La condecoraci¨®n
Lauro Olmo ha estrenado, por fin, La condecoraci¨®n, cuando ya no se conceden tantas condecoraciones, aunque alguna todav¨ªa queda. Pienso que varias generaciones, las de la guerra y la postguerra, aun no teniendo mucho o nada que ver con la cosa, hemos llevado por dentro la condecoraci¨®n, una involuntaria e indeseada condecoraci¨®n, que por fuera es una ffiedalla y por dentro es una llaga.Recuerdo cuando Lauro iba al caf¨¦ Gij¨®n y se quedaba en la barra, casi siempre de pie, por la tarde o por la noche, con su cara golpeada por invisibles e imposibles pu?os, como un boxeador sonado del Campo del Gas, aunque de sonado, nada. Ese rostro aplastado, entre Bac¨®n (que ahora expone tard¨ªamente en Madrid) y el sainete. Lauro, con una voz inesperadamente delicada en su morfolog¨ªa y su biograf¨ªa, nos hablaba de la obra hace diez a?os, nos contaba La condecoraci¨®n, y ¨¦l era como un condecorado por la censura, el m¨¢s alto condecorado con la m¨¢s alta y negativa condecoraci¨®n del no.
-Nada. El nuevo director general tambi¨¦n ha dicho que no.
As¨ª que pasen cinco a?os, Lauro. As¨ª que pasen diez a?os. El otro d¨ªa estren¨®, por fin, su funci¨®n el hombre de la nariz fracasada y el su¨¦ter gordo. Recuerdo cuando La camisa. En la obra hab¨ªa un taco, un co?o exclamativo o transitivo (que es como m¨¢s usamos esta expresi¨®n los espa?oles) y cada noche le pon¨ªa una multa la censura por el palabro, y cada noche se pagaba la multa y se segu¨ªa diciendo el pecado.
As¨ª de ritual y variopinta ha sido nuestra censura, tal y como lo ha confesado un censor en este peri¨®dico, el domingo. Pero a lo que iba: que todos, el que m¨¢s y el que menos, llevamos en el alma,como un dolor, una condecoraci¨®n.
-Tenga usted en cuenta que de pronto nos condecoraron a todo el pa¨ªs en masa -dice el abrecoches.
Eso. 0 criminal de guerra o condecorado. El abrecoches hay d¨ªas que se pone las condecoraciones que le da la caridad del barrio. Parece un general de Napole¨®n despu¨¦s de Waterloo. Astroso, pero condecorado. Son insignias, medallas del servicio agrario de no s¨¦ qu¨¦, distintivos del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas y Divagaciones Mir¨ªficas, emblemas de la Escuela de Sindicalismo que dirig¨ªa Mu?oz Alonso, cosas. La resaca de una ¨¦poca muy dada a la chatarra, que convirti¨® a muchos espa?oles en eso que los franceses llaman un asno solemne.
Y ahora, con la prisa reformista, el apuro democr¨¢tico y el furor de vivir, todo el mundo se est¨¢ deshaciendo de sus estigmas, se?ales, trofeos, distintivos, y hasta se los dan al abrecoches, ya digo, convirti¨¦ndole en un ¨²ltimo de Filipinas condecorado por la Historia y el fracaso. Hay condecoraciones que queman como llagas, "y una llaga generacional, la de haber sido nino de derechas, ap¨®stol o m¨¢rtir acaso, que es ya la ¨²nica condecoraci¨®n de nuestros cuarenta a?os. Yo, como no tengo estudios, me libr¨¦ de llevar el cisne del SEU tatuado en oro bajo la piel del pecho, como los arc¨¢ngeles y los sangabrieles de Alianza Popular, que, con rubor cansado, le acercan un candil a Fern¨¢ndez de la Mora para que lea su discurso maurrasiano y ramirista de los dos Ramiros.
-Pues Emilio Romero me ha hecho un soneto donde se mete un poco con Fern¨¢ndez de la Mora -me cuenta Pitita, mientras Luis Otero la fustiga, sadomasoquista, con las desnudeces de Personas.
No creo. En los sonetos ya se sabe que manda mucho la fuerza del consonante, y la rima le lleva a uno a decir lo que no quiere. Por eso Lauro Olmo escribe en prosa, para decir lo que quiere y tiene que decir, y por eso tarda diez a?os en decirlo, que es que se le entiende todo. Fuimos -ay-, queramos o no, una generaci¨®n condecorada. El mero hecho de sobrevivir ya era una medalla. Y un certificado de adhesi¨®n. Ese es para m¨ª el sentido ¨²ltimo de La condecoraci¨®n.
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