La breve vida de la posteridad
Por mucho escepticismo, y aun cinismo, que hoy le pongamos a la idea de posteridad, no es f¨¢cil que los escritores, pintores, m¨²sicos y cineastas nos desprendamos de ella enteramente en el plazo de dos o tres generaciones. Es muy poco tiempo en comparaci¨®n con los muchos siglos en que esa esperanza o noci¨®n estuvo vigente. Por definici¨®n, quien pone algo por escrito tiene cierta intenci¨®n, aunque sea inconsciente, de que ese algo permanezca o por lo menos pueda ser descubierto en el futuro. Quien se dedica a alg¨²n arte no ignora que hay obras que se siguen leyendo, escuchando, admirando, al cabo de centenares de a?os de su composici¨®n y de la muerte del autor, cuando ¨¦ste lleva una eternidad sin estar "presente" ni ofrecer ninguna "novedad". La duraci¨®n de Cervantes, Shakespeare o Montaigne; la de Bach, Mozart o Schubert; la de Vel¨¢zquez o Rembrandt o Leonardo; la menor, pero ya larga, de Welles, Hitchcock, Ford o Lubitsch permite que a cualquier artista lo anime, aunque no se lo reconozca o incluso lo niegue, una difusa intenci¨®n de dejar alguna huella de su paso por el mundo, adem¨¢s de otras cosas sin duda m¨¢s urgentes e importantes, como ganarse la vida con lo que sabe hacer, o divertirse haci¨¦ndolo, o tener una ocupaci¨®n que -como yo mismo he dicho en numerosas ocasiones ante la pregunta "?Por qu¨¦ escribe usted?"- lo dispense de tener jefe y de madrugar.
"Por definici¨®n, quien pone algo por escrito tiene cierta intenci¨®n de que ese algo permanezca
El af¨¢n de posteridad est¨¢ hoy muy mal visto, por no decir que resulta directamente rid¨ªculo adem¨¢s de -como siempre- pretencioso. La ridiculez viene dada por el hecho de que, tal como est¨¢ concebida y planteada la producci¨®n de obras art¨ªsticas en la actualidad, ¨¦stas llevan consigo, en principio, una cada vez m¨¢s inmediata fecha de caducidad. No son pocos los libros, pel¨ªculas, discos en los que esa fecha coincide de hecho con la de su alumbramiento. Nacen ya muertos, olvidados antes de forjar memoria; existen, pero es como si nunca hubieran existido. Como es sabido, son devueltos a la f¨¢brica antes de que nadie haya podido sentir curiosidad por ellos, algunas cintas ni siquiera se estrenan. Lo ¨²nico que parece existir de veras son los grandes ¨¦xitos comerciales, los que se mantienen incontables semanas en las listas de m¨¢s vistos o vendidos o escuchados. Pero su duraci¨®n est¨¢ todo menos garantizada. Es m¨¢s, esos productos se consumen tan r¨¢pida y masivamente (todo el mundo a la vez, para no quedarse "descolgado" de lo que toca en cada momento) que nadie se acuerda de ellos al cabo de unos a?os, y casi nadie los ve o lee o escucha fuera de "su" temporada. ?Qui¨¦n va a molestarse ahora mismo en zamparse El c¨®digo Da Vinci o incluso El ni?o con el pijama de rayas? S¨®lo unos cuantos rezagados, que a toda velocidad se asemejan a quienes hoy se zambullen en Lo que el viento se llev¨® o Adi¨®s, Mr Chips, por mencionar dos dignas novelas que ley¨® todo bicho viviente en su ¨¦poca. ?Qui¨¦n se atrever¨¢ a asomarse a la trilog¨ªa de Stieg Larsson o a Avatar dentro de cinco a?os, aparte de los frikis de cada una, los que se instalan a vivir en un mundo del que reh¨²san salir?
Pero tampoco lo tienen mejor quienes crean obras que llevan inscrita en la frente la palabra "perduraci¨®n", las que no aspiran a una aceptaci¨®n instant¨¢nea y multitudinaria y juegan la baza de la paciencia y apuestan por el porvenir. ?Qui¨¦n ve hoy el cine de Bergman, Rossellini o Renoir, am¨¦n de unos cuantos cin¨¦filos que compramos religiosamente sus DVDs? ?Y qui¨¦n lee al gran Faulkner o a Fitzgerald o a C¨¦line? En el fondo somos tan frikis como los de La?guerra de las galaxias o El Se?or de los Anillos, s¨®lo que sin disfraces ni convenciones. Esos autores ya no forman parte de la "cultura general", s¨®lo de la de especialistas o marginales. Su indudable talento no basta para su cabal persistencia, ¨¦sta es s¨®lo parcial. ?Qu¨¦ hace falta, pues, para ser un verdadero cl¨¢sico a todos los efectos, como Hitchcock o Billy Wilder, por los que a¨²n pasan todas las generaciones? ?O como Dickens, Flaubert, Conrad o Henry James, a los que todo aficionado a la literatura acaba echando un vistazo, aunque sea de reojo? ?O como el imperecedero Elvis Presley? Menos que nunca est¨¢ en la mano de los artistas su pervivencia. Han pasado los tiempos en que Joyce o Thomas Mann se esforzaban por alcanzar la posteridad y acababan logr¨¢ndolo. Casi todos sus pasos iban dirigidos a eso, tanto los literarios como los que conformaban su figura p¨²blica. Hoy eso ya no sirve. Entre nosotros fue Cela el escritor que m¨¢s se preocup¨® por quedar, y a ello dedic¨® buena parte de sus energ¨ªas. Inseguro de su val¨ªa, conserv¨®, orden¨® y archiv¨® sus originales y cartas, se afan¨® por que en su colecci¨®n no faltase una sola edici¨®n de cualquiera de sus t¨ªtulos, por insignificante que fuese. Hasta reescribi¨® a mano, y a destiempo, el ¨²nico original que hab¨ªa perdido o regalado, el de La familia de Pascual Duarte, convirti¨¦ndose as¨ª en un extra?o falsificador de s¨ª mismo. Seg¨²n las ¨²ltimas noticias, cuanto atesor¨® con megaloman¨ªa y obsesi¨®n en la Fundaci¨®n Cela, recaudando dinero p¨²blico para su construcci¨®n, empieza a deteriorarse y a ser v¨ªctima de la incuria y la bancarrota. Y al parecer casi nadie se molesta en visitar su sede. Muri¨® hace s¨®lo ocho a?os y adem¨¢s recibi¨® el Premio Nobel, pero no estoy seguro de que se lo lea ya mucho. Que algo dure hoy diez a?os es un milagro, quiz¨¢ -salvo excepciones incomprensibles- la forma m¨¢xima de la posteridad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.