Siempre es demasiado tarde

A Vlad¨ªmir y a Estrag¨®n les quedaba al menos la esperanza de que alg¨²n d¨ªa apareciera Godot. A Hamm y a Clov ninguna les queda. Sumergidos en el s¨®tano asfixiante dise?ado por Krystian Lupa para este espect¨¢culo, los protagonistas de Fin de partida saben que es demasiado tarde para enderezar las cosas, y aguardan lo irremediable. "Esta es la tragedia de lo inevitable, no del error fatal. Por no atreverse a ser libres, sus protagonistas son responsables de cuanto les pasa", interpreta Peter Brook.

Entre Hamm y Clov todo va a peor, y tambi¨¦n alrededor suyo. "Ayer ten¨ªas un diente", le dice la madre al padre de Hamm, metidos ambos en sendas cajas de la morgue, en lugar de en los cubos de basura que propon¨ªa su autor: "Ayer", subraya el esposo. Los personajes de Fin de partida languidecen porque son reflejo ¨²ltimo de un mundo fantasmal o sucede quiz¨¢ al rev¨¦s, que el mundo es una proyecci¨®n suya y esta obra, un gran s¨ªmbolo del declive f¨ªsico y de la resignaci¨®n, como Winnie, la optimista semienterrada de D¨ªas felices.

Aflorar en escena el humor de Beckett, tan oblicuo, es tarea dif¨ªcil. Brook lo consegu¨ªa en Fragments, con sus actores clowns. Hamm, padre adoptivo tirano, podr¨ªa ser un irritable carablanca, y Clov, siempre a sus ¨®rdenes, trayendo y llevando, un tintineante contraagusto. En el montaje de Lupa, tan bien acabado visualmente, ese humor larvado asoma la oreja contadas veces. Tienen gracia, sobre todo, las intervenciones de la madre, interpretada con ternura por Lola Cord¨®n, y del padre (Ram¨®n Pons) mezcla de prisionero extenuado de un campo de concentraci¨®n nazi y de abuelo yermo de cuento de los Hermanos Grimm. A fuerza de humanizar a dos personajes esquem¨¢ticos, ambos cuajan alguno de los mejores momentos de la funci¨®n.

Susi S¨¢nchez, con sus entradas y salidas pizpiretas y su tono f¨ªsico jovial, consigue pasar con ligereza el texto. Jos¨¦ Luis G¨®mez crea un Hamm menos col¨¦rico que otros, m¨¢s pausado y enjundioso, obsesivo compulsivo hasta la m¨¦dula, siempre en el centro simb¨®lico de ese s¨®tano pintado de verde gris¨¢ceo en su mitad inferior y amarillo macilento en la superior, como los garajes de los a?os cincuenta.

El director polaco ha creado un espect¨¢culo ¨ªntimo y desasosegador, mucho menos solemne que otros fines de partida, que lleg¨® a la accidentada noche del estreno todav¨ªa falto de nervio y de ritmo. Acostumbrado a trabajar con m¨¢s tiempo de ensayos por delante, quiz¨¢ le han faltado d¨ªas para llevar a t¨¦rmino la compleja b¨²squeda interpretativa que propone a sus actores. A G¨®mez se le escuch¨® mal durante un rato en el que la silla de ruedas de Hamm est¨¢ girada hacia un lateral, y en parte de su extenso y clim¨¢tico mon¨®logo final hubo que hacer un esfuerzo ¨ªmprobo para entreo¨ªrle apenas. El final de la funci¨®n, se precipit¨® tras saltarse los actores un buen pedazo de texto. Los aplausos, corteses, indicaron que el p¨²blico esperaba m¨¢s.