Cuando Shakespeare perdona
La tempestad, canto del cisne de Shakespeare, es un cuento de hadas filos¨®fico sobre la ambici¨®n implacable, el poder del perd¨®n y la aleatoriedad del amor. Una obra donde las apariencias enga?an, como en La flauta m¨¢gica, otra f¨¢bula crepuscular. Sam Mendes la pone en escena con la misma escenograf¨ªa y los mismos actores de Como gust¨¦is, con el Bridge Project, versi¨®n cara de aquellas antiguas compa?¨ªas de repertorio que se aseguraban en gira el lleno diario rotando los t¨ªtulos sin variar el reparto.
En el montaje de Mendes, Stephen Dillane es un Pr¨®spero calculador y algor¨ªtmico, m¨¢s amable que de costumbre. Desde el primer minuto parece tenerlo todo bajo control, incluidas sus emociones, pues acepta sin un mal gesto el flechazo de su hija Miranda con Ferdinando, rey de N¨¢poles, su rival, y se la entrega gustoso. En esta lectura a contracorriente, que acorta el recorrido dram¨¢tico de Pr¨®spero, Dillane est¨¢ magn¨¦tico, aunque al final no resulte coherente o¨ªrle decir que Ariel le est¨¢ contagiando su compasi¨®n, porque ¨¦l mismo irradia una sabidur¨ªa bondadosa en todo momento, salvo cuando el esp¨ªritu le pide que lo libere como un obrero prerrevolucionario se lo pedir¨ªa a su patrono y ¨¦l le responde con una amenaza velada por varias capas de amabilidad. Ah¨ª, en la interpretaci¨®n de Dillane asoma una bondad de doble filo.
LA TEMPESTAD
Autor: Shakespeare. Int¨¦rpretes: Stephen Dillane, Christian Camargo, Ron Cephas Jones, Ross Waiton, Alvin Epstein, Richard Hansell... Direcci¨®n: Sam Mendes. Madrid. Teatro Espa?ol. Hasta el 9 de mayo.
Desde el primer minuto Pr¨®spero parece tenerlo todo bajo control
El Ariel de Christian Camargo viene a ser el ¨¢lter ego de Pr¨®spero: cuando le da cuenta de la exactitud con que ha cumplido sus encargos, parecen vaina y empu?adura de la misma espada. Mendes hace de ellos mitades sim¨¦tricas de una santa alianza, expresada gr¨¢ficamente en la escena donde sustituyen a Miranda y a Ferdinando ante el tablero de ajedrez, s¨ªmbolo del combate reci¨¦n librado en la isla. Curioso Ariel este de Camargo, flem¨¢tico, est¨¢tico, inquietante como un Anthony Perkins venial.
Mendes resuelve con imaginaci¨®n la galerna con que arranca el espect¨¢culo, los t¨ºte-¨¤-t¨ºte iniciales del protagonista con Ariel, Miranda y Calib¨¢n; el comprometido intento de asesinato de los cortesanos y el estupendo final, donde Dillane se luce y seduce. La escena de las ninfas, y el baile donde Pr¨®spero parece el l¨ªder de una secta estadounidense, no son lo que debieran. Es hermoso el momento en que este parte en dos su vara m¨¢gica bant¨² como romper¨ªa su arp¨®n un capit¨¢n Ahab decidido a perdonar a Moby Dick.
El reparto, extenso, es de calidades dispares. Tiene fuerza Ron Cephas Jones, eslab¨®n ¨²ltimo de una serie hist¨®rica de calibanes con aire caribe?o bien tra¨ªdo, y tienen gracia el Tr¨ªnculo de Anthony O'Donnell y el Stefano de Thomas Sadoski. Hermosas, la fragilidad aut¨¦ntica del Gonzalo de Alvin Epstein y la ingenuidad de la Miranda de Juliet Rylance. Afectado, el Alonso de Jonathan Lincoln Fried. Algunos personajes (el Duque usurpador de Mil¨¢n y Pr¨®spero, sobre todo) arrastran intencionadamente el aroma de los que encarnaron en Como gust¨¦is sus int¨¦rpretes respectivos. La tempestad gust¨®, sin arrebatar.
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