Las neuronas de la caja tonta
Vale, los buenos siempre ganan, y los malos siempre reciben lo que se merecen. Muchas gracias ?Hola? ?Hay alguien ah¨ª? Que ya estamos creciditos, ?eh? Buscamos algo distinto. Si todo eso que predican fuera verdad, alg¨²n ex presidente de este pa¨ªs estar¨ªa ahora mismo en la c¨¢rcel". Alan Ball (Atlanta, 1957), caf¨¦ en mano, clama contra la podredumbre de las cadenas generalistas estadounidenses cuando se le pregunta por qu¨¦ as¨ª, de sopet¨®n, la televisi¨®n parece el s¨²mmum, la meta, lo m¨¢ximo a lo que un creador como Dios manda puede aspirar. "Hace m¨¢s o menos una d¨¦cada, a alguien se le ocurri¨® que a lo mejor el modelo de negocio que promulgaban las grandes cadenas de televisi¨®n no funcionaba como deber¨ªa, que hab¨ªa que impulsar otros sistemas de gesti¨®n. De repente descubrimos que el cable pod¨ªa ser una apuesta tan buena como la que ofrece el formato tradicional. ?Revoluci¨®n? Puede ser. Yo dir¨ªa que mientras unos decidieron apostar por el riesgo, otros empezaron a encerrarse en su burbuja y a facturar productos cada vez menos relevantes, creyendo que as¨ª estar¨ªan a salvo. Obviamente, la filosof¨ªa ha resultado ser absurda, y la verdad es que no me importar¨ªa ver desaparecer a las grandes cadenas [risas]. Amigos, as¨ª es la vida".
El exabrupto "que se joda el espectador medio" parece estar de moda
"El m¨¦rito no es tanto de la gente del medio, sino de la propia televisi¨®n"
La oficina de Ball est¨¢ forrada de diplomas, menciones y premios (aunque la estatuilla a mejor gui¨®n que gan¨® en los Oscar de 2000 por la pel¨ªcula American beauty no se ve por ninguna parte). Al otro lado de la puerta, donde su asistente se pelea con una monta?a de papeles, el tel¨¦fono no para de sonar. Desde que, hace nueve a?os, este sure?o bord¨® su nombre en el inconsciente de todos los aficionados a la buena televisi¨®n con la serie A dos metros bajo tierra, su apellido se ha convertido en garant¨ªa de ¨¦xito. Ball forma parte de esa ¨¦lite de creadores empe?ados en reivindicar un medio que hasta hace apenas una d¨¦cada encajaba golpes como un boxeador incapaz de resistir los envites de la mediocridad.
Pero el padre de True blood (otra serie llamada a sentar c¨¢tedra) no lleg¨® solo a la guerra. Le acompa?aban otros nombres ilustres: David Milch (Deadwood), Ryan Murphy (Nip & Tuck, Glee), David Chase (Los Soprano), Shawn Ryan (The Shield) o quien podr¨ªa ser el Padrino del sector, un hombre llamado David Simon (Washington, 1960), creador de lo que para muchos es el Santo Grial de la caja tonta: The wire.
"?Francamente? Me importa un pito lo de Jay Leno [uno de los presentadores estrella de la NBC, ahora con graves problemas de audiencia], o el fracaso de la televisi¨®n convencional, o que no sepan qu¨¦ hacer con sus respectivas parrillas. Como escritor de dramas, lo ¨²nico que quiero es ver m¨¢s series dram¨¢ticas en la peque?a pantalla, m¨¢s calidad, m¨¢s coraje. Estoy harto de que todos traten de cubrirse las espaldas invirtiendo cada vez menos esperando lograr m¨¢s. Eso se acab¨®". Simon es un hombre con fama de no tener pelos en la lengua y de ser poco amigo de los rodeos, las medias verdades o el peloteo: "?Sabes lo que de verdad me preocupa y una de mis obsesiones cuando se trata de televisi¨®n? Todo ese rollo de los pol¨ªticos cuando hablan de la verdadera Am¨¦rica, la Am¨¦rica de los valores la America rural. Lo cierto es que el 80% de los americanos vivimos en ciudades y entornos urbanos. ?sa es la gente que me importa, y desde que empec¨¦ he escrito para ellos". El ex periodista reflexiona sobre todo ello en una habitaci¨®n de un hotel de Pasadena, donde cada seis meses se celebran los TCA, unas jornadas organizadas por la prensa del sector para pasar revista a las novedades. Si de algo puede presumir Simon es de haber arrastrado hasta el medio a una marea de esc¨¦pticos para los que la tele era un enemigo, la idiotez al cuadrado. "No lo s¨¦, la verdad es que no tengo ni idea de lo que conseguimos o dejamos de conseguir. Creo que nosotros hicimos la serie que busc¨¢bamos. La hicimos exactamente como quer¨ªamos. Nunca tuvimos que cambiar ni una maldita l¨ªnea, ni amoldarnos a nada ni nadie".
"?Que si yo creo que he cambiado la televisi¨®n? Eso no es una pregunta para m¨ª. Lo que puedo decirte es que, antes de santificarme, te leas lo que escribieron del episodio piloto de The wire [las cr¨ªticas primerizas de la serie la tachaban de "aburrida" y "sin futuro"], s¨®lo para que lo tengas claro", prosigue el ex periodista del Baltimore Sun.
El famoso exabrupto de Simon, "que se joda el espectador medio", parece estar ahora de moda. "Nos equivocamos si creemos que haci¨¦ndolo todo m¨¢s simple captaremos m¨¢s atenci¨®n, del mismo modo que nos equivocamos cuando creemos que todo es para todo el mundo. El espectador no puede condicionar la escritura: si el producto es bueno, la audiencia responder¨¢; pero incluso si no es as¨ª, uno debe hacer las cosas tal como cree que deben hacerse", insiste el de Washington, que est¨¢ a punto de estrenar su nueva propuesta para HBO, Treme, un retrato de lo que signific¨® el paso del hurac¨¢n Katrina para la ciudad de Nueva Orleans. "Esta serie no tiene nada que ver con lo que he hecho anteriormente. Creo que lo mejor de escribir para televisi¨®n tiene que ver con la posibilidad de meterte en cualquier mundo, por espec¨ªfico que ¨¦ste pueda parecer, y de desarrollar tu idea sin prisa".
Ball est¨¢ de acuerdo: "El cambio se produjo cuando las personas que trabajaban en televisi¨®n se dieron cuenta de que el medio no era ninguna limitaci¨®n ni una ventaja, y que haciendo productos atrevidos, innovadores, valientes o hasta descabellados se abr¨ªa un hueco que hasta ese momento no exist¨ªa. Desarrollar un proyecto sin preocuparte de que en cualquier momento alguien te llame y te diga que ya puedes ir haciendo las maletas es algo fabuloso. Y algo de eso se ha conseguido en los ¨²ltimos 10 a?os aproximadamente, gracias a ese cambio que comentaba antes".
Lo cierto es que hasta la llegada de lo que podr¨ªamos llamar insurgencia, representada por los nombres propios antes mencionados y por algunas cadenas, pero especialmente por HBO, la televisi¨®n era un cementerio de elefantes. "A m¨ª me encanta el cine, pero en televisi¨®n me encuentro muy c¨®modo, y creo que algunos de los mejores escritores del mundo del espect¨¢culo se encuentran ahora en el sector. Mira Mad Men, Breaking bad o South Park; son magn¨ªficos ejemplos de lo que puede hacerse en televisi¨®n sin renunciar a nada", prosigue Ball.
La contribuci¨®n europea al universo cat¨®dico, aunque m¨¢s humilde, tampoco es desde?able (m¨¢s bien al contrario) y lleva sello brit¨¢nico. "No s¨¦ si cambiamos algo, pero demostramos que pod¨ªa hacerse algo distinto", dice Stephen Merchant (Bristol, 1974). En 2001, Merchant y su socio, el actor Ricky Gervais, le dieron la vuelta al mundo de la comedia televisiva como si fuera un calcet¨ªn con una serie cuyo t¨ªtulo no promet¨ªa grandes logros: The office (La oficina).
El humor casi costumbrista de la propuesta, un tratamiento con honores de documental y hombreras de reality, convirti¨® a The office en un bombazo imprevisible, y hasta en Estados Unidos se animaron a hacer un remake de la serie con personajes locales y liderazgo de otro comediante con galones, el magn¨ªfico Steve Carell. "Lo que hicimos con The office fue hablar de un tema universal. Pi¨¦nsalo bien: de repente llegas a casa y en la tele hay un jefe impresentable que trata a sus empleados como si fuesen imb¨¦ciles; hay un tipo enamorado de la secretaria y el t¨ªo que se pasa el d¨ªa haciendo la pelota al superior. Todos hemos vivido eso de una u otra manera. As¨ª que, sentado en el sof¨¢, con tu lata de cerveza, piensas: 'Joder, no estoy solo [risas]".
Merchant saluda a Simon cinco minutos antes de esta entrevista ("ese tipo es un genio", dice) y acomoda sus dos metros de altura en una silla de la terraza del Langham Hotel, cerca de Los ?ngeles. "Ya no existe toda esa reticencia con la televisi¨®n, pero parad¨®jicamente creo que el m¨¦rito no es tanto de la gente que trabaja en el medio, sino de la propia televisi¨®n, que finalmente se ha atrevido a ir un paso m¨¢s lejos", afirma Merchant, quien empez¨® su andadura en la BBC para luego pasar a HBO (con la serie Extras) y posteriormente al cine, donde est¨¢ a punto de estrenar Cemetery Junction, que escribe, dirige y protagoniza junto a su partenaire de siempre, el mencionado Gervais.
Curiosamente, los curr¨ªculos de estos creadores antes de acabar aterrizando en la peque?a pantalla no pueden ser m¨¢s dispares. Simon era un reputado plumilla del Sun de Baltimore, famoso por su capacidad para husmear en los bajos fondos y sus contactos en todos los ¨¢mbitos. As¨ª, investigando, fue como conoci¨® a Ed Burns, un polic¨ªa que vislumbr¨® en el reportero a un c¨®mplice perfecto para remover conciencias y con el que -a la postre- alumbr¨® The wire. Merchant, en cambio, era un simple monologuista de Bristol y posteriormente fue un hombre de radio (all¨ª entr¨® en contacto con Ricky Gervais, quien le contrat¨®) cuya mala leche acab¨® por generar un r¨¦cord mundial: el de la emisi¨®n m¨¢s bajada (en formato podcast), con un total de tres millones de descargas. El espacio en cuesti¨®n, The Ricky Gervais Show, ha sido adaptado por la HBO a?adi¨¦ndole una mano de pintura (l¨¦ase "animaci¨®n") y estrenado hace unas semanas en la cadena por cable.
Ball, por su parte, estaba concentrado en las tablas del teatro, escribiendo sin parar desde 1980. Adquiri¨® fama como dramaturgo, primero durante seis a?os en Florida y posteriormente en Nueva York. Sin embargo, y seg¨²n Ball, el momento que m¨¢s influencia tuvo en su carrera posterior fue la muerte de su hermana en un accidente de coche cuando le llevaba a ¨¦l al colegio.
As¨ª pues, el factor com¨²n en estos tres gur¨²s del medio es el total desconocimiento del terreno al que se incorporaban y consecuentemente la ausencia de prejuicios a la hora de enfrentarse al mismo.
Los otros grandes hallazgos que el tr¨ªo comparte son su escepticismo a ultranza y su alergia a los mecanismos cl¨¢sicos del ¨¢mbito: Merchant analiza desde un punto de vista casi forense el microcosmos de una oficina. Y aunque la comedia parece ser la base primordial de la serie, el propio devenir de la misma acaba transform¨¢ndola en un drama bigger than life (una perversi¨®n de g¨¦neros francamente compleja). La excusa es el rodaje de un documental con trazos de reality, lo cual permite al creador observar sin implicarse (aunque la observaci¨®n, como dicta la historia, acabe modificando la conducta de los observados), un recurso apto para incr¨¦dulos que result¨® ser una arma: si la comedia televisiva moderna hab¨ªa pecado siempre de excesiva indulgencia para con el espectador, The office result¨® ser todo lo contrario.
Simon elabora por su parte un alambicado discurso donde el sistema (pol¨ªtico, educativo, policial, incluso el que crece en paralelo al propio sistema) es examinado a trav¨¦s de un microscopio. El de Washington insiste en remarcar que no se puede confiar en el sistema? ni en la falta de ¨¦l. Un discurso que remite a los viejos maestros del periodismo para los que no hab¨ªa noticias buenas o malas, sino simplemente noticias, pero que resultaban ser implacables a la hora de meterle mano a una historia.
El mismo bistur¨ª que Simon met¨ªa en las rendijas de los despachos donde se decide el destino del ciudadano de a pie lo utilizaba Ball para escarbar en las bisagras que articulan a la instituci¨®n por excelencia: la familia. Su trabajo tanto en American beauty como en A dos metros bajo tierra es un completo muestrario de las contradicciones que habitan en el n¨²cleo b¨¢sico de cualquier sociedad. Para el guionista, pervertir el t¨®pico y retorcer los roles cl¨¢sicos que nos empe?amos en ocupar a diario parece coser y cantar: estamos perdidos en nuestra propia br¨²jula, y a Ball le gusta record¨¢rnoslo.
Ball, Merchant o Simon fueron algunos de los pioneros al transformar el triciclo en una motocicleta de gran cilindrada. Siguen aqu¨ª, en el medio que los vio crecer. Y, como pasa en las pel¨ªculas b¨¦licas con final feliz, los refuerzos ya han llegado: Mathew Weiner (Mad Men), Kurt Sutter (Sons of anarchy), Bear McReary (Battlestar Galactica) o Chuck Lorre y Bill Prady (The Big Bang theory) est¨¢n dispuestos a demostrar que lo de sus antecesores no ha sido flor de un d¨ªa.
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