Rafaella Carr¨¢ en Llofriu
Llofriu. El cementerio. Un d¨ªa soleado, caluroso. La tumba est¨¢ "un poquito abandonada", me ha advertido una vecina. "?Despu¨¦s de todo lo que hizo por el pueblo!", agreg¨® en un tono compungido que son¨® a moneda falsa. El breve camino de tierra que lleva desde la carretera traza una curva. Contiguo al cementerio hay un recinto que sirve de garaje para camiones, vigilado por un perro de lanas sucio y so?oliento, de peligrosidad nula, desprovisto por completo de instinto belicoso. Luego el camino sigue adelante hasta perderse de vista entre dos hileras de ¨¢rboles.
Por encima de la tapia asoman dos cipreses desmochados, cipreses que para nada se proyectan al azur como el de Silos que deslumbr¨® a Gerardo Diego; no, cipreses bajos, chatos, muy propios de Pla. Al lado de la entrada una escultura de hierro representa un libro abierto en el que se lee esta frase: "Ya que todos hemos de morir no hace falta tener mucha prisa. Ninguna doctrina en el mundo la justifica", y dice en qu¨¦ tomo y p¨¢gina de las Obras Completas figura.
En lo alto de la pared hay un azulejo con un dibujo ingenuo (representa a un cura con teja, sotana y un paraguas plegado, delante del mismo cementerio de Llofriu). El texto dice: "Ruta Josep Pla. 10: el cementiri". Y un poco m¨¢s abajo: "La Caixa". (Con "La Caixa" no se alude al ata¨²d, al f¨¦retro de Pla, sino al patrocinador).
Mejor habr¨ªa sido que pusiera "Aqu¨ª viu un del Bar?a". Que la ruta tur¨ªstico-cultural integre como ¨²ltima etapa el cementerio es una ordinariez, pero vaya y pase. Lo sensacional es que no s¨®lo el venerable escritor, sino todos los muertos del cementerio hayan sido reclutados como soporte de la publicidad de un banco. Ese azulejo le sume a uno en un paroxismo de estupor.
Almorc¨¦ en un restaurante decoroso donde sonaba incesante el hilo musical. Supongo que la funci¨®n de la m¨²sica es cubrir el ruido de las mand¨ªbulas de los comensales triturando los huesecillos y los esqueletos ex¨®genos del marisco...
Por los altavoces sonaban una y otra vez en una cinta sin fin las canciones Yo no soy esa, de Mari Trini; New York New York, de Sinatra, y Mis manos en tu cintura, de Adamo:
"Y mis manos en tu cintura/ pero m¨ªrame con dulzor/ porque tendr¨¢s la ventura/ de ser t¨² mi/ mejor canci¨®n...".
Pens¨¦: "En una cinta sin fin qu¨¦ les hubiese costado meter tambi¨¦n una canci¨®n de Rafaella Carr¨¢, que era tan graciosa y optimista".
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