Un pacto con la realidad
El Gobierno no explota sus propias fortalezas. No creo que existan muchos Gobiernos en el mundo que cuenten en sus filas con un catedr¨¢tico de Filosof¨ªa que ha ense?ado materias como metaf¨ªsica, ret¨®rica y hasta teodicea. En todas esas cosas es experto ?ngel Gabilondo, que, adem¨¢s, se explica con mucha eficacia. Por eso no se comprende, no ya que no se le haya asignado la portavoc¨ªa del Gobierno -no es preciso ser Walter Cronkite para hacerlo mejor que la actual ocupante del cargo-, sino, y es a lo que voy, que no se le haya encargado una tutor¨ªa de urgencia sobre sus colegas de Gobierno (presidente incluido) para poder enfrentarse a la crisis desde las bases l¨®gicas adecuadas.
Se propone un acuerdo sobre lo que no es problem¨¢tico y se soslayan cuestiones imprescindibles
Porque lo que sucede en el tratamiento de la crisis es que el Gobierno se niega a hacer un pacto -siquiera sea un pacto de m¨ªnimos- con la realidad. Ese pacto es previo a cualquier otro que se pretenda abordar con interlocutores pol¨ªticos, sociales, econ¨®micos y, sobre todo, con la ciudadan¨ªa.
?En qu¨¦ consiste ese pacto con la realidad? Muy sencillo. Comienza por ofrecer un relato de la crisis en los t¨¦rminos en los que aqu¨¦lla cursa y no, como lo est¨¢ haciendo, bajo la forma de un cuento moral, que ni siquiera es como los de Eric Rohmer, el¨ªptico y elegante, sino m¨¢s bien tosco y maniqueo.
La cuesti¨®n decisiva no es qui¨¦nes sean los culpables de la crisis y qui¨¦nes tengan que pagarla. La cuesti¨®n es c¨®mo se ponen las condiciones para superarla, y a partir de una narrativa precisa de esas condiciones se puede entrar a discutir el trade-off social para repartir los costes.
El Gobierno, en cambio, se ha instalado en el cuento de que los m¨¢s d¨¦biles no deben pagar las consecuencias de una crisis de la que no son responsables, pues aqu¨¦lla se debe ¨²nicamente a la codicia de banqueros y especuladores. En consecuencia, prohibido hablar de temas que se perciben socialmente como costosos para las capas menos favorecidas de la sociedad: no a una reforma laboral exigente, no a la congelaci¨®n de los sueldos en el sector p¨²blico, mucha cobertura social (mientras aguante) y nada de decretazos.
Al margen de la simpleza del argumento sobre los responsables -la sociedad es m¨¢s madura que sus dirigentes: la gente entiende perfectamente que ha vivido por encima de sus posibilidades y sabe que las consecuencias de la resaca le afectan-, lo fundamental es que ese relato no lleva a parte alguna. En la medida en que la cl¨¢usula de salvaguarda social enerva la toma de decisiones imprescindibles (tales como una reforma laboral en serio o como un pacto de rentas sensible en el sector p¨²blico), que servir¨ªan para contener, entre otras cosas, la sangr¨ªa del desempleo, produce resultados literalmente opuestosa los que dice pretender. Esa cl¨¢usula funciona en los m¨ªtines pero no en la realidad, puesto que nada hay m¨¢s destructivo para quien la sufre que una espiral de desempleo como la que se ha creado.
La fantas¨ªa no da m¨¢s de s¨ª. Ya, a trancas y barrancas, se empieza a hablar de iniciativas como el aumento de la edad de jubilaci¨®n o la ampliaci¨®n de los a?os que sirven para el c¨®mputo de la pensi¨®n o la congelaci¨®n del sueldo de los funcionarios. Iniciativas, como los corazones de Jardiel, con freno y marcha atr¨¢s.
Pero aunque, por exigencias del gui¨®n, se cambie algo la letra, se sigue tocando la melod¨ªa equivocada. El Gobierno, ha abordado as¨ª el Acuerdo Pol¨ªtico para la Recuperaci¨®n del Crecimiento Econ¨®mico y la Creaci¨®n de Empleo, o sea, lo que los medios han llamado el Pacto de Estado, aunque est¨¦ a a?os luz de merecer tal denominaci¨®n, sin haber abordado antes el imprescindible pacto con la realidad.
El pacto con la realidad hubiera supuesto de entrada reconocer la condici¨®n castiza de nuestra crisis y dejar ya el discurso exculpatorio de la crisis ajena. Por inveros¨ªmil que parezca, todav¨ªa el Gobierno sigue hablando en su documento de las "caracter¨ªsticas y consecuencias de la crisis econ¨®mica internacional y de su impacto singular en la econom¨ªa espa?ola", es decir, que lo que pasa en Espa?a es la consecuencia de los vientos que vienen de fuera. Equivocando el mal es imposible acertar el remedio. La crisis financiera internacional no ha venido m¨¢s que a agravar nuestra propia crisis econ¨®mica (burbuja inmobiliaria y p¨¦rdida de competitividad) y financiera (sobreendeudamiento de familias y empresas). Por eso, por lo que tiene de castiza, nuestra crisis es m¨¢s costosa socialmente (la tasa de paro dobla la media de la UE) y de peor pron¨®stico temporal (¨²nica de las grandes econom¨ªas con retroceso del PIB en este a?o) que la de quienes nos rodean.
La segunda exigencia del pacto con la realidad es tan importante como la anterior y ata?e a la condici¨®n socialmente onerosa de las soluciones.
De nuevo, el documento del Gobierno, la supuesta base para un acuerdo pol¨ªtico, elude cualquier medida concreta que suponga sacrificios para los destinatarios: reformas del marco laboral, pactos de rentas a la baja, costes fiscales de la consolidaci¨®n, posibles recortes en la gratuidad universal de las prestaciones sociales.
Y todos esos costes son ineludibles. Ni los cr¨¦ditos del ICO, ni el IVA reducido de la rehabilitaci¨®n de viviendas (entre par¨¦ntesis: no estoy yo muy seguro de la eficacia de ese incentivo, toda vez que muchos aplicaban ya por su cuenta un "tipo superreducido" del 0%, bajo el socorrido expediente de no emitir ni requerir facturas), ni el coche el¨¦ctrico, ni la Ley de Organizaciones Profesionales Agroalimentarias (por poner un ejemplo entre tantos de parecido nivel como hay en el documento del Gobierno) nos los van a ahorrar.
En la mayor parte de las cosas que el Gobierno propone lo dif¨ªcil no es llegar a un acuerdo, sino discrepar de ¨¦l. Pero no es ¨¦se el problema. El problema es la irrelevancia o, en el mejor de los casos, la poquedad de esas medidas para enfrentar el reto que tenemos. El problema es que se propone un acuerdo sobre lo que no es problem¨¢tico ni, en la mayor parte de los casos, lo requiere, y, en cambio, se soslayan aquellas cuestiones en que el acuerdo pol¨ªtico ser¨ªa imprescindible. Las que cuestan de verdad. Las que suponen repartir sacrificios y no caramelos.
En lo m¨¢s rec¨®ndito de sus corazones, estoy seguro de que los responsables de los dos principales partidos saben cu¨¢les son aquellas cuestiones. Pero, dado lo antip¨¢ticas que aqu¨¦llas son, est¨¢n como los butroneros del chiste ("Pasa t¨² que a m¨ª me da la risa"). Pero a cada uno le toca lo que le toca. Y, en esta situaci¨®n, al Gobierno le toca justamente dar la cara primero, aun a riesgo de que, como en el chiste, se la puedan partir.
La cosa est¨¢ clara: o le hablamos a la gente como a personas mayores que entienden que conseguir mejores bases para el bienestar de sus hijos exige que sacrifiquen ellos la parte menos sostenible de su propio bienestar, o seguimos enredados en el cuento moral que no nos lleva a ser felices ni, desde luego, a comer perdices, sino que nos puede dejar m¨¢s bien como a la Bella Durmiente. Esto s¨®lo lo arreglamos entre todos, s¨ª, pero dando el callo, sacrific¨¢ndonos, y llamando a las cosas por su nombre.
Jos¨¦ Ignacio Wert es soci¨®logo y presidente de Inspire Consultores.
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