La sostenibilidad pol¨ªtica del euro
Se cre¨ªa que la moneda ¨²nica har¨ªa m¨¢s similares a las econom¨ªas de los pa¨ªses miembros de la UE, que afrontar¨ªan pol¨ªticas de ajuste. Sin embargo, el euro elimin¨® los incentivos para reformar el modelo econ¨®mico
El 2 de enero de 2002, EL PA?S abr¨ªa a cinco columnas con el siguiente titular: "Los espa?oles reciben el euro con euforia". Casualmente, ese mismo d¨ªa el diario alertaba inadvertidamente de los tr¨¢gicos finales que acechan a muchas uniones monetarias. En la esquina inferior izquierda de esa misma portada se le¨ªa este otro titular: "El peronista Duhalde se convierte en el quinto presidente argentino en 15 d¨ªas". La raz¨®n, la crisis financiera que asol¨® el pa¨ªs en 2001 y que se llev¨® por delante la paridad del peso con el d¨®lar.
La adopci¨®n del euro no fue una decisi¨®n incontestada. Muchos economistas alertaron de que Europa no constitu¨ªa un "¨¢rea monetaria ¨®ptima". Eso significaba dos cosas: que las econom¨ªas del continente eran demasiado diferentes entre s¨ª como para que una ¨²nica pol¨ªtica monetaria fuera apropiada para todas ellas; y que no exist¨ªan en Europa mecanismos alternativos que pudieran suplir la ausencia de autonom¨ªa monetaria como pol¨ªtica de ajuste. A estas cr¨ªticas, los defensores de la moneda ¨²nica respond¨ªan que, aunque Europa no fuera un ¨¢rea monetaria ¨®ptima en aquel momento, gracias al euro lo ser¨ªa en el futuro. La moneda ¨²nica har¨ªa m¨¢s similares a las econom¨ªas de los pa¨ªses miembros y la ausencia del recurso a la pol¨ªtica monetaria obligar¨ªa a los pa¨ªses a buscar formas alternativas de ajuste.
Muchos economistas alertaron de que Europa no constitu¨ªa un "¨¢rea monetaria ¨®ptima"
Los pa¨ªses con un sector exterior fuerte son los que mejor han gestionado el euro
Diez a?os despu¨¦s de la introducci¨®n del euro, no podemos decir que los euroesc¨¦pticos estaban equivocados. Antes al contrario, con la crisis arrecian las cr¨ªticas. Paul Krugman ha advertido del "feo panorama" que espera a aquellos pa¨ªses que, como Espa?a, habr¨¢n de pasar un largo periodo deflacionario para recuperar la competitividad perdida. Otro cr¨ªtico del euro, Martin Feldstein, ha propuesto la reintroducci¨®n de un dracma devaluado para solucionar la crisis griega.
"La culpa no es del euro", repetimos machaconamente en Europa. La culpa es de los gobiernos que "no han hecho los deberes" cuando las cosas iban bien. Deber¨ªamos haber aprovechado la buena coyuntura generada en los primeros a?os del euro para hacer m¨¢s flexibles nuestras econom¨ªas, cambiar el modelo productivo y fortalecer los instrumentos de gobernanza de la eurozona, logrando que Europa se convirtiera en un ¨¢rea monetaria ¨®ptima. El euro sigue siendo una fant¨¢stica idea, se concluye, el problema es que no se ha acompa?ado con las reformas que requer¨ªa la p¨¦rdida de autonom¨ªa monetaria.
Estos argumentos son sospechosamente parecidos a los utilizados por los defensores de la ley de convertibilidad en Argentina, otro pa¨ªs que decidi¨® renunciar al control de su pol¨ªtica monetaria en 1991, cuando dicha ley igual¨® el valor del peso al del d¨®lar. Tambi¨¦n para ellos el culpable de la crisis financiera de 2001 no fue la paridad con el d¨®lar, sino "otras" pol¨ªticas que, en el contexto econ¨®mico argentino, resultaron letales.
Hasta cierto punto, el argumento de los defensores del euro y de la ley de convertibilidad es impecable. En teor¨ªa, siempre existen pol¨ªticas capaces de solventar los problemas creados por la p¨¦rdida de la autonom¨ªa monetaria. Pero los gobiernos no adoptan pol¨ªticas porque sean necesarias o las recomienden los manuales de econom¨ªa, sino porque les resultan pol¨ªticamente rentables. Si tan importante eran esas reformas para hacer la unificaci¨®n monetaria econ¨®micamente viable, nos deber¨ªamos haber preguntado qu¨¦ incentivos ten¨ªan los gobiernos para llevarlas a cabo. Ahora sabemos que ninguno.
En Argentina, el r¨¦gimen de convertibilidad fue un ¨¦xito durante casi una d¨¦cada. La inflaci¨®n se control¨®, los tipos de inter¨¦s se mantuvieron bajos, entraron ingentes cantidades de capital, y la econom¨ªa creci¨® a m¨¢s de un 6% anual entre 1991 y 1998. Pero a finales de los 90, los gobernadores provinciales que compet¨ªan por decidir sobre la sucesi¨®n de Menem se embarcaron en ambiciosos programas de gasto p¨²blico para fortalecer electoralmente a sus candidatos.
Adem¨¢s, las devaluaciones de los principales socios comerciales de Argentina (el real brasile?o perdi¨® un 50% de su valor en 1998) requer¨ªa de pol¨ªticas deflacionarias que devolvieran la competitividad a los bienes argentinos. Pero esas pol¨ªticas deflacionarias eran enormemente impopulares. Con unas elecciones a la vuelta de la esquina, la pol¨ªtica fiscal requerida para la supervivencia econ¨®mica de la convertibilidad era pol¨ªticamente inviable. En ¨²ltima instancia, estos problemas pol¨ªticos provocaron el colapso del r¨¦gimen monetario.
En Espa?a, ?qu¨¦ deber¨ªan haber hecho los gobiernos para lograr una exitosa adaptaci¨®n al euro? Seg¨²n los manuales de econom¨ªa, los "deberes" consist¨ªan en flexibilizar el mercado de trabajo, limitar el riesgo de una crisis asim¨¦trica (es decir, sufrida s¨®lo por Espa?a) reduciendo la dependencia del sector de la construcci¨®n e incrementar la productividad para que las mejoras salariales no se tradujeran en p¨¦rdidas de competitividad.
Parad¨®jicamente, la llegada del euro elimin¨® los incentivos para reformar la econom¨ªa en todos esos frentes.
Con el euro, el dinero se abarat¨® espectacularmente. Ello, unido a una creciente demanda de construcci¨®n residencial y a unas desafortunadas pol¨ªticas que incentivaban la compra de vivienda cre¨® una descomunal burbuja inmobiliaria. Mientras la burbuja se inflaba, todo fue bien: las empresas vend¨ªan, la construcci¨®n creaba empleo, las familias ve¨ªan revalorizado el precio de sus casas, y las administraciones p¨²blicas disfrutaban de los ingresos extras generados por el boom econ¨®mico. En semejante contexto, ?qu¨¦ gobierno iba a arriesgarse a enfrentarse con los sindicatos para liberalizar el mercado de trabajo? ?Cu¨¢l hubiese sido el beneficio pol¨ªtico que obtendr¨ªa un gobierno decidido a "pinchar" la burbuja modificando, por ejemplo, el ominoso r¨¦gimen fiscal que privilegiaba la compra de vivienda? ?C¨®mo justificar de cara a la opini¨®n p¨²blica una pol¨ªtica de cambio de la estructura productiva y fomento de la productividad que pasaba ineludiblemente por penalizar a la construcci¨®n, el sector que estaba dando de comer a media Espa?a?
Exist¨ªan sectores que podr¨ªan haber exigido al Gobierno esas reformas: los grandes perdedores durante este periodo, los productores espa?oles que venden en el exterior y los productores de bienes que compiten con importaciones. Ellos podr¨ªan haberse movilizado para que el gobierno adoptara reformas que restauraran la competitividad perdida. No es seguramente casual que los pa¨ªses que mejor han gestionado el euro son aquellos en los que el sector exterior ocupa un lugar central en la estructura econ¨®mica y pol¨ªtica del pa¨ªs. Pero en Espa?a este sector es pol¨ªticamente muy d¨¦bil. Nunca los exportadores decidieron unas elecciones.
Por otra parte, se ha argumentado que la unificaci¨®n monetaria requiere de una supranacionalizaci¨®n de determinados aspectos de la pol¨ªtica econ¨®mica. M¨¢s all¨¢ de un pacto de estabilidad que se ha mostrado ineficaz, las ¨¦lites que construyeron el euro confiaron en que la mera necesidad de fortalecer las instituciones supranacionales llevar¨ªa de forma mec¨¢nica a la adopci¨®n de las reformas pertinentes. Pero, de nuevo, se pas¨® por alto que los gobiernos no adoptan decisiones porque sean requeridas por una determinada l¨®gica funcionalista, sino porque son pol¨ªticamente rentables. Basta con echar un vistazo a las opiniones p¨²blicas de los pa¨ªses miembros para comprobar cu¨¢n improbable es que esas decisiones se tomen en el medio plazo.
No existen ejemplos de uniones monetarias que hayan sobrevivido sin ir acompa?adas de profundas reformas pol¨ªticas. En un exceso de voluntarismo, los l¨ªderes europeos pensaron err¨®neamente que la mera adopci¨®n del euro crear¨ªa de modo autom¨¢tico la demanda para tales reformas, pero como hemos visto, en algunos casos sembr¨® incentivos para justo lo contrario. Ahora, el futuro de la moneda ¨²nica pasa por comprender mejor las motivaciones reales de los gobiernos con el fin de redise?ar una uni¨®n monetaria pol¨ªticamente viable, porque s¨®lo as¨ª ser¨¢ econ¨®micamente sostenible.
Jos¨¦ Fern¨¢ndez-Albertos es cient¨ªfico titular del Instituto de Pol¨ªticas y Bienes P¨²blicos del CSIC y coautor, con Dulce Manzano, de Democracia, instituciones y pol¨ªtica econ¨®mica (Alianza).
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