El arte de no molestar
Hace unas semanas, en su columna habitual en un suplemento dominical, la escritora Soledad Pu¨¦rtolas se refer¨ªa a la artista vanguardista suiza Sophie Taeuber-Arp como "una mujer extraordinariamente silenciosa y discreta". Quise imaginarme un minuto de esa mujer ejerciendo esa cualidad que destaca nuestra autora, y no pude m¨¢s que imagin¨¢rmela como una persona que no molestaba: no s¨¦ si Pu¨¦rtolas apuntaba en este sentido: pero a m¨ª me gusta pensarlo as¨ª: el silencio y la discreci¨®n de los que no quieren molestar. Eso me recuerda a ese personaje de Dickens, creo que era el doctor Chillip en David Copperfield, que atravesaba las puertas de costado para ocupar menos espacio, no fuera que chocara con alguien y le produjera alguna innecesaria molestia.
Hay gente que tiene el don de la discreci¨®n, una elegancia entre ¨¦tica y est¨¦tica que no se aprende
No pocas veces en nuestras vidas nos hemos topado con personas que apenas emiten escuetos vocablos, actitud diagnosticada con claridad coloquial: "Este no habla para no ofender". O para no molestar, que tambi¨¦n se podr¨ªa traducir. Y es verdad que hay personas que apenas parecen que existen: se las ve, se las escucha pero mucho se cuidan de entrar en cualquier sitio como un elefante en una cacharrer¨ªa. Ponen extremo cuidado en no interferir all¨ª donde ellos pudieran considerar un engorro en vez de una soluci¨®n. Nada m¨¢s lejos de sentirse agentes de una injustificada perturbaci¨®n.
Durante mucho tiempo me cost¨® entender porqu¨¦ un conocido con el que me une una relaci¨®n profesional termina siempre sus misivas electr¨®nicas con un infaltable "Y perdona las molestias". Nunca alcanzo a visualizar qu¨¦ molestias pueden ser esas. Al final un d¨ªa no tuve m¨¢s remedio que llegar a la siguiente conclusi¨®n: hay gente milagrosa que ha venido al mundo para hacer el menor ruido posible. Ponen mucho celo en no ponerse en el medio cuando uno pasa. Como el personaje dickensiano, se encogen para facilitarnos nuestra comodidad. No tiene su comportamiento nada que ver con la poquedad de car¨¢cter, contra lo que en primera instancia pudiera interpretarse. No esgrimen su discreci¨®n por temor a ninguna reconvenci¨®n. Sencillamente se cuidan de no agredir la serena existencia de su pr¨®jimo.
Voy a citar tres ejemplos literarios para ilustrar esta categor¨ªa de seres humanos, probablemente hoy m¨¢s que nunca tan necesarios para hacernos la vida un poco m¨¢s llevadera, dada la poca capacidad que tenemos para neutralizar las may¨²sculas tragedias humanas que nos circundan, y ya no digamos entenderlas. 1: en Las horas completas, una novela de Luis Mateo D¨ªez de consistente voz y dibujo cervantinos, su protagonista se autoinculpa de pertenecer a ese grupo humano que "est¨¢n en el mundo para estorbar". 2: en la misma estela cervantina del escritor leon¨¦s, Juan Benet, en su ensayo La inspiraci¨®n y el estilo, intentando definir la singular posici¨®n disidente de Cervantes en la sociedad de su tiempo, nos dice que el autor de El Quijote no coincidi¨® en la forma con sus contempor¨¢neos, con Quevedo por ejemplo, en la construcci¨®n de ese estilo literario del menosprecio al Estado, el casticismo: simplemente su operaci¨®n estil¨ªstica va por otros derroteros: "no quiere ser molestado, y para eso, lo primero que tiene que hacer es no molestar". Estamos tambi¨¦n en nuestro derecho, sin invalidar la rica sospecha te¨®rica de Benet, a creer que si Cervantes no molestaba, no era exactamente por un c¨¢lculo ego¨ªsta. Y 3: en un poema titulado Consideraciones biogr¨¢ficas, del ¨²ltimo libro del poeta Francisco Ferrer Ler¨ªn, F¨¢mulo, se dice: "Hablo / de familias como la m¨ªa, que / todo lo deben al amor / por la aventura y / al temor / a molestar...". El temor a molestar.
El vecino que pone la radio a todo volumen. El individuo que intenta colarse en la fila del supermercado. El compa?ero de asiento del AVE que no para de desgranarnos su vida privada y profesional por su tel¨¦fono m¨®vil. El lenguaje soez de algunos famosillos en las tertulias televisivas. El alumno que no atina a valorar las ense?anzas de sus profesores. Los improperios chulescos de algunos comunicadores de radio. Las preguntas inoportunas. La informaci¨®n que no nos sirve para nada. El que come palomitas en el cine. El que se r¨ªe durante una pel¨ªcula cuando no corresponde hacerlo. (Tambi¨¦n est¨¢ el que no se r¨ªe cuando toca, pero eso ya depende de c¨®mo gestiona cada uno su sentido del humor, aunque, de todos modos, tambi¨¦n molesta). La gente que no atiende cuando se le habla.
Hay en el arte del no molestar una elegancia entre ¨¦tica y est¨¦tica que no se aprende en ning¨²n sitio. Contar tu vida a alguien cuando nadie te lo pide, por ejemplo, puede ser indicio de esa falta de elegancia. Si incurres en ello, es altamente probable que est¨¦s molestando, independientemente de que la v¨ªctima de esa escasez tuya, por educaci¨®n y por no molestarte, se resigne a escucharte. Tengo un amigo que me dice que si hay algo que siempre le ha molestado es que alguien le inflija, para utilizar un verbo muy borgiano, su ¨²ltimo poema. Se amparaba en unas palabras de Horacio, a las que, seg¨²n dec¨ªa muy doctoralmente, acudi¨® Montaigne para ilustrar una de sus reflexiones. Dec¨ªa Horacio que ¨¦l nunca recitaba sus versos "a cualquiera, sino a los amigos y cuando se lo ruegan... no como algunos que no tienen reparo en hacerlo en los ba?os p¨²blicos". Silencio, discreci¨®n y ese educado arte de atravesar las puertas de perfil.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
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