Canci¨®n triste para Chilton
"La primavera en la ciudad se conoce porque, de repente, aparece un insecto en la acera", dijo mi amigo El¨ªas, y mat¨® la tacha abriendo mucho los ojos y aspirando lo que quedaba de humo como otros aspiran a un trabajo. Continuamos andando por el parque fluvial del Bes¨°s, pasamos por debajo del puente del tren, y el tren que iba a Matar¨® agit¨® sobre nuestras cabezas su carraca oxidada. El¨ªas insisti¨® en la primavera. Su eterna cazadora de cuero negro, que llevaba sobre los hombros, ten¨ªa algo de ¨¦litros, de alas endurecidas, de alas que el tiempo hab¨ªa esclerotizado para protegerle de las modas, de los bares con exposiciones art¨ªsticas, de las peluquer¨ªas unisex, de las panader¨ªas con pan reci¨¦n hecho. Sobre la isla que los conservacionistas hab¨ªan propiciado en la desembocadura del r¨ªo, volaban garcetas y garzas reales como almohadas donde reposar un sue?o ecol¨®gico. Unos patos se dejaban llevar por la corriente, hasta que se hartaban (como todo el mundo) y alzaban el vuelo. Las gaviotas estaban de plant¨®n en el agua, en formaci¨®n, igual que los guerreros chinos de Xi'an, en pie, viendo venir el r¨ªo como si vieran llegar a su madre volviendo de la plaza. La mancha negra de un cormor¨¢n alete¨® sobre la mancha blanca de agua borboteante que la depuradora devolv¨ªa a la corriente. Hab¨ªa gente pescando con ca?a y otra con sedal a pelo, y todos llenaban el sitio de latas, restos de comida y m¨¢s porquer¨ªa. En la solapa, El¨ªas se puso aquella ma?ana una chapa de Big Star como se?al de luto por la muerte de Alex Chilton.
"?Sabes a qui¨¦n me encontr¨¦ el otro d¨ªa?", El¨ªas recogi¨® una vara de entre las matas y anduvo un rato con ella a modo de b¨¢culo. Pero m¨¢s que un senderista parec¨ªa un profeta en un desierto.
"Dame una pista."
"?Todav¨ªa est¨¢ vivo!"
"Joder, ?por eso lo viste!"
"Pero, ?a que no te lo imaginas? ?Al hermano del Martin!"
Al Martin, nunca, a nadie, en ning¨²n momento ni en ning¨²n sitio, se le habr¨ªa ocurrido llamarle Mart¨ªn en la cara.
"?A su hermano peque?o?"
"?Claro! ?Al que vive! Nos cruzamos debajo de la autopista. El chaval iba tirando de una de esas mierdas de maletas con ruedas, y en la otra mano llevaba una bolsa de gimnasia. Se me queda con los ojos clavados, como si estuviese disecado entre las columnas, y empieza: '?Ostras, El¨ªas, menuda alegr¨ªa!' Ni que se hubiera vuelto poeta. Resulta que ha vuelto a casa de los padres. A la casa, digo, porque sus padres ya se han muerto los dos. '?No veas c¨®mo me acuerdo de ti, cha!', me lo repiti¨® cuarenta veces. Parec¨ªa Miguel R¨ªos diciendo que se retira. El caso es que el chaval se emocion¨® de verdad, y yo porque me aguant¨¦, pero las l¨¢grimas las ten¨ªa ah¨ª aporre¨¢ndome las ventanillas de los ojos. Se sac¨® de los pantalones una cartera partida en dos. Se le cay¨® una mitad al suelo, la recogi¨® y me ense?¨® el pase rosa del autob¨²s. 'Mira, cha, he venido en metro'. Primero pens¨¦ que se hab¨ªa quedado un poco trastornado, pero enseguida comprend¨ª que era eso lo ¨²nico de valor que ten¨ªa. La gente siempre ense?a lo mejor que tiene. El chaval me pregunt¨® por mis padres, mi familia, y luego se puso muy serio y me dijo: '?Sabes qu¨¦ pasa, t¨ªo? Que no me gusta recordar. Cada vez que recuerdo, me pongo a llorar'. Lo dej¨¦ all¨ª, en la autopista, con los paquetes en el suelo, como si a¨²n pudiese llegar su tren, y tir¨¦ para el metro."
De golpe, El¨ªas se?al¨® con la vara hacia la boca de una alcantarilla abierta en el muro de cemento como un ojo de buey gigante por el que la ciudad vigila el oleaje. Alguien hab¨ªa dejado dentro un colch¨®n. Cerca de la costa un barco destartalado extra¨ªa arena del fondo marino para regenerar las playas de Barcelona. Entre el r¨ªo y el mar hab¨ªa empezado a formarse una duna que los ecologistas celebraban como el hortelano que ve salir los primeros tallos de su siembra. Continu¨® El¨ªas apuntando al agujero de la cloaca, hasta que distingu¨ª entre la oscuridad una forma humana.
"?Si m¨¢s pronto te lo nombro antes aparece! ?Mira qui¨¦n anda ah¨ª adentro! ?El hermano del Martin! ?Pero no estabas en casa de tus padres?"
El chico se acerc¨® hasta nosotros, y a cada paso parec¨ªa que iba a ca¨¦rsele alguna pieza del esqueleto.
"?Qu¨¦ va, cha! La vendieron sin que yo supiera nada, y ahora vive una gente muy chunga. Me he metido aqu¨ª por estar en alguna parte; pero voy a tener que pirarme. Ah¨ª dentro no se puede parar. Cada dos por tres sale una bocanada de agua y me desmonta el chiringuito", dijo refiri¨¦ndose al colch¨®n.
"?Ad¨®nde vas a ir?", quiso saber El¨ªas.
"?A ti te lo voy a decir!", respondi¨® enfadado y se volvi¨® a la cloaca.
Pasamos del r¨ªo a la playa. Las olas se arrojaban a los pies de la gente una y otra vez con su canci¨®n vieja, como un rock viejo que ya va a quedarse ah¨ª para siempre, como una de esas estrellas que est¨¢n muertas y que ya desaparecieron pero que todav¨ªa se siguen viendo. El¨ªas lanz¨® su vara contra el mar y se clav¨® igual que una jabalina en un monstruo gigante.
"?Sabes que lo pringaron porque le grabaron en la cinta de una gasolinera? Se puso a dar un palo con un destornillador, un pie roto y un par de muletas. Se acerc¨® a la t¨ªa que hab¨ªa en la caja, y esta gente como tiene la consigna de dar toda la pasta sin resistirse, ni mirar a los atracadores, pues se lo puso en bandeja. Huy¨® cojeando con el dinero en una mano y el destornillador en la otra. No se ten¨ªa en equilibro. Bastaba que la dependienta le hubiera soplado para que el chaval se cayese de culo. A la media hora ya estaba la pasma mirando la peliculita, que dicen que era para troncharse."
Sobre la arena, las barcas de los pescadores estaban tendidas bocabajo como arenques salados. El sol no era capaz de atravesar con sus jabalinas el viento a¨²n fresco. El¨ªas mir¨® hacia el r¨ªo y acarici¨® supersticiosamente la madera de las barcas.
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