Las p¨¢ginas tediosas de 'La monta?a m¨¢gica'
Creo que, a estas alturas de mi vida, podr¨ªa haber confeccionado una peque?a pero apa?ada biblioteca compuesta por todos los fragmentos de libros que me fui saltando mientras le¨ªa, p¨¢ginas y p¨¢ginas que me resultaron pl¨²mbeas o inconsistentes y por las que simplemente cruc¨¦ a paso de carga hasta alcanzar de nuevo una zona m¨¢s sustanciosa. La novela es el g¨¦nero literario que m¨¢s se parece a la vida, y por consiguiente es una construcci¨®n sucia, mestiza y parad¨®jica, un h¨ªbrido entre lo grotesco y lo sublime en el que abundan los errores. En toda novela sobran cosas; y, por lo general, cuanto m¨¢s gordo es el libro, m¨¢s p¨¢ginas habr¨ªa que tirar. Y esto es especialmente verdad respecto a los cl¨¢sicos. Axioma n¨²mero uno: los autores cl¨¢sicos, esos dioses de la palabra, tambi¨¦n escriben fragmentos infumables. Quiz¨¢ habr¨ªa que definir primero qu¨¦ es un cl¨¢sico. Italo Calvino, en su genial y conocido ensayo Por qu¨¦ leer los cl¨¢sicos, lo explica maravillosamente bien. Entre otras observaciones, Calvino apunta que un cl¨¢sico es "un libro que nunca termina de decir lo que tiene". Cierto: hay obras que, como inmensas cebollas atiborradas de contenido, se dejan pelar en capas interminables. Otra sustanciosa verdad calviniana: "Los cl¨¢sicos son libros que, cuanto m¨¢s cree uno conocerlos de o¨ªdas, tanto m¨¢s nuevos, inesperados, in¨¦ditos resultan al leerlos de verdad". Guau, qu¨¦ agudo y qu¨¦ exacto. Y una sola observaci¨®n m¨¢s: "Ll¨¢mase cl¨¢sico a un libro que se configura como equivalente del universo, a semejanza de los antiguos talismanes". Chapeau a mi amado Calvino, que ha conseguido a su vez convertir en cl¨¢sico este bello ensayo que uno puede leer y releer interminablemente.
Los cl¨¢sicos, pues, son esos libros inabarcables y tenaces que, aunque pasen las d¨¦cadas y los siglos, siguen susurr¨¢ndonos cosas al o¨ªdo. ?Y por qu¨¦ la gente los frecuenta tan poco? ?Por qu¨¦ hay tantas personas que, aun siendo buenos o buen¨ªsimos lectores, desconf¨ªan de los cl¨¢sicos y los consideran a priori demasiado espesos, aburridos, ajenos? Axioma n¨²mero dos: respetamos demasiado a los cl¨¢sicos, y con ello me refiero a una actitud negativa de paralizado sometimiento. Yo no creo que haya que respetar los libros. Hay que amarlos, hay que vivir con ellos, dentro de ellos. Y pegarte con ellos si es preciso. Discut¨ªa el otro d¨ªa con un amigo escritor sobre La monta?a m¨¢gica de Thomas Mann, una obra que mi amigo recordaba como un aut¨¦ntico tost¨®n. S¨¦ bien que el gusto lector es algo personal e intransferible, y que lo que lees depende mucho del momento en que lo lees. Pero me cuesta entender que La monta?a m¨¢gica le pueda parecer a alguien un ladrillo, porque es un texto moderno, sumamente legible, hipnotizante. Una especie de colosal cuento de hadas (o de brujas) sobre la vida. El t¨ªtulo no enga?a: es una monta?a m¨¢gica en donde suceden todo tipo de prodigios. La gente r¨ªe bravamente frente a la adversidad, calla cosas que sabe, habla de lo que no sabe, ama y odia y, de la noche a la ma?ana, desaparece. Esa monta?a que representa la existencia, permanentemente cercada por la muerte, es el escenario del combate interminable de los enfermos, que luchan como bravos paladines medievales o escogen olvidar que van a morir. La vida es una historia que siempre acaba mal, pero nos las apa?amos para no recordarlo.
Este libro de Mann es una novela amen¨ªsima sobre la que pesa una sutil, indefinible sombra de amenaza que oscurece el luminoso cielo monta?¨¦s. Algo se nos escapa constantemente, algo nos acecha y nos espera, y en ocasiones llegamos a notar sobre la nuca el c¨¢lido soplo del perseguidor. Pero adem¨¢s, en medio de ese permanente desasosiego, brilla el sentido del humor, y los personajes participan en juegos y en fiestas, coquetean, cotillean, se enamoran, se pelean y se fingen eternos. Como todos hacemos.
Ahora bien, no es un libro perfecto, porque ni en la vida ni en las novelas es concebible la perfecci¨®n. La longitud de ese universo-talism¨¢n que es La monta?a m¨¢gica depende de las ediciones, pero viene a ser de unas mil p¨¢ginas. Y resulta que, desde mi punto de vista, le sobran varias decenas. Dentro del libro hay una parte que podr¨ªamos calificar de novela de ideas y que consiste en las discusiones filos¨®fico-pol¨ªticas de dos mentores antit¨¦ticos, Settembrini y Naphta. Intuyo que deb¨ªa de ser lo que m¨¢s le gustaba a Mann en su momento, pero yo hoy encuentro esas peroratas definitivamente ro?osas y oxidadas, ilegibles, pedantes y pelmazas. Suele suceder con los grandes discursos que los autores meten de contrabando en sus novelas, creyendo que ah¨ª est¨¢n dando las claves del mundo: por ejemplo, le pasa al gran Tolst¨®i en Anna Karenina, cuando Lyovin, ¨¢lter ego del escritor, se pone a soltar doctrina.
Quiero decir que probablemente Mann cre¨ªa que con esas sesudas lucubraciones estaba atrapando el desconcierto esencial de la vida y el ca¨®tico derrumbamiento de un mundo que se acababa y era reemplazado por otro (no en vano la novela se public¨® en 1924, tras el trauma de la Primera Guerra Mundial), pero en realidad todo eso no lo aprendemos, no lo percibimos por medio de la verborrea mortecina de Naphta y Settembrini, sino en el ciego y desesperado patalear de los personajes a lo largo de la novela, o en la maravillosa escena de la p¨¦rdida del protagonista en una tormenta de nieve, en el fragor de la blanca soledad y en el delirio en el que sumerge. Ah¨ª es donde Mann sigue siendo enorme. Por eso creo que hay que leer La monta?a m¨¢gica y saltarse sin complejo de culpa todas las p¨¢ginas que te parezcan muertas. O ignorar las tediosas novelitas pastoriles de la primera parte del Quijote. O pasar a toda prisa las aburridas y meticulosas descripciones de ballenas que incluye Moby Dick. Todos estos libros son maravillosos porque crecen y cambian y est¨¢n vivos: uno no puede acercarse a ellos como si fueran textos sagrados esculpidos en piedra, dogmas temibles e intocables. S¨¢ltate p¨¢ginas, en fin, sum¨¦rgete y disfruta.
La monta?a m¨¢gica. Thomas Mann. Traducci¨®n de Isabel Garc¨ªa Ad¨¢nez. Bolsillo Edhasa. Barcelona, 2009. 936 p¨¢ginas. 12,95 euros. Por qu¨¦ leer los cl¨¢sicos. Italo Calvino. Traducci¨®n de Aurora Bern¨¢rdez. Siruela. Madrid, 2009. 292 p¨¢ginas. 21,90 euros.
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