¨ªcito a ETA y no una condena puntual o abstracta de la violencia! Aunque hoy en d¨ªa parezca imposible, entonces era una aut¨¦ntica novedad que no todos los socialistas apoyaron desde el principio con tanta determinaci¨®n como Buesa.
La segunda se refiere al velatorio en el Parlamento de Vitoria, antes de los indignos desplantes de Arzalluz y de la manifestaci¨®n en que los nacionalistas mostraron su peor rostro, quiero suponer que no el ¨²nico y verdadero. El f¨¦retro estaba cubierto con la ikurri?a y las ense?as de ?lava y del Partido Socialista. Nada m¨¢s. Y nadie pareci¨® advertir nada extra?o hasta que un viejo sindicalista, al desfilar frente al t¨²mulo, coment¨® respetuosamente aunque en voz alta: "No sobra ninguna, pero falta una". En efecto, faltaba la bandera constitucional espa?ola, aquella precisamente -por encima de cualquier otra- que representaba Fernando Buesa ante quienes lo mataron. Ese "olvido", por llamarlo con un eufemismo, era un s¨ªntoma de un complejo indecente que finalmente legitimaba a los asesinos con el pretexto de evitar "provocaciones". Conviene no seguir olvid¨¢ndolo tampoco hoy, cuando tantas cosas felizmente han cambiado, pero la Diputaci¨®n guipuzcoana a¨²n pretende rebelarse contra la obligaci¨®n de cumplir con los compromisos constitucionales que le dan la ¨²nica legitimidad de que dispone.
Porque, en efecto, los s¨ªmbolos del Estado democr¨¢tico, es decir, la bandera, el himno, los reyes, etc¨¦tera, no son una sustancia sentimental para la mayor¨ªa de nosotros. Vivimos por y para otras cosas, no obsesionados por proclamar congestiones patrioteras... como por cierto hacen un d¨ªa s¨ª y otro tambi¨¦n los nacionalistas de cualquier cu?o. Pero cuando hay algunos enemigos de nuestra convivencia democr¨¢tica que se toman muy en serio esos s¨ªmbolos para denostarlos y ultrajarlos, es preciso que los dem¨¢s nos los tomemos tambi¨¦n serenamente en serio para defenderlos. Resulta rid¨ªculo y entristecedor que haya cien merluzos en los medios de comunicaci¨®n progresistas para condenar el gesto enrabietado de Aznar, la dichosa "peineta", pero en cambio para la pitada al himno y a los Reyes en un evento deportivo todos sean disculpas o trivializaciones. Son minor¨ªa, no tiene importancia... ejem, ejem. Ya sabemos que el separatismo irredento es minoritario, pero por desgracia lo convierten en importante quienes no lo refutan en la educaci¨®n o quienes se apoyan en ¨¦l para sus cambalaches pol¨ªticos. No vendr¨¢ mal hablar de estas cosas con un poco m¨¢s de fundamento, antes de que todos nos pasemos definitivamente a YouTube o a lo que luego se ponga de moda.
Fernando Savater es escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.