La fiesta
Es cierto que ni usted ni yo hemos provocado esta crisis, pero tambi¨¦n lo es que hasta hace bien poco usted y yo habit¨¢bamos en un pa¨ªs equivocado, y unas veces con entusiasmo, otras con indignaci¨®n sorda, acept¨¢bamos como normal lo que era a todas luces un disparate. The Economist acu?¨® el fin del cachondeo espa?ol en 2008 con un significativo titular, The party is over (La fiesta se acaba). Desde entonces vengo apreciando que las palabras "educaci¨®n" y "esfuerzo" han vuelto a ser aceptadas en el discurso p¨²blico sin que al que las utiliza se le tache de aguafiestas.
Son muchos los recuerdos que me vienen de aquella Espa?a disparatada de la que ahora hay que apearse a la fuerza. Entre los que m¨¢s indignan, sobresale uno: la manera en que la clase pol¨ªtica se granjeaba la simpat¨ªa de la juventud. Poco se hablaba en las elecciones municipales o auton¨®micas de educaci¨®n, lo que se promet¨ªa eran canchas de esparcimiento et¨ªlico. El ocio juvenil se entend¨ªa como un derecho irrenunciable. Esa demagogia tramposa apartaba de un plumazo el verdadero deber de las instituciones: la formaci¨®n de los ni?os y los j¨®venes. Los intelectuales abajo firmantes tambi¨¦n aportaron su granito de arena celebrando la juerga subvencionada. Eso por no hablar de las innumerables fiestas, esencia misma de la Espa?a auton¨®mica, que se suced¨ªan y suceden sin tregua y copan la actualidad de los medios durante d¨ªas. Las macrofiestas acabaron con las verbenas vecinales.
S¨ª, los culpables del desastre econ¨®mico est¨¢n se?alados. Y s¨ª, es injusto pagar por la codicia de otros. Pero hablo de otra situaci¨®n insostenible, la del inmoral despilfarro que hemos justificado a cuenta de tradiciones, juvenilismos o identidades... Nos hemos olvidado de que el encanto de nuestro estilo de vida resid¨ªa en lo modesto, en lo popular. ?Qui¨¦n nos hab¨ªamos cre¨ªdo que ¨¦ramos?
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