La lecci¨®n del maestro
Charlie Parker entr¨® sin llamar en la habitaci¨®n de su trompetista Red Rodney y mont¨® en c¨®lera al sorprenderlo inyect¨¢ndose hero¨ªna. Rodney ten¨ªa s¨®lo siete a?os menos que ¨¦l, pero Charlie Parker lo trataba con el instinto de protecci¨®n de un padre m¨¢s que de un hermano mayor. Para Rodney, Charlie Parker era un dios. Escuchando sus discos cuando todav¨ªa era casi un adolescente hab¨ªa resuelto convertirse en un trompetista bebop. Se hab¨ªa aprendido los solos de Parker y como tantos j¨®venes de esa ¨¦poca en la que el jazz era la m¨²sica m¨¢s moderna hab¨ªa imitado su manera de hablar y de vestirse, su descuido, su aire bohemio. El muchacho jud¨ªo t¨ªmido y pelirrojo de clase media hab¨ªa abandonado la protecci¨®n de su familia y su mundo para convertirse en algo parecido a un proscrito, en seguidor de un artista negro de leyenda escandalosa, en habitante de los submundos de la noche y de la mala vida, un muchacho desmedrado y tan p¨¢lido entre negros arrogantes que no se quitaban las gafas de sol en los clubes nocturnos. Su nombre de m¨²sico le gustaba mucho m¨¢s que el otro, el formal y tedioso, Robert Roland Rudnick.
Red Rodney era s¨®lo siete a?os m¨¢s joven que Parker, pero sent¨ªa que lo separaba de ¨¦l un talento que era una forma suprema de hero¨ªsmo
Era s¨®lo siete a?os m¨¢s joven que Parker, pero sent¨ªa que lo separaba de ¨¦l el resplandor de su maestr¨ªa, un talento que en su imaginaci¨®n joven era una forma suprema de hero¨ªsmo. Pero adem¨¢s Charlie Parker parec¨ªa mucho mayor, por su corpulencia, por los estragos de la hero¨ªna y el alcohol, por una especie de furia carnal que lo agigantaba. Com¨ªa y beb¨ªa sin saciarse nunca y era capaz de salir de un letargo de saurio causado por las drogas y por las noches sin dormir para tocar con una fuerza intacta, con una inagotable capacidad de inventar. Hay que imaginar el modo en que lo admirar¨ªa Red Rodney, observ¨¢ndolo siempre, volvi¨¦ndose invisible cuando Parker ocupaba ¨¦l solo todo el espacio mezquino de la tarima de un club, el saxo alto reducido de tama?o por contraste con el tama?o de sus manos y el volumen de su pecho hinchado. Con diecinueve a?os Red Rodney hab¨ªa empezado a tocar junto a ¨¦l. En las ¨¦pocas de trabajo escaso le consegu¨ªa contratos para actuar en los bailes de las fiestas jud¨ªas. Cuando iban de gira por los Estados del Sur, a Rodney, el ¨²nico blanco en el grupo, hab¨ªa que hacerlo pasar por un negro albino, Albino Red en los carteles de los clubes.
Hay una foto suya con Charlie Parker, los dos sentados delante de una mesa con mantel blanco, de espaldas a un espejo en el que se ve lo que est¨¢n mirando: un trompetista, otro de los h¨¦roes de Rodney, Dizzy Gillespie. En la foto en blanco y negro se adivina la piel extremadamente p¨¢lida de un pelirrojo, y tambi¨¦n la felicidad de estar al lado del maestro, de haber merecido su confianza, su respeto; el privilegio de aprender junto a ¨¦l. Mirar¨ªa as¨ª, con los ojos adormilados, con la boca medio abierta, con la misma expresi¨®n de estupor, de felicidad, de extrav¨ªo, cuando Charlie Parker entr¨® en su habitaci¨®n sin llamar a la puerta y lo encontr¨® sentado en la cama, una goma atada torpemente al antebrazo delgado y muy blanco, una aguja hipod¨¦rmica hinc¨¢ndose en su piel, buscando sin destreza una vena. Parker levant¨® la mano como para darle una bofetada, su corpach¨®n violento alz¨¢ndose como una torre sobre el hombre joven, encogido en la cama. Le dijo que si no se daba cuenta de lo que estaba haciendo, de la ruina que iba a traer a su vida. Le pregunt¨® por qu¨¦ lo hac¨ªa y la voz d¨¦bil de Rodney respondi¨® lo que Parker no hubiera querido o¨ªr:
-Porque quiero ser en todo como t¨².
La escena est¨¢ en Bird, la pel¨ªcula de Clint Eastwood sobre Charlie Parker. Es la reconstrucci¨®n literal de un recuerdo de casi cuarenta a?os atr¨¢s, porque Red Rodney asesor¨® a Eastwood, ya cerca del final de su vida, despu¨¦s de que los vaticinios del maestro nunca olvidado se cumplieran uno por uno, despu¨¦s de que el propio Parker muriera a los treinta y cinco a?os dejando un cad¨¢ver que seg¨²n el forense parec¨ªa el de un hombre de m¨¢s de sesenta. Red Rodney le sobrevivi¨®, al principio con una sensaci¨®n de orfandad, muy pronto perdi¨¦ndose en las peripecias de su propia ruina personal, en la adicci¨®n, el delito, la c¨¢rcel, todas las cosas que su maestro hubiera querido evitarle. Iba a la c¨¢rcel o al hospital, se desintoxicaba brevemente y ca¨ªa de nuevo, grababa un disco y aparec¨ªa otra vez en los clubes y al poco tiempo ya estaba perdido, envuelto en alg¨²n negocio dudoso o en alguna estafa, todo para costear la adicci¨®n que le hab¨ªa parecido deseable y misteriosa porque la hab¨ªa visto en Charlie Parker, porque imaginaba que en la hero¨ªna estar¨ªa una parte del secreto de aquella m¨²sica: su velocidad, sus lentitudes s¨²bitas, su hermetismo.
La ansiosa cara p¨¢lida se distingue en las fotos entre las caras de los m¨²sicos negros. Con los a?os, con la fotograf¨ªa en color, el pelo rojo resalta y la cara se ha vuelto abotargada sin perder algo de su aire infantil, y el cuerpo se ha ido hinchando. En una foto de los a?os setenta Red Rodney es un blanco pelirrojo y corto de estatura junto al gigante adormilado Dexter Gordon. Toc¨® en orquestas de baile en los casinos de Las Vegas. Volvi¨® a la c¨¢rcel a una edad en la que ya no quedaba en su aspecto ning¨²n rastro de romanticismo y parece que comparti¨® celda con Charles Manson. Cada vez que saliera de la c¨¢rcel o que regresara a Nueva York desde la irrealidad de Las Vegas se encontrar¨ªa m¨¢s extranjero en un mundo en el que apenas quedaba memoria de la edad de oro del jazz de su juventud. En el tramo de la calle 52 entre la Quinta y la Sexta Avenidas en el que los clubes se hab¨ªan sucedido uno tras otro con una cacofon¨ªa gloriosa ahora se levantan torres de oficinas iguales y antip¨¢ticas.
Pero la lecci¨®n de Charlie Parker no se apag¨® nunca en ¨¦l. Volvi¨® a grabar inesperadamente en los a?os setenta y su trompeta tuvo de nuevo el brillo afilado y la destreza acrob¨¢tica que hab¨ªa aprendido escuchando los primeros discos de bebop, pero tambi¨¦n una sutil capacidad de ternura, ese tono confidencial de voz humana que le ense?aron otros maestros m¨¢s mesurados, Roy Eldridge o Lester Young. En 1988, asesorando a Clint Eastwood en aquella pel¨ªcula sobre Parker, doblando con su trompeta al actor que interpretaba su personaje, debi¨® de sentir que participaba en un acto de restituci¨®n. En los decorados que intentaban reproducir con exactitud los lugares que ¨¦l hab¨ªa conocido cuarenta a?os atr¨¢s -las luces, los espejos, el humo, el ruido de las conversaciones y las copas- imaginar¨ªa a veces que despu¨¦s de una vida de tanto trastorno se le conced¨ªa el privilegio de habitar el pasado. El hombre regordete y prematuramente envejecido que ve¨ªa en los espejos era menos real que el muchacho sentado junto a su maestro, ansioso por aprenderlo todo de ¨¦l.
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