La vida en colores

Un concierto que empieza con un tipo vestido de astronauta sobrevolando las cabezas de los espectadores, mientras se mueve como dicta la ley de la gravedad, no es algo muy habitual, no se?or. Un concierto que provoca que uno de los espectadores -Mario Garc¨ªa, de 42 a?os- le pida matrimonio a su chica (M¨®nica Ullivarri, de 37 a?os), "despu¨¦s de siete a?os viviendo juntos", tampoco es algo que pase todos los d¨ªas, no se?or. Todo lo que ocurri¨® anoche en el Palacio de los Deportes fue divertido, colorido, chispeante, alegre, ameno. Mika en concierto es todo eso. "Quiero que el p¨²blico se quede boquiabierto", anunci¨® en la v¨ªspera este liban¨¦s-brit¨¢nico, de 26 a?os, y en muchos momentos lo consigui¨®. Bocas abiertas, cuando le acompa?aron en la interpretaci¨®n de Big Girl (You Are Beautiful), dos gigantescas piernas hinchables de mujer. Caras de asombro, cuando irrumpi¨® en el escenario una especie de procesi¨®n de Semana Santa, con vestidos cabareteros de colores chillones. Semblantes relucientes, cuando fue sacando de una maleta un sinf¨ªn de disfraces y artefactos. Sorpresas toda la velada.

El palacio luci¨® media entrada larga, unos 8.000 espectadores

Lo de anoche en el palacio fue un despiporre, la prueba de que esto del pop es, ante todo, un divertimento, una manifestaci¨®n donde la gente acude a bailar y a olvidarse de lo chusco que se est¨¢ ah¨ª afuera, cenizas volc¨¢nicas incluidas. Estuvo especialmente motivado el protagonista. Simpatiqu¨ªsimo, divino. Mika adora Madrid, y eso se not¨® en su exaltado estado de ¨¢nimo de anoche. Quiz¨¢ se acordara de aquel d¨ªa en el que, a¨²n sin editar su primer disco, visit¨® la capital para ver a una amiga del colegio (igual estaba Isa ayer en el palacio), y acab¨® con todo el calimocho de la ciudad y en un garito de Chueca. Muchos a?os despu¨¦s, Mika es una estrella a pesar de su corta carrera (s¨®lo dos discos). Es tan bueno que su concierto est¨¢ autorizado para todos los p¨²blicos: los m¨¢s modernos de la ciudad se cruzaban en el recinto con ni?os, acompa?ados de sus padres. El palacio luci¨® media entrada larga, unos 8.000 espectadores. Pero unos telones que tapaban las gradas otorgaron a aquello un aspecto muy apa?ado.

Despu¨¦s del n¨²mero del astronauta arranc¨® imponente, con la canci¨®n que le hizo millonario, Relax, take it easy. Alto, flaqu¨ªsimo, con el pelo alborotado, hizo la promesa de hablar en castellano durante toda la noche. Lo consigui¨®, no sin esfuerzo. La puesta musical de Mika mira a lo retro de forma descarada, no se empe?a mucho en ocultarlo. Freddie Mercury est¨¢ ah¨ª, en esos agudos que serpentean por el pabell¨®n auditivo del espectador; tambi¨¦n Elthon John, sobre todo cuando se sienta al piano, y los Bee Gees y ese falsete que le har¨ªa convertirse en hermano Gibb al instante. Y la m¨²sica disco de los setenta. Algunas de sus canciones, las m¨¢s revoltosas, podr¨ªan integrarse perfectamente en la banda sonora de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas, aparentemente infantiles, son cargas de profundidad con un mensaje agrio.

Interpret¨® casi al completo sus dos ¨¢lbumes. En alguna ocasi¨®n, con los temas m¨¢s fren¨¦ticos, el palacio parec¨ªa la sesi¨®n goa de la perif¨¦rica discoteca Fabrik. Es tan bailable y ligero el concierto, que cuando cede espacio a las piezas relajadas rompe el ritmo y deja la sensaci¨®n de que estas canciones no eran necesarias. En el cap¨ªtulo de los bises se entreg¨® una alborotada Grace Kelly, que hizo desga?itarse a los espectadores. Todo acab¨® con confeti, enormes globos y la gente bailando. La vida en colores es mucho m¨¢s bonita.

Mika hace las delicias de sus seguidores