Sinfon¨ªa de maldad
El proceso de acoso y derribo al juez Baltasar Garz¨®n ha abierto nuevas v¨ªas para repensar la historia de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco y para examinar las formas en que los espa?oles hemos intentado durante la democracia "superar" aquellas experiencias traum¨¢ticas. Parece un buen momento adem¨¢s, dada la cantidad de inexactitudes y falsedades que se han dicho y escrito, para incitar la discusi¨®n sobre los usos de las memorias y los mitos en la construcci¨®n de ese pasado. Los historiadores, al menos, deber¨ªamos hacerlo, pese a los l¨ªmites y dificultades que una tarea de ese tipo siempre encuentra en la sociedad espa?ola.
Varias cuestiones han salido a la luz con toda su crudeza en los ¨²ltimos meses. La primera es muy obvia: en lo que se refiere a la Guerra Civil y a la dictadura, algunos prefieren estimular la ignorancia antes de promover el conocimiento. Son los que repiten desde la pol¨ªtica y los medios de comunicaci¨®n que est¨¢n hartos de memoria, de historia de la Guerra Civil y de la dictadura; que, con la que est¨¢ cayendo, su expresi¨®n favorita, ya vale de mirar al pasado. No tienen ning¨²n problema, sin embargo, en recordar o reinventar, para adaptarla a su gusto, la historia de la Reconquista, de los Reyes Cat¨®licos, del descubrimiento de Am¨¦rica, de la grandeza de la monarqu¨ªa imperial o de la gloriosa Guerra de la Independencia. Solo usan la historia que les sirve para conmemorar su maravilloso presente como pol¨ªticos.
Se persigue a Garz¨®n y se aplaude a los seudohistoriadores que actualizan la propaganda franquista
En varios pa¨ªses de Europa occidental, despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial, e incluso en los a?os cincuenta, como sucedi¨® en Francia con un grupo de soldados alsacianos de las SS, muchos criminales fascistas fueron amnistiados en nombre de la reconciliaci¨®n nacional. Tras el silencio sobre el pasado de fascismo y comunismo, resistencia y colaboraci¨®n, hubo investigaciones que revelaron la parte m¨¢s inc¨®moda de esa historia y comenz¨® a discutirse sobre las implicaciones que la negaci¨®n y ocultaci¨®n de hechos criminales hab¨ªa tenido para la sociedad civil democr¨¢tica. La educaci¨®n de los ciudadanos sobre su pasado sirvi¨® despu¨¦s de beneficio para el futuro.
Nada de eso ha ocurrido en Espa?a, donde se legitima a los verdugos franquistas por los supuestos cr¨ªmenes anteriores de sus v¨ªctimas. Da igual que los historiadores presenten s¨®lidas pruebas de que la Guerra Civil la provoc¨® un violento golpe de Estado contra la Rep¨²blica y de que esa guerra y la posterior dictadura fueron desastrosas para nuestra historia y para nuestra convivencia. Treinta y cinco a?os despu¨¦s de la muerte de Franco, demostrada hasta la saciedad la venganza cruel, organizada e inclemente que administr¨® a todos sus oponentes, todav¨ªa tiene que aparecer un diputado o pol¨ªtico relevante del Partido Popular que condene con firmeza el saldo de muerte y brutalidad dejado por las pol¨ªticas represivas de la dictadura y defienda el conocimiento de esa historia como una parte importante del proceso de aprendizaje de los valores democr¨¢ticos de la tolerancia y de la defensa de los derechos humanos. Todo lo que se les ocurre es recordar el terror rojo, como si la funci¨®n del relato hist¨®rico fuera equilibrar las manifestaciones de barbarismo. Es como si para explicar el gulag y los cr¨ªmenes estalinistas tuvi¨¦ramos que recurrir a la represi¨®n de la polic¨ªa del zar o a las tropel¨ªas del Ej¨¦rcito Blanco durante la guerra civil rusa.
La violencia pol¨ªtica de los militares sublevados contra la Rep¨²blica se llev¨® a la tumba a 100.000 personas durante la guerra y 50.000 m¨¢s en la posguerra. El juez Baltasar Garz¨®n quiso investigar las circunstancias de la muerte y el paradero de todas esas v¨ªctimas, abandonadas muchas de ellas por sus asesinos en las cunetas de las carreteras, en las tapias de los cementerios, enterradas en fosas comunes, asesinadas sin procedimientos judiciales ni garant¨ªas previas.
La lucha por desenterrar ese pasado, el conocimiento de la verdad y el reconocimiento jur¨ªdico y pol¨ªtico de esas v¨ªctimas nunca fueron se?as de identidad de nuestra transici¨®n a la democracia, y un sector importante de la sociedad muestra todav¨ªa una notable indiferencia hacia la causa de quienes padecieron tanta persecuci¨®n. Los mitos y ecos de la propaganda franquista se imponen a la informaci¨®n veraz porque cientos de miles de personas poco o nada aprendieron en las aulas sobre esa historia y porque algunos medios de comunicaci¨®n jalean y aplauden a los seudohistoriadores encargados de transmitir en un nuevo formato las viejas cr¨®nicas de los vencedores. No se trata para ellos de explicar la historia, sino de enfrentar la memoria de los unos a las de los otros, recordando unas cosas y ocultando otras, sacando a pasear otra vez las verdades franquistas, que son, como los mejores especialistas sobre ese periodo han demostrado, grandes mentiras hist¨®ricas.
Se ha instalado entre nosotros la discordia y una sinfon¨ªa de maldad suena en Espa?a cuando se intenta rescatar del olvido y de la manipulaci¨®n esas historias de v¨ªctimas y verdugos. Eso es lo que ha sorprendido tanto fuera de nuestras fronteras, en prestigiosos medios de comunicaci¨®n: que en vez de investigar los cr¨ªmenes del franquismo, se persiga a quienes, como Baltasar Garz¨®n, han tenido el valor de exigir informaci¨®n, verdad y justicia.
Juli¨¢n Casanova es catedr¨¢tico de Historia Contempor¨¢nea en la Universidad de Zaragoza.
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