Cultura chilena
Pa¨ªs de poetas -Huidobro, Mistral, Neruda, Parra, Rojas...-, Chile es hoy, tambi¨¦n, pa¨ªs de novelistas -Donoso, Edwards, Fuguet, Dorfman, Franz...-. Tras la tragedia del pasado 27 de febrero, en esta hora de prueba es importante recordar su extraordinaria aportaci¨®n a nuestra cultura compartida.
La cat¨¢strofe que azota al pueblo chileno, as¨ª como el homenaje a la rep¨²blica hermana en la Universidad Veracruzana, me animan a recordar, fraternalmente, tanto mi personal cercan¨ªa a Chile como la continuidad y riqueza de la cultura chilena.
Mi relaci¨®n con Chile es parte de mi vida y de mi literatura. Todas las etapas de la vida son importantes. Pero hay una que se?ala el paso de la infancia a la adolescencia y que abre, a la vez, el horizonte de la juventud.
Yo viv¨ª, crec¨ª y estudi¨¦ en Chile entre los once y los quince a?os.
En Chile publiqu¨¦, a los doce a?os, mi primer texto: Estampas mexicanas, un alarde bien intencionado de patriotismo sesgado de informaci¨®n, en el que, en tres o cuatro cuartillas, lograba hablar de historia y de magueyes, de la belleza de los volcanes y de la belleza de Gloria Mar¨ªn.
Yo viv¨ª, crec¨ª y estudi¨¦ en Chile entre los once y los quince a?os. En Chile publiqu¨¦, a los doce a?os, mi primer texto: 'Estampas mexicanas'
Mi trabajito fue publicado -¨¦ste fue su m¨¦rito mayor- en el Bolet¨ªn del Instituto Nacional de Chile, ¨ªntimamente ligado al nombre y a la obra de Jos¨¦ Victorino Lastarria, el escritor liberal y pol¨ªtico modernizador cuya Memoria hist¨®rica de Chile (1844) nos lleva a considerar a la pl¨¦yade de grandes figuras p¨²blicas, escritores y estadistas, que me revelaron, tempranamente, el car¨¢cter de la tradici¨®n intelectual chilena.
Lastarria y con Lastarria, Francisco Bilbao, llamando a la justicia en su Evangelio Americano e inventor del t¨¦rmino "Am¨¦rica Latina" en 1857. Benjam¨ªn Vicu?a Mackenna y sus grandes obras sobre Santiago (1869) y Valpara¨ªso (1872), primeras aproximaciones a la historia urbana de la Am¨¦rica del Sur.
Y en el origen, la presencia en Chile del venezolano Andr¨¦s Bello, maestro de Sim¨®n Bol¨ªvar, autor de una gram¨¢tica propia del castellano de las Am¨¦ricas, fundador y presidente de la Universidad Nacional de Chile; un chileno nacido en Caracas, cuya biograf¨ªa es casi un acto de bautismo de la fraternidad de la Am¨¦rica independiente.
Bello, Lastarria, Bilbao, Vicu?a Mackenna. Ellos me abrieron las puertas a un pasado intelectual hispanoamericano que pugn¨¦, juvenilmente, por hacer m¨ªo desde mis a?os escolares en el gran colegio anglo-chileno, The Grange, donde las clases matutinas en ingl¨¦s eran enriquecidas -o corregidas- por las lecciones vespertinas en espa?ol.
Un gran maestro de literatura, Julio Dur¨¢n, nos llevaba ahora a la lectura de Baldomero Lillo, el escritor del mundo duro e injusto de las minas y el campo, aunque yo empezaba a interesarme por los autores de entonces. En primer lugar, el libro Chile o una loca geograf¨ªa de Benjam¨ªn Subercaseaux, un paseo a lo largo, que no a lo ancho, de una naci¨®n que se descuelga del Tr¨®pico de Capricornio a las fronteras de la Ant¨¢rtica, del desierto de Atacama a la "corona austral, racimo de l¨¢mparas heladas", nunca m¨¢s ancha que las 217 millas entre la cordillera y el mar. Aunque los estudiantes le¨ªamos en secreto otro best seller, Bajo el viejo almendral, de Joaqu¨ªn Edwards Bello, obra prohibida pero muy pr¨®xima a nuestras inquietudes adolescentes.
Me faltaba leer, al alejarme de Chile, a sus grandes poetas, que le dieron tono y dimensi¨®n a la cultura chilena del siglo XX.
Vicente Huidobro, en la vertiente cosmopolita de nuestra literatura, "peque?o dios" cuya divinidad consiste en la exploraci¨®n, la innovaci¨®n y el riesgo, aun el de participar en la ocupaci¨®n de Berl¨ªn en 1944. Altazor nos dio a todos la lecci¨®n del compromiso est¨¦tico: el arte no es expresi¨®n sino cr¨ªtica y reflexi¨®n de s¨ª mismo mediante im¨¢genes, palabras in¨¦ditas y aun, p¨¢ginas en blanco.
Gabriela Mistral, en cambio, aparece bajo la lluvia en el Valle de Coquimbo, es maestra, aprende y ense?a, viaja por todo el mundo pero en realidad nunca se va de Chile, en Chile busca a su madre, busca la infancia, busca la naturaleza, busca la palabra y convierte a su patria en un espejo tembloroso y transparente.
El mayor poeta del siglo XX hispanoamericano, y uno de los m¨¢s grandes poetas universales, Pablo Neruda, es quien une vanguardia y permanencia. La audacia formal le da vida nueva a la tradici¨®n. La mirada verbal rescata la humildad de la alcachofa y el caldillo de congrio, y las ca¨ªdas ideol¨®gicas son salvadas por la intensidad de las pasiones, el amor desesperado a una mujer, el ascenso a Machu Picchu y el reflejo propio en la vitrina de una zapater¨ªa.
Y sin embargo, pase¨¢ndome cerca de la desembocadura del r¨ªo Bio-bio, "grave r¨ªo", hace unos a?os, al apagarse el d¨ªa, un grupo de trabajadores se reuni¨® en torno a una fogata, uno de ellos tom¨® una guitarra y otro cant¨® los versos de Neruda en honor del guerrillero de la independencia, Jos¨¦ Miguel Carrera.
-Al poeta le gustar¨ªa saber que ustedes cantan sus versos -les dije-.
-?Cu¨¢l poeta? -me contestaron-.
Neruda hab¨ªa regresado a la palabra an¨®nima: a la voz de todos.
La gran tradici¨®n po¨¦tica de Chile ha sido continuada por Nicanor Parra -"para nosotros, la poes¨ªa es un art¨ªculo de primera necesidad"-.
Por Gonzalo Rojas -"siempre estar¨¢ la noche, mujer, para mirarte cara a cara"-.
Por Enrique Lihn -"nada se pierde con vivir, ensaya"-.
Por Ra¨²l Zurita -"cuando Chile no sea m¨¢s que una tumba y el universo la tumba de una tumba, ?despi¨¦rtate t¨², desmayada, y dime que me quieres!"-.
Pa¨ªs de poetas, Chile es hoy, tambi¨¦n, pa¨ªs de novelistas.
Jos¨¦ Donoso es el gran refundador de la novela chilena, junto con Jorge Edwards, Antonio Sk¨¢rmeta, y m¨¢s tarde, Isabel Allende, Marcela Serrano, Carlos Cerda, Gonzalo Contreras, Alberto Fuguet y Ariel Dorfman y, para cerrar el c¨ªrculo, Mar¨ªa Luisa Bombal, nacida en 1910, y Diamela Eltit, nacida en 1950.
Jos¨¦ Donoso, miembro fundador del boom, no se parece a nadie m¨¢s de esa mal nombrada generaci¨®n. M¨¢s que cualquier otro escritor, Donoso proviene de la literatura inglesa y de la advertencia de T. S. Eliot a James Joyce.
"Usted ha aumentado enormemente las dificultades de ser novelista".
Porque Donoso, por una parte, nos pide leer una novela no s¨®lo como fue escrita, sino como ser¨¢ le¨ªda. Es decir, su obra es una invitaci¨®n al lector para que nos diga c¨®mo ser¨¢ escrita la novela al ser le¨ªda.
Jos¨¦ Donoso hace algo incomparable: sin la amabilidad cultural de Alejo Carpentier, sin la inversi¨®n moral de William Golding, Donoso nos invita a dejarnos caer en el mundo olvidado, el mundo del origen pero con los ojos abiertos, en El obsceno p¨¢jaro de la noche.
?Qu¨¦ nos dice Donoso sino que todos necesitamos un discurso, si no nuevo, al menos renovado, para oponerlo al silencio enga?oso o a la ret¨®rica de la opresi¨®n?
Entre los autores m¨¢s j¨®venes, destaco a Carlos Franz. En El Desierto, la crueldad del militar pinochetista emboscado en el Norte de Chile, es tr¨¢gicamente revelada como debilidad enmascarada por una mujer de izquierda que regresa del exilio para enfrentarse al hombre que am¨®: el militar asesino, exponi¨¦ndose y exponi¨¦ndole, a encontrar un m¨ªnimo de humanidad en la contrici¨®n.
El fracaso de la mujer condiciona, sin embargo, la experiencia de su hija reintegrada a Chile y a una nueva vida y condiciona, tambi¨¦n, la presencia din¨¢mica de todo un pueblo. Sin embargo, la advertencia subyacente de Franz es que no hay felicidad asegurada. Los extremos del mal se manifiestan en la parte demoniaca del ser humano, los del bien en la parte m¨¢s luminosa de nuestro ser. Pero en el acto final lo que cuenta es la capacidad tr¨¢gica para asumir el bien y el mal, transfigur¨¢ndolos en el m¨ªnimo de equidad y justicia que nos corresponde. Esta es la importancia del Desierto de Franz.
El d¨ªa de los muertos, la novela de Sergio Missana, ocurre la v¨ªspera del golpe militar de 1973. Los protagonistas son Esteban (el narrador) y un grupo radical al cual Esteban se acerca porque desea a la joven Valentina, militante del grupo, aunque tambi¨¦n por el deseo de ser aceptado y querido. Su postura ante el grupo es ambivalente. Teme la violencia. Le agrada el caos. Desea, con voluptuosidad, que el caos se intensifique, se desencadene. Se sabe un intruso, pero le gusta el amparo del clan. Se cree "progresista", pero "desconectado de la pasi¨®n". Sabe que le est¨¢ vedada "la pureza de la convicci¨®n".
Valentina mira a Esteban con rabia, l¨¢stima, desprecio, impaciencia. Esteban se harta. Se ha vuelto sospechoso para todos. Se echa a correr. Al d¨ªa siguiente, el golpe militar derroca al gobierno leg¨ªtimo de Salvador Allende.
Pero acaso nadie, como Arturo Fontaine, representa mejor el tr¨¢nsito de la realidad pol¨ªtica y social de Chile a su realidad literaria, y a las tensiones, combates, incertidumbres, lealtades y traiciones de una sociedad en flujo.
En O¨ªr su voz, Fontaine explora el lenguaje como necesidad del poder -no hay poder sin lenguaje-, s¨®lo que el poder tiende a monopolizar el lenguaje: el lenguaje es su lenguaje posando como nuestro lenguaje.
Fontaine escucha y da a o¨ªr otra voz, o mejor dicho otras voces.
Hay una sociedad, la chilena. Hay negocios y hay amor. Hay pol¨ªtica y hay pasiones. Sociedad, negocios, pol¨ªtica, tienden a un lenguaje de absolutos. La literatura los relativiza, instal¨¢ndose -nos dice Fontaine- entre el orden de la sociedad y las emociones individuales.
En Cuando ¨¦ramos inmortales, el autor personaliza radicalmente estas tensiones encar¨¢ndolas en un personaje -Emilio- y su doble ¨¦tica: la del que educa y la del que ense?a. ?ste, el educado, requiere la educaci¨®n para salir de su naturaleza original, no mediante la tutor¨ªa espont¨¢nea del vicio y el error, sino gracias a una ense?anza que potencie la virtud natural -incluso mediante el vicio del enga?o-.
Chile es un pa¨ªs parad¨®jico.
Han coexistido all¨ª la democracia m¨¢s joven y vigorosa y la oligarqu¨ªa m¨¢s vieja y orgullosa. Ambas coexisten, a su vez, con un ej¨¦rcito de formaci¨®n prusiana que respet¨® la pol¨ªtica c¨ªvica hasta que la pol¨ªtica de la guerra fr¨ªa lo condujo a la dictadura.
Fontaine, con las armas del novelista, que son las letras, va al centro del asunto. Un orden viejo, por m¨¢s estertores que d¨¦, cede el lugar a un orden nuevo. Pero, ?en qu¨¦ consiste ¨¦ste?
Entre otras cosas, en su escritura. Pero, ?qui¨¦n es el escritor? Es una primera y es una tercera persona que miran a la sociedad y la privacidad con lente de aumento, dirigi¨¦ndose a un lector que es el co-creador del libro. El libro es una partitura a la cual el lector le da vida. La lectura es la sonoridad del libro.
En esta hora de prueba para Chile es importante recordar la extraordinaria aportaci¨®n de ese pa¨ªs a nuestra cultura compartida. ?xito les deseo a la presidente saliente, Michele Bachelet, y al entrante, Sebasti¨¢n Pi?era. Les respalda el rigor y la consistencia de la vida cultural de Chile.
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