Memoria
Mientras se tramitaba la ley de Memoria Hist¨®rica, circul¨® entre sus detractores un argumento que me pareci¨® discutible: el de que la memoria es algo estrictamente personal y que no hab¨ªa lugar para otro tipo de memoria. Pens¨¦ en el callejero de mi ciudad y me dije que trataba, sin duda, de fijar alg¨²n tipo de memoria, seguramente selectiva y, desde luego, en ning¨²n caso personal. M¨¢s all¨¢ de ese hecho, encontr¨¦ otras objeciones a aquel argumento que convert¨ªa la memoria hist¨®rica en un ox¨ªmoron y que conclu¨ªa siempre con una sanci¨®n sobre la tarea de los historiadores. Es cierto que de lo que ¨¦stos se ocupan no es de la memoria, aunque tambi¨¦n es cierto que para realizar su tarea tienen que luchar en ocasiones contra algo que, si no es la memoria, se le parece bastante. Quiz¨¢ sea m¨¢s correcto llamarlo mito, pero, llam¨¦mosle como le llamemos, es tanto mayor su fuerza de resistencia cuanto mayor sea su valor de actualidad, su capacidad de actuar como memoria, sin que ¨¦sta tenga por qu¨¦ ser la personal de nadie.
Fran?ois Furet, en Penser la R¨¦volution fran?aise, se refiere a los problemas con los que se enfrentan los historiadores al estudiar aquellos acontecimientos. Los problemas derivan de que la historia de la Revoluci¨®n no ha dejado de ser un relato de los or¨ªgenes, un discurso sobre la identidad, un mito, mito en el que a¨²n se halla involucrada la sociedad francesa y ante el que no puede situarse en esa exterioridad que la tarea del historiador reclama. La Revoluci¨®n es a¨²n "memoria" para los franceses, como la historia de la invasi¨®n franca lo fue, sigue Furet, para los franceses del XVIII. ?No nos estar¨¢ ocurriendo a nosotros algo similar con ese periodo hist¨®rico que va de 1931 a 1979? O vayamos m¨¢s lejos con nuestra pregunta: ?no ser¨¢ la Transici¨®n, a¨²n cargada de memorias personales, la que se nos est¨¢ convirtiendo en un mito fundacional, sometido a un tira y afloja interpretativo a la luz de los acontecimientos de los cinco decenios anteriores? Ni reinstauraci¨®n de la Rep¨²blica, como algunos quisieran, ni prolongaci¨®n maquillada del franquismo, como quisieran otros, sigue siendo cautiva, sin embargo, de una memoria, cada vez menos personal, que halla sus anclajes en esos dos momentos hist¨®ricos.
La memoria de la guerra civil a¨²n sigue viva porque la de la dictadura franquista est¨¢ viv¨ªsima. Pero, fueran quienes fueran sus protagonistas y se hiciera como se hiciera, si con algo rompe la Transici¨®n es con el franquismo. No hay continuidad, no puede haberla, entre el actual r¨¦gimen democr¨¢tico y la dictadura, y las vacilaciones al respecto de la derecha espa?ola, o de un sector de la misma, son fruto de un mal de memoria y conducen a una injusticia hist¨®rica: la falta de piedad con los muertos. Los de un bando, s¨ª, pero que a estas alturas no tendr¨ªan por qu¨¦ ser ya los del otro. Los fantasmas de la memoria no dejan de ser los de la barbarie. Superarlos es todav¨ªa nuestra asignatura pendiente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.