"Me gusta jugar con los g¨¦neros y destrozarlos"
Tet¨¦, la protagonista de Mantis, segunda novela de Mercedes Castro, lo deja muy claro desde la primera l¨ªnea de la primera p¨¢gina: "Esto funciona as¨ª: t¨² te dejas ver y ellos se dejan comer". No enga?a. "Es una mujer fatal sin pudor ni verg¨¹enza que lleva a los hombres a su perdici¨®n". No tiene nada que ver con la polic¨ªa Clara Deza de Y punto, su primera novela, que fue muy bien recibida. Tet¨¦ ahora es una reputada cocinera y posee el restaurante m¨¢s de moda de Madrid. Sus platos m¨¢s jaleados, los Ef¨ªmeros, llevan ingredientes secretos, que proceden de los enormes congeladores de su palacete. "?De d¨®nde sacas tanta carne fresca?", le pregunta su fiel colaboradora, Estrella. Ella echa pelotas fuera. Los nombres de las recetas son reveladores: Milhojas de librero anarquista al vino a?ejo, con esencia de mar¨ªa y sal; Sesos de consejero delegado con espinas de rosa y clavos de grasa de cerdo sobre lecho de cardos; Menudencias de joven artista rebozado de galleta mar¨ªa, acompa?adas de patatas fritas y salsa de refresco de naranja. Hay muchas m¨¢s tan siniestramente sugerentes.
Mantis.
Mercedes Castro.
Alfaguara. Madrid, 2010.
456 p¨¢ginas. 18,50 euros.
blogs.alfaguara.com/mercedescastro.
"No conozco la alta cocina, pero conoc¨ª a una publicista a la que contrat¨® un restaurante para que redactara sus recetas. Las de mi libro me las he inventado, pero luego cotej¨¦ que se pudieran hacer. En Ferrol comemos pulpo cocido con piment¨®n o cogemos un centollo, le echamos a una olla, lo sacamos y lo comemos tal cual".
La novela parece, a veces, una burla de la alta cocina, pero tambi¨¦n del mundo editorial, de los j¨®venes artistas que nacieron para comerse el mundo o de los arquitectos famosos. "No me corto un pelo. Juego mucho con la iron¨ªa, pero a la gallega con segundas, aunque la gente lo entiende a la primera". "Siempre me pregunto si este plato tan de moda vale lo que cuesta y eso pasa con todo, con los libros, con el cine... Esta pel¨ªcula ?es buena de verdad o he ido a verla porque ha ganado tantos oscars? Es una sospecha permanente".
Castro escribe con deliberada ambig¨¹edad. Apenas aparece la palabra asesinato y hay muy poca sangre. A Tet¨¦, por ejemplo, no le gustan los ajos ni se mira en el espejo, chupa la sangre de la herida que se ha hecho un amigo. ?Es una vampira? ?Convierte a sus clientes sin ¨¦stos saberlo en can¨ªbales? "Somos nosotros quienes creamos los monstruos modernos".
"Me gusta jugar con los g¨¦neros literarios, con el fant¨¢stico, con el g¨®tico, con el negro, con el estereotipo de los vampiros, con los cuentos de hadas o con el suspense y destrozarlos... para bien". Tambi¨¦n juega con el lenguaje. "Con el de la gastronom¨ªa, con el del sexo, con el de la sensualidad, con el de la pasi¨®n como l¨ªmite: un abrazo puede convertirse en una estrangulaci¨®n". Hay otros personajes excelentes, como Ofelia, la madre de Teresa, ya muerta pero muy viva en su memoria. Es malvada. Una mezcla de la madre de Psicosis y el ama de llaves de Rebeca, dos mujeres que le fascinan.
La escritora nos va dejando pistas desde las primeras p¨¢ginas, cuando a¨²n no comprendemos por qu¨¦ Teresa es como es. A medida que avanza el libro empezamos a dudar si es una mala mal¨ªsima o una v¨ªctima. Castro, que es editora free lance y que ha hecho una Antolog¨ªa po¨¦tica de Rosal¨ªa de Castro, responde con un ejemplo: "La noche que muri¨® Rosal¨ªa, su marido, quem¨® sus cartas y ha permanecido su imagen de mujer dulce, pero era combativa. Hay un poema suyo muy poco conocido en el que cuenta c¨®mo una mujer cogi¨® una hoz y se tom¨® la justicia por su mano, y t¨² te imaginas qu¨¦ le pudo pasar para llegar a esto. Hay un momento en que la mujer se levanta y dice 'ya no puedo m¨¢s".
Hay otro juego en el libro interesante. Castro intercala palabras de escritores, poetas, m¨²sicos. Desde Garc¨ªa M¨¢rquez, muy evidente, a muchas del poeta Jos¨¦ Mar¨ªa Fonollosa, de Antonio Vega, de Miguel Bos¨¦, de Santiago Auser¨®n... "No es un juego m¨ªo con el lector sino con el libro, sobre c¨®mo lo escribo". No se trata de un juego de hipertextualidad, pero entre unas cosas y otras, el lector llega a la ¨²ltima p¨¢gina casi sin aliento.
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