Hablan los generales
No es f¨¢cil entrevistar a un general. Menos a¨²n a varios. Este reportaje ha superado a?os de negativas. El poder pol¨ªtico nunca consideraba el momento oportuno. Era una patata caliente. Los altos mandos de las Fuerzas Armadas no hablaban desde la Transici¨®n. Y siempre terminaban arrestados por la carga pol¨ªtica de sus palabras. A finales de 2005 conseguimos permiso del Ministerio de Defensa. Se nos asign¨® un general de divisi¨®n para negociar las condiciones del reportaje. Elaboramos una lista de altos mandos susceptibles de incluir en el art¨ªculo. Y un calendario. Sin embargo, en enero de 2006, el teniente general Jos¨¦ Mena era destituido por el ministro Bono en respuesta a su discurso en la Pascua Militar donde criticaba el Estatuto de Catalu?a y esgrim¨ªa la posibilidad de una intervenci¨®n militar. Se acabaron las conversaciones. Tras continuas largas por correo electr¨®nico, nuestro contacto se desvaneci¨®. En abril, Jos¨¦ Bono abandonaba por sorpresa Defensa. Y nuestro reportaje pasaba al olvido. Vuelta a empezar. Su sucesor, Jos¨¦ Antonio Alonso, no retomar¨ªa el asunto en sus dos a?os de gesti¨®n.
A finales de octubre de 2009 volvimos a la carga. Hab¨ªa nueva ministra, Carme Chac¨®n. La aprobaci¨®n fue inmediata. A finales de noviembre presentamos una lista con una docena de generales que est¨¢bamos interesados en entrevistar. D¨ªas m¨¢s tarde, el ministerio nos propuso a siete que, tras ser sondeados, estaban dispuestos a encontrarse con EL PA?S. Tres pertenec¨ªan al Ej¨¦rcito de Tierra, dos a la Armada y dos al Ej¨¦rcito del Aire. Hab¨ªa un alto cargo del ¨®rgano central (el director general de Pol¨ªtica de Defensa), dos miembros del equipo del Estado Mayor de la Defensa (el Estado Mayor Conjunto y el Mando de Operaciones), dos jefes de grandes unidades (la Brigada de la Legi¨®n en Almer¨ªa y el Grupo de Acci¨®n Naval N¨²mero 2 en C¨¢diz), el jefe de la Fuerza Interina de Naciones Unidas en L¨ªbano y el propio jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), n¨²mero uno de las Fuerzas Armadas. Las entrevistas se realizar¨ªan a lo largo de una semana y media en sus destinos. Sin censores ni vetos.
Cero recelos. En todos los casos, la acogida fue amistosa y sin reservas. Comimos el cuestionable rancho de la Legi¨®n con el general jefe y sus oficiales en la base de Viator en los d¨ªas en que la brigada comenzaba a entrenarse para relevar esta primavera al contingente espa?ol en Afganist¨¢n; y el m¨¢s aceptable de la Armada, a bordo del buque de asalto anfibio Galicia, en aguas del Estrecho, en la c¨¢mara del contraalmirante, con su estado mayor. Pocas semanas m¨¢s tarde, otro buque a su mando, el Castilla, zarpaba en misi¨®n humanitaria rumbo a Hait¨ª. Entramos en el puesto de mando del Jemad, el herm¨¦tico Centro de Operaciones Conjuntas, en Madrid, donde se realiza la conducci¨®n de todas las operaciones en el exterior, mientras oficiales de los tres ej¨¦rcitos uniformados de campa?a tecleaban ordenadores y despachaban por videoconferencia con nuestras fuerzas en L¨ªbano y las aguas del ?ndico. Incluso descendimos al b¨²nker del Ministerio de Defensa, siempre en estado de vigilia para afrontar situaciones de crisis. Con los siete generales hubo franqueza, transparencia y tuteo.
Los militares espa?oles quieren contar c¨®mo son y lo que hacen. Est¨¢n satisfechos de su formaci¨®n, tradiciones, transici¨®n y misiones. Para el teniente general Juan Villam¨ªa, uno de los principales asesores de la ministra, "la mayor adaptaci¨®n de la sociedad espa?ola en los ¨²ltimos 30 a?os la?hemos hecho nosotros. Hemos sido un modelo. Y s¨ª, ?estamos orgullosos! ?Por qu¨¦ no decirlo? Representamos lo que son los ciudadanos y somos una buena representaci¨®n". Los generales de este reportaje repiten hasta la saciedad que son parte de la sociedad. "Aqu¨ª hay de todo, como en la sociedad de la que salimos y a la que pertenecemos. Que nos creen un prototipo es injusto. No somos ni m¨¢s ni menos conservadores. Somos la sociedad y evolucionamos con ella", explica el general Varela.
Las reglas est¨¢n claras. Saben cu¨¢l es su papel. Est¨¢n bajo el mando del presidente del Gobierno, al que le corresponde, seg¨²n la Ley Org¨¢nica de 2005, "la direcci¨®n de la pol¨ªtica de defensa y la determinaci¨®n de sus objetivos, la gesti¨®n de las situaciones de crisis que afecten a la defensa y la direcci¨®n estrat¨¦gica de las operaciones militares en caso de uso de la fuerza". Los oficiales m¨¢s j¨®venes son tambi¨¦n conscientes de que s¨®lo unos pocos llegar¨¢n al generalato en unos ej¨¦rcitos de un tercio del tama?o que ten¨ªan hace 30 a?os. Mientras, est¨¢n decididos a servir y disfrutar de cada destino. Se reafirman como militares. "No somos una ONG". Han recuperado la autoestima. Tras a?os de peregrinaje. Se sienten ¨²tiles. Incluso mejor pagados. Como resumi¨® al final de nuestra entrevista el vicealmirante Mart¨ªnez N¨²?ez, "es un magn¨ªfico momento para ser militar. Esto engancha si crees en lo que haces".
Tanto tiempo esperando y cuando por fin te sientas frente al general jefe de la Brigada de la Legi¨®n, Francisco Varela Salas: s¨®lido f¨ªsico de guerrillero, cabello a cepillo, ce?ido uniforme legionario, botas de campa?a, albacea de los 90 a?os de leyenda de este cuerpo de novios de la muerte cofundado por Franco, le pides que defina al Ej¨¦rcito y responde sin pesta?ear: "Somos una herramienta de la pol¨ªtica exterior del Gobierno", comprendes que las Fuerzas Armadas han sufrido una metamorfosis. Y sus mandos en cabeza.
En Espa?a hay algo m¨¢s de 200 generales; la mitad, en el Ej¨¦rcito de Tierra. Los m¨¢s j¨®venes apenas superan los 50 a?os. S¨®lo alcanzan el rango de general de brigada (o contraalmirante) entre el 5% y el 10% de cada promoci¨®n de las academias (algo m¨¢s de 200 oficiales entre los tres ej¨¦rcitos por curso). Y la mitad de la mitad, el m¨¢ximo empleo de teniente general o almirante. Nuestros generales cobran como un profesor universitario y llevan una vida de clase media. Todos han participado en misiones en el exterior. Codo a codo con pol¨ªticos, diplom¨¢ticos y miembros de ONG. Son expertos en inteligencia y nuevas tecnolog¨ªas. Diplomados de Estado Mayor (algo as¨ª como un MBA de las Fuerzas Armadas). Y tambi¨¦n curtidos hombres de acci¨®n. A imagen y semejanza de su admirado Stanley McChrystal, el general jefe de la fuerza internacional en Afganist¨¢n, un brillante oficial de West Point, de 55 a?os, educado en Harvard, capaz de encabezar un comando de operaciones especiales en la captura de Sadam Husein y tambi¨¦n de elaborar un informe para el presidente Obama explic¨¢ndole c¨®mo solucionar el embrollo afgano a trav¨¦s del desarrollo de la econom¨ªa y el fortalecimiento de las instituciones del pa¨ªs. "Ya no se trata de coger a los malos y matarlos, sino de ganarse a la poblaci¨®n civil y ponerla de tu lado. Reconstruir el pa¨ªs. Y que vean que est¨¢s con ellos, que vas a protegerlos. Hay que lograr que los malos se queden sin apoyos. Se trata de derrotar al enemigo sin pegar un tiro", explica el general Varela, especialista en guerra irregular. Para el Jemad, "los conflictos ya no los resuelven las Fuerzas Armadas. La guerra ya no se contempla. Los conflictos se resuelven con instituciones justas. Nosotros ganamos espacio seguro y las instituciones civiles hacen su trabajo".
Los nuevos generales tienen carreras y estudios civiles. Y un ingl¨¦s a base de codos. Familias numerosas y una cortes¨ªa de manual. La mayor¨ªa se confiesa cat¨®lico-practicante. Y apol¨ªtico. "Yo, de uniforme, soy el general Asarta; el fiel de la balanza, y no puedo ni debo decantarme. Cuando me quito el uniforme soy un ciudadano y expreso mis ideas, pero nunca como general", explica el reci¨¦n nombrado responsable de la ONU en L¨ªbano. "Cuando entras aqu¨ª, renuncias a derechos constitucionales como el de expresi¨®n o sindicaci¨®n. Hemos asumido una regla, y si no te gusta, te vas", recalca el legionario general Varela.
Son hijos de militares, pero no padres de militares. Sus hijos han optado por carreras civiles. En su caso, el Ej¨¦rcito fue un destino manifiesto. Un futuro con visibilidad social y seguridad econ¨®mica inducido por unos padres veteranos de guerra. Nuestros siete generales ingresaron en las academias en los estertores del franquismo. Alguno, con el dictador en el lecho de muerte. Recibieron una educaci¨®n muy conservadora, exigente, pobre en idiomas y m¨¢s t¨¦cnica que humanista. Machista. Basada en tradiciones. Alejada de la sociedad civil. Con marchas de madrugada, ex¨¢menes a diario y un control estricto de la conducta de cada joven oficial, todo sumido en un fuerte sentido corporativo y de culto al compa?erismo.
Cada ej¨¦rcito en el que ingresaron ten¨ªa un estilo muy definido. Que a¨²n subsiste. Y defienden a capa y espada. Aunque el futuro de las operaciones militares sea conjunto. Y la ley ya describa a las Fuerzas Armadas como "una entidad ¨²nica". La elitista, purista y endog¨¢mica marina de guerra posibilitaba un mayor control de la instituci¨®n sobre el oficial: a bordo de un buque, el comandante es dios; y por el medio en que se desenvuelven, los oc¨¦anos libres e inabarcables, y los largos tiempos de navegaci¨®n, se han convertido en expertos en comunicaciones, comercio internacional, suministro energ¨¦tico y, sobre todo, estrategia. Son especialistas en establecer objetivos a largo plazo. Por contra, el Ej¨¦rcito del Aire, el ¨²ltimo en llegar, cuenta con menos tradiciones y parentescos y siempre ha ofrecido un perfil m¨¢s moderno, tecnol¨®gico, fr¨ªo y osado; su criterio es la inmediatez y la precisi¨®n; a los mandos de un reactor de caza, un ordenador con alas, no se puede parar el tiempo, hay que tomar decisiones en segundos. En el numeroso y m¨¢s modesto Ej¨¦rcito de Tierra, los or¨ªgenes sociales de los oficiales siempre estuvieron mezclados: desde arist¨®cratas hasta hijos de campesinos en busca de un ascensor social. Es dif¨ªcil esbozar un perfil del oficial de Tierra de los setenta, m¨¢s all¨¢ del autorreclutamiento, la meritocracia y cierto complejo de inferioridad. Fueron los ¨²ltimos en salir al extranjero. Se resarcieron. Hoy, todos sus oficiales se han bregado en el exterior. El oficial de Tierra est¨¢ pegado al suelo; ve la cara al enemigo y contempla de cerca el sufrimiento; es responsable de convivir con la poblaci¨®n civil. De resolver situaciones sobre la marcha. Es el ej¨¦rcito que ocupa. Que muere. Y gana la guerra.
Nuestros siete generales responden de una u otra forma al retrato robot de su ej¨¦rcito. Incluso en su apariencia f¨ªsica. Y su discurso. De la frialdad atl¨¦tica del Jemad, antiguo piloto de F-18, a la contundencia corporal de los paracas Varela y Asarta, a la educaci¨®n brit¨¢nica del vicealmirante Mart¨ªnez N¨²?ez. M¨¢s all¨¢ de sus peculiaridades corporativas, vivir¨ªan los mismos cinco a?os de internado en las academias militares del franquismo: burbujas que les aislar¨ªan de los fren¨¦ticos tiempos que corr¨ªan en Espa?a durante la agon¨ªa del r¨¦gimen. Afirman rotundos que nunca hablaban de pol¨ªtica. No sab¨ªan de pol¨ªtica. "Yo pensaba en estudiar y hacer deporte", recuerda Alberto Asarta. "No me enteraba de nada. No ten¨ªa puntos de referencia. Ahora sales fuera, ves otros ej¨¦rcitos, otros gobiernos. Nosotros no hab¨ªamos salido nunca. Nuestra ideolog¨ªa era el Dec¨¢logo del cadete que redact¨® Franco cuando era director de la Academia; aquello de: ?Tener amor a la responsabilidad y decisi¨®n para resolver". "No hab¨ªa debate; no era una formaci¨®n ideologizada; en la Academia se viv¨ªan los valores de la Academia y no hab¨ªa la m¨ªnima discusi¨®n pol¨ªtica", describe el teniente general Juan Villam¨ªa, que contin¨²a: "Nuestra formaci¨®n militar era resultado del momento; de la guerra fr¨ªa. Nuestros profesores tambi¨¦n eran militares y de algunas cosas no sab¨ªan demasiado, pero ten¨ªan un buen hacer". "Es cierto, los oficiales de las Fuerzas Armadas somos conservadores de unos valores que vienen del pasado y que aprendimos en las academias, pero eso no quiere decir que estemos politizados", explica el contraalmirante Juan Rodr¨ªguez Garat. "Con Franco estaban politizados ciertos generales, no las Fuerzas Armadas. Hay que mantener la pol¨ªtica alejada de lo militar. Que la perspectiva de tu carrera no est¨¦ influenciada por qui¨¦n mande. Nosotros somos leales a un Gobierno, no a un partido". "?Franco? Sab¨ªamos que era el fundador de la Academia de Zaragoza y all¨ª estaba su estatua. Pero no ten¨ªa una presencia pol¨ªtica. Estaba por un hecho hist¨®rico. Y as¨ª lo ve¨ªamos", recuerda el general Varela. "No hab¨ªa tiempo para tanto an¨¢lisis. Nuestra vida era muy dura. Pero la formaci¨®n era la mejor que se pod¨ªa conseguir. Y nos daba unos valores, compa?erismo, honor, valent¨ªa, sacrificio, que hoy se est¨¢n perdiendo".
-?Y que son necesarios?
-Nosotros los potenciamos en nuestra gente. Un d¨ªa les puedes exigir a tus soldados que se jueguen la vida, y sin esos valores no es algo f¨¢cil de ordenar ni de cumplir.
?fueron militares vocacionales?
Entre estos siete generales hubo de todo. Eran muy j¨®venes cuando ingresaron. Y el Ej¨¦rcito, su ¨²nica referencia. El Jemad, general del Aire Julio Rodr¨ªguez, habla de una vocaci¨®n sobrevenida: "Yo no hab¨ªa visto otra cosa que el Ej¨¦rcito del Aire. A m¨ª lo que me llamaba la atenci¨®n era volar. Luego me fue entrando la vocaci¨®n militar. La Academia era lo que hab¨ªa aunque hoy se pueda criticar. Nuestra misi¨®n era defender el territorio nacional. Y nuestra obligaci¨®n, dominar el sistema de armas. Pilotar. Y lo aprend¨ªamos bien. Yo recuerdo lo bueno. A mis 50 compa?eros. La Academia te forja; es uni¨®n, convivencia. Pero, claro, aquella sociedad ten¨ªa unos par¨¢metros muy distintos a los actuales. Era autoritaria. Y la informaci¨®n que recib¨ªamos era una. Ya de oficial me convert¨ª en un lector compulsivo de peri¨®dicos y en mis primeros viajes a Francia, a comienzos de los setenta, tras la compra de los reactores Mirage por el Ej¨¦rcito del Aire, comenc¨¦ a leer libros editados por Ruedo Ib¨¦rico de autores que no se publicaban en Espa?a: Hugh Thomas, Gerald Brenan, Pierre Villar. Y vas aprendiendo. Hoy no me considero un conservador. Para nada. Y no me refiero a la pol¨ªtica, sino a mis ideas sobre la vida".
Fueron educados para defender a Espa?a del enemigo exterior y, de paso, de las acechanzas del interior. Los malos estaban perfectamente identificados: dentro de nuestro territorio, la subversi¨®n; fuera, el Pacto de Varsovia. La amenaza roja. Era un mundo bipolar, al contrario que hoy, donde las amenazas a las que se enfrentan son infinitas, imprevisibles y cambiantes (como se demostr¨® en el atentado de las Torres Gemelas), y forman un espeso pur¨¦ en el que se mezclan desde el terrorismo internacional hasta el crimen organizado; desde los estados fallidos, los extremismos religiosos y los nacionalismos extremos hasta los piratas y los ciberterroristas; desde las hambrunas hasta las armas de destrucci¨®n masiva. La ca¨ªda de una ficha puede arrastrar al resto. Ya no hay uniformes ni banderas ni campos de batalla. Ni fronteras. Eso se acab¨®. Una de las funciones del vicealmirante Mart¨ªnez N¨²?ez, jefe de la divisi¨®n de estrategia y planes del Estado Mayor Conjunto, y su centenar de oficiales/analistas, es prever esas amenazas. Y estar preparados para combatirlas: "Ser los primeros en concebir qu¨¦ cosas podr¨ªan afectar a Espa?a militarmente. Estudiar los escenarios y las relaciones internacionales. Adelantarnos. Es un trabajo de an¨¢lisis y s¨ªntesis con el que orientamos la preparaci¨®n conjunta y definimos las capacidades que necesitamos en los ej¨¦rcitos. Ya no es contra qui¨¦n luchas, sino c¨®mo luchas". En esa l¨ªnea, al Jemad le gusta repetir: "Hay que ganar la batalla cuando a¨²n no ha comenzado".
Para lograrlo, los militares tienen que estar listos para trabajar en cualquier lugar del mundo y en combinaci¨®n con los ej¨¦rcitos de nuestros aliados. Con ese objetivo se entrenan. El nuevo modelo son unas Fuerzas Armadas reducidas, m¨®viles y avanzadas. Basadas en la inteligencia y las nuevas tecnolog¨ªas. Capaces de proyectarse en horas y dar seguridad, interponerse, estabilizar, pacificar, reconstruir y combatir; defender nuestros intereses donde sea preciso y, lo que es m¨¢s revolucionario, sin sufrir bajas ni causarlas al adversario. Y sin dejar de lado sus misiones permanentes (defender nuestro territorio, espacio a¨¦reo y aguas). Y responder a las situaciones de emergencia y cat¨¢strofe que ocurran en el pa¨ªs. Y sin parar de modernizarse. Apret¨¢ndose el cintur¨®n. Y bajo el escrutinio del Parlamento y los medios de comunicaci¨®n.
Pero cuando nuestros protagonistas recibieron el t¨ªtulo de oficial en los setenta llegaban a unas Fuerzas Armadas sobredimensionadas, obsoletas y est¨¢ticas; donde los soldados eran de reemplazo, los oficiales estaban mal pagados y el material era de desecho. Cada ej¨¦rcito iba a lo suyo: contaba con su propio ministerio e intereses, una extensa e inoperante presencia territorial y disparidad de m¨¦todos, estrategia y equipamiento. Las grandes unidades rodeaban las ciudades como un cepo. Y los oficiales de los tres ej¨¦rcitos no se conoc¨ªan ni en fotograf¨ªa. El Convenio de Espa?a con Estados Unidos (1953) hab¨ªa dado ox¨ªgeno al franquismo y un nuevo horizonte a los oficiales del Aire y la Armada. Esos aires apenas rozaron al sufrido Ej¨¦rcito de Tierra. Que era la columna vertebral del r¨¦gimen.
Y sus generales ten¨ªan poco que ver con esa combinaci¨®n de guerreros, analistas, diplom¨¢ticos y comunicadores en que se han convertido nuestros protagonistas. Hace 30 a?os eran glorias del pasado cargados de cicatrices y medallas. H¨¦roes m¨¢s que gestores. Jefes indiscutibles. Distantes con el subordinado. Con m¨¢s brillo social que peculio. Hasta 1984, todos los tenientes generales y almirantes en activo que hac¨ªan lobby contra la democracia eran triunfadores de la Guerra Civil. Y lo demostraban. Eran la primera autoridad de cada regi¨®n; verdaderos virreyes. En Barcelona a¨²n recuerdan al capit¨¢n general de Catalu?a pasando por delante del presidente de la Generalitat a comienzos de los ochenta. En Madrid, el jefe de la I Regi¨®n era considerado durante el franquismo el guardi¨¢n del r¨¦gimen. Esa idea permaneci¨® inalterada durante los primeros a?os de democracia.
Los generales se sent¨ªan depositarios de unas esencias con las que deb¨ªa comulgar la poblaci¨®n. Durante el mandato de Franco pertenec¨ªan al generalato el jefe del Estado, el presidente y el vicepresidente; un tercio de los ministros y la quinta parte de los procuradores en Cortes; decenas de subsecretarios, directores generales y gobernadores civiles; los generales presid¨ªan el INI, muchas empresas p¨²blicas y eran hasta embajadores; dirig¨ªan la Seguridad del Estado, los servicios de informaci¨®n, la Polic¨ªa, la Guardia Civil y la Cruz Roja. Hab¨ªa hasta un obispo castrense con las estrellas de general de divisi¨®n bordadas en la sotana. Y 64 calles en Madrid con nombre de general, la mayor¨ªa compa?eros de viaje de Franco. Sin olvidar el Consejo Supremo de Justicia Militar, presidido por un teniente general, que extend¨ªa su radio de acci¨®n penal hasta los delitos pol¨ªticos realizados por civiles hasta bien entrados los ochenta. Los generales mandaban en lo suyo e influ¨ªan en el resto. Era un Ej¨¦rcito temido, no un Ej¨¦rcito querido. Y lleg¨® la democracia.
"Yo siempre digo: Si me dais un colectivo para reformar, que sea el Ej¨¦rcito, que al menos hay disciplina", afirma Narc¨ªs Serra, ministro de Defensa entre 1982 y 1991, y transformador de aquellas Fuerzas Armadas. Serra rechaz¨® dos veces la cartera de Defensa que le ofrec¨ªa Felipe Gonz¨¢lez y s¨®lo la acept¨®, por responsabilidad pol¨ªtica, despu¨¦s de que se descubriera una trama militar golpista que iba a actuar al filo de las elecciones del 28 de octubre de 1982. "El problema era que los militares digirieran que un socialista fuese su jefe. Pero me recibieron con correcci¨®n. No hubo ni asomo de falta de respeto. Y yo aprend¨ª r¨¢pido. Hoy puedo decir que los militares han hecho mejor su transici¨®n que otros grandes colectivos del servicio p¨²blico del Estado. Y hay menos tensi¨®n entre los militares espa?oles y su ministra de Defensa que entre los controladores a¨¦reos y el de Fomento".
Uno de los oficiales que trabajaron para Narc¨ªs Serra en el ministerio, que con los a?os llegar¨ªa a la cumbre del Ej¨¦rcito y pide mantenerse en el anonimato, describe la situaci¨®n militar que se encontraron Gonz¨¢lez y Serra al llegar al Ejecutivo: "El presidente no mandaba en las Fuerzas Armadas. Su papel no estaba claro. La cadena de mando iba desde el Rey hasta los ej¨¦rcitos a trav¨¦s de la Junta de Jefes de Estado Mayor (Jujem), que ten¨ªa mando militar. Hasta 1984 se hablaba en el Ej¨¦rcito de dos cadenas: el mando pol¨ªtico administrativo y el militar y operativo. Y el presidente y el ministro no ten¨ªan realmente mando militar. No tocaban pelota. Y fue as¨ª hasta que la Ley de 1984 dio competencias claras al presidente del Gobierno y la Jujem pas¨® de ser un ?¨®rgano colegiado superior de la cadena de mando militar de los tres ej¨¦rcitos? a un ¨®rgano asesor. Y se reforz¨® el poder del Jemad como interlocutor del presidente. Era una forma de decir a los militares que su papel era distinto del que hab¨ªan tenido hasta entonces; que los tiempos estaban cambiando. Y deb¨ªan adaptarse".
Hay una imagen captada por la fot¨®grafa Marisa Fl¨®rez el 8 de diciembre de 1982 que muestra a Felipe Gonz¨¢lez y Narc¨ªs Serra, reci¨¦n cumplidos los 40, rodeados de adustos generales durante una misa en la Divisi¨®n Acorazada en honor de la Inmaculada Concepci¨®n. El presidente socialista y su responsable de Defensa hab¨ªan tomado posesi¨®n cinco d¨ªas antes. Visten abrigos oscuros abotonados hasta el cuello y tienen el gesto desencajado. Bajo la tribuna en la que presiden firmes la ceremonia se adivina el perfil de decenas de carros de combate. Los mismos que a punto estuvieron de ocupar Madrid un a?o y medio antes, la noche del 23-F. Este documento inmortaliza el comienzo de la reforma militar.
"Nunca he pasado tanto fr¨ªo como aquella ma?ana de diciembre", recuerda Serra. "La idea genial fue que asistiera el presidente del Gobierno cuando en la Acorazada nadie le esperaba. Era escenificar qui¨¦n mandaba. El general Guti¨¦rrez Mellado hab¨ªa hecho bien su trabajo: que las Fuerzas Armadas entendieran que ya no pod¨ªan intervenir en pol¨ªtica; el segundo paso era m¨ªo: que comprendieran que era el Gobierno el que daba las ¨®rdenes. En el verano de 1983 dise?¨¦ un nuevo marco en el que quedaba claro que las Fuerzas Armadas estaban subordinadas al Gobierno y por delegaci¨®n estaba el ministro. Que los mandos ten¨ªan que ser unipersonales, como el Jemad, y cada uno deb¨ªa responder de sus actos; y los ¨®rganos colegiados, la Junta de Jefes de Estado Mayor y los Consejos Superiores de cada ej¨¦rcito, pasaban a ser meros asesores. Me ayudaron Manfred Werner, que era el ministro de Defensa alem¨¢n, y el franc¨¦s, Charles Hernu. Y un grupo de j¨®venes y entusiastas oficiales que trabajaban en mi gabinete, encabezados por el general Veguillas, al que luego asesin¨® ETA".
-?En su pol¨ªtica de ascensos a general posterg¨® a alg¨²n oficial por su ideolog¨ªa conservadora?
-Nunca. Nuestro acierto fue reformar y no depurar. Y reformar es siempre el camino m¨¢s dif¨ªcil. No se vet¨® a nadie por su ideolog¨ªa conservadora, pero tampoco permit¨ª lo contrario: que los ej¨¦rcitos vetaran a nadie para el generalato por ser progresista ni que se me impusiera a nadie para el ascenso ni que se me ocultara nada.
-?Cu¨¢ndo termin¨® la reforma?
-A partir de 1986. Con la entrada en la OTAN y en la UEO. Se fortaleci¨® el sentimiento de que el ministro era clave en el nuevo escenario de alianzas. Y paralelamente comenzaron las misiones internacionales. Cambi¨® la mentalidad de los militares. La Transici¨®n hab¨ªa terminado.
El general Rodr¨ªguez es hoy un Jemad con atribuciones bien definidas y reforzadas; es el principal asesor militar del presidente del Gobierno y el mando de la estructura operativa de las Fuerzas Armadas bajo la dependencia de la ministra. Rodr¨ªguez, listo, intuitivo, socarr¨®n, con unos ojos grises clavados en su rostro de fil¨®sofo griego, educado en el concepto de responsabilidad individual propia del piloto de combate, es un firme partidario de que en el Ej¨¦rcito cada palo aguante su vela. O, lo que es lo mismo, corporativismo, lo justo. "Cada uno tiene que tener una misi¨®n clara; yo tomo mis decisiones, y no se las paso ni al superior ni al inferior. Los jefes de Estado Mayor de cada ej¨¦rcito tienen la misi¨®n de preparar la fuerza y ponerla al servicio del Jemad, que la utiliza en las operaciones. Y es mi responsabilidad. Y la acepto. Esto tiene que ser operativo y funcional. El Gobierno necesita un interlocutor, no cuatro".
Cuando se realiz¨® aquella vieja fotograf¨ªa de 1982 en la Divisi¨®n Acorazada, nuestros siete generales eran j¨®venes tenientes y capitanes inmersos en los destinos m¨¢s operativos de las Fuerzas Armadas. En el lento camino hacia el generalato. El hoy Jemad, a los mandos de un Mirage; el general Varela, en unidades de operaciones especiales; el general Asarta, en fuerzas paracaidistas; el contraalmirante Rodr¨ªguez Garat y el vicealmirante Mart¨ªnez N¨²?ez, navegando; el general S¨¢nchez Ortega, en la Escuela Militar de Paracaidismo, y el teniente general Villam¨ªa, en un regimiento de zapadores. A finales de esa d¨¦cada, las nuevas misiones internacionales en que se iban a implicar las Fuerzas Armadas les pillar¨ªan preparados. Era la primera generaci¨®n de oficiales que iba a trabajar fuera de nuestras fronteras. Un cambio de horizonte. Y de mentalidad. La guerra fr¨ªa hab¨ªa terminado. La dictadura era historia. Y el Ej¨¦rcito deb¨ªa buscar un nuevo papel.
Los siete comenzar¨ªan nuevo doctorado que llevar¨ªa al contraalmirante Rodr¨ªguez Garat a la Escuela de Guerra en Londres; al actual Jemad, a M¨²nich; al general Varela, a la Ant¨¢rtida y Bosnia; al general Asarta, a El Salvador y Estrasburgo; a los generales Villam¨ªa y Ortega, a Bruselas, y al vicealmirante Mart¨ªnez N¨²?ez, a operaciones en aguas de todo el planeta. Ya nada ser¨ªa lo mismo. Aprender¨ªan a moverse fuera de su entorno y, lo que es m¨¢s importante, a trabajar con oficiales de otros ej¨¦rcitos y otros pa¨ªses. Y con civiles. Un contacto que reforzar¨ªa su autoestima. Eran capaces de hacerlo. Mejor que otros. Y la sociedad les aplaud¨ªa. Y se reflejaba en las encuestas. Hasta los americanos les consultaban sobre sus sofisticadas t¨¦cnicas para relacionarse con la poblaci¨®n civil en Bosnia. "Jam¨®n, queso y vino", resumi¨® el entonces comandante Varela. "Tratarlos como personas. Y eso lo sabe hacer el soldado espa?ol".
Desde 1989, nuestras Fuerzas Armadas han participado en 50 misiones en el exterior por las que han pasado 100.000 militares y en las que han muerto 150 militares en acto de servicio. Pr¨¢cticamente nuestros primeros ca¨ªdos desde la Guerra Civil. Las guerras ya no son guerras. Pero los nuevos tiempos tambi¨¦n implican riesgo. Y dolor. Los militares no viajan por el mundo repartiendo tiritas. Y eso ya lo aprendieron en Bosnia con 11 muertos. Ah¨ª est¨¢n las im¨¢genes en Herat (Afganist¨¢n) del hoy general S¨¢nchez Ortega, el 9 de noviembre de 2008, despidiendo emocionado los cad¨¢veres de dos de sus soldados, el cabo primero Rub¨¦n Alonso R¨ªos y el brigada Juan Andr¨¦s Su¨¢rez Garc¨ªa, asesinados por los talibanes. O del general Asarta, en Nayaf (Irak), el 4 de abril de 2004; ligero parecido con John Wayne; casco, chaleco de combate y fusil G-63 al hombro, dando las ¨²ltimas ¨®rdenes a su centenar de hombres para defender la base Al Andalus del ataque de miles de seguidores del cl¨¦rigo chiita Al Sader. "Lo hicimos tan bien que no tuvimos ninguna baja", explica el primer general espa?ol que asume la jefatura de una misi¨®n de Naciones Unidas, la de L¨ªbano.
Nuestros siete protagonistas ingresaron en el ej¨¦rcito de ayer, lo han convertido en el de hoy y trabajan por el de ma?ana. ?C¨®mo debe ser la generaci¨®n de generales que vengan despu¨¦s de ellos y en la que en torno a 2017 habr¨¢ por primera vez mujeres? De sus respuestas se dibuja el retrato robot de un soldado adaptado y comprometido con la sociedad en la que vive; que posea el chip de servir y ayudar; que no est¨¦ obsesionado con los ascensos, sino con disfrutar cada destino; abierto y flexible; osado, curioso y polivalente; pr¨®ximo a sus subordinados; que sea capaz de mirar hacia fuera; que vea los ej¨¦rcitos en su conjunto y no se detenga en el color del uniforme; que sea un hombre de pensamiento y de acci¨®n; que tenga experiencia de mando y no sea un oficial de despacho; que consiga que sus subordinados le sigan en la direcci¨®n correcta. Capaz de exigir y enfrentarse al m¨¢ximo sacrificio. Que sea pr¨¢ctico y est¨¦ orientado a los resultados. Y, sobre todo, que sepa bregar con los medios de comunicaci¨®n. "Siempre nos hemos vendido muy mal", recapitula el general Asarta. "Somos los grandes desconocidos de este pa¨ªs".
No s¨®lo ¨¦l lo piensa. Hay unas palabras del Jemad al final de un discurso que pronunci¨® en noviembre ante los futuros generales, que hace unos a?os hubiera sido inconcebible en boca del n¨²mero uno de las Fuerzas Armadas: "Nuestra transformaci¨®n estar¨¢ realizada cuando al encontrarse con un periodista, un general perciba una oportunidad m¨¢s que una amenaza". En eso est¨¢n.
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