Todos tenemos algo de neandertales
La noticia de que el Homo sapiens, al que se supone que pertenecemos, tiene un cierto porcentaje de genes del hombre de Neandertal me evoca un recuerdo de cuando, a fines de septiembre de 1945, me preparaba en la Academia P¨¦rez Iborra para el terrible examen de Estado. Ten¨ªamos excelentes profesores, pero para mi gusto el mejor era el de historia, don Jes¨²s Garc¨ªa Tols¨¢. Despojado, por republicano, de su c¨¢tedra en Valencia, daba clases en varios centros privados de Barcelona. Era el ¨²ltimo d¨ªa de clase y nos dijo que, puesto que dif¨ªcilmente volver¨ªamos a tener clase de historia, pues no cre¨ªa que nos dedic¨¢ramos a una carrera que ofrece tan pocos alicientes econ¨®micos, nos invitaba a escoger de qu¨¦ quer¨ªamos que nos hablara. Anticip¨¢ndome a mis compa?eros, ped¨ª que nos hablara de la prehistoria, pues era un tema que ten¨ªa muy flojo. Suspir¨® y dijo: "?C¨®mo quieren que les exponga en tres cuartos de hora los 100.000 a?os de la prehistoria?" (entonces se cre¨ªa que esta era la antig¨¹edad del hombre sobre la Tierra; hoy se habla de millones de a?os, aunque todo depende de qu¨¦ entendamos por hombre, cuesti¨®n nada balad¨ª). Entonces traz¨® en la pizarra un esquema de las edades, con sus divisiones y subdivisiones. Resultaba que casi toda la existencia humana era prehistoria. De la historia propiamente dicha, casi todo era Edad Antigua, y la Contempor¨¢nea, la que nos marca de cerca, desde la Revoluci¨®n Francesa, era tan corta que apenas se pod¨ªa se?alar con la tiza. En cuanto a la prehistoria, casi todo era Edad de Piedra, y de esta casi todo era Paleol¨ªtico, con la piedra sin pulir y el hombre n¨®mada. Durante unos 40 minutos explic¨® los periodos y subperiodos de la prehistoria, con su complicada nomenclatura, y solo en los ¨²ltimos cinco minutos aquel gran maestro formul¨® la conclusi¨®n de su ¨²ltima lecci¨®n de historia. El 2 de aquel mismo septiembre de 1945 hab¨ªa concluido la II Guerra Mundial, la m¨¢s mort¨ªfera de toda la historia, terminada con la guinda de la bomba at¨®mica. Apenas entonces empezaba a conocerse el horror de los campos de exterminio nazis, y m¨¢s cerca de nosostros en el espacio, y no muy lejos en el tiempo, ten¨ªamos los horrores de nuestra guerra civil, en los que el profesor se guard¨® muy mucho de profundizar. La moraleja del profesor Garc¨ªa Tols¨¢, aquella ma?ana de fines de septiembre de 1945, mostrando en la pizarra el contraste entre el largo Paleol¨ªtico y la tenue Edad Contempor¨¢nea, fue: "El hombre moderno, del que tanto presumimos, no es m¨¢s que un troglodita con un barniz de civilizaci¨®n. No se extra?en de que una y otra vez nos asome el troglodita que llevamos dentro".
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