Rebeli¨®n en la granja
La civilizaci¨®n humana se basa en el maltrato de los animales. La pol¨¦mica sobre los toros no revela acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de la compasi¨®n y la hipocres¨ªa
Lo que diferencia el actual episodio del enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos en el Parlamento catal¨¢n de otras fases de ese c¨ªclico y antiguo debate es que por primera vez parece plantearse efectivamente la abolici¨®n de las corridas de toros en una regi¨®n espa?ola. De modo que lo que se discute -o se deber¨ªa discutir- no es tanto si ese espect¨¢culo es una fiesta art¨ªstica, portadora de tales y cuales valores, o por el contrario una muestra de barbarie anticuada, sino si debe o no ser prohibida para todos, la acepten o la rechacen. Es perfectamente imaginable que haya personas que sientan desagrado y repugnancia por las corridas pero que consideren abusiva su prohibici¨®n; incluso puede haber aficionados contritos que, reconociendo su gusto por ellas, admitan la necesidad de suprimirlas para verse libres de tan pecaminosa tentaci¨®n, siguiendo el criterio de P¨¦rez de Ayala: "Si yo mandase en Espa?a, suprimir¨ªa las corridas... pero como resulta que no mando, no me pierdo ni una".
?No falta ya m¨¢s que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es!
Nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastron¨®micas
De modo que ahora el viejo debate alcanza un nivel efectivamente pol¨ªtico, como tambi¨¦n es pol¨ªtico su trasfondo. No ha sido ciertamente Esperanza Aguirre la primera en politizarlo, como aseguran los que siempre miran la realidad con un ojo abierto y otro cerrado: aunque las argumentaciones escuchadas en el Parlament no sean de corte nacionalista, sin una motivaci¨®n de fondo nacionalista no habr¨ªa habido iniciativa popular ni probablemente ¨¦sta hubiera llegado al punto actual. Lo resume muy bien un chiste aparecido en La Raz¨®n: un litigante muestra un rehilete, con el palo decorado con el caracter¨ªstico papel rizado rojo y gualda, explicando: "Esto es una banderilla; la parte de abajo causa heridas leves al toro y la parte de arriba hay que reconocer que ha causado esta comisi¨®n". Claro que mejor que el debate sea en ¨²ltimo t¨¦rmino pol¨ªtico, pues para eso se lleva a cabo en un Parlamento, que moral, como absurdamente suponen algunos. ?No falta ya m¨¢s que los Parlamentos decidan lo que es moral y lo que no lo es! Como parece que hab¨ªa quedado claro en otros casos -por ejemplo, el del aborto- el Parlamento no est¨¢ para zanjar cuestiones de conciencia individual, sino para establecer normas que permitan convivir morales diferentes sin penalizar ninguna y respetando la libertad individual. Ahora, por lo visto, hay quien reclama del Parlament precisamente lo opuesto...
Lo digo porque en lo tocante a la moral, que es cuesti¨®n a la que he dedicado cierta perpleja atenci¨®n durante bastante tiempo, no hay tanta unanimidad respecto al trato debido a los animales como algunas almas delicadas parecen suponer. Existen m¨¢s razonamientos ¨¦ticos en el cielo y en la tierra de lo que la filosof¨ªa de Peter Singer supone y no es lo mismo ser bueno que ser guay, aunque el matiz diferencial pueda resultar dif¨ªcil de captar hoy en pa¨ªses como el nuestro. El repudio de la crueldad (no digamos "innecesaria", porque si fuese necesaria ya no ser¨ªa crueldad) y del maltrato animal es moneda corriente en los moralistas desde Tom¨¢s de Aquino, pero en cambio hay menos unanimidad a la hora de establecer qu¨¦ diferencia a esas pr¨¢cticas perversas de otras formas del empleo humano de las bestias. Y ah¨ª es donde esta discusi¨®n se hace desde un punto de vista te¨®rico m¨¢s sugestiva: ?qu¨¦ hemos hecho y qu¨¦ hacemos con los animales?, ?en qu¨¦ medida la relaci¨®n con ellos ha configurado nuestra civilizaci¨®n e incluso nuestra "humanidad"?
Para empezar a comprender estos asuntos es imprescindible retroceder bastante en el tiempo. Digamos hasta el comienzo de la historia. El desarrollo de la sociedad humana se basa desde el principio en la utilizaci¨®n de animales para nuestros fines: nos han servido de alimento ("todo lo que nada, corre o vuela... ?a la cazuela!"), de fuerza motriz tirando de carros o haciendo girar norias, de transporte y de arma de guerra (?los escuadrones de Alejandro, los elefantes de An¨ªbal!), sus pieles curtidas nos han vestido y nos han calzado, han arado los campos, han defendido nuestras casas y nuestros reba?os (?tambi¨¦n formados por animales!) y -supongo que lo m¨¢s humillante de todo- nos han servido de pasatiempo en circos y otros espect¨¢culos, nos han hecho zalemas como mascotas de compa?¨ªa y han trinado en jaulitas a la espera de su alpiste. Por no mencionar a los que han donado involuntariamente -y a veces a¨²n vivos- sus cuerpos a la ciencia para el avance de la medicina, la cosm¨¦tica y hasta la astron¨¢utica (?Laika, pionera del Sputnik!). Nos han sido imprescindibles para evitar males mayores: el antrop¨®logo Marvin Harris justific¨® que los aztecas se comiesen a sus prisioneros por la ausencia en su territorio de mam¨ªferos de talla suficiente para poder convertirse en fuente de prote¨ªnas y Jared Diamond explica el rezago de ciertas poblaciones africanas por carecer de bestias domesticables que pudiesen servirles para el transporte o la carga. Si tantos y tan variados empleos son formas de maltrato, hay que reconocer que la civilizaci¨®n humana se basa en el maltrato de los animales.
De modo que resulta un poco risible el argumento abolicionista de "que le pregunten al toro si le parece arte que le piquen o le den la puntilla". Tampoco nadie le pregunta a la merluza si quiere donar su cogote a las sociedades gastron¨®micas o a los bueyes si quieren tirar del arado. Ni a perros, gatos o caballos de carreras si quieren ser castrados por nuestro bien. Porque en el caso del debate actual debe quedar claro que no se trata de introducir en nuestra cultura las corridas, sino de prohibir una pr¨¢ctica secular. ?Que no ser¨ªa hoy admisible iniciarlas? Imaginemos si aceptar¨ªamos con los valores vigentes empezar a criar animales para alimentarnos con ellos. Me parece estar oyendo a quienes contemplasen corretear a unos pollos o a unos terneros: "?Qu¨¦ ricos son! ?Verdad? Me refiero a que parecen sabrosos...". Reconocemos que en los mataderos o las granjas av¨ªcolas industriales los bichos no lo pasan nada bien, pero se arguye que en tales lugares no se venden entradas para el espect¨¢culo. Sin embargo, el argumento se vuelve contra lo que intenta demostrar, pues si fuera verdad que los espectadores disfrutan con el sufrimiento animal frecuentar¨ªan esos dignos establecimientos en lugar de las plazas de toros. Otros se escudan en que no es lo mismo sacrificar animales para atender nuestras necesidades que para satisfacer diversiones o lujos. Pero, como se?al¨® Val¨¦ry, "tout ce qui fait le prix de la vie est curieusement inutile". El asunto de fondo sigue siendo el mismo: ?tenemos derecho o no?, ?es crueldad o no?
La preocupaci¨®n por el bienestar de los dem¨¢s seres vivos obtuvo el patronazgo de notables ilustrados -Montaigne, Jeremy Bentham, Schopenhauer...- pero tambi¨¦n el refrendo de algunos que mostraron humanitarismo con las bestias y bestialidad con los humanos: las primeras leyes europeas protoecologistas de protecci¨®n de la Madre Tierra y de los animales fueron dictadas por el vegetariano Adolf Hitler. En cualquier caso, la sensibilidad hacia el sufrimiento de otros vivientes es un signo de la modernidad. A ella se deben medidas piadosas como el peto de los caballos de los picadores (impuesto por el dictador Primo de Rivera) o el suavizamiento de los obst¨¢culos m¨¢s peligrosos en la carrera del Grand National de Liverpool. No son desde?ables, pese a que ello implica que los animales van desapareciendo de nuestras vidas urbanas -circos, zool¨®gicos- para hacerse s¨®lo presentes virtualmente en los documentales de la televisi¨®n. Es una tendencia que continuar¨¢ y que sin duda tambi¨¦n acabar¨¢ ma?ana afectando las corridas de toros, si no son abolidas. No revelan acercamiento a la naturaleza, sino el predominio humanista de dos instancias desconocidas en ella: la compasi¨®n y la hipocres¨ªa. Ambas, en su dial¨¦ctica perpetua, espiritualizan nuestra vida. Yo me quedo con el arrebato de Nietzsche en la plaza Carlo Alberto de Tur¨ªn, abrazado llorando al cuello del viejo caballo fustigado por su cochero. ?S¨ªntoma de locura o comprensi¨®n abismal de la irreductible desdicha de existir?
Fernando Savater es escritor.
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