Los in¨¦ditos del general Rojo
Se publica el manuscrito de la historia de la Guerra Civil del jefe del Estado Mayor republicano
Los papeles del general Rojo se pueden consultar en el Archivo Hist¨®rico Militar, en Madrid. El material que hay reunido all¨ª es tan abundante, y no siempre est¨¢ organizado con orden y rigor, que de tanto en tanto aparece una sorpresa. Es lo que le ocurri¨® a Jorge Mart¨ªnez Reverte cuando investigaba para su libro El arte de matar. Uno de sus ayudantes de documentaci¨®n, Mario Mart¨ªnez Zauner, encontr¨® un largo texto titulado Historia de la guerra de Espa?a, firmado por el militar republicano.
Son alrededor de 600 folios, que se inician con la narraci¨®n de los preparativos del golpe y que se ocupan de los primeros meses de la contienda, de la defensa de Madrid, y que terminan, de una manera menos lineal y m¨¢s dispersa, tratando distintos episodios que tuvieron lugar entre abril de 1937 y abril de 1938. En esta ¨²ltima parte, Rojo cuenta su relaci¨®n con Negr¨ªn, Prieto y Aza?a, explica los desaf¨ªos que puso en marcha como jefe del Estado Mayor Central del ej¨¦rcito republicano, analiza la respuesta que ese organismo propuso ante el bombardeo de la escuadra alemana a Almer¨ªa y, entre otros temas, aborda el apoyo de la Iglesia a Franco, la crisis de mayo de 1937 en Barcelona, la situaci¨®n del Consejo de Arag¨®n o la relaci¨®n con los sovi¨¦ticos, que desmenuza desde una perspectiva poco habitual.
"El mejor destino de la patria, el m¨¢s digno, ?se lograr¨ªa por el camino de la rebeli¨®n o por el de la defensa de la ley?"
"El destino de Espa?a estaba en peligro. ?Qu¨¦ iba a suceder? ?Qui¨¦nes eran los complicados? ?Qu¨¦ se propon¨ªan?"
"La duda, terrible duda, estaba planteada en toda su crudeza; y yo la resolv¨ª bien o mal, pero categ¨®ricamente"
Para el caudillo de la rebeli¨®n, Francisco Franco, la legalidad era un "formalismo" contra el que se alz¨® la juventud
"Hab¨ªa jurado cumplir con mi deber militar"
Es la mirada de un hombre que estuvo en el centro de las iniciativas m¨¢s importantes que la Rep¨²blica tom¨® en el terreno militar y que influy¨® tambi¨¦n en muchas decisiones pol¨ªticas. De esa larga historia de la guerra, que Rojo escribi¨® al final de su vida, entre 1958 y 1962, s¨®lo se public¨® As¨ª fue la defensa de Madrid, la parte en la que narra un momento fundamental del conflicto, y en el que tuvo un protagonismo decisivo como responsable militar de la resistencia.
El general Rojo decidi¨® volver a Espa?a en 1957, cuando los m¨¦dicos que lo atend¨ªan en Bolivia le anunciaron que su salud era tan delicada que no le quedaba mucho tiempo. Poco despu¨¦s de llegar fue procesado por "rebeli¨®n militar" y condenado a 30 a?os de c¨¢rcel. El indulto lo libr¨® de la prisi¨®n, pero tuvo que cumplir las penas secundarias, como la de "inhabilitaci¨®n absoluta". Su respuesta a la ignominia fue dedicarse a escribir. Muri¨® en 1966.
Extracto del manuscrito. C¨®mo lleg¨® la noticia de la rebeli¨®n de 1936 al Ministerio de Guerra y por qu¨¦ el entonces comandante Rojo fue leal
En las ¨²ltimas horas de aquella tarde, al regresar a mi despacho del Estado Mayor Central, donde prestaba servicios como ayudante de campo del general Avil¨¦s, me cruc¨¦ en uno de los pasillos del Ministerio de la Guerra con mi compa?ero y amigo F. V. Se detuvo ante m¨ª un tanto agitado, nervioso, dici¨¦ndome:
-?Conoces la noticia?
-?A qu¨¦ te refieres?
-A la sublevaci¨®n.
-?Qui¨¦n se ha sublevado? ?D¨®nde?
-Unidades del Tercio y Regulares. En Melilla. Acaba de llegar un telegrama. Lo han dicho en la sala de ayudantes. Es todo lo que s¨¦. ?No sabe nada tu general?
-Nada me ha dicho. Le dej¨¦ hace media hora en el despacho de L. y ahora iba a ver si quiere algo antes de marcharme.
-Estamos en momentos de desconcierto y hay que tener cuidado con las noticias y rumores que ruedan de boca en boca.
Yo era uno de los desconcertados. Sospechaba, como otros muchos jefes, que hab¨ªa una trama de conspiraci¨®n, pero ignoraba totalmente su contextura. En los pocos d¨ªas que llevaba prestando servicio con el general, a quien no hab¨ªa tratado personalmente hasta ser nombrado su ayudante, me hab¨ªa demostrado confianza y afecto, ambos en un plano m¨¢s protocolario que emotivo; y aunque confidencialmente supe por otros conductos que mi predecesor en el cargo (el comandante xxx) (1) hab¨ªa cesado por sospecha de que estaba en relaci¨®n con algunos de los militares que conspiraban fuera del EMC, el general en ninguna ocasi¨®n me habl¨® del asunto, ni me hizo insinuaci¨®n alguna tendente a conocer mi pensamiento en relaci¨®n con supuestas o posibles conspiraciones. La obligaci¨®n a que estaba vinculado de seguirle lealmente en sus determinaciones era cosa que no me ofrec¨ªa duda.
Reflexionaba sobre las derivaciones que el suceso pudiera tener. Pensaba que si el general estaba complicado y nada me hab¨ªa dicho ser¨ªa para tener m¨¢s libertad de acci¨®n, prescindiendo de m¨ª, cuyo parecer en orden a un acto de rebeli¨®n desconoc¨ªa; y que si el general no estaba complicado, afrontar¨ªa los hechos con sentido de responsabilidad en raz¨®n del alto puesto que ocupaba, y yo no pod¨ªa hacer otra cosa que obedecerle y colaborar lealmente. ?sa era la clara s¨ªntesis de mis reflexiones, pese a la abrumadora inquietud hija de la incertidumbre... ?qu¨¦ iba a suceder? ?Qui¨¦nes eran los complicados? ?Qu¨¦ se propon¨ªan? De los innumerables chismes, noticias que se dejan caer, hip¨®tesis, nombres, etc¨¦tera, recogidos casualmente, ?cu¨¢les pod¨ªan ser ciertos y cu¨¢les falsos? Realmente yo nada concreto sab¨ªa porque mis obligaciones oficiales y privadas s¨®lo excepcionalmente me dejaban tiempo para acudir a tertulias de adictos o de opositores. No ten¨ªa contactos pol¨ªticos de ninguna especie y ni siquiera me hab¨ªa hecho presente en el C¨ªrculo Militar. Ten¨ªa amigos en todos los planos de la jerarqu¨ªa militar y de todas las tendencias, y si realmente estaba persuadido de que social y pol¨ªticamente viv¨ªamos un desbarajuste extraordinario, tambi¨¦n lo estaba de que las culpas de cuanto suced¨ªa no estaban s¨®lo en las conductas de los que perturbaban el orden, sino principalmente en los que provocaban el desorden, movidos por intereses o ego¨ªsmos m¨¢s o menos inconfesables o inmorales fuera del campo castrense. En verdad, el desequilibrio social en que nos debat¨ªamos ten¨ªa muchas ra¨ªces, pero ante el hecho consumado no hab¨ªa tiempo para rememorarlas.
Para quien no est¨¢ metido en estos berenjenales resulta dif¨ªcil conocer la tramoya, y quienes lo est¨¢n suelen crear la perspectiva a su gusto particular que muestre -muchas veces ficticiamente- lo que a ellos les agrada. A m¨ª, en aquellos momentos, la situaci¨®n se me aparec¨ªa extraordinariamente confusa y se estrellaban mis afanes de saber el volumen que pod¨ªa tener la rebeli¨®n y la conducta y prop¨®sitos de los rebeldes. (...) Permanecimos acuartelados en el Ministerio. Charlamos poco. El tema no pod¨ªa ser otro que la consideraci¨®n de los caracteres que pudiera tener el acontecimiento subversivo. El EMC no actuaba como organismo rector.
Toda la actividad frente a la subversi¨®n, por el car¨¢cter eminentemente pol¨ªtico que ten¨ªa, se tradujo en actividades de ese g¨¦nero centralizadas en el despacho del Ministerio, desde donde, por entendimiento directo con las autoridades regionales, se trataba de conocer la magnitud del suceso, la actitud de las guarniciones y las reacciones locales que iba motivando.
En realidad, el d¨ªa 18 fue de extrema confusi¨®n y de m¨ªnima perturbaci¨®n subversiva en Madrid, donde la Direcci¨®n de Seguridad comprobaba que se estaban concentrando elementos sospechosos en el cuartel de la Monta?a, sabi¨¦ndose que el general Fanjul, vestido de paisano, hab¨ªa llegado al mismo. Sin duda, el Gobierno no quer¨ªa provocar hechos de violencia, mientras no hubiera motivos de desconfianza de los jefes que ejerc¨ªan el mando de unidad de la Guardia Civil y Asalto y formaciones de Milicias apostadas en las inmediaciones, mientras ¨¦stas no acusaran una actitud de rebeld¨ªa. Y esto sucedi¨® cuando los jefes de las unidades encerradas en el cuartel de la Monta?a se resistieron a las ¨®rdenes emanadas del Ministerio y en una de las unidades de Campamento aparecieron los primeros brotes de subversi¨®n.
Los dirigentes de los partidos pol¨ªticos reunidos en el Ministerio de la Guerra estimaron que el Gobierno no procedi¨® con la obligada energ¨ªa y provocaron la crisis, que fue inmediatamente resuelta por el presidente de la Rep¨²blica encomendando la formaci¨®n de Gobierno al Sr. Mart¨ªnez Barrio; pero cuando ya estaban designados los ministros y algunos asumiendo las funciones de urgencia antes de prestar juramento, cundi¨® en el pueblo la noticia de que se intentaba pactar con los rebeldes.
Estimaban los (?exaltados?), dirigentes y dirigidos, que por la ¨ªndole de las personas que integraban el nuevo Gobierno y por la personalidad del jefe designado pod¨ªan inclinarse al pacto con los sublevados, con riesgo para la supervivencia del r¨¦gimen pol¨ªtico y de previsibles represalias que pudieran sobrevenir si el poder pasaba a las fuerzas de derechas. Se produjeron manifestaciones populares y se reclam¨® la constituci¨®n de un Gobierno fuerte dispuesto a defender a toda costa el poder legalmente ganado por la coalici¨®n pol¨ªtica de izquierdas.
El resultado fue que sin que aquel Gobierno de Mart¨ªnez Barrio hubiera llegado a constituirse se nombrase otro presidido por el Sr. Giral, en el que figuraba como ministro de la Guerra el general Castell¨®, gobernador militar de Badajoz, que desde el primer momento hab¨ªa demostrado su lealtad al Gobierno manteniendo la guarnici¨®n de aquella plaza (...). La declaraci¨®n de hacer frente a la sublevaci¨®n fue terminante, siendo su primera determinaci¨®n (la de Giral), no obstante la oposici¨®n de algunos dirigentes pol¨ªticos, la de armar al pueblo como ¨¦ste reclamaba, para poder contrarrestar la acci¨®n de fuerza de los elementos ya declarados en rebeld¨ªa y de las unidades de dudosa lealtad que pudieran secundarlas.
Inmediatamente se constituyeron, armadas bajo la responsabilidad de los partidos pol¨ªticos y de las sindicales, diversas unidades de Milicias que se apostaron unas frente a los cuarteles cuya actitud se estimaba dudosa y otras en los accesos a Madrid desde Campamento y los cantones de Alcal¨¢ y Vic¨¢lvaro. Hab¨ªa sido nombrado ministro de Guerra el general Castell¨® y le (?representaba?) hasta su incorporaci¨®n desde Badajoz el general Miaja. La acci¨®n rectora la hab¨ªa asumido la (Subsecretar¨ªa del Ministerio).
(...) La jornada del domingo 19 transcurri¨® sin novedad y pudimos permanecer en nuestros domicilios. Por la ma?ana a¨²n se dijo misa en la mayor parte de las iglesias de Madrid. El cuartel de la Monta?a simplemente se manten¨ªa vigilado por fuerzas de la Guardia Civil y Asalto y formaciones de Milicias apostadas en las inmediaciones. El comando de la divisi¨®n y la mayor parte de las unidades de Madrid y sus cantones se manten¨ªa leal al Gobierno, salvo los encerrados en el cuartel de la Monta?a y una parte de las unidades de Campamento. Las tropas se manten¨ªan acuarteladas y solamente en Guadalajara y Toledo se hab¨ªa proclamado el estado de guerra y hab¨ªa choques con el elemento popular opuesto a la rebeli¨®n.
(...) Con [los jefes leales, el Gobierno] form¨® el primer Gabinete Militar, que trabajaba a las ¨®rdenes directas del ministro y del propio presidente. De ¨¦l formaban parte los generales Asensio, Miaja y (??) (2) el teniente coronel Hern¨¢ndez Sarabia, el comandante Men¨¦ndez, el capit¨¢n N¨²?ez Mazas y otros. En tal ambiente militar hab¨ªa surgido uno de los fantasmas m¨¢s demoledores de la unidad y la moral castrenses: la desconfianza. Los que estuvieran implicados en la rebeli¨®n, si no les hab¨ªa llegado el momento de actuar, nada quer¨ªan hacer y decir que pudiera descubrirles; los que no lo estaban porque ignor¨¢bamos qu¨¦ clase de conducta iban a observar quienes dirig¨ªan los sucesos s¨®lo pod¨ªamos esperar que ¨¦stos mostrasen sus caracteres para reaccionar seg¨²n nuestra conciencia militar nos dictase para afrontar el cumplimiento del deber. La magnitud del problema, aun dentro de la confusi¨®n reinante, hac¨ªa evidente que el destino de Espa?a estaba en peligro. Pero el mejor destino de la patria, el m¨¢s justo, el m¨¢s noble, el m¨¢s digno, ?se lograr¨ªa por el camino de la rebeli¨®n o por el de la defensa de la Ley? ?Por el imperio de la fuerza o el de la raz¨®n? ?Por el respeto de la voluntad nacional, aunque se manifestara alocadamente a trav¨¦s de la acci¨®n de un pueblo en armas, o por el acatamiento de mandatos que no eran compartidos por ninguno de los jefes naturales que legalmente ejerc¨ªan sobre nosotros su autoridad?
No era momento de dejarse llevar por corazonadas; no hab¨ªa tiempo para discutir ni motivos para ampararse en el ejemplo de ajenas conductas o a la sombra de un presunto vencedor. Importaba solamente la verdad de Espa?a, sin zarandajas ni convencionalismos. La duda, terrible duda, estaba planteada en toda su crudeza, como jam¨¢s se nos hab¨ªa planteado; y yo la resolv¨ª bien o mal, pero radicalmente, categ¨®ricamente y hasta con cierta repugnancia, porque no me agradaban muchas cosas que ve¨ªa en torno m¨ªo (y lo grave a¨²n no hab¨ªa comenzado); y la resolv¨ª manteni¨¦ndome fiel a lo ¨²nico que en aquellos aciagos momentos me dictaba mi estrecho concepto del honor: el cumplimiento del juramento que hab¨ªa prestado de defender la patria, defendiendo la Ley y las autoridades leg¨ªtimamente constituidas, con estricta obediencia a mis jefes naturales. Nada pod¨ªa torcer esa resoluci¨®n.
Yo no hab¨ªa prometido a nadie nada que pudiera apartarme de ese camino. Yo no ten¨ªa v¨ªnculos de ninguna especie con partidos ni jefes pol¨ªticos, ni hab¨ªa convivido en ambientes mas¨®nicos, o libertarios, o aristocr¨¢ticos, o religiosos, o socialistas. Ten¨ªa, naturalmente, mis convicciones y creencias, y la m¨¢s firme de todas, la que ha gobernado y gobierna inflexiblemente mi vida, la del deber militar, en el que me eduqu¨¦ desde los ocho a?os. Hab¨ªa jurado cumplirlo y lo cumplir¨ªa, aunque me viera sumido en un caos.
Este concepto del deber evidentemente no concuerda con el expresado por el caudillo de la rebeli¨®n (Francisco Franco) en su discurso del 19-IV-38, en el que dijo: "Hay que sustituir el viejo concepto de la "obligaci¨®n", fr¨ªamente llevado a las instituciones demoliberales, por el m¨¢s exacto y riguroso del "deber", que es servicio, abnegaci¨®n y hero¨ªsmo, no impuesto por el imperio coercitivo de la Ley, sino acatado con la adhesi¨®n libre y voluntaria de la conciencia cuando nuestros sentimientos est¨¢n impregnados de las m¨¢s puras esencias espirituales. Impon¨ªan las Constituciones la "obligaci¨®n" de defender la patria con las armas. De nada nos habr¨ªa servido ese concepto formalista en esta magna ocasi¨®n si nuestra juventud, consciente conmigo de la anchura de la empresa que nos cab¨ªa el honor de realizar, no se hubiera entregado a ella con el alma henchida de esp¨ªritu de sacrificio y con el ¨ªmpetu que no se pone en el cumplimiento de los reglamentos, sino en las obras colectivas que pasan a la Historia con el estigma sagrado de la virtud (...).
Ese sentido del deber ha de ser profesado de un modo singular por las clases altas que son depositarias de la tradici¨®n, y con las intelectuales con alma y pensamiento espa?oles, sin los cuales el movimiento carecer¨ªa de rumbos doctrinales, y por los obreros, a quienes el proteccionismo del Estado impone compensaciones de disciplina y servicio".
Porque adopt¨¦ aquella resoluci¨®n, cuando en la tarde de aquel d¨ªa 20 o del 21 (no lo recuerdo con precisi¨®n) mientras paseaba con otros compa?eros por los pasillos del EMC, adonde ya no hab¨ªan acudido los generales ni hab¨ªan dejado orden alguna directa ni indirecta, se me acerc¨® uno de los jefes que prestaban servicio en el EM del ministro, insinu¨¢ndome con cierto aire de duda, como si tuviera poca confianza en la respuesta que de m¨ª deseaba, si tendr¨ªa inconveniente en bajar a formar parte de aquel EM, pues entre los jefes que all¨ª hab¨ªa se hab¨ªa dado mi nombre, le respond¨ª que en cuanto me dieran una orden por escrito del ministro me presentar¨ªa inmediatamente para desempe?ar la funci¨®n militar que me correspondiese.
A los 15 minutos de aquella respuesta, la orden estaba en mi poder e inmediatamente me incorpor¨¦ para prestar servicio como oficial de EM en la Secc. II del EM del Ministro de la Guerra, siendo mi jefe inmediato en dicha secci¨®n el comandante Estrada. As¨ª se encauz¨® mi actividad profesional en el proceso de la guerra.
(1) Aqu¨ª el autor a?ade una nota manuscrita: "no citarlo". (2) Ilegible en el original.
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