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Reportaje:Primer plano

C¨®mo construir una econom¨ªa 'verde'

Sabemos c¨®mo frenar el calentamiento de la Tierra, y los costes son asumibles. Hace falta voluntad pol¨ªtica, seg¨²n expone el premio Nobel de Econom¨ªa de 2008

Paul Krugman

Si escuchan a los climat¨®logos -y a pesar de la implacable campa?a para desacreditar su trabajo, deber¨ªan escucharlos-, hace ya mucho que habr¨ªa que haber hecho algo respecto a las emisiones de di¨®xido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Aseguran que, si seguimos como hasta ahora, nos enfrentamos a una subida de las temperaturas mundiales que ser¨¢ poco menos que apocal¨ªptica. Y para evitar ese Apocalipsis tenemos que acostumbrar a la econom¨ªa a dejar de usar combustibles f¨®siles, sobre todo carb¨®n.

?Pero es posible realizar recortes dr¨¢sticos en las emisiones de gases de efecto invernadero sin destruir la econom¨ªa? Al igual que el debate sobre el cambio clim¨¢tico, el debate sobre la econom¨ªa clim¨¢tica tiene un aspecto muy distinto visto desde dentro, en comparaci¨®n con el aspecto que suele tener en los medios de comunicaci¨®n populares. El lector ocasional podr¨ªa tener la impresi¨®n de que hay dudas reales sobre si las emisiones pueden reducirse sin infligir un da?o grave a la econom¨ªa. De hecho, una vez que uno filtra las interferencias generadas por los grupos de presi¨®n, descubre que los economistas medioambientales en general coinciden en que con un programa basado en el mercado para hacer frente a la amenaza del cambio clim¨¢tico -uno que limite las emisiones poni¨¦ndoles un precio- se pueden obtener grandes resultados con un coste m¨®dico, aunque no despreciable. Sin embargo, hay mucho menos consenso en cuanto a la rapidez con la que deber¨ªamos actuar, si los esfuerzos de conservaci¨®n importantes deben ponerse en marcha casi de inmediato o intensificarse gradualmente a lo largo de muchas d¨¦cadas.

Hace mucho que habr¨ªa que haber hecho algo sobre las emisiones de CO2
La incertidumbre es un argumento a favor de medidas m¨¢s fuertes
Se precisan incentivos de mercado y controles del uso de carb¨®n
No habr¨¢ soluci¨®n sin la participaci¨®n de las econom¨ªas emergentes
Evitar la cat¨¢strofe es m¨¢s importante que mantener los mercados abiertos
La probabilidad de un desastre absoluto debe dominar el an¨¢lisis
La pol¨ªtica debe tener mucha m¨¢s perspectiva que los mercados
La econom¨ªa debe acostumbrarse a no usar combustibles f¨®siles
Los c¨¢lculos sobre el calentamiento han subido radicalmente
Si los chinos no quieren participar, har¨¢n falta el palo y la zanahoria
Un clima m¨¢s c¨¢lido har¨ªa que el mundo fuese m¨¢s pobre
Tiene que renacer el apoyo pol¨ªtico a la actuaci¨®n contra el cambio clim¨¢tico
El panorama inmediato no parece prometedor
Poniendo precio a las emisiones se pueden obtener grandes resultados
Reducir el CO2 ralentizar¨¢ la econom¨ªa, pero no demasiado
EE UU y la UE podr¨ªan plantearse imponer aranceles al carbono
Las p¨¦rdidas podr¨ªan llegar al 5% del PIB mundial, o incluso m¨¢s
Las emisiones de hoy influir¨¢n sobre la atm¨®sfera durante d¨¦cadas
El cambio de actitud m¨¢s soprendente es el de John McCain
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En los p¨¢rrafos siguientes presentar¨¦ un breve informe sobre la econom¨ªa del cambio clim¨¢tico, o m¨¢s exactamente, la econom¨ªa de la reducci¨®n del cambio clim¨¢tico. Tratar¨¦ de exponer los asuntos sobre los que hay un acuerdo amplio, as¨ª como aquellos que siguen siendo objeto de importantes disputas. Pero primero, una introducci¨®n a la econom¨ªa b¨¢sica de la protecci¨®n medioambiental.

ECONOM?A MEDIOAMBIENTAL 101

Si hay una ¨²nica verdad fundamental en la econom¨ªa, es esta: las transacciones entre personas mayores de edad generan beneficios mutuos. Si el precio consensuado de un artilugio es de 10 d¨®lares y compro uno, debe de ser porque ese artilugio vale m¨¢s de 10 d¨®lares para m¨ª. Si uno vende un artilugio a ese precio, debe de ser porque fabricarlo le cuesta menos de 10 d¨®lares. Por tanto, comprar y vender en el mercado de los artilugios redunda en beneficio tanto de los compradores como de los vendedores. Es m¨¢s, un an¨¢lisis pormenorizado demuestra que si hay una competencia real en el mercado de los artilugios, de tal modo que el precio termine por hacer coincidir el n¨²mero de artilugios que la gente quiere comprar con el de artilugios que otra gente quiere vender, la consecuencia es que los beneficios de productores y consumidores se maximizan. Los mercados libres son eficientes (lo que en jerga econ¨®mica, al contrario que en el lenguaje coloquial, significa que nadie puede mejorar su situaci¨®n sin empeorar la situaci¨®n de otro).

Pero la eficiencia no lo es todo. En concreto, no hay raz¨®n para suponer que los mercados libres generar¨¢n un resultado que consideraremos justo o equitativo. De modo que el argumento de la eficiencia del mercado no dice nada sobre si deber¨ªamos tener, por ejemplo, alguna forma de seguro sanitario garantizado, ayuda a los pobres y dem¨¢s. Pero la l¨®gica de la econom¨ªa b¨¢sica dice que deber¨ªamos tratar de alcanzar objetivos sociales mediante intervenciones posmercado. Es decir, deber¨ªamos dejar que los mercados cumplan su funci¨®n, haciendo un uso eficiente de los recursos del pa¨ªs, y luego emplear los impuestos y las transferencias para ayudar a aquellos a quienes el mercado pasa por alto.

Pero, ?y si un acuerdo entre personas mayores de edad supone un coste para personas que no forman parte del intercambio? ?Qu¨¦ pasa si alguien fabrica un artilugio y yo lo compro, con beneficios para ambos, pero el proceso de producir ese artilugio conlleva verter residuos t¨®xicos en el agua potable de otras personas? Cuando hay "efectos externos negativos" -costes que los agentes econ¨®micos imponen a otros sin pagar un precio por sus acciones- se esfuma cualquier suposici¨®n de que la econom¨ªa de mercado, si se la deja a su aire, har¨¢ lo que debe. Entonces, ?qu¨¦ hacemos? La econom¨ªa medioambiental trata de dar respuesta a esa pregunta.

Un modo de hacer frente a los efectos externos negativos es dictar normas que proh¨ªban o al menos limiten los comportamientos que impongan costes especialmente altos a otros. Eso es lo que hicimos durante la primera gran oleada de legislaci¨®n medioambiental a principios de los a?os setenta: se exigi¨® que los coches cumpliesen unas normas sobre las emisiones de los compuestos que provocan la niebla t¨®xica, se exigi¨® a las f¨¢bricas que limitasen el volumen de residuos que vert¨ªan a los r¨ªos, y as¨ª sucesivamente. Y ese m¨¦todo dio sus frutos; el aire y el agua de Estados Unidos se volvieron mucho m¨¢s limpios durante las d¨¦cadas siguientes.

Pero aunque la regulaci¨®n directa de las actividades contaminantes tiene sentido en algunos casos, es enormemente defectuosa en otros, porque no deja ning¨²n margen para la flexibilidad o la creatividad. Pensemos en el mayor problema medioambiental de los a?os ochenta: la lluvia ¨¢cida. Result¨® que las emisiones de di¨®xido de azufre de las centrales el¨¦ctricas tend¨ªan a combinarse con el agua siguiendo la direcci¨®n del viento y a generar ¨¢cido sulf¨²rico, que destru¨ªa la flora (y la fauna). En 1977, el Gobierno hizo su primer intento de abordar el problema y recomend¨® que todas las centrales nuevas alimentadas con carb¨®n tuviesen depuradoras que eliminasen el di¨®xido de azufre de sus emisiones. Imponer una norma estricta a todas las centrales era problem¨¢tico, porque modernizar algunas centrales m¨¢s antiguas habr¨ªa resultado extremadamente caro. Sin embargo, al regular ¨²nicamente las centrales nuevas, el Gobierno desaprovech¨® la oportunidad de lograr un control de la contaminaci¨®n bastante barato en centrales que eran, de hecho, f¨¢ciles de modernizar. Salvo mediante una adquisici¨®n federal de facto del sector el¨¦ctrico, con funcionarios federales dictando instrucciones espec¨ªficas para cada central, ?c¨®mo pod¨ªa resolverse este dilema?

Entra en escena Arthur Cecil Pigou, un catedr¨¢tico brit¨¢nico de principios del siglo XX cuyo libro de 1920, The economics of welfare (La econom¨ªa del bienestar), suele considerarse la base de la econom¨ªa medioambiental.

Aunque en cierto modo resulte sorprendente, teniendo en cuenta su actual condici¨®n de padrino de la ciencia medioambiental altamente desarrollada desde un punto de vista econ¨®mico, Pigou no hizo verdaderamente hincapi¨¦ en el problema de la contaminaci¨®n. M¨¢s que centrarse en, por ejemplo, la famosa niebla de Londres (en realidad, niebla t¨®xica acre, provocada por millones de fuegos de carb¨®n), abr¨ªa su disertaci¨®n con un ejemplo que debi¨® de parecer cursi incluso en 1920, un caso hipot¨¦tico en el que "las actividades de conservaci¨®n de la caza menor de un ocupante conllevan la invasi¨®n de las tierras de un ocupante vecino por los conejos". Pero da igual. Lo que Pigou enunciaba era un principio: las actividades econ¨®micas que imponen costes no rec¨ªprocos a otras personas no siempre deben prohibirse, pero deben desaconsejarse. Y la forma correcta de frenar una actividad, en la mayor¨ªa de los casos, es ponerle un precio. Por eso, Pigou propon¨ªa que las personas que generan efectos externos negativos pagasen una cuota que reflejara los costes que imponen a otros (lo que ha llegado a conocerse como impuesto pigouviano). La versi¨®n m¨¢s simple del impuesto pigouviano es una cuota sobre las aguas residuales: cualquiera que vierta contaminantes en un r¨ªo, o los libere en el aire, debe pagar una suma proporcional a la cantidad vertida.

El an¨¢lisis de Pigou qued¨® en gran parte olvidado durante casi un siglo, mientras los economistas dedicaban su tiempo a luchar contra problemas que parec¨ªan m¨¢s acuciantes, como la Gran Depresi¨®n. Pero con el auge de la normativa medioambiental, los economistas desempolvaron a Pigou y empezaron a defender un planteamiento "basado en el mercado" que ofreciese al sector privado incentivos, por medio de los precios, para limitar la contaminaci¨®n, en lugar de un remedio a base de "¨®rdenes y control" que dictase instrucciones espec¨ªficas en forma de normas.

La reacci¨®n inicial de muchos activistas medioambientales ante esta idea fue hostil, en gran parte por razones morales. Les parec¨ªa que la contaminaci¨®n deb¨ªa tratarse como un crimen, m¨¢s que como algo que uno tiene derecho a hacer siempre que pague el dinero suficiente. Conflictos morales aparte, tambi¨¦n hab¨ªa un escepticismo considerable en cuanto a si los incentivos mercantiles ser¨ªan realmente eficaces para reducir la contaminaci¨®n. Incluso, hoy, los impuestos pigouvianos tal como se idearon originalmente son relativamente raros. El ejemplo m¨¢s provechoso que he podido encontrar es un impuesto holand¨¦s sobre los vertidos de agua que contienen materia org¨¢nica.

La idea que s¨ª ha cuajado, en cambio, es una variante que la mayor¨ªa de los economistas consideran m¨¢s o menos equivalente: un sistema de permisos de emisiones comercializables, tambi¨¦n conocido como tope y trueque. Seg¨²n este modelo, se concede un n¨²mero limitado de permisos para emitir un contaminante espec¨ªfico como el di¨®xido de azufre. Una empresa que quiera generar m¨¢s contaminaci¨®n de la que se le permite puede ir y comprar permisos adicionales de otras partes; una compa?¨ªa que tenga m¨¢s permisos de los que tiene intenci¨®n de usar puede vender los que le sobran. Esto proporciona a todo el mundo un incentivo para reducir la contaminaci¨®n, porque los compradores no tienen que adquirir tantos permisos si pueden recortar sus emisiones, y los vendedores pueden deshacerse de m¨¢s permisos si hacen lo mismo. De hecho, desde un punto de vista econ¨®mico, un sistema de tope y trueque produce los mismos incentivos para reducir la contaminaci¨®n que un impuesto pigouviano, ya que, efectivamente, el precio de los permisos hace las veces de un impuesto sobre la contaminaci¨®n.

En la pr¨¢ctica hay un par de diferencias importantes entre el tope y trueque y un impuesto sobre la contaminaci¨®n. Una es que los dos sistemas generan tipos distintos de incertidumbre. Si el Gobierno establece un impuesto sobre la contaminaci¨®n, los contaminadores saben qu¨¦ precio tendr¨¢n que pagar, pero el Gobierno no sabe cu¨¢nta contaminaci¨®n generar¨¢n. Si el Gobierno impone un tope, conoce la cantidad de contaminaci¨®n, pero los contaminadores no saben cu¨¢l ser¨¢ el precio de las emisiones. Otra diferencia importante tiene que ver con los ingresos del Gobierno. Un impuesto sobre la contaminaci¨®n es, bueno, un impuesto, el cual supone un coste para el sector privado mientras que genera ingresos para el Gobierno. El sistema de tope y trueque es un poco m¨¢s complicado. Si el Gobierno se limita a emitir los permisos y recaudar los ingresos, entonces es exactamente igual que un impuesto. Sin embargo, el tope y trueque suele conllevar un intercambio de permisos entre los agentes existentes, por lo que los posibles ingresos van a parar a la industria en lugar de al Gobierno.

Desde el punto de vista pol¨ªtico, repartir permisos entre la industria no es del todo malo, porque brinda un modo de compensar parcialmente a algunos de los grupos cuyos intereses sufrir¨ªan si se adoptase una pol¨ªtica dura contra el cambio clim¨¢tico. Esto puede servir para que aprobar las leyes sea m¨¢s factible.

Estas reflexiones pol¨ªticas probablemente expliquen por qu¨¦ la soluci¨®n al dilema de la lluvia ¨¢cida adopt¨® la forma del tope y trueque y por qu¨¦ los permisos para contaminar se distribuyeron gratuitamente entre las empresas el¨¦ctricas. Tambi¨¦n merece la pena se?alar que el proyecto de ley Waxman-Markey, un sistema de tope y trueque para los gases de efecto invernadero que empieza concediendo muchos permisos al sector, pero saca a subasta un n¨²mero creciente durante los a?os siguientes, fue de hecho aprobado por la C¨¢mara de Representantes el a?o pasado; es dif¨ªcil imaginar un impuesto generalizado sobre las emisiones que haga lo mismo durante muchos a?os.

Eso no significa que los impuestos sobre las emisiones no tengan ninguna posibilidad de ¨¦xito. Hace poco, algunos senadores han presentado una propuesta con una especie de soluci¨®n h¨ªbrida, con tope y trueque para algunos sectores de la econom¨ªa e impuestos sobre el carbono para otros (principalmente, el petr¨®leo y el gas). La l¨®gica pol¨ªtica parece ser la de que el sector del petr¨®leo piensa que los consumidores no le culpar¨¢n por la subida de los precios si dichos precios reflejan un impuesto concreto.

En cualquier caso, la experiencia indica que el control de las emisiones basado en el mercado funciona. Nuestra historia reciente en relaci¨®n con la lluvia ¨¢cida demuestra lo mismo. La Ley del Aire Limpio de 1990 introdujo un sistema de tope y trueque por el que las centrales el¨¦ctricas pod¨ªan comprar y vender el derecho a emitir di¨®xido de azufre, y dejaba en manos de las empresas individuales la gesti¨®n de su actividad dentro de los nuevos l¨ªmites. Como cab¨ªa esperar, con el paso del tiempo, las emisiones de di¨®xido de azufre de las centrales el¨¦ctricas se redujeron a casi la mitad, a un coste mucho m¨¢s bajo de lo que incluso los optimistas esperaban; los precios de la electricidad bajaron en vez de subir. El problema de la lluvia ¨¢cida no desapareci¨®, pero se redujo considerablemente. Se podr¨ªa pensar que los resultados demostraban que podemos hacer frente a los problemas medioambientales cuando nos vemos obligados a hacerlo.

De modo que ah¨ª lo tenemos, ?no? La emisi¨®n de di¨®xido de carbono y otros gases de efecto invernadero es un efecto externo negativo t¨ªpico (el "mayor fallo del mercado que el mundo ha conocido jam¨¢s", en palabras de Nicholas Stern, autor de un informe sobre el tema para el Gobierno brit¨¢nico). La econom¨ªa de los libros de texto y la experiencia del mundo real nos dicen que deber¨ªamos tener pol¨ªticas que desincentiven las actividades que generan efectos externos negativos y que, por lo general, es mejor depender de un enfoque basado en el mercado.

?CLIMA DE DUDA?

?ste es un art¨ªculo sobre la econom¨ªa del clima, no sobre la climatolog¨ªa. Pero antes de abordar la econom¨ªa merece la pena aclarar tres cosas en relaci¨®n con la situaci¨®n del debate cient¨ªfico.

La primera es que, sin duda, el planeta se est¨¢ calentando. La temperatura fluct¨²a y, en consecuencia, es bastante f¨¢cil encontrar un a?o inusualmente c¨¢lido en el pasado reciente, notar que ahora hace m¨¢s fr¨ªo y afirmar: "?Ven, el planeta se est¨¢ enfriando, no calentando!". Pero si se observan las pruebas como es debido -teniendo en cuenta las medias a lo largo de periodos lo bastante prolongados como para anular las fluctuaciones-, la tendencia ascendente es inequ¨ªvoca: cada d¨¦cada sucesiva desde la de los setenta ha sido m¨¢s c¨¢lida que la anterior.

En segundo lugar, los modelos clim¨¢ticos predijeron esto con mucha antelaci¨®n, e incluso adivinaron la magnitud del aumento de las temperaturas con bastante aproximaci¨®n. Mientras que es relativamente f¨¢cil idear un an¨¢lisis que haga coincidir datos conocidos, es mucho m¨¢s complicado crear un modelo que prediga el futuro con exactitud. As¨ª que el hecho de que los creadores de los modelos predijesen correctamente hace m¨¢s de 20 a?os el calentamiento mundial futuro les da una enorme credibilidad.

Pero esa no es la conclusi¨®n que se podr¨ªa extraer de los muchos informes de los medios de comunicaci¨®n que se han centrado en asuntos como los mensajes de correo electr¨®nico pirateados y los cient¨ªficos que hablan de "hacer trampa" para "ocultar" una ca¨ªda an¨®mala en una serie de datos o expresan el deseo de que los art¨ªculos de los esc¨¦pticos del cambio clim¨¢tico queden excluidos de las revisiones de investigaci¨®n. La verdad, sin embargo, es que los supuestos esc¨¢ndalos se esfuman al analizarlos m¨¢s de cerca, y solamente revelan que quienes investigan el clima tambi¨¦n son seres humanos. S¨ª, los cient¨ªficos procuran que sus resultados destaquen, pero no se ha suprimido ning¨²n dato. S¨ª, a los cient¨ªficos no les gusta que se publiquen trabajos que, en su opini¨®n, crean deliberadamente confusi¨®n respecto a los problemas. ?Qu¨¦ tiene de extra?o? No hay nada que d¨¦ a entender que no se deba seguir apoyando firmemente la investigaci¨®n sobre el clima.

Y esto me lleva al tercer punto: los modelos basados en esta investigaci¨®n indican que si seguimos a?adiendo gases de efecto invernadero a la atm¨®sfera como hasta ahora, terminaremos enfrent¨¢ndonos a cambios dr¨¢sticos en el clima. Seamos claros. No estamos hablando de unos cuantos d¨ªas m¨¢s de calor en verano y de un poco menos de nieve en invierno; estamos hablando de acontecimientos enormemente perjudiciales, como la transformaci¨®n del suroeste de Estados Unidos en una zona de gran sequ¨ªa permanente durante las pr¨®ximas d¨¦cadas.

Sin embargo, a pesar de la alta credibilidad de los creadores de los modelos clim¨¢ticos, sigue existiendo una tremenda incertidumbre en sus previsiones a largo plazo. Pero, como veremos en breve, la incertidumbre es un argumento a favor de medidas m¨¢s fuertes, no m¨¢s d¨¦biles. De modo que el cambio clim¨¢tico exige pasar a la acci¨®n. ?Es un programa de tope y trueque similar al modelo utilizado para reducir el di¨®xido de azufre el sistema adecuado?

La oposici¨®n seria al tope y trueque suele presentarse bajo dos formas: el argumento de que una acci¨®n m¨¢s directa -en concreto, una prohibici¨®n de las centrales el¨¦ctricas alimentadas con carb¨®n- ser¨ªa m¨¢s efectiva, y el de que un impuesto sobre las emisiones ser¨ªa mejor que la comercializaci¨®n de las emisiones. (Dejemos a un lado a quienes rechazan la ciencia del clima en su totalidad y se oponen a cualquier limitaci¨®n de las emisiones de gases de efecto invernadero, as¨ª como a quienes se oponen al uso de cualquier clase de soluci¨®n basada en el mercado). Hay argumentos a favor de cada una de esas propuestas, aunque no tantos como sus defensores creen.

En lo que respecta a la acci¨®n directa, uno puede argumentar que los economistas aman los mercados de manera insensata y excesiva, que est¨¢n demasiado dispuestos a suponer que cambiar los incentivos econ¨®micos de la gente resuelve todos los problemas. En concreto, no es posible ponerle precio a algo a menos que se pueda medir con precisi¨®n, y eso puede ser complicado a la par que caro. Por eso, a veces, es mejor limitarse a establecer algunas normas b¨¢sicas sobre lo que la gente puede y no puede hacer.

F¨ªjense en las emisiones de los coches, por ejemplo. ?Podr¨ªamos o deber¨ªamos cobrar a cada propietario de un coche una cuota proporcional a las emisiones de su tubo de escape? Desde luego que no. Habr¨ªa que instalar caros equipos de control en cada coche y tambi¨¦n habr¨ªa que preocuparse por el fraude. Casi con certeza, es mejor hacer lo que de hecho hacemos, que es imponer normas sobre las emisiones a todos los coches.

?Se puede exponer un razonamiento similar respecto a las emisiones de gases de efecto invernadero? Mi reacci¨®n inicial, que sospecho que compartir¨ªan la mayor¨ªa de los economistas, es que la propia escala y complejidad de la situaci¨®n requiere una soluci¨®n basada en el mercado, ya sea el tope y trueque o un impuesto sobre las emisiones. Despu¨¦s de todo, los gases de efecto invernadero son un subproducto directo o indirecto de casi todo lo producido en una econom¨ªa moderna, desde las casas en las que vivimos hasta los coches que conducimos. Para reducir las emisiones de esos gases ser¨¢ necesario lograr que la gente modificase su comportamiento de muchas maneras diferentes, algunas de ellas imposibles de identificar hasta que tengamos un dominio mucho mayor de la tecnolog¨ªa ecol¨®gica. Por tanto, ?podemos realmente conseguir avances significativos dici¨¦ndole a la gente lo que est¨¢ o no est¨¢ concretamente permitido? Econom¨ªa 101 nos dice -probablemente con acierto- que el ¨²nico modo de conseguir que la gente cambie de comportamiento adecuadamente es ponerles un precio a las emisiones, de tal manera que este coste quede a su vez incorporado en todo lo dem¨¢s de una forma que refleje los impactos medioambientales finales.

Cuando los compradores vayan a la fruter¨ªa, por ejemplo, se encontrar¨¢n con que las frutas y las verduras que vienen de lejos tienen precios m¨¢s altos que las locales, lo que ser¨¢ en parte un reflejo del coste de los permisos de emisi¨®n o impuestos pagados para enviar esos productos. Cuando las empresas decidan cu¨¢nto gastarse en aislamiento, tendr¨¢n en cuenta los costes de la calefacci¨®n y el aire acondicionado, que incluyen el precio de los permisos de emisi¨®n o los impuestos pagados por la generaci¨®n de electricidad. Cuando las instalaciones el¨¦ctricas tengan que elegir entre distintas fuentes de energ¨ªa, tendr¨¢n que tener en cuenta que el consumo de combustibles f¨®siles ir¨¢ asociado a unos impuestos m¨¢s altos o unos permisos m¨¢s caros. Y as¨ª sucesivamente. Un sistema basado en el mercado crear¨ªa incentivos descentralizados para hacer lo correcto, y ¨¦sa es la ¨²nica forma de hacerlo.

Dicho eso, podr¨ªan ser necesarias algunas normas espec¨ªficas. James Hansen, el destacado climat¨®logo a quien se le debe atribuir gran parte del m¨¦rito de haber convertido el cambio clim¨¢tico en un problema prioritario, ha defendido en¨¦rgicamente que la mayor parte del problema del cambio clim¨¢tico se debe a una sola cosa, la combusti¨®n del carb¨®n, y que hagamos lo que hagamos tenemos que dejar de quemar carb¨®n de aqu¨ª a 20 a?os. Mi reacci¨®n como economista es que un canon caro disuadir¨ªa de usar carb¨®n en cualquier caso. Pero es posible que un sistema basado en el mercado acabe teniendo lagunas, y las consecuencias ser¨ªan terribles. As¨ª que yo defender¨ªa que se complementasen las medidas disuasorias basadas en el mercado con controles directos del uso del carb¨®n como combustible.

?Y qu¨¦ hay de la defensa de un impuesto sobre las emisiones en lugar de un sistema de tope y trueque? No cabe duda de que un impuesto directo tendr¨ªa muchas ventajas frente a leyes como la de Waxman-Markey, que est¨¢ llena de excepciones y situaciones especiales. Pero esa no es en realidad una comparaci¨®n ¨²til: por supuesto que un impuesto ideal sobre las emisiones tiene mejor aspecto que un sistema de tope y trueque que la C¨¢mara ya ha aprobado con todas sus condiciones adicionales. La pregunta es si el impuesto sobre las emisiones que realmente podr¨ªa aplicarse es mejor que el tope y trueque. No hay motivos para creer que lo ser¨ªa; de hecho, no hay motivos para creer que un impuesto sobre las emisiones generalizado conseguir¨ªa la aprobaci¨®n del Congreso.

Para ser justos, Hansen ha expuesto un interesante argumento moral contra el sistema de tope y trueque, uno mucho m¨¢s elaborado que la vieja idea de que est¨¢ mal permitir que quienes contaminan compren el derecho a contaminar. Hansen llama la atenci¨®n sobre el hecho de que en un mundo de tope y trueque, las buenas acciones individuales no contribuyen a los objetivos sociales. Si uno opta por conducir un coche h¨ªbrido o comprar una casa con una huella de carbono peque?a, todo lo que est¨¢ haciendo es liberar permisos de emisiones para otra persona, lo que significa que uno no ha hecho nada para reducir la amenaza del cambio clim¨¢tico. Tiene parte de raz¨®n. Pero el altruismo no puede resolver de forma efectiva el problema del cambio clim¨¢tico. Cualquier soluci¨®n seria debe depender principalmente de la creaci¨®n de un sistema que le d¨¦ a todo el mundo un motivo ego¨ªsta para generar menos emisiones. Es una l¨¢stima, pero el altruismo clim¨¢tico debe ponerse por detr¨¢s de la tarea de lograr que dicho sistema funcione.

La conclusi¨®n, por tanto, es que, aunque el cambio clim¨¢tico puede ser un problema much¨ªsimo m¨¢s grave que el de la lluvia ¨¢cida, la l¨®gica de c¨®mo responder ante ¨¦l es en gran medida la misma. Lo que necesitamos son incentivos de mercado para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero -junto con algunos controles directos del uso del carb¨®n-, y el sistema de tope y trueque es una forma razonable de crear esos incentivos.

?Pero podemos permitirnos hacer eso? Y lo que es igual de importante, ?podemos permitirnos no hacerlo?

EL PRECIO DE LA ACTUACI?N

Del mismo modo que existe un consenso aproximado entre los creadores de los modelos clim¨¢ticos en cuanto a la trayectoria probable de las temperaturas si no actuamos para recortar las emisiones de gases de efecto invernadero, hay un consenso aproximado entre los creadores de los modelos econ¨®micos en cuanto al precio de la actuaci¨®n. Esa opini¨®n general puede resumirse de la manera siguiente: limitar las emisiones frenar¨¢ el crecimiento econ¨®mico, pero no demasiado. La Oficina Presupuestaria del Congreso, bas¨¢ndose en un estudio de modelos, ha llegado a la conclusi¨®n de que la ley Waxman-Markey "reducir¨ªa la tasa media anual de crecimiento prevista del producto interior bruto entre 2010 y 2050 entre 0,03 y 0,09 puntos porcentuales". Es decir, en el peor de los casos, reducir¨ªa el crecimiento anual medio del 2,4% al 2,31%. B¨¢sicamente, la Oficina Presupuestaria llega a la conclusi¨®n de que unas medidas fuertes para abordar el cambio clim¨¢tico har¨ªan que la econom¨ªa estadounidense fuese entre un 1,1% y un 3,4% m¨¢s peque?a en 2050 de lo que lo ser¨ªa sin ellas.

?Y qu¨¦ hay de la econom¨ªa mundial? En general, los creadores de los modelos tienden a calcular que las pol¨ªticas sobre cambio clim¨¢tico reducir¨ªan la producci¨®n mundial en un porcentaje algo menor que el correspondiente a Estados Unidos. El principal motivo es que las econom¨ªas incipientes como China usan actualmente la energ¨ªa de un modo bastante ineficiente, en parte como consecuencia de unas pol¨ªticas nacionales que han mantenido los precios de los combustibles f¨®siles muy bajos, y por tanto podr¨ªan conseguir un gran ahorro energ¨¦tico a un precio m¨®dico. Una revisi¨®n reciente de los c¨¢lculos disponibles establece el coste de una pol¨ªtica clim¨¢tica muy estricta -considerablemente m¨¢s agresiva que la contemplada en las propuestas legislativas actuales- en un valor situado entre el 1% y el 3% del PIB.

Esas cifras suelen provenir de un modelo que combina todo tipo de c¨¢lculos procedentes de la ingenier¨ªa y del mercado. Entre ellos est¨¢n, por ejemplo, los c¨¢lculos ¨®ptimos de los ingenieros sobre cu¨¢nto cuesta generar electricidad de distintas formas, a partir del carb¨®n, el gas, la energ¨ªa nuclear y la solar, con unos precios determinados de los recursos. A continuaci¨®n se hacen c¨¢lculos, basados en la experiencia hist¨®rica, sobre cu¨¢nto recortar¨ªan los consumidores su consumo de electricidad si su precio subiese. El mismo proceso se sigue con otras fuentes de energ¨ªa, como el carburante. Y el modelo supone que todo el mundo opta por la mejor alternativa en funci¨®n del contexto econ¨®mico; que los generadores de energ¨ªa eligen las formas menos caras de producir electricidad, mientras que los consumidores conservan la energ¨ªa siempre que el dinero que ahorren al comprar menos electricidad supere el coste de usar menos electricidad en forma de otro gasto o de p¨¦rdida de comodidad. Despu¨¦s de todos estos an¨¢lisis, resulta posible predecir c¨®mo los productores y los consumidores de energ¨ªa reaccionar¨¢n ante pol¨ªticas que les pongan un precio a las emisiones, y qu¨¦ coste final tendr¨¢n esas reacciones para la econom¨ªa en su conjunto.

Naturalmente, hay casos en los que esta clase de modelo podr¨ªa equivocarse. Muchos de los c¨¢lculos subyacentes son necesariamente especulativos hasta cierto punto; por ejemplo, nadie sabe realmente lo que costar¨¢ la energ¨ªa solar una vez que finalmente se convierta en una opci¨®n a gran escala. Tambi¨¦n hay motivos para dudar de la suposici¨®n de que la gente realmente toma las decisiones correctas: muchos estudios han descubierto que los consumidores no eran capaces de tomar medidas para ahorrar energ¨ªa, como mejorar el aislamiento, aun cuando podr¨ªan ahorrar dinero si lo hicieran.

Pero, aunque sea improbable que estos modelos acierten en todo, est¨¢ bien que, en vez de infravalorarlos, exageren los costes econ¨®micos de las medidas para abordar el cambio clim¨¢tico. Eso es lo que la experiencia del programa de tope y trueque para la lluvia ¨¢cida indica: los costes resultaron estar bastante por debajo de las predicciones iniciales. Y en general, lo que los modelos no tienen ni pueden tener en cuenta es la creatividad; sin duda, frente a una econom¨ªa en la que hay grandes recompensas monetarias por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, el sector privado encontrar¨¢ formas de limitar las emisiones que todav¨ªa no est¨¢n en ning¨²n modelo.

Sin embargo, lo que o¨ªmos decir a los conservadores que se oponen a la pol¨ªtica sobre cambio clim¨¢tico es que cualquier intento de limitar las emisiones ser¨ªa econ¨®micamente devastador. La Fundaci¨®n Heritage, por ejemplo, respondi¨® a los c¨¢lculos de la Oficina Presupuestaria sobre la ley Waxman-Markey con un largo texto titulado "La OPC subestima enormemente los costes del sistema de tope y trueque". Los efectos reales, seg¨²n la fundaci¨®n, ser¨ªan ruinosos para las familias y la creaci¨®n de empleo.

Esta reacci¨®n -este pesimismo exagerado respecto a la capacidad de la econom¨ªa para sobrellevar el tope y trueque- choca frontalmente con la ret¨®rica conservadora. Al fin y al cabo, los conservadores modernos dan muestras de una profunda y casi m¨ªstica confianza en la efectividad de los incentivos mercantiles (a Ronald Reagan le gustaba hablar de la "magia del mercado"). Creen que el sistema capitalista puede hacer frente a todo tipo de limitaciones, que la tecnolog¨ªa, por ejemplo, puede superar f¨¢cilmente cualquier restricci¨®n impuesta al crecimiento por las reservas limitadas de petr¨®leo o de otros recursos naturales. Pero ahora afirman que este mismo sector privado es absolutamente incapaz de soportar una limitaci¨®n de las emisiones generales, aun cuando dicho tope funcionar¨ªa, desde el punto de vista del sector privado, de forma muy similar al suministro de un recurso limitado, como la tierra. ?Por qu¨¦ no creen que el dinamismo del capitalismo le inducir¨¢ a encontrar modos de arregl¨¢rselas en un mundo de emisiones de carbono reducidas? ?Por qu¨¦ piensan que el mercado pierde su magia en cuanto se invocan los incentivos mercantiles en favor de la conservaci¨®n?

Est¨¢ claro que los conservadores abandonan toda su fe en la capacidad de los mercados para adaptarse a la pol¨ªtica sobre cambio clim¨¢tico porque no quieren que el Gobierno intervenga. Su pesimismo declarado respecto al coste de la pol¨ªtica clim¨¢tica es esencialmente una estratagema pol¨ªtica m¨¢s que una opini¨®n econ¨®mica razonada. Lo que los delata es la marcada tendencia que tienen los conservadores que se oponen al tope y trueque a argumentar de mala fe. El extenso documento de la Fundaci¨®n Heritage acusa a la Oficina Presupuestaria del Congreso de cometer errores l¨®gicos elementales, pero si uno lee de hecho el informe de la oficina, est¨¢ claro que la fundaci¨®n lo est¨¢ malinterpretando intencionadamente. Los pol¨ªticos conservadores han sido a¨²n m¨¢s descarados. El Comit¨¦ Nacional Republicano del Congreso, por ejemplo, public¨® varios comunicados de prensa citando espec¨ªficamente un estudio del Massachusetts Institute of Technology (MIT en sus siglas en ingl¨¦s) como base para afirmar que el tope y trueque costar¨ªa 3.100 d¨®lares a cada familia, a pesar de los repetidos intentos por parte de los autores del estudio de aclarar que la cifra real representaba aproximadamente s¨®lo una cuarta parte de eso.

La verdad es que no hay investigaciones cre¨ªbles que indiquen que tomar medidas en¨¦rgicas contra el cambio clim¨¢tico est¨¦ fuera de las posibilidades de la econom¨ªa. Incluso si uno no conf¨ªa plenamente en los modelos -y no deber¨ªa hacerlo-, la historia y la l¨®gica indican que los modelos exageran, no subestiman, los costes de la actuaci¨®n clim¨¢tica. Podemos permitirnos hacer algo respecto al cambio clim¨¢tico.

Pero eso no equivale a decir que debamos hacerlo. La actuaci¨®n tendr¨¢ costes, y ¨¦stos deben compararse con los de la falta de actuaci¨®n. Sin embargo, antes de llegar a ese punto, perm¨ªtanme tocar un tema que se volver¨¢ esencial si realmente ponemos en marcha la pol¨ªtica clim¨¢tica: c¨®mo lograr que el resto del mundo nos acompa?e en el esfuerzo.

EL S?NDROME DE CHINA

Estados Unidos sigue siendo la mayor econom¨ªa del mundo, lo que convierte al pa¨ªs en una de las mayores fuentes de gases de efecto invernadero. Pero no es la mayor. China, que quema mucho m¨¢s carb¨®n por d¨®lar del producto interior bruto que Estados Unidos, lo super¨® seg¨²n ese criterio hace unos tres a?os. En general, los pa¨ªses desarrollados -el club de los ricos del que forman parte Europa, Am¨¦rica del Norte y Jap¨®n- son responsables de solamente la mitad m¨¢s o menos de las emisiones de efecto invernadero, y esa es una fracci¨®n que se reducir¨¢ con el paso del tiempo. En resumen, no puede haber una soluci¨®n para el cambio clim¨¢tico a menos que el resto del mundo, y las econom¨ªas incipientes en particular, participen de forma importante.

Invariablemente, quienes se resisten a hacer frente al cambio clim¨¢tico se?alan la naturaleza mundial de las emisiones como motivo para no actuar. Limitar las emisiones de Estados Unidos no servir¨¢ de mucho, sostienen, si China y otros no nos acompa?an en el esfuerzo. Y subrayan la obstinaci¨®n de China en las negociaciones de Copenhague como prueba de que otros pa¨ªses no cooperar¨¢n. De hecho, las econom¨ªas incipientes consideran que tienen derecho a emitir libremente sin preocuparse por las consecuencias (eso es lo que los pa¨ªses que hoy son ricos pudieron hacer durante siglos). No es posible conseguir una cooperaci¨®n mundial en relaci¨®n con el cambio clim¨¢tico, prosigue el argumento, y eso significa que no tiene sentido tomar ninguna medida en absoluto.

Para quienes piensan que tomar medidas es esencial, la pregunta correcta es c¨®mo convencer a China y a otros pa¨ªses emergentes de que participen en la limitaci¨®n de las emisiones. Las zanahorias, o incentivos positivos, son una respuesta. Imaginen que se establecen sistemas de tope y trueque en China y Estados Unidos (pero permitiendo el trueque internacional de los permisos, de manera que las empresas chinas y estadounidenses puedan comprar y vender los derechos de emisiones). Al establecer topes generales a niveles pensados para garantizar que China nos venda un n¨²mero considerable de permisos, estar¨ªamos de hecho pagando a China para que recortase sus emisiones. Dado que las pruebas indican que el coste de recortar las emisiones ser¨ªa m¨¢s bajo en China que en Estados Unidos, esto podr¨ªa ser un trato ventajoso para todos.

?Pero qu¨¦ pasa si los chinos (o los indios, o los brasile?os, etc¨¦tera) no quieren participar en dicho sistema? Entonces hacen falta tanto varas como zanahorias. En concreto, hacen falta aranceles sobre el carbono.

Un arancel sobre el carbono ser¨ªa un impuesto sobre los productos importados proporcional al carb¨®n emitido al fabricar dichos productos. Supongamos que China se niega a reducir las emisiones, mientras que Estados Unidos adopta unas pol¨ªticas que establecen un precio de 100 d¨®lares por cada tonelada de emisiones de carbono. Si Estados Unidos impusiese ese arancel sobre el carbono, cualquier env¨ªo de productos chinos a Estados Unidos cuya producci¨®n conllevase la emisi¨®n de una tonelada de carbono estar¨ªa gravado con un impuesto de 100 d¨®lares que se a?adir¨ªan a cualquier otro impuesto. Esos aranceles, si fuesen impuestos por los actores m¨¢s importantes -probablemente Estados Unidos y la Uni¨®n Europea-, ofrecer¨ªan a los pa¨ªses que no cooperan un incentivo considerable para que se replanteasen su postura.

A la objeci¨®n de que una pol¨ªtica as¨ª ser¨ªa proteccionista, una violaci¨®n de los principios del libre comercio, una posible respuesta es: ?y qu¨¦? Mantener los mercados mundiales abiertos es importante, pero evitar una cat¨¢strofe planetaria es mucho m¨¢s importante. Sin embargo, se puede argumentar de todos modos que los aranceles sobre el carbono entran dentro de las normas de las relaciones comerciales normales. Siempre que el arancel impuesto al contenido de carbono de las importaciones sea comparable al precio de los permisos de carbono nacionales, la consecuencia es cobrar a los consumidores un coste que refleja el carbono emitido en lo que compran, independientemente de d¨®nde se fabrique. Eso deber¨ªa ser legal seg¨²n las normas del comercio internacional. De hecho, hasta la Organizaci¨®n Mundial del Comercio, que se encarga de supervisar las pol¨ªticas comerciales, ha publicado un estudio que indica que los aranceles sobre el carbono ser¨ªan aceptables.

Huelga decir que las negociaciones reales para lograr que se coopere y se act¨²e a escala mundial contra el cambio clim¨¢tico ser¨ªan mucho m¨¢s complejas y tendenciosas de lo que esta exposici¨®n da a entender. Pero el problema no es tan inabordable como se suele afirmar. Si Estados Unidos y Europa decidiesen tomar medidas sobre pol¨ªtica clim¨¢tica, casi seguro que ser¨ªan capaces de engatusar y presionar al resto del mundo para que se una al esfuerzo. Podemos hacerlo.

EL PRECIO DE LA FALTA DE ACTUACI?N

En los debates p¨²blicos, los esc¨¦pticos del cambio clim¨¢tico han ganado terreno claramente durante los dos ¨²ltimos a?os, aun cuando ¨²ltimamente se ha visto que es probable que 2010 sea el a?o m¨¢s caluroso de los registrados. Pero los propios creadores de los modelos clim¨¢ticos se sienten cada vez m¨¢s pesimistas. Lo que antes eran las peores situaciones posibles se han convertido en previsiones de partida, y algunas organizaciones han duplicado sus predicciones sobre el aumento de la temperatura en el transcurso del siglo XXI. Tras este nuevo pesimismo se oculta una preocupaci¨®n cada vez mayor por los efectos de acoplamiento (por ejemplo, la liberaci¨®n de metano, un importante gas de efecto invernadero, desde los lechos marinos y la tundra, a medida que el planeta se calienta).

En estos momentos, las previsiones sobre el cambio clim¨¢tico, suponiendo que sigamos como hasta ahora, se agrupan en torno al c¨¢lculo de que en 2100 las temperaturas medias ser¨¢n unos cinco grados cent¨ªgrados m¨¢s altas de lo que lo eran en 2000. Eso es mucho (equivale a la diferencia de las temperaturas medias de Nueva York y el centro del Estado de Misisipi). Un cambio tan grande ser¨ªa enormemente perjudicial. Y los problemas no terminar¨ªan aqu¨ª: las temperaturas seguir¨ªan subiendo.

Adem¨¢s, los cambios en la temperatura media no ser¨¢n ni mucho menos la ¨²nica alteraci¨®n. Los patrones de precipitaci¨®n cambiar¨¢n, y algunas regiones se volver¨¢n mucho m¨¢s h¨²medas, y otras, mucho m¨¢s secas. Muchos creadores de modelos tambi¨¦n predicen tormentas m¨¢s intensas. El nivel de los oc¨¦anos subir¨¢, y el impacto se ver¨¢ intensificado por esas tormentas: la inundaci¨®n costera, que ya es una fuente importante de desastres naturales, se volver¨ªa mucho m¨¢s frecuente y grave. Y podr¨ªa haber cambios dr¨¢sticos en el clima de algunas regiones a medida que las corrientes oce¨¢nicas se modifiquen. Siempre merece la pena tener en cuenta que Londres tiene la misma latitud que Labrador; sin la corriente del Golfo, Europa Occidental apenas ser¨ªa habitable.

Aunque un clima m¨¢s c¨¢lido podr¨ªa tener algunas ventajas, parece casi seguro que un trastorno de esta magnitud har¨ªa que Estados Unidos, y el mundo en su conjunto, fuese m¨¢s pobre de lo que lo ser¨ªa en otras circunstancias. ?Cu¨¢nto m¨¢s pobre? Si la nuestra fuese una sociedad preindustrial y principalmente agr¨ªcola, el cambio clim¨¢tico radical ser¨ªa evidentemente catastr¨®fico. Pero tenemos una econom¨ªa avanzada, del tipo que hist¨®ricamente ha demostrado tener gran capacidad para adaptarse a circunstancias cambiantes. Si esto suena parecido a mi argumento sobre que los costes de los l¨ªmites de las emisiones ser¨ªan soportables, as¨ª debe ser: la misma flexibilidad que deber¨ªa permitirnos soportar unos precios del carbono mucho m¨¢s altos tambi¨¦n deber¨ªa ayudarnos a hacer frente a una temperatura media algo m¨¢s alta.

Pero hay al menos dos motivos para tomarse con precauci¨®n las valoraciones positivas de las consecuencias del cambio clim¨¢tico. Uno es que, como acabo de se?alar, no se trata s¨®lo de tener un clima m¨¢s c¨¢lido: muchos de los costes del cambio clim¨¢tico es probable que se deban a las sequ¨ªas, las inundaciones y las tormentas fuertes. El otro es que, mientras que las econom¨ªas modernas pueden ser enormemente adaptables, a los ecosistemas puede que no les suceda lo mismo. La ¨²ltima vez que la Tierra experiment¨® un calentamiento cuyo ritmo era similar al que ahora esperamos fue durante el m¨¢ximo t¨¦rmico del Paleoceno-Eoceno, hace unos 55 millones de a?os, cuando las temperaturas aumentaron unos seis grados cent¨ªgrados en el transcurso de unos 20.000 a?os (lo cual es un ritmo mucho m¨¢s lento que el del calentamiento actual). Esa subida estuvo unida a extinciones masivas, lo cual, por decirlo suavemente, probablemente no ser¨ªa bueno para el nivel de vida.

De modo que, ?c¨®mo podemos ponerle un precio a los efectos del calentamiento global? Los c¨¢lculos m¨¢s citados, como los del Modelo Din¨¢mico Integrado de Clima y Econom¨ªa, conocido como DICE por sus siglas en ingl¨¦s y empleado por William Nordhaus, de Yale, y sus compa?eros, dependen de unas elaboradas conjeturas para atribuir un valor a los efectos negativos del calentamiento global para algunos sectores cruciales, especialmente la agricultura y la protecci¨®n costera, y luego tratar de dejar cierto margen para otras posibles repercusiones. Nordhaus ha sostenido que un aumento de la temperatura mundial de 2,5 grados cent¨ªgrados -que era antes la previsi¨®n aceptada para 2100- reducir¨ªa el producto mundial bruto en algo menos del 2%. ?Pero qu¨¦ pasar¨ªa si, como indica un n¨²mero cada vez mayor de modelos, el aumento real de la temperatura fuese el doble? Nadie sabe realmente c¨®mo hacer esa extrapolaci¨®n. Acierte o no, el modelo de Nordhaus calcula que las p¨¦rdidas debidas a un aumento de cinco grados ser¨ªan de alrededor del 5% del producto bruto mundial. Sin embargo, muchos cr¨ªticos han sostenido que el coste ser¨ªa mucho m¨¢s alto.

A pesar de la incertidumbre, resulta tentador hacer una comparaci¨®n directa entre las p¨¦rdidas calculadas y los c¨¢lculos de lo que costar¨ªan las pol¨ªticas clim¨¢ticas: el cambio clim¨¢tico reducir¨¢ el producto mundial bruto en un 5%; detenerlo costar¨¢ el 2%, as¨ª que, adelante. Desgraciadamente, los c¨¢lculos no son tan sencillos por al menos cuatro motivos.

Primero, ya se est¨¢ cociendo un considerable calentamiento global como consecuencia de las emisiones del pasado y porque, incluso con unas medidas fuertes contra el cambio clim¨¢tico, lo m¨¢s probable es que la cantidad de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera siga aumentando durante muchos a?os. Por tanto, incluso si los pa¨ªses de todo el mundo consiguen frenar el cambio clim¨¢tico, seguiremos teniendo que pagar por nuestra falta de actuaci¨®n inicial. Como consecuencia, los c¨¢lculos de las p¨¦rdidas de Nordhaus pueden superar a los beneficios de la actuaci¨®n.

Segundo, los costes econ¨®micos de los l¨ªmites de las emisiones empezar¨ªan a producirse en cuanto la pol¨ªtica entrase en vigor y, seg¨²n la mayor¨ªa de las propuestas, ser¨ªan considerables dentro de unos 20 a?os. Por otra parte, si no actuamos, los grandes costes probablemente llegar¨ªan a finales de este siglo (aunque algunas cosas, como la transformaci¨®n del suroeste de Estados Unidos en una zona des¨¦rtica, podr¨ªan llegar mucho antes). As¨ª que la forma de comparar esos costes depende de c¨®mo se valoren los costes en el futuro lejano en relaci¨®n con los costes que se presentar¨¢n mucho antes.

Tercero, y yendo en direcci¨®n contraria, si no tomamos medidas, el calentamiento global no se detendr¨¢ en 2100: las temperaturas, y las p¨¦rdidas, seguir¨¢n aumentando. De modo que si uno le da importancia al futuro muy, muy lejano, las razones para actuar son m¨¢s s¨®lidas de lo que incluso los c¨¢lculos para 2100 dan a entender.

Por ¨²ltimo, est¨¢ el important¨ªsimo problema de la incertidumbre. No sabemos a ciencia cierta la magnitud del cambio clim¨¢tico, lo cual es inevitable, porque hablamos de alcanzar niveles de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera que no se han visto en millones de a?os. La reciente duplicaci¨®n de las cifras previstas para 2100 por muchos modelos es en s¨ª misma una muestra del alcance de esa incertidumbre; qui¨¦n sabe qu¨¦ revisiones podr¨ªan producirse en los pr¨®ximos a?os. Aparte de eso, nadie sabe realmente cu¨¢nto da?o causar¨ªa un aumento de las temperaturas del calibre que ahora se considera probable.

Podr¨ªan pensar que esta incertidumbre debilita el argumento en favor de la actuaci¨®n, pero en realidad lo refuerza. Como ha sostenido Martin Weitzman, de Harvard, en varios art¨ªculos influyentes, si hay una posibilidad significativa de que se produzca una cat¨¢strofe absoluta, esa posibilidad -m¨¢s que la cuesti¨®n de qu¨¦ es m¨¢s probable que suceda- deber¨ªa dominar los c¨¢lculos de los costes frente a los beneficios. Y la de la cat¨¢strofe absoluta s¨ª que parece una posibilidad realista, aun cuando no sea el resultado m¨¢s probable.

Weitzman sostiene -y yo estoy de acuerdo- que este riesgo de una cat¨¢strofe, m¨¢s que los detalles de los c¨¢lculos de los costes frente a los beneficios, es el argumento m¨¢s poderoso a favor de una pol¨ªtica clim¨¢tica rigurosa. Las previsiones actuales sobre el calentamiento global en ausencia de medidas para combatirlo est¨¢n demasiado cerca de las clases de cifras que se asocian a las peores de las perspectivas. Ser¨ªa irresponsable -resulta tentador decir que criminalmente irresponsable- no alejarse de lo que muy f¨¢cilmente podr¨ªa resultar ser el borde de un precipicio.

Aun as¨ª, eso abre un gran debate sobre la velocidad de las actuaciones.

LA RAMPA CONTRA EL 'BIG BANG'

Los economistas que analizan las pol¨ªticas clim¨¢ticas coinciden en algunos puntos clave. Hay un amplio consenso en cuanto a que tenemos que poner precio a las emisiones de carbono, y que este precio debe terminar siendo muy alto, pero que los efectos econ¨®micos negativos de esta pol¨ªtica tendr¨¢n una magnitud abarcable. En otras palabras, podemos y debemos actuar para limitar el cambio clim¨¢tico. Pero hay un debate encarnizado entre los analistas expertos respecto al ritmo, la rapidez con que los precios del carbono deben subir hasta niveles significativos.

Por una parte est¨¢n los economistas que llevan muchos a?os trabajando en los llamados modelos de evaluaci¨®n integrada, que combinan modelos de cambio clim¨¢tico con modelos que describen tanto el da?o debido al calentamiento global como los costes debidos al recorte de las emisiones. En su mayor parte, el mensaje de estos economistas es una especie de versi¨®n para el cambio clim¨¢tico de la famosa plegaria de san Agust¨ªn: "Dame castidad y continencia, pero no ahora". As¨ª, el modelo DICE de Nordhaus afirma que el precio de las emisiones de carbono subir¨¢ finalmente hasta m¨¢s de 200 d¨®lares por tonelada, en la pr¨¢ctica m¨¢s del cu¨¢druple del coste del carb¨®n, pero que la mayor parte de ese aumento deber¨ªa llegar a finales de este siglo, y que la mucho m¨¢s modesta tasa inicial deber¨ªa ser de 30 d¨®lares por tonelada. Nordhaus llama "rampa de la pol¨ªtica clim¨¢tica" a esta recomendaci¨®n de una pol¨ªtica que se intensifica poco a poco durante un largo periodo.

Por otra parte, hay algunos m¨¢s recientemente llegados al campo que trabajan con modelos similares, pero que llegan a conclusiones diferentes. El m¨¢s conocido, Nicholas Stern, un economista de la London School of Economics, defend¨ªa en 2006 una actuaci¨®n r¨¢pida y agresiva para limitar las emisiones, lo que muy probablemente conllevar¨ªa unos precios del carbono mucho m¨¢s altos. Esta postura alternativa no parece tener un nombre consensuado, as¨ª que perm¨ªtanme llamarla "big bang de la pol¨ªtica clim¨¢tica".

Me resulta m¨¢s f¨¢cil encontrarles el sentido a los argumentos si pienso en las pol¨ªticas para reducir las emisiones de carbono como en una especie de proyecto de inversi¨®n p¨²blica: uno paga un precio ahora y obtiene unos beneficios en forma de un planeta menos da?ado m¨¢s tarde. Y cuando digo m¨¢s tarde, me refiero a mucho m¨¢s tarde; las emisiones de hoy influir¨¢n sobre la cantidad de carbono en la atm¨®sfera durante d¨¦cadas y posiblemente siglos futuros. As¨ª que si quieren evaluar si merece la pena hacer una inversi¨®n determinada en la reducci¨®n de las emisiones tienen que calcular el da?o que har¨¢ una tonelada adicional de carbono en la atm¨®sfera no s¨®lo este a?o, sino dentro de un siglo o m¨¢s; y tambi¨¦n tienen que decidir cu¨¢nta importancia le atribuyen a un da?o que tardar¨¢ mucho tiempo en materializarse.

Los defensores de la pol¨ªtica rampa sostienen que el da?o hecho por una tonelada adicional de carbono en la atm¨®sfera es bastante bajo con las concentraciones actuales; el coste no ser¨¢ realmente grande hasta que haya mucho m¨¢s di¨®xido de carbono en el aire, y eso no suceder¨¢ hasta finales de este siglo. Y sostienen que unos costes tan lejanos en el tiempo no deber¨ªan tener una gran influencia sobre la pol¨ªtica actual. Se?alan los tipos de rendimiento del mercado, que indican que los inversores dan poca importancia a los beneficios o p¨¦rdidas que experimentar¨¢n en un futuro lejano, y argumentan que las pol¨ªticas oficiales, incluidas las pol¨ªticas clim¨¢ticas, deber¨ªan hacer lo mismo.

Los defensores del big bang sostienen que el Gobierno deber¨ªa tener mucha m¨¢s perspectiva que los inversores privados. Stern, concretamente, defiende que los responsables pol¨ªticos deber¨ªan dar la misma importancia al bienestar de las generaciones futuras que al de las actuales. Adem¨¢s, los defensores de la acci¨®n r¨¢pida sostienen que el da?o debido a las emisiones podr¨ªa ser mucho mayor de lo que indican los an¨¢lisis de la pol¨ªtica rampa, ya sea porque las temperaturas globales son m¨¢s sensibles a las emisiones de efecto invernadero de lo que se cre¨ªa, o porque el da?o econ¨®mico debido a una gran subida de las temperaturas es mucho mayor de lo que afirman los c¨¢lculos aproximados de los modelos rampa.

Como economista profesional, este debate me resulta doloroso. Hay personas inteligentes y bienintencionadas en ambos lados -algunos de ellos, como suele ocurrir, viejos amigos y mentores m¨ªos-, y ambos lados se han apuntado algunos tantos importantes. Desgraciadamente, no podemos declarar un empate honorable, porque hay que tomar una decisi¨®n.

Personalmente, me inclino por la opini¨®n del big bang. El argumento moral de Stern a favor de amar a las generaciones no nacidas igual que nos amamos a nosotros mismos puede resultar demasiado fuerte, pero se puede argumentar convincentemente que la pol¨ªtica p¨²blica debe tener una perspectiva mucho m¨¢s amplia que la de los mercados privados. Y lo que es m¨¢s importante, las recomendaciones de la pol¨ªtica rampa se parecen demasiado a la realizaci¨®n de un experimento muy arriesgado con el planeta entero. La pol¨ªtica preferida por Nordhaus, por ejemplo, estabilizar¨ªa la concentraci¨®n de di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera a un nivel que es aproximadamente el doble de la media preindustrial. Seg¨²n su modelo, esto s¨®lo tendr¨ªa unas consecuencias moderadas para el bienestar mundial; ?pero hasta qu¨¦ punto podemos confiar en esto? ?C¨®mo podemos estar seguros de que esta clase de cambios en el medio ambiente no conducir¨ªa a una cat¨¢strofe? No lo bastante seguros, dir¨ªa yo, especialmente porque, como he se?alado antes, los creadores de modelos clim¨¢ticos han elevado radicalmente sus cifras aproximadas de calentamiento futuro en tan s¨®lo los dos ¨²ltimos a?os.

As¨ª que, b¨¢sicamente, me quedo con el argumento de Martin Weitzman: la probabilidad no insignificante de un desastre absoluto es la que debe dominar nuestro an¨¢lisis pol¨ªtico. Y eso es un argumento a favor de las medidas agresivas para frenar las emisiones ya.

LA ATM?SFERA POL?TICA

Como he mencionado, la C¨¢mara de Representantes de Estados Unidos ya ha aprobado el proyecto de ley Waxman-Markey, una legislaci¨®n bastante s¨®lida destinada a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. No es tan radical como lo que proponen los defensores del big bang, pero sus medidas parecen m¨¢s r¨¢pidas que las propuestas por la pol¨ªtica rampa. Pero la votaci¨®n de la ley Waxman-Markey que se celebr¨® el pasado junio puso de manifiesto la clara divisi¨®n que existe en el Congreso. Tan s¨®lo 8 republicanos votaron a favor, mientras que 44 dem¨®cratas votaron en contra. Y todo indica que no se aprobar¨ªa si tuviese que ser sometido a votaci¨®n hoy.

Las perspectivas en el Senado, donde hacen falta 60 votos para que se aprueben la mayor¨ªa de las leyes, son a¨²n peores. Algunos senadores dem¨®cratas, representantes de Estados agr¨ªcolas y productores de energ¨ªa, han hecho declaraciones en contra del sistema de tope y trueque (la agricultura estadounidense moderna es una gran consumidora de energ¨ªa). En el pasado, algunos senadores republicanos han apoyado el tope y trueque. Pero con el partidismo en auge, la mayor¨ªa de ellos ha cambiado de tono. El cambio de actitud m¨¢s sorprendente ha sido el de John McCain, que tuvo un papel protagonista en la promoci¨®n del tope y trueque y present¨® un proyecto de ley similar al de Waxman-Markey en 2003. Hoy, McCain desprecia la idea en s¨ª llam¨¢ndola "tope e impuesto", para consternaci¨®n de sus ex ayudantes.

Ah, y un invierno muy nevado en la Costa Este de Estados Unidos les ha brindado a los esc¨¦pticos del cambio clim¨¢tico una buena oportunidad, aun cuando a escala mundial ¨¦ste ha sido uno de los inviernos m¨¢s c¨¢lidos que se han registrado.

Por tanto, las perspectivas inmediatas de las actuaciones clim¨¢ticas no parecen prometedoras, a pesar del esfuerzo constante de tres senadores -Kerry, Lieberman y Graham- por presentar una propuesta negociada. (Tienen previsto presentar una ley a finales de este mes). Pero el problema no va a desaparecer. Es bastante probable que las temperaturas r¨¦cord que el mundo situado fuera de Washington ha conocido en lo que llevamos de a?o contin¨²en, lo que privar¨ªa a los esc¨¦pticos de uno de sus principales argumentos. Y en un sentido m¨¢s general, dados los vaivenes de la pol¨ªtica estadounidense en los ¨²ltimos a?os -desde 2005, la creencia generalizada ha pasado del dominio republicano permanente al dominio dem¨®crata permanente y a Dios sabe qu¨¦-, tiene que haber una posibilidad real de que renazca el apoyo pol¨ªtico a la actuaci¨®n contra el cambio clim¨¢tico.

Si lo hace, el an¨¢lisis econ¨®mico estar¨¢ preparado. Sabemos c¨®mo limitar las emisiones de gases de efecto invernadero. Tenemos un buen conocimiento de los costes, y son asumibles. Todo lo que necesitamos ahora es la voluntad pol¨ªtica. -

Paul Krugman es profesor de Econom¨ªa de Princeton y premio Nobel de Econom¨ªa en 2008. ? New York Times Service. Traducci¨®n de News Clips.

REUTERS
Manifestantes, durante la Cumbre del Clima de Copenhague, en diciembre pasado.
Manifestantes, durante la Cumbre del Clima de Copenhague, en diciembre pasado.REUTERS
Un trabajador camina entre una nube de humo en una f¨¢brica de Changzhi (China).
Un trabajador camina entre una nube de humo en una f¨¢brica de Changzhi (China).REUTERS

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