Gobernar el riesgo
La revista brit¨¢nica The Economist se define a s¨ª misma de la siguiente manera: "esta revista se publica desde el a?o 1843 para participar en el duro combate entre la inteligencia, que impulsa siempre hacia delante, y una f¨²til y miedosa ignorancia, que impide nuestro progreso". Esta declaraci¨®n liberal, con su toque ¨¦pico, tiene actualmente un car¨¢cter anacr¨®nico. Hoy, salvo estas excepciones heroicas, podr¨ªamos decir que la precauci¨®n ha sustituido al proyecto y tenemos una relaci¨®n m¨¢s bien profil¨¢ctica con el futuro.
Para quien ha crecido en los miedos de los a?os setenta y ochenta del siglo XX (l¨ªmites del crecimiento, amenaza nuclear, crisis ecol¨®gica, escasez de recursos... ), la palabra "progreso" suena de una manera fr¨ªvola. Ahora, en plena tormenta de la crisis, utilizar el lenguaje del management que ensalza la cultura del riesgo y la disposici¨®n al fracaso parece una provocaci¨®n.
?Es mejor pecar por exceso que por defecto en temas como la gripe A? ?Hay otra soluci¨®n?
La funci¨®n del Gobierno es evitar que el miedo se convierta en p¨¢nico
En general, ser progresista hoy no tiene nada que ver con el progreso, sino m¨¢s bien con la precauci¨®n frente a la ciencia y la t¨¦cnica. Desde entonces se ha convertido en algo corriente citar aquella frase de Benjamin contra Marx de que lo revolucionario es echar mano del freno de urgencia de la Historia. Y actualmente, tras las crisis financieras y la cuesti¨®n del cambio clim¨¢tico, este car¨¢cter intempestivo de la idea de progreso no ha hecho m¨¢s que incrementarse.
Teniendo en cuenta la gravedad de los riesgos a los que nos enfrentamos, el miedo no es del todo infundado. En este contexto, la posici¨®n que John Carlin defend¨ªa en estas p¨¢ginas (La edad del miedo, 22 de marzo de 2010) es un ejercicio de irresponsabilidad. Carlin critica las alarmas excesivas y la aversi¨®n al riesgo, como una paranoia de los pa¨ªses acomodados. Por supuesto que la histeria es un modo poco razonable de enfrentarse a los riesgos, pero no dice nada contra su existencia; los riesgos siguen siendo un motivo de preocupaci¨®n incluso aunque nuestra manera de afrontarlos pueda ser exagerada o rid¨ªcula. Carlin no tiene raz¨®n en lo que niega sino en lo que critica.
Indirectamente su provocaci¨®n deber¨ªa hacernos reflexionar sobre los l¨ªmites de la precauci¨®n. Pongamos un ejemplo reciente. Es probable que este invierno pase a la historia como el tiempo de las alarmas, entre las que podr¨ªamos destacar la gripe A y la prevenci¨®n frente a ciertos fen¨®menos meteorol¨®gicos potencialmente catastr¨®ficos.
No s¨¦ si fue la mala conciencia por no haber anticipado la crisis econ¨®mica, pero el caso es que los gobiernos se sobrepasaron en las alarmas en torno a los posibles contagios o los vendavales, cuya mera denominaci¨®n ("ciclog¨¦nesis explosiva", "tormenta perfecta") ten¨ªa tintes admonitorios. La reciente decisi¨®n de interrumpir el tr¨¢fico a¨¦reo debido al peligro causado por las cenizas de un volc¨¢n island¨¦s ha desatado las cr¨ªticas de las compa?¨ªas a¨¦reas, que la han considerado una precauci¨®n exagerada.
Los gobiernos prefieren advertir que cargar luego con la acusaci¨®n de no haber previsto lo peor. Esta actitud parece muy aconsejable, pero tiene tambi¨¦n algunos inconvenientes incluso en el caso de que las cosas no hayan ido tan mal como nos las hicieron temer.
Y es que no se puede atender igualmente a todos los riesgos; toda conducta preventiva tiene alg¨²n coste, aunque s¨®lo sea porque cuesta dinero o porque la precauci¨®n es inevitablemente selectiva y subrayar un riesgo implica desatender otro. Nadie pide responsabilidades por el miedo inducido, el dinero malgastado o la atenci¨®n perdida hacia otras cosas importantes. El exceso de alarmas es menos grave que su defecto, pero tampoco es lo mejor.
Las lecciones que hemos de extraer de las alarmas excesivas es que los programas para excluir absolutamente el riesgo generan efectos contraproducentes.El proyecto de eliminar completamente el miedo a trav¨¦s de una prevenci¨®n total es un absurdo porque los miedos forman parte de la condici¨®n humana, de su car¨¢cter abierto y de la correspondiente indeterminaci¨®n de las democracias liberales. Las prevenciones suelen implicar alguna prohibici¨®n y ¨¦stas, en una sociedad abierta, deben ser establecidas -ahora s¨ª- con la mayor prevenci¨®n.
No creo arriesgar demasiado si aseguro que nuestras principales discusiones van a girar en torno a esta cuesti¨®n de c¨®mo valoramos los riesgos y qu¨¦ conductas recomendamos en consecuencia.
La confrontaci¨®n pol¨ªtica gira actualmente en torno a las probabilidades de peligro y la agenda de los riesgos. La pol¨ªtica es m¨¢s una competici¨®n en torno a los peligros que acerca de las oportunidades. Los actores pol¨ªticos se asemejan en que se dedican igualmente a advertir la inminencia de determinados peligros y se ofrecen a salvarnos del desastre; se distinguen ¨²nicamente en qu¨¦ consideran lo m¨¢s peligroso, la p¨¦rdida de la identidad o la desprotecci¨®n social, los riesgos vinculados a la inseguridad o los que proceden del posible abuso de los vigilantes. Los agentes pol¨ªticos tienen menos ideolog¨ªa que recursos de alarma.
Este debate se ha agudizado tras irrumpir la cuesti¨®n de los riesgos globales en las agendas pol¨ªticas. El cambio clim¨¢tico, las nuevas amenazas a la seguridad, los riesgos sanitarios y alimentarios, las crisis financieras plantean, de entrada, un desaf¨ªo a nuestra conceptualizaci¨®n de esos futuros inciertos.
?C¨®mo podemos conocer el riesgo posible? ?C¨®mo actuar en relaci¨®n con los riesgos, que no son hechos comprobables sino posibilidades latentes de controvertida identificaci¨®n? ?C¨®mo tener en cuenta lo improbable?
Todo futuro incierto nos sit¨²a ante dilemas de especial dificultad: qu¨¦ precauci¨®n es razonable, de qu¨¦ manera podemos anticipar las cadenas causales catastr¨®ficas, qu¨¦ tipo de acci¨®n concertada corresponde al tratamiento global de nuestros problemas, c¨®mo gestionamos nuestra inevitable ignorancia acerca de los acontecimientos futuros... Nos hacen falta acuerdos en torno a los riesgos aceptables.
En muchas decisiones que tienen que ver con los riesgos no se trata de elegir entre alternativas seguras y arriesgadas, sino entre alternativas siempre arriesgadas. Como acabo de se?alar, toda medida preventiva implica riesgos, tanto por lo que hace como por lo que deja de hacer. El miedo es una se?al y con respecto a las se?ales no es razonable ni desentenderse ni multiplicarlas.
Hasta ahora no hemos conseguido articular un concepto y una estrategia de lo que deber¨ªa ser un equilibrio razonable entre el riesgo y la seguridad, de lo que tenemos una idea arcaica. Da la impresi¨®n de que no hemos entendido ni lo uno ni lo otro: hasta qu¨¦ punto el riesgo est¨¢ en la entra?a de nuestras sociedades, cu¨¢n inservible es un concepto de seguridad formulado en otras ¨¦pocas. Por eso nuestros sentimientos en torno al miedo se vuelven especialmente vulnerables.
El trato con el futuro incierto, en lo que ¨¦ste tiene de peligroso, es una de las conductas m¨¢s dif¨ªciles de aprender: muchas veces somos temerosos cuando no hay motivo suficiente y en otras temerarios m¨¢s all¨¢ de lo razonable.
Trat¨¢ndose de sociedades complejas, donde todo est¨¢ estrechamente interrelacionado, la gran cuesti¨®n es c¨®mo podemos protegernos de nuestra propia irracionalidad. Los encadenamientos catastr¨®ficos frente a los que nos hemos de proteger resultan de nuestra irresponsabilidad por temer demasiado o demasiado poco.
En la crisis econ¨®mica, por ejemplo, quienes gestionaban las innovaciones financieras ten¨ªan menos miedo del que debieran; ahora, la desconfianza de los agentes econ¨®micos se explica porque temen tal vez demasiado. Hablando en t¨¦rminos generales, seguramente deberemos generalizar una regulaci¨®n ex ante, que permita prevenir lo que no es posible sanar, anticipar m¨¢s bien que reaccionar, impedir y no tanto corregir.
Y, dado que los miedos no se pueden eliminar completamente, necesitamos nuevas estrategias para gobernarlos. Para eso est¨¢n las instituciones y esa es una de las funciones del Gobierno: generar confianza y previsibilidad, impedir que el miedo se convierta en p¨¢nico o que la audacia favorezca la irresponsabilidad.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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