Jos¨¦ Vidal-Beneyto, 'Pep¨ªn'
Mi primer encuentro con Jos¨¦ Vidal Beneyto, que r¨¢pidamente se convirti¨® en mi amigo Pep¨ªn, se remonta a los a?os oscuros del franquismo. El grupo de sus compa?eros de resistencia, entre los cuales estaban Dionisio Ridruejo, Aranguren y los j¨®venes como ¨¦l, Rodrigo Ur¨ªa y Carlos Bru, hab¨ªa invitado a una reuni¨®n consagrada oficialmente a Europa a tres amigos franceses, entre los cuales, si no recuerdo mal, estaba Jean Bloch-Michel, y yo mismo, con la misi¨®n, a riesgo de ser expulsados, de hablar de libertad. La reuni¨®n fue autorizada a condici¨®n de que fuera estrictamente privada. Luego proseguimos el encuentro en un bar, donde convers¨¦ largamente con aquel joven y as¨ª entabl¨¦ con ¨¦l una amistad que iba a ser cada vez m¨¢s profunda y durar toda nuestra vida.
Despu¨¦s nos volvimos a encontrar muy a menudo, en Francia y en Espa?a, donde me invitaba a participar en su universidad cr¨ªtica. Asociado en el antifranquismo a Santiago Carrillo, aprovechaba mi presencia para que le ayudase a superar su tentaci¨®n comunista. Sin embargo, entonces pod¨ªa juzgar excesivas mis cr¨ªticas "anticomunistas" y mi cuestionamiento del marxismo. Con ocasi¨®n de un gran seminario sobre Epistemolog¨ªa de la Comunicaci¨®n que ¨¦l organiz¨® y presidi¨® en Barcelona en 1973, lleg¨® a enfadarse seriamente conmigo. En el transcurso de una cena le dej¨¦ caer a mi compa?era de mesa Julia Kristeva que el marxismo se hab¨ªa convertido en la doctrina m¨¢s reaccionaria del momento. Pep¨ªn, que me hab¨ªa o¨ªdo, me rega?¨® irritado: "?No se puede decir semejante cosa bajo [el r¨¦gimen de] Franco!". Y yo, irritado a mi vez: "Decirlo aqu¨ª o fuera de aqu¨ª no cambia para nada la cuesti¨®n". De pronto nos hab¨ªamos enfadado, e inmediatamente despu¨¦s nos entristeci¨® estarlo, lo que hizo que poco tiempo m¨¢s tarde volvi¨¦ramos a estrecharnos en un abrazo. En el fondo, la experiencia vivida bajo Franco tend¨ªa a hacerle subestimar los caracteres negativos del comunismo sovi¨¦tico. Pero mi anterior experiencia como comunista y despu¨¦s mi fraternidad con las revueltas polaca, h¨²ngara y checa me hac¨ªan considerar a ese comunismo como al peor enemigo de la humanidad en el curso de los a?os anteriores a Gorbachov, y considerar como mucho menores los vicios de un capitalismo que, en el curso de esos mismos a?os, se encontraba encuadrado en el welfare state y sometido a las poderosas presiones de los sindicatos obreros. De hecho, nuestras diferencias quedaron reabsorbidas tras la implosi¨®n de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y el desencadenamiento mundial de un capitalismo ya desenfrenado, y acabamos por estar profundamente de acuerdo en nuestros diagn¨®sticos sobre el estado del mundo globalizado a partir de 1990.
Pep¨ªn me arrastraba a sus grandes aventuras intelectuales europeas, mediterr¨¢neas y latinoamericanas. De este modo estuve presente junto a ¨¦l en la fundaci¨®n y el auge de Amela, estuve junto a ¨¦l en los encuentros que organizaba como presidente del Consejo Mediterr¨¢neo de la Cultura, fui el presidente que ¨¦l eligi¨® para la Agencia Europea de la Cultura, con sede en la Unesco, donde me gustaba recibir a investigadores, estudiantes y periodistas, con el placer de sentir su presencia siempre cercana o de ir juntos a desayunar a la cafeter¨ªa. Al mismo tiempo hab¨ªamos fundado con toda naturalidad una metafamilia, basada en el cari?o que un¨ªa a su esposa, C¨¦cile Vidal, con mi esposa, Edwige, madrina a su vez de su hija Vera.
Y, ?c¨®mo decirlo? Adem¨¢s de nuestros encuentros en coloquios que se convert¨ªan en aut¨¦nticos oasis de existencia, en lugares maravillosos, con C¨¦cile y Edwige, adem¨¢s de nuestras frecuentes comidas metafamiliares, y adem¨¢s de nuestra estancia en su casa de Estrasburgo, cuando fue consultor del Consejo de Europa durante algunos a?os (1979-1985), hab¨ªamos institucionalizado cada a?o, convirti¨¦ndola en ritual, la cena de Navidad o la de A?o Nuevo con su hija Vera. En esas ocasiones, sumido en un inaudito sentimiento de comunidad y de felicidad, se reforzaba a¨²n m¨¢s nuestro afecto. El rito inclu¨ªa la escucha, en un momento dado, de El Relicario, esa canci¨®n de principios de siglo que mi madre adoraba, y que yo no pod¨ªa escuchar sin emocionarme, canci¨®n de Raquel Meller retomada por Sarita Montiel; mis l¨¢grimas formaban parte de nuestra comuni¨®n: ellas hac¨ªan que, mucho m¨¢s all¨¢ que mi madre, me remontase hasta mis ascendientes judeo-espa?oles, y en el interior de nuestro amor, mi ra¨ªz ib¨¦rica se anudaba con la de Pep¨ªn.
Edgar Morin es soci¨®logo y fil¨®sofo franc¨¦s. Traducci¨®n de Juan Ram¨®n Azaola.
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