Libros somos y seremos
Imagino que el apocalipsis no se ha encaprichado exclusivamente de mi barrio, que somos infinitos los n¨¢ufragos de los objetos, rituales, costumbres y fetiches que alimentaban nuestra alma, que hac¨ªan muy grato abandonar el refugio de tu casa para dirigirse puntualmente o al azar a descubrir los nuevos tesoros que te ofrec¨ªan los templos. Donde yo habito las primeras en clausurar su espacio m¨¢gico fueron las tiendas de discos, incluido un para¨ªso del vinilo en el que pod¨ªas encontrar antes o despu¨¦s cualquier tesoro que tuviera relaci¨®n con el jazz. Despu¨¦s le lleg¨® el derrumbe a las librer¨ªas peque?as, especializadas o heterodoxas, atendidas por gente que no se dirig¨ªa autom¨¢ticamente al ordenador ni adoptaba gesto de marciano cuando les preguntabas por un libro o un autor, extrovertidos o secos pero siempre profesionales, con los que inevitablemente se creaba bendita complicidad. Y en poco tiempo cerrar¨¢n los destartalados cines que me resultaban imprescindibles. Entramos en la temible geograf¨ªa de la desolaci¨®n. No existen amenazas serias de que tus bares favoritos se transformen en oficinas bancarias, pero el apaleado y sufrido h¨ªgado te suplica duraderas treguas. Demasiadas privaciones de cosas que endulzaban la vida o acorazaban la supervivencia.
Y ya s¨¦ que en el arca de No¨¦ hay espacio para renovados prodigios adecuados a los tiempos. Que puedes montar la filmoteca en tu solitario refugio con pantallas maravillosas y la deslumbrante imagen y sonido que transmite el blu-ray, que la mejor historia de la m¨²sica est¨¢ al alcance de cualquier beb¨¦ familiarizado con Internet, que la angustia ante las bibliotecas desbordadas desaparecer¨¢ si aceptas el milagro de que todos los libros que amas o que podr¨¢s llegar a amar est¨¢n agrupados en un aparato diminuto, inodoro e incoloro llamado libro electr¨®nico.
A los ingenuos patol¨®gicos y a los arrogantes sin causa nos gustar¨ªa creer que ser¨¢ una moda pasajera, invento de un d¨ªa, juguete de esnobs. Pero mi alarma se desata cuando me encuentro en los trenes con gente sin huella de impostura, con una pinta estupenda, concentrados durante horas y con expresi¨®n feliz en ese sofisticado artilugio que a m¨ª me provoca terror. O cuando un amigo ilustrado que desprende ancestral pasi¨®n por el papel impreso me confiesa con alborozo infantil y sin el menor sentido de culpa que ya dispone de la obra completa de Raymond Chandler almacenada en el jodido e-book. Insiste en que fije la mirada y los sentidos en la nueva raz¨®n de su existencia, pero s¨®lo consigue de m¨ª un espeluznado "vade retro, Satan¨¢s". Otra persona muy cercana que asocia el libro de siempre a una de los cosas m¨¢s hermosas e insustituibles que le ha donado la existencia, a la que desde hace tiempo le tortura una incurable lesi¨®n de cervicales, con la consecuente incomodidad a la hora de encontrar postura para mantener un voluminoso libro en sus manos, me escandaliza con su absoluta naturalidad y su esperanza ante las ventajas f¨ªsicas que le proporcionar¨¢ el libro electr¨®nico a su eterno ¨¦xtasis. Sospecho que acabar¨¦ regal¨¢ndole ese prosaico invento del diablo, aunque siempre lo mantendr¨¦ lejos de mi vista y de mi tacto. S¨®lo me faltaba pillar otra adicci¨®n indeseada, reemplazar el sagrado crujido de las p¨¢ginas, los subrayados, las ilustraciones, por la odiosa asepsia de una pantalla diminuta.
Por ello, un libro que se titula osada y numantinamente Nadie acabar¨¢ con los libros posee valor de militancia. Si lo firman Umberto Eco y Jean-Claude Carri¨¨re el fest¨ªn es previsible. Sab¨ªa de los m¨¦ritos narrativos, ensay¨ªsticos y semi¨®ticos del autor de esa compleja preciosidad llamada El nombre de la rosa (qu¨¦ miedo el de los monjes asesinos y el de los inquisidores de cualquier ¨¦poca al subversivo peligro de los libros) y de la capacidad de Carri¨¨re (qu¨¦ envidia haber pasado tantos a?os en el c¨ªrculo ¨ªntimo de Bu?uel) para crear guiones de lujo, pero desconoc¨ªa su fascinante poder oral, el don de poder hablar entre ellos con profundidad, inteligencia, datos, sabidur¨ªa, humor y amenidad de tantas cuestiones humanas y divinas protagonizadas o derivadas de los libros. Su erudici¨®n excluye la pedanter¨ªa, la iron¨ªa les permite apasionarse por los delirantes hallazgos de la estupidez, su pensamiento es tan libre como poderosos y entendibles sus argumentos, expresan con fluidez y talento lo que conocen, intuyen y sienten. Lees estas impagables conversaciones de un tir¨®n aunque hagas pausas para darle vueltas a sus certidumbres y sus dudas, te asombra su cultura y su talento, su percepci¨®n de las personas y las cosas a trav¨¦s de los viajes, su original interpretaci¨®n de la Historia, su obsesiva aventura persiguiendo incunables. Te gustar¨ªa ser testigo de las inflexiones de su voz, de su expresividad f¨ªsica, de la transparente qu¨ªmica que se establece entre dos cerebros y personalidades tan poderosas, pero no se puede tener todo. Para ello, este apasionante encuentro tendr¨ªa que poseer el formato de un documental o de un programa de televisi¨®n. A lo peor, disminu¨ªa la magia. Tal vez el espacio natural de una conversaci¨®n sobre el inacabable universo de los libros debe ser el propio libro.
Eco y Carri¨¨re est¨¢n convencidos de datos tan parad¨®jicos como que las gallinas tardaron un siglo en aprender a no cruzar la calle y de que no hay nada m¨¢s ef¨ªmero que los soportes duraderos. Tambi¨¦n de que "el libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor". Que venga Dios o los profetas de las nuevas tecnolog¨ªas a desmentir verdad tan necesaria. -
Nadie acabar¨¢ con los libros. Umberto Eco y Jean-Claude Carri¨¨re. Ilustraciones de Andr¨¦ Kert¨¦sz. Traducci¨®n de Helena Lozano. Lumen. Barcelona, 2010. 263 p¨¢ginas. 21,90 euros
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