Wyndham el raro
Pas¨¦ unos a?os obsesionado, siendo joven, con Percy Wyndham Lewis, y ahora he ido con una sensaci¨®n de temor a la calle de Castell¨®, 77, donde la Fundaci¨®n Juan March expone una amplia selecci¨®n de su obra. ?Resistir¨ªa el artista brit¨¢nico el paso del tiempo? ?Mantendr¨ªa yo la fogosidad de mi antigua fascinaci¨®n por ¨¦l, o me encontrar¨ªa, por el contrario, con la figura de uno de esos artistas marginales que es propio del alocado entusiasmo juvenil clasificar entre los grandes?
Mi primera aproximaci¨®n a Wyndham Lewis fue literaria y empez¨® en 1972 con la adquisici¨®n de La venganza por amor, un libro suyo que acababa de ser publicado en una bonita edici¨®n de bolsillo por Penguin, ilustrada con una pintura que me hizo fijarme en ¨¦l. La pintura, de estilo cubo-futurista, se llamaba, seg¨²n dec¨ªa la contraportada, La rendici¨®n de Barcelona, y era del propio novelista, hasta ese momento desconocido del todo para m¨ª en cualquiera de sus facetas. Al cubo-futurismo de la ilustraci¨®n y al t¨ªtulo barcelon¨¦s se a?adi¨®, para animarme a comprar y leer la novela, el comentario editorial: "Ser herido en la Guerra Civil espa?ola... discutir sobre Marx en una fiesta... un hombre de negocios de la City convertido en un rabioso anticapitalista... el cuerpo y la mente desnudos de las inhibiciones sobre el sexo y el arte... ideales de los a?os 1930, pero hay ideales y hay hombres, y Wyndham Lewis se concentra en los hombres". Lo devor¨¦ y, pese a ciertas connotaciones pol¨ªticas que no me gustaron, me cautiv¨® el estilo y la sorna, no siempre muy humanista, del autor, a quien segu¨ª leyendo (Los monos de Dios es una devastadora s¨¢tira del mundo de Bloomsbury) hasta que le descubr¨ª, poco tiempo despu¨¦s, como pintor y, lo que era para m¨ª m¨¢s sensacional, como animador y portavoz del grupo Vorticista, una vanguardia que no ten¨ªa en mi colecci¨®n de ismos.
El artista brit¨¢nico, como tantos vanguardistas de entreguerras, tuvo veleidades totalitarias
Sal¨ª de la sede de la Fundaci¨®n March aliviado. Mi fijaci¨®n no hab¨ªa sido una p¨¦rdida de tiempo. Lewis no es un genio del arte, pero s¨ª una figura original y estimulante, que se inserta, ahora lo veo mejor que entonces, en una peculiar tradici¨®n, muy gloriosa, del arte brit¨¢nico: la de los exc¨¦ntricos pl¨¢sticos de cu?o literario, en la que destacan los nombres de William Blake, Samuel Palmer, Dante Gabriel Rossetti, Richard Dadd El Loco, Edward Burra o, tal vez el m¨¢s grande de todos, Stanley Spencer. Por ese motivo, y por la carencia casi total de obra suya de ficci¨®n traducida en Espa?a, yo aconsejo encarecidamente, adem¨¢s de la visita a la exposici¨®n, la compra de la publicaci¨®n que la acompa?a (el misterio de Wyndham Lewis revelado en forma de libro, uno y trino a la vez), aunque la recomiendo, lo advierto, a quien tenga brazos potentes (pues el todo pesa cuatro kilos comprobados) y disponga de los 85 euros que cuestan, un precio, me apresuro a decir, nada caro para la suntuosa y enjundiosa calidad de los tomos.
Como tantos vanguardistas del periodo de entreguerras, Lewis tuvo veleidades totalitarias, con la ventaja de que su car¨¢cter impetuoso le hizo ser, tambi¨¦n en eso, vol¨¢til; su inicial atracci¨®n por Hitler pronto se convirti¨® en un desd¨¦n absoluto. Tambi¨¦n tuvo una amistad particular con Espa?a, pa¨ªs que recorri¨® varias veces y sobre el que escribi¨® en m¨¢s de una ocasi¨®n, con una mezcla de rom¨¢ntica exageraci¨®n y agudeza; v¨¦ase, en una de las vitrinas documentales que tanto inter¨¦s le dan a la exposici¨®n de la March, la p¨¢gina abierta de su relato Un soldado con humor, del libro de 1927 El cuerpo salvaje, que arranca con estas palabras: "Espa?a se desborda en lo sombr¨ªo". En otro viaje de 1931, el artista tom¨® un barco en Alicante y fue al norte de ?frica, por donde viaj¨® varios meses en compa?¨ªa de su esposa, escribiendo al volver uno de los t¨ªtulos suyos que prefiero, Filibusteros en Berber¨ªa, que tiene entre otros aciertos de percepci¨®n el ponderar -yo dir¨ªa que antes que nadie- la extraordinaria belleza de las kasbahs de adobe del sur de Marruecos.
Naturalmente, el grueso de la exposici¨®n lo forma el arte de Lewis. En ese apartado se puede apreciar la buena mano en el dibujo del artista, que ofrece adem¨¢s la paradoja de ser enemigo del naturalismo en su pintura vorticista y a la vez magn¨ªfico retratista (de, entre otros, Ezra Pound, Edith Sitwell, T. S. Eliot o Stephen Spender, cuadros pertenecientes en su mayor¨ªa al fruct¨ªfero periodo de los a?os treinta).
Lewis vivi¨® hasta 1957, pero es justo decir que su pintura muri¨® antes que ¨¦l. Desprovisto de la armadura conceptual del vanguardismo y alejado del retrato, el artista se convierte en el metaf¨ªsico enrevesado que ocupa, con menos lustre, las ¨²ltimas salas del edificio de la calle de Castell¨®. Nunca sin embargo fall¨® su inteligencia. Leyendo por la noche, tras la visita, el cat¨¢logo, fui a dar en el ap¨¦ndice con un texto que me sorprendi¨®. Es de 1949 y rese?a una exposici¨®n de Francis Bacon con un clarividente entusiasmo que pocos sent¨ªan entonces por el pintor irland¨¦s. Lewis dice de ¨¦l que es "hoy uno de los artistas m¨¢s impactantes de Europa", y que, al contrario que su tocayo, el fil¨®sofo renacentista "m¨¢s brillante y sabio", es "oscuro y endemoniado". Wyndham Lewis saludaba en Bacon a un allegado.
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