Graciela, primera dama del jazz afrocubano
Graciela P¨¦rez Grillo, para los mel¨®manos Graciela a secas, fue una de las impulsoras del jazz latino, formando parte del desembarco de m¨²sicos cubanos que llegaron a Nueva York antes de la Revoluci¨®n, cuando La Habana era la capital del placer y no era dif¨ªcil encontrar a Marlon Brando tomando un daiquiri en el club Tropicana. Muri¨® en Manhattan el 6 de abril, a los 94 a?os, tras m¨¢s de siete d¨¦cadas de entonar la salsa, el bolero y el mambo.
Fue su voz, poderosa pero pausada, lo que le permiti¨® ver mundo, desde el humilde barrio de Jes¨²s Mar¨ªa (La Habana), donde naci¨® en 1915, hasta las grandes salas de Par¨ªs y las guaridas del jazz en la calle 52 de Nueva York. Le gustaba cantar despacio, contando historias, e insist¨ªa en que para rematar un buen bolero no hac¨ªa falta estar enamorada. Bastaba con dirigirse al p¨²blico como si se estuviese conversando con ¨¦l. Cuando llegaba el turno de los vientos, de las improvisaciones de saxos y trompetas, ella daba un par de pasos atr¨¢s y, para no perder el ritmo, se agarraba a sus claves (dos peque?os bastones de madera que sirven como percusi¨®n al ser golpeados uno contra otro).
Evitaba nombrar a Fidel Castro, y se refer¨ªa a ¨¦l como "ese demonio"
Todo hab¨ªa empezado en 1933, cuando entr¨® a tocar el contrabajo en la orquesta Anacaona, formada s¨®lo por mujeres, y con la que se fue de gira por Europa. Su hermanastro, el cantante Machito, se hab¨ªa ido a hacer las Am¨¦ricas y triunfaba en Nueva York con la orquesta de Mario Bauz¨¢, el inventor del jazz afrocubano. Los fraseos improvisados, el virtuosismo en los instrumentos y la exuberancia de las big bands se mezclaban con la percusi¨®n cubana y las letras del son. El experimento convenci¨® por igual a los que s¨®lo quer¨ªan bailar, que abarrotaban los clubes de Broadway, y a figuras del jazz como Charlie Parker y Dizzy Gillespie, admiradores confesos de esta fusi¨®n de estilos.
En 1943, Machito fue llamado a filas y Bauz¨¢ pidi¨® a Graciela que dejase Cuba para sustituirlo. Comenzaba as¨ª una trayectoria de 32 a?os. Cuando Machito volvi¨® de la guerra, Graciela se qued¨® en la orquesta y juntos le pusieron voz, y fueron durante muchas noches cabeza de cartel en el Palladium, el m¨ªtico local de Manhattan desde el que, junto a Tito Puente, hicieron que el mambo fuese conocido mundialmente. Machito agitaba las maracas y Graciela llevaba su salsa por la Gran Manzana. Cuando conced¨ªa entrevistas, evitaba nombrar a Fidel Castro y se refer¨ªa a ¨¦l como "ese demonio". Pero nunca quiso juntarse con los exiliados de Miami porque Nueva York le gustaba demasiado. "Todos los malos acaban aqu¨ª", dijo en una entrevista a EL PA?S en 1994 para resumir su fascinaci¨®n por la metr¨®poli.
Graciela abri¨® el camino a futuras estrellas de la m¨²sica latina, como Celia Cruz o Gloria Estefan, y entre sus ¨¦xitos destacan discos como ?ntimo y sentimental y canciones como ?Ay, Jos¨¦! y Dale jam¨®n. Antes de que el mundo de la m¨²sica se habituase al erotismo sobre el escenario, las letras de Graciela, a menudo picantes, provocaban cierto esc¨¢ndalo. Siempre fiel a sus boleros, nunca acept¨® ni el rock ni la m¨²sica electr¨®nica, a la que dec¨ªa confundir "con el timbre del tel¨¦fono". Su representante ha asegurado a los medios que muri¨® tranquila y sin dolor, agarrada a sus claves para no perder comp¨¢s en el ¨²ltimo de sus ritmos.
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