Oscar
Constato con pasmo inicial y despu¨¦s con terror que la final de la Champions, espect¨¢culo hist¨®rico en el nada improbable caso de que la jueguen el Barcelona y el Real Madrid en el Bernab¨¦u, ha sido programada el mismo d¨ªa y a la misma hora que la gala de clausura del Festival de Cannes. Y dudo que el inflexible autoconvencimiento de Cannes respecto a su grandeza cultural pueda plantearse cambiar la fecha por la competencia de algo tan plebeyo y poco espiritual como 22 sudorosos fulanos moviendo una pelota. Desde?ar¨¢n competir por el inter¨¦s informativo que despiertan ambos acontecimientos. Tendr¨¢n claro que es incompatible en su selecto p¨²blico la simult¨¢nea pasi¨®n por el cine y por el f¨²tbol. Por mi parte, tengo claro por qui¨¦n se va a decidir la inmensa mayor¨ªa de la audiencia al elegir men¨², tambi¨¦n qui¨¦n va a ocupar al d¨ªa siguiente la portada de todos los medios de comunicaci¨®n. S¨®lo de pan y circo vive el hombre, incluido el firmante, que est¨¢ meditando lo de cortarse las venas al tener que renunciar en nombre de la responsabilidad profesional y cin¨¦fila a la cumbre de esa embrutecedora ordinariez llamada f¨²tbol.
Pero quiero pensar que existe un acontecimiento cinematogr¨¢fico capaz de despertar tanta atenci¨®n como un trascendente partido de f¨²tbol. Se llama Oscar. Ocurre esta noche. Implica observar en directo el careto y las palabras de los supremos vendedores de sue?os, de la gente que invent¨® hace cien a?os la droga capaz de juntar a muchos desconocidos de cualquier lugar del mundo en una sala oscura y que compartan un coloc¨®n que no deja resaca.
Y aunque reniegue de su frecuente pesadez, de las tantas veces insufribles dedicatorias de los premiados, del imposible horario para el que tenga que currar por la ma?ana, nunca me pierdo ese ritual. Imagino que es una forma de tributo al cine que me ha hecho m¨¢s feliz. Durante muchos a?os compart¨ª esa noche inmejorablemente regada y re¨ªda con gente que se dedica al periodismo deportivo. Hac¨ªamos una porra en la que el ganador se llevaba una pasta. Se supone que el experto era yo. Jam¨¢s la gan¨¦. Siempre quedaba el ¨²ltimo. Los futboleros me daban lecciones con su intuici¨®n y su conocimiento del Oscar.
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