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Entrevista:Jose Manuel Caballero Bonald | ENTREVISTA

"El franquismo nos sobrevuela"

Juan Cruz

H ay en Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald una serenidad casi anglosajona. Pero en cualquier momento parece que esa cara que te mira como si contuviera los ojos de un antepasado pudiera estallar. Es curioso pensar eso de ¨¦l, en este momento en que le est¨¢ haciendo fotos Sof¨ªa Moro, cambiando los muebles de sitio en su casa de siempre (de hace casi medio siglo, como su matrimonio con Pepa Ramis, "raro que se dure tanto, ?eh?") y enfoc¨¢ndolo como para que salga en el retrato esa mirada de marinero o de caminante. Porque en este momento este hombre, que seg¨²n ¨¦l fue col¨¦rico por causa del alcohol, vive uno de los momentos m¨¢s apacibles de su vida. Pero as¨ª estaba, apacible, tambi¨¦n en el a?o 2003; dijo incluso que ya estaba hecho todo, que no iba a escribir ni una l¨ªnea m¨¢s? Estaba apacible entonces, lo dijo, pero ocurri¨® la guerra de Irak, en la que entr¨® Espa?a, y se rompi¨® su silencio con un libro de versos, Manual de infractores (Seix Barral), que fue como una piedra en la crisma de los gobernantes de entonces, con Aznar al frente. As¨ª que ahora est¨¢ apacible, pero? Lo que le molesta, sobre todo, es la edad; ya es el m¨¢s veterano de los vivos de su generaci¨®n. Y a esta edad le molestan el fr¨ªo y el invierno, as¨ª que, como todav¨ªa no hab¨ªa llegado la primavera cuando se hizo esta entrevista, ah¨ª le ves apacible pero rabioso porque le duele todo, y adem¨¢s no se puede ir a su espacio dorado, en Sanl¨²car de Barrameda (C¨¢diz), porque all¨ª hay humedad y los huesos rugen de estupor en contacto con el tiempo malo.

"Tengo 83 a?os; eso me desazona, pero tambi¨¦n me produce cierto orgullo"
"?En qu¨¦ cabeza cabe que la ultraderecha pueda demandar a garz¨®n?"
"?A santo de qu¨¦ iba a convivir en la Academia con personas sin cr¨¦dito?"

?l naci¨® en Jerez, en 1926; el Sur (las marismas, Do?ana, el mar) ha sido su geograf¨ªa po¨¦tica y narrativa; Colombia fue un destino muy nutritivo para su experiencia, y tambi¨¦n vivi¨® en Mallorca, como secretario de redacci¨®n de Papeles de Son Armadans, la celebrada revista de Cela. Madrid ha sido el espacio del que m¨¢s argumento sac¨® para sus memorias, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, dos vol¨²menes que son tambi¨¦n un autorretrato muy vivo de la posguerra espa?ola, hasta que empez¨® la Transici¨®n. Esos dos vol¨²menes acaban de ser juntados en uno, que ¨¦l ha revisado y titulado conjuntamente: La novela de la memoria (Seix Barral). Ya no va a escribir m¨¢s memorias, repite. Pero esos dos vol¨²menes son oro puro, le han convertido en un memorialista literario sin cuya escritura no podr¨ªa entenderse la peripecia de las letras y de la vida espa?ola de los a?os en los que ¨¦l fue sucesivamente joven y maduro.

As¨ª que no sabremos, por su memoria, lo que pas¨® por su vida cuando la Academia le neg¨® el pl¨¢cet reiteradamente, dejando fuera a uno de los escritores mejor dotados para el uso de la lengua. Sentado ya, conversando, apetece preguntarle c¨®mo est¨¢ por dentro.

?C¨®mo es su estado de ¨¢nimo? Apacible. Estoy tranquilo, algo que incluso puede no ser aconsejable. Creo que la actividad compulsiva a veces tiene sus compensaciones, eso de entrar en una v¨ªa de pensamientos invasores que de pronto desembocan en un poema? Ahora estoy en una situaci¨®n apacible, he vuelto a mis viejos h¨¢bitos de lector. Oigo m¨²sica y leo, releo sobre todo.

Eso de estar apacible es un regalo? Bueno, cuando digo que tengo el ¨¢nimo apacible es antes de leer los peri¨®dicos. Porque cuando me entero de todos los desmanes, desvar¨ªos, injusticias que se cometen por ah¨ª a cada paso, me siento abrumado, afecta a una especie de hipersensibilidad que tengo muy a flor de piel, que me conmueve y me amarga la vida. De modo que en vez de tranquilo, tambi¨¦n puedo estar indignado, o sea, cabreado.

En 2003, la guerra de Irak le sublev¨® tanto que se puso a escribir dando mandobles? No exactamente en contra de esa guerra, sino a partir de las consecuencias de esa guerra absolutamente indigna, falsaria, ilegal? Aquello me provoc¨® una sensaci¨®n de agredido, una necesidad de autodefensa; ten¨ªa que defenderme de esos acosos, de esas infamias que ocurr¨ªan por el mundo y us¨¦ de la poes¨ªa como de un contraveneno, algo as¨ª? O sea, que fue la mentira de esa guerra la que me hizo escribir un tipo de poes¨ªa condicionada a la sinraz¨®n de la historia.

Fue despu¨¦s de haber dicho que ya no iba a escribir m¨¢s. Que no quer¨ªa escribir poes¨ªa lo dir¨ªa en alg¨²n bache depresivo. Lo que s¨ª dije es que no iba a escribir el tercer tomo de mis memorias. Adem¨¢s, yo siempre he sido un escritor discontinuo, intermitente, y no de "tiempo completo", que es una expresi¨®n altamente metaf¨ªsica? Dejaba de escribir y no me pasaba nada. Escribo cuando tengo ganas, cuando me apetece decir algo y tambi¨¦n cuando me acompa?a la salud. La buena salud es la mejor compa?¨ªa para escribir.

Eso dec¨ªa Onetti, que escrib¨ªa como si se encontrara una amante. Onetti, un maestro, seguramente el mejor escritor que he le¨ªdo en lengua espa?ola de los ¨²ltimos cincuenta a?os. Parec¨ªa impensable que ese hombre acostado, con cara triste, bebiendo sin parar, leyendo novelas policiacas, oyendo tangos o boleros, con una vida tan cerrada, tan modesta por otra parte, escribiera tantas p¨¢ginas memorables.

?Le habr¨ªa gustado ser 'un acostado' como Onetti? He tenido tentaciones de elegir la cama como lugar m¨¢s recomendable para pasar la vida. En mi familia conoc¨ª a cinco Bonald acostados que s¨®lo se levantaron con los pies por delante, como suele decirse. No llegu¨¦ nunca a tanto ni tuve la decisi¨®n firme de hacerlo, pero tuve tentaciones de acostarme a perpetuidad.

?Qu¨¦ les llev¨® a ellos a acostarse? Dec¨ªan que no se quer¨ªan levantar porque no se encontraban con suficiente ¨¢nimo para andar por ah¨ª de peatones. En muchos casos provocaron la bancarrota de alguna rama de la familia, ya que lo abandonaron todo, el negocio bodeguero o el qu¨ªmico-farmac¨¦utico, y se instalaron en la cama. S¨®lo se levantaban por las razones m¨¢s disparatadas? La t¨ªa Carola era m¨¢s disciplinada, se levantaba para los estrenos? Ese fue el arranque de mis memorias.

?Ha habido alg¨²n periodo de su vida en el que se ha dicho '?por qu¨¦ no me meto en la cama'? S¨®lo me qued¨¦ en la cama por depresi¨®n. En alg¨²n momento de mi ya larga vida estuve muy abatido. Un estado depresivo no grave, no maniaco-depresivo, que es asunto muy serio. Me dej¨¦ orientar por un psiquiatra catal¨¢n, Mariano de la Cruz. Aunque estuve medic¨¢ndome con antidepresivos, creo que me cur¨¦ por mi propia voluntad. Fue entonces cuando me qued¨¦ en la cama alg¨²n tiempo. No ten¨ªa ganas de hacer nada, lo mand¨¦ todo al carajo.

?Qu¨¦ pas¨® para que llegara a esa depresi¨®n? Tuve una ¨¦poca mala, beb¨ªa m¨¢s de la cuenta. Ten¨ªa mal vino y unas resacas terror¨ªficas. Lo que beb¨ªa entonces era vodka o ginebra, el whisky todav¨ªa no circulaba. El caso fue que estuve dos o tres d¨ªas bastante metido en el recinto sagrado del alcohol, porque la ebriedad es un espacio sagrado. Una ma?ana me despert¨¦ sin querer hacer absolutamente nada, no me pod¨ªa levantar, estaba completamente abatido, sin ning¨²n est¨ªmulo externo que me obligara a hacer algo. Deb¨ª de quedarme en la cama como un par de semanas.

?C¨®mo decidi¨® luchar contra eso en un ambiente en el que se beb¨ªa mucho? Me dije: si me quedo en la cama un d¨ªa m¨¢s, me voy a quedar para siempre, tengo que hacer algo. Poco a poco fui saliendo del bache por propia iniciativa y con una decisi¨®n firme de no volver a las andadas. Estuve una temporada sin beber, pero el hecho de andar por ah¨ª sin beber me deprim¨ªa much¨ªsimo, de modo que empec¨¦ a beber otra vez con m¨¢s moderaci¨®n. Desde entonces s¨®lo bebo vino, nada de licores.

A su generaci¨®n, la gente la identifica con el alcohol. El alcohol era una especie de contestaci¨®n, de estrategia para soliviantar a biempensantes, contra los convencionalismos, las obediencias? Nos opon¨ªamos a todo ese ambiente insufrible con la insolencia del bebedor. ?ramos adem¨¢s, como se ha dicho, partidarios de la felicidad. Viv¨ªamos en un mundo hostil, mezquino, e intent¨¢bamos divertirnos, aparte de los sobresaltos de la lucha pol¨ªtica clandestina. La bebida era una forma de lucha, una especie de merecimiento. De algo de todo eso habla Barral en un pr¨®logo espl¨¦ndido que le puso a La leyenda del santo bebedor, de Joseph Roth. Lo que ocurre es que algunos no supieron salir a tiempo del bache y entraron en esa especie de proceso de autodestrucci¨®n que ha afectado a muchos de los poetas de mi edad, los del grupo del 50, como nos llaman en los manuales. En fin?

Tambi¨¦n fue una generaci¨®n de la amistad. S¨ª. ?ramos amigos, unos m¨¢s que otros. Yo me consideraba muy amigo, sobre todo, de ?ngel Gonz¨¢lez, de Carlos Barral, de Pepe Valente. De Claudio Rodr¨ªguez o de Gil de Biedma menos, no nos ve¨ªamos con tanta frecuencia. La amistad ten¨ªa unos niveles distintos, aunque ten¨ªamos muchas cosas en com¨²n. Nos un¨ªa la procedencia familiar y universitaria, ¨¦ramos nocturnos, le¨ªamos los mismos libros, ten¨ªamos m¨¢s o menos la misma estatura? Literariamente hablando, cada uno iba por su lado. Sobre todo nos uni¨® la lucha clandestina, la actitud moral frente al franquismo. Las reuniones empezaban siendo pol¨ªticas y terminaban siendo et¨ªlicas, pero nos junt¨¢bamos con gusto, lo pas¨¢bamos bien juntos, conspirando, viajando por ah¨ª?

Ahora es usted de los ¨²ltimos. Digamos que soy un superviviente, lo que no es ni meritorio ni halag¨¹e?o. Como dijo ?ngel, "el futuro se adelgaza". Yo tambi¨¦n pienso que el futuro se acorta, pero el pasado se hace cada vez m¨¢s largo, los recuerdos son cada vez m¨¢s desordenados, m¨¢s complejos. Miras hacia atr¨¢s y te mareas? Cuando recapacitas y te dices: tengo 83 a?os, no es posible; eso me desazona, pero tambi¨¦n me produce cierto orgullo. Creo haber llegado a la senectud con una estabilidad bastante grata.

Cuando llega a Madrid, narra ese color oscuro del franquismo, de la delaci¨®n. ?C¨®mo podr¨ªa reproducir esa atm¨®sfera ahora? Aquellos primeros a?os de los cincuenta se me aparecen como sumidos en cierta tristeza ambiental, con el color de la melancol¨ªa. Me obsesionaba lo que pod¨ªa ocurrirme o pod¨ªa ocurrir a mi alrededor. No eran buenos tiempos aquellos.

Narra alg¨²n episodio en el que los franquistas, due?os de todo, le despiertan una enorme repugnancia. S¨ª, adem¨¢s no andaba entonces muy all¨¢ econ¨®micamente. Consegu¨ª un empleo en la Bienal Hispanoamericana de Arte y me pasaba todas las ma?anas en un cuarto interior, con la luz encendida todo el tiempo. Era un trabajo anodino, que pod¨ªa ser suprimido sin que se notara. All¨ª me pas¨¦ dos a?os, en aquel Madrid humana y culturalmente inh¨®spito. Pero tampoco tard¨¦ mucho en tener mis expansiones pol¨ªtico-literarias, me relacion¨¦ con gentes afines. Estuve luego alg¨²n tiempo en el colegio mayor Guadalupe, donde intim¨¦ con poetas que luego ser¨ªan relevantes en sus respectivos pa¨ªses hispanoamericanos: Eduardo Cote, Jorge Gait¨¢n, Julio Ram¨®n Ribeiro, Carlos Mart¨ªnez Rivas, Ernesto Cardenal, Mej¨ªa S¨¢nchez? Tambi¨¦n estaban los espa?oles Lled¨®, Juan y Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, Valente, Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde? Fue, desde luego, una rara casualidad hist¨®rica esa convivencia de un grupo de poetas y escritores muy significados. De hecho, mi biograf¨ªa literaria arranca de ah¨ª.

?C¨®mo abord¨® la pol¨ªtica? Porque fue un militante. Bueno, s¨ª, aunque no tuve carn¨¦ de ning¨²n partido. El despertar pol¨ªtico me lleg¨® a trav¨¦s de Ridruejo. Aunque en principio lo trat¨¦ poco, empec¨¦ a frecuentarlo cuando fund¨® el Partido Social de Acci¨®n Democr¨¢tica, del que estuvieron cerca Vidal Beneyto, Benet, los hermanos Moreno Galv¨¢n, Fernando Baeza, Roberto Mesa? Yo ten¨ªa un piso, al parecer, libre de vigilancias policiacas, y all¨ª nos reun¨ªamos los domingos. Dionisio era el que llevaba la voz cantante? Ocurrieron cosas incluso divertidas. Te cuento. Yo estaba pagando unos libros a plazos y el que cobraba los recibos era un gris (un guardia) que se ayudaba cobrando esos recibos los domingos. Uno de esos d¨ªas llamaron a la puerta cuando est¨¢bamos reunidos y todos se quedaron en suspenso. Abr¨ª y era el guardia con su recibo, de modo que fui a buscar el dinero, y entonces el guardia se asom¨® a la sala donde los dem¨¢s permanec¨ªan expectantes. Todos se quedaron de piedra, y Baeza, que no sab¨ªa qu¨¦ hacer, se levant¨® y se entreg¨®? Supongo que el guardia se ir¨ªa con la mosca detr¨¢s de la oreja.

?Cree que este pa¨ªs se da cuenta ahora de la verdadera dimensi¨®n que tuvo el franquismo? Qu¨¦ va. Todo eso viene arrastrado desde la Transici¨®n. Alguien ha dicho que la Transici¨®n fue un pacto entre el secretario general del Partido Comunista y el secretario general del Movimiento, o sea, entre Carrillo y Su¨¢rez. Unos acordaron no pedir cuentas ni juzgar los cr¨ªmenes de la dictadura y otros decidieron prolongar un cierto franquismo disfrazado de democracia. Los seis a?os que van de la muerte de Franco al golpe de 1981 fueron terribles. Creo que fueron los peores a?os desde la Guerra Civil: la violencia, el descontento en los cuarteles, la ultraderecha dispuesta a no dejarse arrebatar ni uno de sus privilegios, el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, el acoso a Adolfo Su¨¢rez, la presi¨®n de la Iglesia, los asesinatos y secuestros de ETA? Creo que de ah¨ª, de esa transici¨®n enga?osa, improvisada, procede un franquismo latente que se ha mantenido hasta hoy mismo, a la vista est¨¢?

?Cree que la reacci¨®n ante la memoria hist¨®rica es consecuencia de que el franquismo no se acab¨®? No, no se acab¨®. El franquismo est¨¢ sobrevolando todav¨ªa en nuestra historia de hoy. Un indicio clar¨ªsimo es la maniobra contra el juez Garz¨®n. ?En qu¨¦ cabeza cabe que la ultraderecha o el cabecilla de la trama G¨¹rtel puedan demandar, presentar una querella contra el juez? Parece inconcebible, con independencia de lo que cada uno piense sobre Garz¨®n. Todo esto es una consecuencia m¨¢s de ese franquismo que la Transici¨®n mantuvo vivo.

?Identificar¨ªa a Aznar, Rajoy, con la secuela del franquismo? Bueno, yo no llegar¨ªa a tanto? Pero hay gentes que no soporto. Por ejemplo, Aznar, Rouco Varela, Aguirre, Mayor Oreja, son personas que me producen un rechazo autom¨¢tico, detesto sus maneras. Y, claro, hay gente m¨¢s tratable, no me permitir¨ªa ni mucho menos tildar de franquistas a otros miembros del PP. No soy tan arbitrario. Tambi¨¦n hay alg¨²n que otro impresentable en partidos de izquierda. El libro de la pol¨ªtica est¨¢ plagado de erratas. Y hay muchas cu?as franquistas incrustadas en la derecha, esa que est¨¢ ejerciendo por ah¨ª tanta crispaci¨®n insultante. Realmente es una actitud muy desagradable.

?No ocurrir¨¢ que tambi¨¦n la sociedad se siente c¨®moda quiz¨¢ en esta situaci¨®n de oscuridad? Creo que la gente se est¨¢ volviendo cada vez m¨¢s acomodaticia. Hay en cierto modo un silencio c¨®mplice en gentes que no quieren exponerse a nada. Y eso tambi¨¦n se nota en ciertos sectores acomodaticios de la cultura. Una sensaci¨®n de frivolidad, de neutralidad, de derechizaci¨®n, la idea de que el compromiso est¨¢ pasado de moda, que eso ten¨ªa sentido en la ¨¦poca de la dictadura y que ahora ya no hace falta ning¨²n tipo de intervenci¨®n cr¨ªtica. Eso es muy alarmante.

Ha juntado en un volumen sus dos libros de memorias. ?Qu¨¦ es lo que tachar¨ªa con rojo? No s¨¦, qui¨¦n sabe? Tampoco me privo de alguna mala conciencia, alg¨²n traspi¨¦, cosas de las que me pude arrepentir pero que est¨¢n ah¨ª contadas como si yo fuese un testigo y no un protagonista. En estas memorias procur¨¦ relatarlo todo tal como lo viv¨ª sin importarme que hubiera gente que se incomodara o se enfadara. Hay dos personas que me retiraron el saludo por lo que digo de ellas. Y ocurre que yo me critico a m¨ª mismo en estas memorias. ?Por qu¨¦ no voy a contar entonces lo que pienso de los dem¨¢s? As¨ª que en estas memorias he procurado narrar las cosas tal como las viv¨ª, sin ning¨²n tipo de tapujos, recovecos o pistas falsas.

Incluso baj¨® al infierno en Colombia. En la facultad donde yo ense?aba literatura hab¨ªa un ge¨®grafo que me pregunt¨® un d¨ªa si me interesaba conocer al anticristo. Me llev¨® a un tugurio terrible, maloliente, con unas putas viejas asomando por unos nichos, una cantina inmunda al sur de la ciudad de Bogot¨¢. Recorrimos un pasadizo y llegamos a un patio en el que hab¨ªa un bulto cubierto por una arpillera. El ge¨®grafo le dio unas monedas a una vieja para que descubriera el bulto y era una especie de Polifemo, una criatura de cabeza enorme, con ese solo ojo ocupando media cara. Horrendo. Nunca he visto en mi vida nada m¨¢s espantoso. Y ese era el anticristo, seg¨²n mi colega de la facultad. Enseguida me di cuenta de que ya no podr¨ªa ser el mismo que antes de verlo, aquel monstruo me dej¨® una huella que conservo despu¨¦s de tantos a?os?

?No se arrepinti¨® nunca de haberlo visto? S¨ª, puede ser. En todo caso me pareci¨® una lecci¨®n que no estaba mal haber recibido, aunque fuera infernal. Creo que ah¨ª tuve una sensaci¨®n de irrealidad, de alucinaci¨®n que se me ha repetido con alguna frecuencia y que cont¨¦ tambi¨¦n en las memorias. Por ejemplo, cuando fui a Par¨ªs por primera vez a pasar un semestre. En la estaci¨®n de Saint Nazaire le pregunt¨¦ a un mozo de cuerda que si sab¨ªa de alg¨²n hotel econ¨®mico por all¨ª cerca. Me dijo que all¨ª al lado, en la Rue Amsterdam, hab¨ªa un hotel con ese nombre, un hotel bastante modesto. Pregunt¨¦ si hab¨ªa habitaci¨®n y una se?ora me dijo que s¨ª, que dejara la maleta y luego fuera a inscribirme. Me condujo a la habitaci¨®n y al cabo del rato me llam¨® la se?ora: "Monsieur Cabalego Bonald, au t¨¦l¨¦phone". ?C¨®mo era posible? Si nadie sab¨ªa que estaba all¨ª, si no le hab¨ªa dado el tel¨¦fono a nadie, ni me hab¨ªa inscrito todav¨ªa, ?c¨®mo sab¨ªan mi nombre? Me fui hasta el aparato telef¨®nico, o¨ª unas voces entrecruzadas, pero no alcanc¨¦ a entender nada. Volv¨ª a la habitaci¨®n y me qued¨¦ anonadado porque realmente ese episodio no ten¨ªa explicaci¨®n de ninguna clase. Son cosas que no se te olvidan nunca.

?Para qu¨¦ le ha servido escribir? En primer lugar, para justificarme a m¨ª mismo. Escribir me ha recompensado de todo mi pasado, incluso de mi presente. Como dec¨ªa Cesare Pavese, "la literatura es una forma de defensa contra las ofensas de la vida". Se escribe en contra de algo o a favor de algo. Y hoy abundan por ah¨ª los motivos para escribir en contra de ciertas ofensas, de ciertas degradaciones. La literatura tambi¨¦n es en este sentido una autodefensa, una forma de defensa personal.

?Contra qu¨¦ escribe? Digamos que mis ¨²ltimos libros de poes¨ªa van contra los sumisos, los obedientes, los gregarios, los hip¨®critas? Y adem¨¢s suelo pensar en que alguien va a leerme y va a sentirse inculpado. Y eso me parece bien.

En sus memorias figura su experiencia como secretario de Camilo Jos¨¦ Cela en 'Papeles de Son Armadans'. ?C¨®mo fue y c¨®mo vivi¨® el desarrollo de Cela hasta alcanzar el Premio Nobel? Trabaj¨¦ en Papeles de Son Armadans desde el a?o 1956 hasta 1959, que es cuando me fui a Colombia. Ve¨ªa a Cela con bastante frecuencia. Era una persona de trato dif¨ªcil, imprevisible, que pod¨ªa pasar de ser muy cort¨¦s un d¨ªa, algo que hered¨® de su madre, una se?ora encantadora y refinada, a ser muy grosero, desapacible, incluso soez, otro d¨ªa. Pero sorte¨¦ el temporal porque me interesaba mucho el trabajo en Papeles. Creo que la revista tuvo un papel importante en el desarrollo literario de aquellos a?os dif¨ªciles, canalizando en sus p¨¢ginas la literatura catalana y gallega, y sobre todo la del exilio. Lo hice con mucho empe?o, y ¨¦l, Cela, secund¨® de muy buen grado esa estrategia.

Ese conflicto sentimental que se produjo y que surgi¨® de nuevo al ganar el Nobel, ?c¨®mo le afect¨®? De una forma bastante desagradable? Ese conflicto, como t¨² dices, se aire¨® de la peor manera posible a trav¨¦s de un periodista que consigui¨® con muy malas artes que Charo Conde, la mujer de Cela, hiciera algunas declaraciones respecto a mi relaci¨®n con ella, que se publicaron en la revista Intervi¨². Todo eso lo cuento, tuve que contarlo, en mis memorias.

Entre los episodios que le han dejado marcado existe otro, el de la Academia. ?Qu¨¦ efecto tuvo en usted como ser humano? Aparte de que fue un caso de mala suerte, me sorprendi¨® bastante. Me hac¨ªa cierta ilusi¨®n ser acad¨¦mico, pero luego me fui olvidando del asunto y hoy no quiero ni o¨ªr hablar de la Academia. Perd¨ª la ilusi¨®n, no me interesa para nada. Adem¨¢s, ?a santo de qu¨¦ iba a convivir en la Academia con personas que no me merecen ning¨²n cr¨¦dito ni literario ni humano? He desistido, y punto.

Un total de 923 p¨¢ginas de memoria. Cuando las ha revisado, ?c¨®mo se ha quedado? Cansado y satisfecho. Satisfecho de un trabajo que considero bien hecho. Sueles decir que yo digo que no estoy capacitado para escribir mal, y con esta revisi¨®n he vuelto a darme cuenta de eso. No es ninguna petulancia ni arrogancia, es una t¨¢ctica de escritor. Cuando sospecho que no me sale bien lo que quiero escribir, lo dejo, no me esfuerzo. Y este libro est¨¢ bien escrito, tiene algunas descripciones brillantes, he suprimido ciertos fragmentos confusos para dejarlo todo m¨¢s di¨¢fano. Me interesaba que precisamente este libro fuera di¨¢fano. As¨ª como mi poes¨ªa a veces puede tener cierto gusto por el hermetismo, esta prosa narrativa no pod¨ªa tenerlo. Cuento cosas divertidas, cosas significativas y cosas disparatadas.

El escritor Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald
El escritor Jos¨¦ Manuel Caballero BonaldSOF?A MORO

Escritores de un tiempo (no tan) pasado

Jos¨¦ Manuel Caballero Bonald

naci¨® en Jerez en 1926 y pertenece, literariamente hablando, al llamado grupo po¨¦tico del 50, aquellos que eran ni?os durante la Guerra Civil y luego j¨®venes veintea?eros atenazados por el franquismo. Con algunos de sus miembros aparece retratado. Sentados, de izquierda a derecha, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y Caballero Bonald. En la fila de arriba, Blas de Otero, Jos¨¦ Agust¨ªn Goytisolo, ?ngel Gonz¨¢lez y Jos¨¦ ?ngel Valente.

El Sur (Andaluc¨ªa, su origen), Madrid (el centro geogr¨¢fico, su residencia), Mallorca (el retiro, la isla) y Colombia (la lejan¨ªa, otro pa¨ªs) han sido territorios nutritivos para su experiencia vital y argumentos habituales en sus obras.

Sus memorias, publicadas en dos vol¨²menes, Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir, aparecen ahora reunidos en uno por Seix Barral: La novela de la memoria.

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