Mi vida, en dos patadas
Yo era esa ni?a que jugaba con mu?ecas. Esa ni?a que, en la ¨¦poca remota en que los ni?os pod¨ªamos salir solos a los parques, se bajaba a la plaza paseando a su beb¨¦ de pl¨¢stico en su cochecito de pl¨¢stico. Yo era esa ni?a que preparaba comiditas con tierra, la ni?a que hablaba a su mu?eco, le ba?aba, le cortaba el pelo y le ped¨ªa a sus t¨ªas que le hicieran jers¨¦is para el invierno. Yo era la ni?a que cuando ve¨ªa a su madre arreglarse le ped¨ªa que le pintara los labios, que le pusiera un poquito de perfume detr¨¢s de las orejas y que le robaba los zapatos de tac¨®n para disfrutar del sonido maravilloso de los tacones. Esa delicadeza est¨¦tica y maternal no era cortapisa, queridos amigos, para que fuera la m¨¢s burra entre las ni?as que en el mundo ha habido jugando al churro-mediamanga-mangaentera, un juego tan bestia como el f¨²tbol americano pero sin casco. Yo era esa ni?a que, con dos costras permanentes en las rodillas, llegaba a casa derrotada de los juegos callejeros, pero como si tuviera una conciencia temprana de que la ¨¦poca del juego se esfuma, no perd¨ªa el tiempo: sentaba a mis cinco mu?ecos en filas como si estuvieran en la escuela y les daba clase. A una de las mu?ecas le pon¨ªa el nombre de una chula de mi colegio y la ten¨ªa castigada todo el tiempo contra la pared. Qu¨¦ placer sent¨ªa yo, tan dulce en la vida real, al vengarme de quien tanto me hac¨ªa sufrir a m¨ª con sus burlas. Yo era esa ni?a que le¨ªa mucho. Aunque antes de saber leer ya sab¨ªa lo que era la literatura gracias a mis t¨ªas, que me contaron muchos cuentos. Los cl¨¢sicos, Garbancito, El enano saltar¨ªn, Caperucita o Cenicienta. Aprender a leer fue para m¨ª descubrir el mecanismo por el cual uno escucha un cuento cuantas veces quiera. A los doce a?os ya ten¨ªa pretensiones de adulta y empec¨¦ a leer las novelas de mayores. Me interesaban, sobre todo, los argumentos en los que se entrelazaran azarosamente las vidas humanas y, por supuesto, aquellos en los que al final venciera el amor. Cuidado, esto que algunos pudieran considerar cursi no estaba re?ido con que empezara a encontrar abusivo eso de que fu¨¦ramos siempre las chicas las que limpi¨¢ramos la cocina. Como ni?a inteligente que era, sab¨ªa muy bien distinguir entre el mundo de la ficci¨®n y el mundo real, y el hecho de que en muchas novelas las hero¨ªnas buscaran la felicidad a trav¨¦s del casamiento no hab¨ªa convertido eso en el objetivo de mi vida. En mi adolescencia me hice joven revolucionaria y me propuse leer algunos ensayos de pedagog¨ªa, sexualidad, psicolog¨ªa. Como resultado de estas lecturas llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que hab¨ªa sido una ni?a antigua y masacrada por la cultura reaccionaria. Una ni?a de verg¨¹enza ajena. Seg¨²n el retrato robot de estos estremecedores ensayos, la ni?a inteligente era la que optaba por los juegos de acci¨®n, prefer¨ªa jugar con autom¨®viles en vez de con mu?ecas, no quer¨ªa ser princesa y se masturbaba desde que ten¨ªa uso de raz¨®n porque de lo inteligente que era antes de saber d¨®nde estaba Leningrado esa ni?a ya se ten¨ªa localizado el cl¨ªtoris. Yo hubiera seguido jugando con mu?ecas hasta tener un ni?o real entre mis brazos, pero ni por asomo deseaba ser una joven carca. Por fortuna, fui madre jovenc¨ªsima y, aunque era la ¨¦poca en que se dec¨ªa que el instinto maternal era una construcci¨®n cultural impuesta, yo viv¨ªa en secreto mi instinto, mi brutal instinto, era como la loba con su cachorro. Cuando lleg¨® el momento de leerle a la criatura cuentos yo ya me estaba librando, por fortuna, de esa idea de que todo juego y todo cuento han de ser pedag¨®gicos y cumplir estrictas reglas morales. Al ni?o le gustaban monstruos espantosos, pero la mejor manera de tenerlo encandilado era contarle un cuento cl¨¢sico. Dada mi experiencia como madre primero y como escritora de cuentos despu¨¦s, me gustar¨ªa, en alg¨²n momento, ser escuchada por quienes creen que para cambiar la realidad tienen que emplear las tijeras de podar en la literatura infantil. ?Por qu¨¦ hay que tener menos respeto a la Cenicienta que a las novelas de Jane Austen, que al fin y al cabo tratan de lo mismo, de mujeres que luchan por salir de una vida miserable gracias al amor y al matrimonio? Los que hayan le¨ªdo la Cenicienta a un ni?o se dar¨¢n cuenta de que el cr¨ªo no se pone de lado del pr¨ªncipe por el hecho de ser un var¨®n; el ni?o, como cualquier lector, se identifica con la protagonista, con la Cenicienta. Igual que las ni?as se identifican con el superh¨¦roe. Los ni?os van siempre con el protagonista, sea del g¨¦nero que sea. Por Dios. Es de caj¨®n. Los cuentos cl¨¢sicos est¨¢n hechos de acero, han soportado el paso del tiempo, adiestran al ni?o en las emociones puras: el amor, el abandono, la pena, el ansia de superaci¨®n y el triunfo del inteligente contra el bruto. ?Qu¨¦ tendr¨¢ que ver eso con la violencia de g¨¦nero o la perpetuaci¨®n de los roles? Siendo autora de cuentos he sufrido muchas veces la falta de respeto que se le tiene a la literatura infantil, pero ya esto de querer meter cuchara en los cuentos cl¨¢sicos me parece, sobre todo, trasnochado. A?adir¨ªa algo m¨¢s: tengan un poco m¨¢s de respeto por los juegos de ni?as. Que jugar a casitas, a mam¨¢s o leer historias de amor no nos hace ni tontas, ni putas, ni sumisas. ?Sumisa yo!
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