Las ense?anzas de Spiderman
Todos somos responsables de que el mundo sea como es. La baronesa Bli-xen sol¨ªa decir que escrib¨ªa o pintaba porque deb¨ªa a los dem¨¢s una respuesta. Responder era formar parte de la gran cadena de las causas y de las criaturas. "Responder¨¦ de lo que diga o haga; responder¨¦ a la impresi¨®n que cause. Ser¨¦ responsable". Para los que vivimos bajo la dictadura franquista, la llegada de la democracia no ten¨ªa que ver con el deseo de riqueza sino de libertad; quer¨ªamos una democracia para vivir en un mundo m¨¢s noble y generoso.
La crisis econ¨®mica actual hunde sus ra¨ªces en una crisis m¨¢s honda de car¨¢cter moral. Hace pocas semanas, uno de los altos cargos de Google declar¨® sin ning¨²n empacho que "de lo que se trata es que todos ganemos mucho dinero". Pero hay algo que evit¨® decir: que somos siete mil millones de habitantes en la Tierra y no es posible que todos seamos ricos, suponiendo que eso sea lo que queremos. Claudio Magris dice que nunca el mundo ha estado m¨¢s necesitado de pol¨ªtica que ahora, y la pol¨ªtica debe reivindicar una cultura de la mesura y la solidaridad. El problema de la crisis que sufrimos no est¨¢ solo en los banqueros, ni en los especuladores, sino en la sociedad en su conjunto. Los para¨ªsos fiscales, los sueldos desmesurados, los contratos blindados, lejos de provocar rechazo suscitan m¨¢s bien la envidia general, pues hemos interiorizado de tal forma los valores de los poderosos que no sabemos vivir sin mirar por sus ojos y sin anhelar sus lujos. Hemos sustituido el Dios severo de las antiguas religiones, por otro mucho m¨¢s peligroso: el Dinero.
Los para¨ªsos fiscales, los sueldos gigantes, los contratos blindados, en vez de rechazo suscitan envidia
Hace unos meses circul¨® por Internet un mensaje en el que se comparaba al mundo con una aldea de 100 habitantes. Manteniendo las proporciones globales, las cifras que resumir¨ªan la vida en esa peque?a aldea ser¨ªan estas: habr¨ªa 57 asi¨¢ticos, 21 europeos, 14 personas del hemisferio oeste y ocho africanos; 52 ser¨ªan mujeres y 48 hombres; 70 no ser¨ªan blancos y 30 ser¨ªan blancos; 70 no cristianos y 30 cristianos; 89 heterosexuales y 11 homosexuales. Seis personas poseer¨ªan el 59% de la riqueza de toda la aldea y, de los seis, cinco ser¨ªan norteamericanos. De las 100 personas, 80 vivir¨ªan en condiciones infrahumanas; 70 ser¨ªan incapaces de leer; 50 sufrir¨ªan de malnutrici¨®n. Solo una tendr¨ªa educaci¨®n universitaria, y en esta aldea habr¨ªa una sola persona con ordenador.
?Pero las variaciones en la Bolsa, los oscuros negocios inmobiliarios, los movimientos de la especulaci¨®n, los para¨ªsos fiscales, qu¨¦ relaci¨®n tienen con la vida de los hombres y las mujeres de esa aldea de cien habitantes? Grandes masas de dinero cambian de unas manos a otras, dotadas de una vida tan indes-cifrable como caprichosa, mientras ese hombre individual y min¨²sculo repite las mismas acciones en su peque?a aldea: abrir su taller, ir a su oficina, llevar a los ni?os a la escuela, atender las demandas de sus pacientes. La econom¨ªa de su pa¨ªs, o la del mundo entero, entra en fase de crecimiento o de recesi¨®n sin que en apariencia haya ninguna relaci¨®n entre lo que ese hombre est¨¢ haciendo y el que tales cambios se produzcan.
Por ejemplo, ?c¨®mo es posible que mientras un pe¨®n de alba?il tenga que trabajar 10 horas al d¨ªa para ganar un sueldo rid¨ªculo, a uno de esos especuladores burs¨¢tiles les baste con una llamada telef¨®nica o el simple trasladar los papeles de una mesa a otra para amasar una fortuna que aunque viviera 100 a?os no podr¨ªa gastar?
Todos recordamos la forma en que las televisiones del mundo dieron la noticia del atentado de las Torres Gemelas. Las im¨¢genes que mostraban los edificios ardiendo, su derrumbe y su tragedia, se alternaban en las pantallas con compulsivas conexiones con las Bolsas para ver c¨®mo se comportaba el Dinero. Pero ?el Dinero qu¨¦ es exactamente, qui¨¦n decide c¨®mo se comporta? Recuerda al antiguo Dios de las religiones monote¨ªstas, y sus oficiantes se confunden con los viejos te¨®logos. As¨ª, cuando unos d¨ªas despu¨¦s del terrible atentado se produjo la reapertura de la Bolsa de Nueva York, a lo que asistimos fue a un acto de clara significaci¨®n religiosa. El silencio, la m¨²sica sacra, la sensaci¨®n de estar en un lugar de fuerza inaudita, tan incomprensible como extra?o y vengativo. La Bolsa era el templo y sus sacerdotes trataban de aplacar a su iracunda divinidad. Lo mejor de la cultura pol¨ªtica de Occidente ha nacido de su empe?o de regirse por la siempre prudente raz¨®n y ahora nos descubrimos volviendo al seno de un nuevo sistema religioso en que reina una divinidad no menos caprichosa e implacable que la antigua. La de ese Dinero al que solo unos pocos iniciados son capaces de comprender, y en el que parece estar contenido la posibilidad de nuestra salvaci¨®n.
Hace unos a?os se estren¨® en los cines una bonita versi¨®n de Spiderman, el h¨¦roe de la historieta de la Marvel. Un muchacho apocado recibe la picadura de una ara?a, y su cuerpo empieza a adquirir cualidades sorprendentes. Sus sentidos se agudizan, es capaz de ascender por paredes verticales y puede segregar hilos de sus manos. Mientras va descubriendo todo esto, se vuelve hura?o y esquivo. Su t¨ªo se preocupa y habla con ¨¦l. Todos los muchachos, le dice, antes o despu¨¦s tienen que transformarse en alguien, y hay que tener cuidado en quien lo hacen pues luego ya no podr¨¢n cambiar. Y a?ade: un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Suelo pensar en esta escena cuando veo por televisi¨®n las reuniones del G-20 y el G-8. Un ni?o muere cada cuatro segundos, una parte importante del mundo no tiene para comer, y epidemias espantosas como el sida asolan continentes enteros, mientras los dirigentes m¨¢s poderosos del mundo se comportan como colegiales del m¨¢s selecto de los clubs, y aquella imagen de Bush y Aznar con los pies sobre la mesa, tras una de esas reuniones, expresa fielmente lo que quiero decir.
No cabe ninguna duda, hay que hablar de una crisis moral, de un mundo sin honor. "El sentimiento de honor perdido, escribe S¨¢nchez Ferlosio, no es un conflicto psicol¨®gico. El honor es una relaci¨®n de lealtad con los dem¨¢s". De forma que el deshonor no es tanto "haberse fallado a uno mismo", sino "haberles fallado a los otros".
Para evitarlo, tambi¨¦n nosotros, los simples habitantes de esa aldea que es el mundo, debemos asumir nuestra parte de responsabilidad en lo que sucede. ?O es demasiado tarde y en nuestra mirada, como en la de esos nuevos h¨¦roes de las tarjetas bancarias, ya no cabe otra cosa que la complacencia y la codicia?
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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