La venganza ascendida a himno
Like a rolling stone se mantiene como la obra cumbre de Bob Dylan. Una pieza viscosa, maleable, abrasiva, que ha fascinado a Greil Marcus. Detr¨¢s de su ira y de su crueldad, el cr¨ªtico cree adivinar la invitaci¨®n a desarrollar una vida m¨¢s aut¨¦ntica
Ya sabemos que Like a rolling stone suele ganar esas encuestas que pretenden determinar la mejor canci¨®n de rock de todos los tiempos. Pero conviene situarse en su a?o de salida, 1965, para entender su asombroso impacto. Y no s¨®lo en sus alumnos obvios, tipo Mick Jagger o John Lennon. Hace poco, uno de los arquitectos del sonido Motown, Lamont Dozier, revelaba que "el fraseo de Dylan en Like a rolling stone" le inspir¨® otra canci¨®n monumental, ese perro verde titulado Reach out I'll be there.
Cabe imaginar que, con Like a rolling stone, Dozier ratific¨® que la ¨²nica regla v¨¢lida para hacer canciones de ¨¦xito es que no hay reglas: ni siquiera vale seguir el venenoso esp¨ªritu de Dylan. Junto a su audacia estructural, y la bravura interpretativa de los Four Tops, Reach out I'll be there ofrece un mensaje humanista, solidaridad con la chica desgraciada: si las cosas van mal, all¨ª estar¨¦ para ti. Por el contrario, Like a rolling stone rebosa bilis: el narrador se deleita en la ca¨ªda de la protagonista. En comparaci¨®n, las canciones mis¨®ginas que escrib¨ªa Jagger por la misma ¨¦poca parecen impertinentes cachetadas de pop star; Dylan celebra la degradaci¨®n de "la princesa en la torre".
Like a rolling stone: Bob Dylan en la encrucijada Greil Marcus
Greil Marcus
Traducci¨®n de Mario Santana
Global Rhythm Press. Barcelona, 2010
207 p¨¢ginas. 20 euros
Con el tiempo, hemos asistido al desplazamiento del contenido de Like a rolling stone. Nada que deba sorprendernos: si una pieza tan sanguinaria como La Marsellesa termin¨® convertida en himno de fraternidad, no es tan disparatado que Like a rolling stone parezca celebrar hoy la epopeya de la rebeli¨®n de los sesenta, orgulloso modelo al que uno puede apuntarse simb¨®licamente. Al menos, eso cre¨ª detectar hace unos a?os, en medio de la volc¨¢nica reacci¨®n de todo un estadio ante la interpretaci¨®n del tema por -?precisamente!- los Rolling Stones.
Greil Marcus no est¨¢ tan interesado en la materialidad de Like a rolling stone como en su historia cultural. Con todo, narra convincentemente la elaboraci¨®n del tema, e incluso pretende reescribir los cr¨¦ditos: argumenta que fue remezclado por Bob Johnston, el tejano que reemplaz¨® a Tom Wilson, el productor original, otro tejano -pero negro- misteriosamente defenestrado al comienzo de las sesiones de Highway 61 revisited.
Se supone que Dylan comenz¨® con la letra, veinte folios de vitriolo contra, bueno, ?contra qui¨¦n dispara? Marcus no entra en especulaciones. Cabe imaginar que el objetivo era Edie Sedgwick, la veleidosa chica Warhol que choc¨® con el Hombre del Momento en aquel efervescente Manhattan que experimentaba con drogas y libertad sexual. Nunca habr¨¢ confirmaci¨®n: los cronistas del triste final de Edie tienden a colgar las responsabilidades en Dylan o Warhol.
Volvamos a 1965. En su refugio de Woodstock, Bob comenz¨® a musicar lo que ¨¦l mismo defini¨® como "una vomitona", reciclando los acordes de La bamba. Phil Spector fue de los pocos que detectaron ese ADN mexicano en Like a rolling stone, aunque menosprecia el resultado al establecer distancias entre "un disco" y "una idea"; para ¨¦l, se queda en la segunda categor¨ªa.
Urge discrepar. Se conservan los descartes de las sesiones: Like a rolling stone comienza como vals y va adquiriendo peso, densidad, forma a largo de dos d¨ªas. Alcanza combusti¨®n espont¨¢nea por una rara combinaci¨®n de elementos: el impetuoso elemento juvenil -Dylan, Mike Bloomfield, un audaz Al Koper que se suma al ¨®rgano- cabalga sobre la sobriedad de cuatro eficaces mercenarios de los estudios. El m¨¦todo dylaniano equivale al eterno "aprende a nadar tir¨¢ndote a la piscina": sin ensayos, esboza el tema y deja que los m¨²sicos encuentren su papel, en una fiera batalla de instrumentos que alcanza finalmente dimensiones de terremoto, de descarga el¨¦ctrica que -en una interpretaci¨®n ben¨¦vola de la letra- nos empuja a vivir la realidad, a asumir nuestras decisiones, a aprender de la ca¨ªda. Se trata de una idea que se ha convertido en disco incontestable gracias a unos m¨²sicos incendiados, unos t¨¦cnicos invisibles y -ah¨ª deb¨ªa dolerle a Spector- un productor que asiste imp¨¢vido a una explosi¨®n de alquimia sonora.
Escapemos con la coartada perfecta: hubo magia en aquellas jornadas. Si uno quiere seguir todo el proceso, aparte de conseguir esos descartes, es aconsejable leer Bob Dylan: Highway 61 revisited, el libro de Colin Irwin para la serie Legendary sessions. Greil Marcus prefiere explorar las reverberaciones de Like a rolling stone, con su habitual eclecticismo, desde las versiones raperas (The Mystery Tramps, Articolo 31) hasta Go west (Village People, Pet Shop Boys) como convocatoria a la naci¨®n gay.
Marcus est¨¢ en suelo m¨¢s s¨®lido cuando rastrea el rechazo que Like a rolling stone debi¨® vencer: fue inicialmente rechazado por su discogr¨¢fica, que se escudaba en su at¨ªpica duraci¨®n de seis minutos (las primeras copias para la radio part¨ªan el tema, una mitad en cada cara del single). Tambi¨¦n apunta que los abucheos que acogieron al Dylan el¨¦ctrico pudieron estar teledirigidos. Al menos en el Reino Unido, donde asegura que se reclutaron alborotadores en los folk clubs que depend¨ªan del Partido Comunista para que hicieran saber su furia ante el nuevo rumbo del supuesto compa?ero de viaje. Si existi¨® tal acto de intimidaci¨®n, tuvo el resultado contrario a lo previsto.
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