Miguel Delibes, los p¨¢jaros y los ni?os
Nos gusta una historia, escribi¨® Jean Renoir, porque nos gusta el que la cuenta. La misma historia contada por otro, no ofrece ning¨²n inter¨¦s. Andr¨¦ Gide resume esto en dos palabras: "En el arte lo ¨²nico que cuenta es la forma". Y eso nos pasa con Miguel Delibes, que si amamos sus historias es porque nos gusta qui¨¦n nos las cuenta y c¨®mo lo hace. Son pocos los novelistas del siglo XX que hayan creado una galer¨ªa de personajes tan inolvidables como ¨¦l. Y, entre ellos, los m¨¢s complejos e inolvidables son los ni?os. La infancia y la naturaleza son los grandes temas de su obra.
En uno de los relatos de Tres p¨¢jaros de cuenta, unos vecinos del escritor se encuentran un polluelo de c¨¢rabo, que alimentan y cuidan. El c¨¢rabo pasa a ser un miembro m¨¢s de la familia, hasta que los problemas que causa les hacen tomar la resoluci¨®n de soltarle. Lo meten en una jaula y, "como en el cuento de Pulgarcito", lo abandonan en el bosque. Pero el c¨¢rabo regresa poco despu¨¦s. Lo llevan a¨²n m¨¢s lejos, y vuelve a encontrar el camino de vuelta. Llegan a desplazarse m¨¢s de 30 kil¨®metros, pero tambi¨¦n entonces el c¨¢rabo regresa a la casa y, conmovidos por esa fidelidad, ya no vuelven a abandonarlo. Cada uno de los relatos de este peque?o libro tiene por protagonista a un p¨¢jaro: un c¨¢rabo, un cuco y una grajilla. Delibes nos habla de sus costumbres, nos describe sus vuelos, el color de sus plumas y su canto; nos dice d¨®nde ponen sus nidos, qu¨¦ alimentos prefieren, y lo hace con la c¨¢lida atenci¨®n del que se ocupa de unos vecinos un poco peculiares, e imprevisibles, a los que no cabe desatender.
La obra de Delibes es comparable a la de los grandes moralistas: los que tienen la pasi¨®n del coraz¨®n humano
Muchos personajes del autor dialogan con la naturaleza, la entienden
Es decir, habla de la naturaleza, pero tambi¨¦n, y sobre todo, del coraz¨®n del que se detiene a contemplarla y amarla. Ese es el tema secreto toda la obra de Delibes, la b¨²squeda de ese camino que nos lleva al encuentro de las otras criaturas del mundo. Una b¨²squeda que se basa en el principio de igualdad. Igualdad no s¨®lo con los otros hombres, sino con los animales y hasta si se me apura, con los propios ¨¢rboles, como pasa en su mejor cuento, Los nogales. "Son mis mejores amigos / aquellos que no hablan", escribi¨® Emily Dickinson.
El p¨¢jaro es el s¨ªmbolo del alma en todos los folclores. En los cuentos de hadas transmiten secretos, mensajes, expresan las ansias de los enamorados, como los vientecillos y las flechas furtivas. Pero la comunicaci¨®n con los p¨¢jaros es tambi¨¦n, y sobre todo, un acto de comuni¨®n con el mundo. El profeta Isa¨ªas habl¨® de un monte donde el lobo bajaba a beber al tiempo que la oveja, el le¨®n dorm¨ªa junto al ant¨ªlope, y el ni?o jugaba en su cuna con alacranes y v¨ªboras. Un reino en que no exist¨ªa el da?o.
Muchos personajes de Delibes est¨¢n situados en ese reino.Dialogan con la naturaleza, la entienden y miman. Pac¨ªfico en La guerra de nuestros antepasados; el Ti?oso, en El camino; Nilo, el joven, en Los nogales; el Senderines, de La mortaja, y Paco, el Bajo, en Los santos inocentes, que con su prodigioso olfato es capaz de seguir el rastro de las perdices y de las liebres, tienen esa ins¨®lita aptitud.
Y, por encima de todos, el Nini, en Las ratas, que es sin duda el personaje m¨¢s memorable de la obra de Delibes. Pero el Nini tiene muchos puntos de contacto con Azar¨ªas, el protagonista de Los santos inocentes: est¨¢ inmerso en su medio, vive en continuidad con el mundo y los animales; es capaz de entender el lenguaje de los p¨¢jaros. Sin embargo, el Nini no es un inocente, no est¨¢ marcado por el estigma de la matanza de Herodes. Ser¨ªa equiparable m¨¢s bien al ni?o que visitan los Magos, el ni?o que escapa de la muerte.
Pero hay muchos ni?os en la obra de Delibes que no logran hacerlo, como el ni?o de La sombra del cipr¨¦s es alargada, como el Ti?oso de El camino, o el reci¨¦n nacido que en Diario de un cazador entierran en una caja de zapatos. La obra de Delibes est¨¢ llena de ni?os muertos, pero tambi¨¦n de esos otros ni?os extra?os que parecen situarse en esa vol¨¢til frontera que hay entre la vida y la muerte. A esta categor¨ªa de muertos vivos pertenecen los personajes de Los santos inocentes, o el que tiene s¨ªndrome de Down de Los nogales. Azar¨ªas, de hecho, ve a su hermano muerto, Ireneo, lo que nos indica hasta qu¨¦ punto sus naturalezas son afines.
La muerte de un ni?o es sin duda uno de esos l¨ªmites sagrados que la raz¨®n humana no puede traspasar sin llenarse de horror. La matanza de los santos inocentes es uno de los relatos m¨¢s estremecedores que se conocen, y las preguntas se suceden inevitablemente al escucharlo. ?Por qu¨¦ tuvieron que morir los pobres ni?os? ?No pod¨ªan los ¨¢ngeles haber advertido a sus padres de lo que les esperaba, como hicieron con Jos¨¦, y as¨ª haber huido todos juntos en la noche? Pero ?puede evitarse la pena, el dolor, la p¨¦rdida de lo que amamos? No, no se puede. Ser hombres, nos dice Delibes, tambi¨¦n es contemplar ese cortejo de ni?os muertos sin poder hacer nada para salvarles.
Pero si no hay redenci¨®n, si no es posible el milagro, ?por qu¨¦ sus personajes hablan con los p¨¢jaros? En un texto de los Upanishads se lee: "Dos p¨¢jaros, compa?eros inseparablemente unidos, residen en el mismo ¨¢rbol; el primero come de su fruto, el segundo mira sin comer. El segundo es puro conocimiento, libre e incondicionado. Los dos son inseparables". En Los santos inocentes, el se?orito Iv¨¢n, deseoso de cobrarse piezas como sea, manda a Paco, el Bajo, cegar a los palomos, para que sus movimientos desesperados hagan de se?uelo. El se?orito Iv¨¢n ciega a los p¨¢jaros, y Azar¨ªas les da de comer. Es Azar¨ªas quien se pone del lado del p¨¢jaro del conocimiento. El p¨¢jaro que mira sin comer en el hermoso texto de los Upanishads se confunde con la grajilla que, al descender al hombro de Azar¨ªas, se?ala el lugar de la vida. El Senderines, el ni?o protagonista de La mortaja, construye un lugar as¨ª con una luci¨¦rnaga. Su padre acaba de morir. Est¨¢ desnudo en la cama y, avergonzado, decide buscar ayuda para vestirle. Nadie le hace caso, pero ¨¦l recoge una luci¨¦rnaga y halla en su luz la fuerza que necesita para enfrentarse a la muerte de su padre y a la miseria moral de cuantos le rodean.
La luci¨¦rnaga, como el descendimiento de la grajilla, se?ala el lugar de la vida. Azar¨ªas nos entrega en ¨¦l una de las plegarias m¨¢s hermosas formuladas jam¨¢s en nuestro idioma, "milana bonita, milana bonita"; y el Senderines el sue?o humilde de la dignidad. Ese es el misterio de los ni?os en los libros de Miguel Delibes: cada uno de sus gestos tiene el valor de una plegaria. Su tiempo es el tiempo de la revelaci¨®n y de los salmos. Por eso les vemos andar sobre las aguas, aunque ellos no lleguen a darse cuenta.
La obra de Miguel Delibes es comparable a la de todos los grandes moralistas, en el sentido que Camus da a esta palabra: los que tienen la pasi¨®n del coraz¨®n humano. Delibes forma parte de esa larga tradici¨®n de grandes moralistas, que desde Cervantes o Stendhal, se dan en el mundo de la novela. Se confunde con ellos porque "busca al hombre en el entorno y la comunidad en que vive; y la verdad en sus rasgos particulares". Delibes habr¨ªa suscrito sin dudarlo las palabras de Camus acerca de que el desprecio por los hombres constituye con frecuencia el estigma de un coraz¨®n vulgar.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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