Bienvenido al Tercer Mundo
Lloret de Mar, con casi 80.000 personas, lleva cuatro d¨ªas a oscuras
"?Esto es tenebroso! ?Tengo fr¨ªo! ?No quiero comer caliente, quiero luz!". Lo grita a pleno pulm¨®n un hombre de cabello cano a las puertas de la escuela que ha habilitado el Ayuntamiento de Lloret de Mar para atender a los vecinos. Su mujer llora. "?Por qu¨¦ nos hacen esto?", le pregunta a un voluntario de la Cruz Roja. La pareja ha acudido al centro a comer caliente. Les han dicho que ten¨ªan que esperar media hora para cenar y al final han estallado. Los psic¨®logos intentan calmarles.
Lloret de Mar, con 80.000 habitantes entre empadronados, no empadronados y turistas, pas¨® ayer su cuarta noche a oscuras. S¨®lo un 1% de la ciudad ha recuperado la electricidad gracias a generadores. Su alcalde, Xavier Crespo (CiU), lleva tres d¨ªas pidiendo ayuda. Lloret es la tercera ciudad de la provincia. Girona y Figueres la superan. A las 21.00 el colegio est¨¢ hasta los topes. "Tranquilos, no va a faltar comida. Pero tenemos que organizar turnos", grita subido a una mesa un voluntario de la Cruz Roja responsable de poner orden en los turnos de cena. Han cocinado hamburguesas, empanadillas, caldo y verduras para 1.500 personas.
Desde el lunes sube a su piso alumbr¨¢ndose con un mechero y con miedo
"?Esto es tenebroso! ?Tengo fr¨ªo! ?No quiero comer caliente, quiero luz!"
Yolanda Romero, de 36 a?os, interrumpe la conversaci¨®n para escucharle. La mujer ha visto el cielo abierto con la escuela. Es viuda, tiene una pensi¨®n m¨ªnima y una ni?a de ocho a?os que alimentar. Desde el lunes sube a su piso alumbr¨¢ndose con un mechero y con el miedo en el cuerpo. Teme que le roben o que alg¨²n loco le d¨¦ un susto. Con el euro que le quedaba el mi¨¦rcoles compr¨® manzanas. "Y con eso comimos. Se me ha acabado el dinero de la paga de viudedad, no puedo echar horas limpiando, no tengo coche, ni carnet... ?c¨®mo lo hago?", pregunta. Tampoco puede echar mano de la tarjeta de cr¨¦dito porque no funcionan los cajeros. Ayer le iban a dar algo. Cuando se enter¨® de que hab¨ªan habilitado la escuela, se le abri¨® el cielo. "Aqu¨ª nos vamos a quedar", dice sonriente. A madre e hija les esperan dos de las 26 camas de emergencia que la Cruz Roja ha montado en el pabell¨®n de deportes.
La cola para cenar es larga. En la puerta de la clase convertida en comedor un cr¨ªo llora desconsolado. "Gu¨¢rdame el sitio que voy al ba?o", pide una mujer a otra. Caterina y su marido, Benito, llenan la tripa al fin. "Llevamos tres d¨ªas viendo anochecer, con las mantas, escuchando la radio y pel¨¢ndonos de fr¨ªo", relatan. Su historia se repite de mesa en mesa. En las calles s¨®lo alumbran las luces de los tel¨¦fonos m¨®viles y los faros de los coches. La gente se busca a tientas. Los ¨¢nimos est¨¢n caldeados. "?Esto es la guerra!', grita mi madre cada vez que se va la luz. Tiene 87 a?os y le tengo que dar cada noche una pastilla para que se pueda dormir", cuenta Soledad Palaudelmas, de 56 a?os.
En el Ayuntamiento hacen turnos dobles y triples. A las 8.00 se abren las puertas para atender a los vecinos. Un escuadr¨®n de trabajadores y voluntarios aguantan pacientes. Lourdes se sienta cada d¨ªa detr¨¢s de la pantalla apagada del ordenador. No hay electricidad. Su ¨²nica misi¨®n es informar al que se acerca. Como un hombre con las manos cortadas y sangrando a causa del fr¨ªo que pide un lugar donde comer caliente.
Trabajadores municipales de Bienestar Social se encargan de la gente mayor. Tienen censados unas 3.000 personas mayores que viven solas. En el hogar del anciano les dan de comer gratis y les ponen una estufa para que est¨¦n calientes. Matilde Mu?oz, de 82 a?os, ha comido sopa de pescado y estofado. Est¨¢ agradecida. Ha pasado tres d¨ªas con sus hijas, pero ellas ya se tienen que ir a trabajar. La mujer no puede subir andando al segundo piso, ni cocinar. "Esta noche no te puedes quedar sola", le dice Joana, una amiga. Matilde sonr¨ªe. "Ya ver¨¦ qu¨¦ hago".
A veces la cosa se pone fea. Un hombre llega gritando al Ayuntamiento. Pide un calefactor. "No quedan en ning¨²n sitio. Se han agotado", le explican. No vale. Sigue bramando. La recepcionista est¨¢ hasta arriba. Ya no sabe qu¨¦ decir. Al final s¨®lo le queda una salida: "Para m¨¢s informaci¨®n, llame a Fecsa-Endesa".
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